Mariana no buscó a Sergio cuando salió de casa. Ella tampoco tenía ganas de volver. Dio algunas vueltas por la residencial sin rumbo fijo. Trató de imaginar a papá con una amante. Seguramente tiraba como el imbécil de Javier. Pensó que no le faltaba tanto para ser mayor de edad e irse de la casa. También se podía ir antes.
Al pasar por un edificio de la última etapa, encontró a Katy en el portal. Tuvo ganas de insultarla, pero fingió que no la veía. Katy hizo lo mismo. Mariana siguió de largo. En el estacionamiento, tío Juan Luis discutía con tía Mari Pili. Él estaba metiendo unas maletas al coche. Ella le gritaba. Mariana cambió de dirección. Atravesó la última etapa de nuevo, huyendo de todo lo conocido. En una esquina de Salaverry estaba el gato. Corrió tras él.
El gato estaba destrozado. Sangraba de un ojo y de la cola. Tenía el pelo sucio, ya casi negro, y cojeaba de una de las patas traseras. Aun así, corría como un auto de carreras. Mariana lo siguió hasta uno de los edificios. El gato se escondió entre los arbustos que lo rodeaban. Mariana dio la vuelta a los arbustos para ver si podía sacarlo por el otro lado, pero el gato le huía. Si ella se acercaba por un lado, él se refugiaba del otro. Ya iba a dejarlo ahí cuando vio a Katy del otro lado del seto. Su primer impulso fue irse de ahí. Luego cambió de opinión.
—¿Puedes cubrir ese lado? El gato está adentro.
Katy quiso responderle algo, pero luego pensó que el gato no tenía culpa de nada. Se agachó y le bloqueó la salida. Al verla, el gato salió directamente a los brazos de Mariana. Ella lo recibió con un abrazo. Lo besó. Luego se arrepintió. Debía haber cogido alguna enfermedad durante su fuga. Lo acarició. El gato temblaba. Katy se acercó.
—Está hecho una mierda —dijo.
—Se habrá ido a putear por ahí.
—Claro.
Katy se sentó. Las dos miraban hacia abajo, hacia el gato. Katy empezó a acariciarlo también. Tenía el pelaje enredado y grasiento.
—¿Hace mucho que se escapó?
—Ayer.
—No es tanto.
—Pero parece que se hubiera convertido en cerdo, ¿no?
—Sí.
Rieron aun sin mirarse a los ojos. Siguieron acariciándolo mientras clareaba el cielo sobre sus cabezas. Un rato después, por una pura casualidad, sus dedos se rozaron sobre el lomo sucio y ensangrentado del animal.