17. Cerezo, flor de primavera
Nuestro hombre se pasó mucho tiempo sin visitar a una su amada. Un día, cuando habían florecido los cerezos, fue a visitarla y a ver las flores que resplandecían en el jardín. Ella recitó:
¡Ay, flor del cerezo,
que le achacan tanto
el ser fugaz,
y espera al que viene
una vez al año!
Él le contestó:
De no venir hoy,
mañana, cual nieve,
se esparcirá.
Si queda en el árbol,
flor ya no parece.
18. Crisantemo, flor de otoño
Una vez vivía una mujer de poca experiencia que se las daba de sabihonda. Y cerca vivía nuestro hombre. Ella, sabiendo que a él le gustaba la poesía, queriendo también pasar por elegante, y para lanzarle una indirecta, cortó un crisantemo ligeramente marchito,{*} cuyos pétalos blancos comenzaban ya por los bordes a adquirir un ligero desvaído rojizo, y se lo envió a nuestro hombre con un poema en que fingía no notar este color rojizo, símbolo de la pasión. El cantar decía así:
Dime tú dónde
se tiñó escarlata.
¿No tal parece
que la blanca nieve
cayera en su rama?
Como diciéndole: «Dicen que eres hombre apasionado; a mí me pareces blanco y frío como la nieve.» Nuestro hombre pretendió no haber entendido la sutileza y le contestó:
En el reborde
se tiñó escarlata.
¿No tal parece
este crisantemo
el borde de tu manga?
19. Un otoño que invadió a la primavera (Narijira y su esposa)
Nuestro hombre inició unos amores con una dama de las esposas del Emperador, pero pronto se enfrió su interés por ella. Los dos por fuerza se cruzaban en Palacio frecuentemente, pero él solía pasar de largo como si ella fuese invisible. Un día la mujer le recitó al pasar:
Te fuiste de mí
tan lejos que eres
nube del cielo.
Los recuerdos tuyos
a mis ojos vienen.
Él le respondió:
Si ando a la deriva
tan lejos que soy
nube del cielo,
es que en tu montaña
soplan vientos hoy.
¡Pero esto era como decirle que también ella tenía otros amantes!
20. Otro otoño que invadió a la primavera (Narijira y una mujer de Nara)
Una vez nuestro hombre vio a una mujer que vivía en la región de Iamato. Se enamoró de ella en seguida, y en menos de nada la tenía conquistada. Pero al poco tiempo tuvo él que ausentarse a la Corte para servir al Emperador. Yendo de camino a la Capital, y aunque era abril, vio que las hojas de algunos arces se habían teñido de rojo como si fuese otoño. Cortó una ramita y se la envió con un poema que decía:
Esta rama de arce
para ti he cortado.
En primavera,
cual si fuera otoño,
roja se ha tornado.
La respuesta de la mujer le llegó cuando ya se hallaba en la Capital. Decía:
De verde a rojizo
se cambió al momento
—hoja y amor—
¡Ay, no es primavera
ya más por tu pueblo!
21. Una que se fue
Por aquel tiempo dos amantes se adoraban de tal modo que ninguno de ellos era infiel. Pero, lo que son las cosas, por una insignificancia ella decidió de pronto que estaba harta del amor y de todo, y que tenía que separarse. Efectivamente, se alejó de él, dejándole escrito en un biombo el siguiente poema:
Al verme partir,
frívola y mudable
me llamarán.
La verdad del mundo
la gente no sabe.
Él se quedó estupefacto al leer esto, porque por mucho que pensaba no lograba encontrar nada que pudiera haberla disgustado. Rompió a llorar y se dirigió a la puerta mientras pensaba por dónde debería buscarla. Pero por mucho que indagó, ella había desaparecido sin dejar rastro. Y con esto, volvió desolado a su casa. Allí recitó esta endecha:
No merece el mundo
la pena de amar.
Meses y años
viví de promesas,
de promesas vanas.
Y cayendo en la más sombría postración, continuó cantando:
¿Me recordará?
Yo sí la recuerdo.
Veo ante mí,
como una diadema,
su rostro y su cuerpo.
Y pasó el tiempo. La mujer, incapaz de sobrellevar por más tiempo la separación, le envió un día una tarjeta en que decía:
No quiero sembrar
la flor del olvido,
ni una semilla,
en tu corazón.
Tarde lo he sabido.
Él respondió:
Si tú me dijeras
que en tu pecho plantas
flores de olvido,
sabría que al menos
antes sí me amabas.
Y comenzaron a cambiarse mensajes más apasionados que nunca. Le escribió él:
Cuando a veces pienso
que tal vez me olvides,
mi corazón
siente más tristeza
que cuando te fuiste.
Ella le contestó:
Por el alto cielo
las nubes se alejan
sin dejar rastro.
Por ti yo me siento
nube pasajera.
Así se escribían. Pero ambos tenían ya otros amores, y no volvieron a verse.
22. Otra que se fue (Narijira e Ise de Fuyiuara)
Una vez dos amantes habían cortado sus relaciones por una nadería. Ella, que por lo visto hallaba más duro olvidar lo pasado, le escribió un día:
Siento pena y rabia
porque yo no olvido
que fuiste mío.
Teniéndote odio,
te tengo cariño.
Él comentó para sí: «Lo que me esperaba.» Y le respondió:
Ya que nos quisimos,
vamos a queremos:
aguas de un río
formando una isla,
juntándose luego.
Y con la misma fue a visitarla aquella noche. Hablaron de lo pasado, y de lo futuro, y de otras cosas. De pronto él le dijo:
Mil noches de otoño
cuéntalas como una.
Pues ni aunque goce
de ti diez mil noches
llegaré a mi hartura.
Ella le contestó:
Mil noches de otoño
hazlas como una.
Me pondré a hablarte,
y cantará el gallo
sin que yo concluya.
Y desde entonces él la quiso más que antes, y continuó visitándola fielmente.