Trabajó toda la noche con el cuaderno de Katy. Estaba lleno de comentarios sobre los chicos y las chicas de la clase. Algunos de ellos lo habían firmado con cosas como «Eres muy especial, no cambies» o «You are my sunshine». Además, tenía soles y estrellas y arco iris dibujados con plumones rosados y amarillos. A Mariana le pareció asqueroso todo. Antes le hubiera parecido tierno. Quiso romperlo pero se contuvo. Tenía un plan.
Buscó en su estuche de lapiceros uno que escribiese igual que el de Katy, aunque había muchas tintas diferentes en esas páginas. Luego practicó en sus propios cuadernos por horas hasta conseguir una letra parecida a la de ella. Era fácil, porque su letra era redonda y alta, orgullosa como su dueña. Escribió por todo el cuaderno frases como: «Hoy, Mariana y yo pasamos un día lindo que nunca olvidaré. ¡I love you so much!» o «Me pregunto si ella corresponderá a mi amor. Me gustaría tocarla y besarla toda», ese tipo de cosas. Las decoró con corazones, flores y besos. A la mañana siguiente, lo llevó a casa de Katy. Esperó a que saliese con Javier, dejó pasar un rato y tocó el timbre. Le abrió la puerta Mari Pili. Tenía los ojos hundidos e hinchados. Como si le acabasen de operar el rostro. O como si hubiese llorado.
—¿Buscas a tu hermano? Está arriba, en la azotea.
—No. Vengo a devolverle su cuaderno a Katy. ¿Está?
—No. Pero dámelo a mí.
Mariana lo ocultó a su espalda y sonrió con timidez.
—No sé si deba. Tiene… muchas cosas… personales.
—¿Que no le pueda decir a su madre? Déjalo. No lo voy a leer.
—¿Lo prometes, tía? Ella se enojaría conmigo, ¿entiendes?
—Claro.
—Gracias. Chau.
Le dio el cuaderno y bajó las escaleras dando saltos. Mari Pili cerró la puerta. Juan Luis tampoco estaba. Para variar. Se sentó en un sillón. Se miró los párpados en la mesa de cristal. Horribles. Se recostó contra el respaldo y abrió el cuaderno de Katy.