Era día de visitas. Jóvenes de cuarenta y cincuenta años desfilaban por el largo salón lleno de sillas donde se exponían sus padres y abuelos como en un escaparate. Algunos de ellos llevaban a sus hijos. El ambiente era agradable y relajado. En una esquina había un televisor. En otra, una enfermera.

Papapa sonrió satisfecho y dejó su maleta en el suelo. No había costado mucho cargarla. Mientras la hacía, se había sorprendido por la poca cantidad de cosas que tenía en el mundo. Un par de calzoncillos, el cepillo de dientes, la bata. Alguna vez, hacía años, había pensado que acumularía muchas pertenencias mientras avanzara hacia la vejez. Se preguntó dónde estarían todos los objetos que habían pasado por su vida. Las cosas que llevaba en el maletín eran sólo sus últimas cosas.

Doris estaba sentada en un extremo. No tenía visitas, pero no parecía notarlo. Seguía con la mirada perdida en el vacío y el tic en la mano torcida. Papapa se le acercó. Se sentó a su lado, le sonrió y buscó algo en su maletín para ofrecerle. Había pensado en comprar rosas, pero hacía mucho que no manejaba dinero, que ningún billete pasaba por sus manos. Ni siquiera sabía cuánto podían costar las flores ni ningún otro objeto. Le ofreció un Gaseovet. Ella no lo tomó.

—Yo sé que no es lo más romántico. Pero es lo único que puedo ofrecerte… aparte de mi cariño.

Ella no se movió. Papapa continuó.

—Creo que ese día, ¿recuerdas? Metí la pata con el fregadero. Yo… sólo quería impresionarte. Quedé en ridículo, ¿verdad? Claro. He tardado algunos años en decírtelo pero… qué son los años para nosotros, ¿verdad?

Se pasó ahí la tarde entera. Le contó su vida, sus pasatiempos, sus programas favoritos, sus miedos. Hasta le habló de su familia. Ya estaba oscuro cuando la última visita abandonó la casa de reposo. Y él seguía ahí. La enfermera se le acercó.

—¿Puedo ayudarlo en algo, señor?

—Sí. Quería un cuarto, por favor. Con vista al jardín.

—¿Perdone?

—Me quedo. Voy a vivir aquí.

Ella sonrió con indulgencia. Todo el mundo lo miraba con indulgencia.

—Es que… no es tan fácil… Habría que hablar con su familia y… prepararle un cuarto…

—No será necesario. Dormiré con Doris.

Se volvió hacia ella con una sonrisa.

—Dejémonos de bobadas, cariño. Nos lo debemos.

La besó en la mejilla. Le pareció que sonreía.