Por la mañana, había pasado unos minutos por la oficina para revisar un presupuesto y había encontrado a Gloria en su escritorio. Se veía más bonita vestida de calle, sin el habitual uniforme azul y gris a cuadros. En cuanto lo vio, ella trató de huir.
—Buenos días, señor Ramos —buscaba un escape con el rabillo del ojo.
—Buenos días, Gloria. ¿Tienes un minuto? —él quería aclarar las cosas, evitar un malentendido.
—En realidad, ya me iba. Es sábado y… —casi se dobló buscando una esquina por donde escapar.
—Es que… creo que necesitamos hablar… —bruscamente, bloqueó con el cuerpo la salida al pasillo. Ella retrocedió. Se veía intranquila y pálida—. No me tenga miedo. Por favor. Lo que ha pasado ha sucedido porque la aprecio. Mucho.
Ella pareció asustarse aún más al oír eso.
—De verdad, señor Ramos… Me tengo que ir.
Alfredo sintió un impulso por tomarla del brazo y sacudirla. Pero se quedó quieto. La observó calladamente mover su culo deforme hasta la puerta, revisó sus presupuestos, bebió media botella de whiskey y decidió hablarle a Lucy y dejarse de cojudeces. Lo que necesitaba era llorar, y no podría hacerlo frente a nadie más.
Volvió a casa por la tarde. Había almorzado whiskey, cigarros y pastillas de menta. Se había lavado la cara tres veces y había dejado la casaca en la oficina porque olía demasiado a tabaco. Estaba listo para hablar. En casa parecía que no había nadie. Se oía cantar a Lucy desde la ducha. En el baño encontró a Papapa, Sergio y el gato sentados por el suelo. Los echó a todos.
—Bueno, qué pasa, ¿esto es una película o qué carajo?
—Yo vine porque quiero hablar con ustedes.
—Ya, Papapa, pero espera que salgamos de la ducha, ¿OK?
—Es importante.
—Sergio, vete y llévate a tu abuelo. Al gato también.
A Lucy le dio risa el incidente. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba el abuelo. Salió de la ducha y empezó a maquillarse de espaldas a Alfredo. Se puso un perfilador rosa Rosebud y pintura de labios Cabiria en color miel. Empolvó sus mejillas con un rosa brillante mientras Alfredo buscaba las palabras. Luego se volteó hacia él, como si acabase de recordar que estaba ahí.
—¿Estás bien?
—Perfectamente.
Se quedó mirándolo. Él quiso un whiskey.
—¿Me pasas el delineador que está en mi bolso?
Se volvió hacia el espejo y continuó. Alfredo fue a traer el bolso que se había quedado en el baño. Al tratar de agarrarlo se le cayó y todo su contenido se esparció por el suelo. Desde el cuarto, se oyó la voz de Lucy.
—¿Puedes hacer algo sin destrozar la casa?
—Perdón.
Alfredo empezó a recoger. Se sorprendió por la cantidad de cosas que entraban en el bolso de una mujer. Lápiz de labios, toallitas, toallas de las otras, lapicero, espejo, agenda, recortes, novela del corazón, jabones, conos de papel para orinar de pie… Él no tendría tantas cosas en la vida. Debía ser difícil morirse siendo mujer, dejando tantas cosas tan pequeñas tiradas por ahí. Al final, entre los aretes y las pulseras, encontró una nota abierta. Se preguntó si podría leerla. Se respondió que sí. Que para eso era el esposo. La leyó:
Tus tetas. No se van de mi cabeza.
¿Qué más vas a enseñarme?
Sushi Bar. Domingo 12.30 p. m.
Alfredo se mareó. Trató de explorar la posibilidad de que alguna vez, quizá hacía mucho tiempo, él mismo hubiera escrito esa nota para ella. O para otra, al menos. Pero su memoria sólo le devolvió espacios en blanco. Silenciosamente, guardó las cosas en el bolso y volvió a salir.
—Búscalo tú misma.
Se sentó en la cama y encendió un cigarro. Lucy se sorprendió.
—¿Has vuelto a fumar?
—Parece que sí.
—Al menos hazlo donde los niños no te vean. ¿Te vas a cambiar para la cena?
Parecía tan tranquila. Tan inocente. Alfredo no sabía qué hacer. Estaba furioso. Se bañó y se cambió para ir a casa de los Parodi. Pensó que Lucy se reiría en su cara si le dijese algo. Seguramente tendría una explicación sencilla y tonta. Seguramente.
Esa noche, Mari Pili los recibió fascinada por el maquillaje de Lucy y Juan Luis les ofreció whiskey. Mariana estaba en esa casa. A Alfredo le pareció que hacía mucho que no la veía. Dijo que iría a una discoteca con Katy. Lucy trató de ponerles hora de llegada, pero Mari Pili se burló de lo conservadora que era y tuvo que dejar que volviesen a las 2.00 pero ni un minuto más tarde. A Lucy le pareció que Mariana había crecido varios centímetros en menos de un día.
Cuando las niñas se fueron, Mari Pili salió a acostar a Jasmín y Juan Luis empezó a hablar sin parar de autos, tarjetas de crédito y fondos de inversión. A Alfredo sus palabras le daban vueltas desordenadas en la mente. Se limitaba a asentir con la cabeza y a levantar su vaso cada vez que se vaciaba. Sabía que Juan Luis siempre había pensado que era un perdedor y un aburrido. No le importaba que lo siguiese pensando.
Cenaron una cosa con un nombre francés. Mari Pili estaba orgullosa de ser la única de la mesa que podía pronunciar lo que comían. Había cambiado mucho Mari Pili. Tres años antes, Alfredo había sido su amante por un par de meses, hasta que ella se aumentó el pecho por endoscopia. Antes de la operación, se pasó dos meses comentándole a Alfredo lo que pensaba hacer cada vez que hacían el amor. Le introducirían por el ombligo un tubo hueco con prótesis hinchables y luego las llenarían con suero fisiológico. Después de la cirugía, ella se negó a desnudarse frente a Alfredo. Dijo que tenía vendajes y que sus pechos —los llamó pechos— estaban hinchados. Después de una semana, dijo que tendría que pasar un par de meses sin hacer movimientos bruscos. Cuando Alfredo la volvió a buscar, un mes después, le dijo que ahora se sentía mucho más segura de sí misma y que planeaba recuperar su matrimonio. Nunca volvieron a tocar el tema. Ahora, después de comer, Alfredo la ayudó a llevar los platos a la cocina. Lucy se había levantado para hacerlo, pero él se le adelantó. Juan Luis siguió hablándole a ella de fondos mutuos, mientras Alfredo dejaba los platos en el fregadero. Le dijo:
—¿Cómo va todo?
—Bien. Igual.
—Oye…
—¿Qué?
—…
—¿Qué?
—Nada.
—No dormiré contigo. Olvídalo.
—No es eso.
—Entonces sí es algo.
—…
—Dilo. No te voy a morder. Yo, de hecho, no.
—¿Soy un buen amante?
—¿Qué?
Por primera vez, dejó lo que estaba haciendo y lo miró. Se rió.
—No me acuerdo —dijo.
—Creo que Lucy me engaña.
—¿Lucy? Ya era hora.
—Estoy hablando en serio.
—No me hagas reír. ¿Quieres oír algo serio? Me voy a divorciar.
—Ah.
—Estoy harta de este imbécil. Estoy perfecta. Le cuesta una fortuna tenerme así pero ni siquiera se da cuenta. Prefiere el fútbol.
—Es normal… con el tiempo…
—¿Te parece normal? Mira este culo —tiró los platos y se levantó la falda dejando un culo firme y suave bajo un calzón casi transparente—. Este culo, para tu información, cuesta tres mil dólares. ¿Te parece el culo fofo de cualquier ama de casa? Pero él no se entera ni por la cuenta de la tarjeta de crédito. Mira, tócalo.
—Mari Pili, no sé si…
—¡Toca este culo! Al menos alguien lo hará. Y dime qué te parece.
Alfredo tocó su culo y se fijó en su rostro reencauchado y sólido. No se veía más joven que antes pero sí más lisa y brillante.
—… E… Está bien.
—¡Claro que está bien! Es una liposucción ultrasónica. Es lo último. Redujeron las células de grasa mediante ultrasonidos con microcánulas de…
—A mí me pareces bonita.
Ella se calló. Luego se rió, pero esta vez con una risa dulce. Volteó a mirarlo. Él recordó el brillo de sus ojos.
—¿De verdad? —preguntó.
Pero la siguiente voz vino de Lucy en la puerta de la cocina.
—¿Qué están haciendo? ¿Necesitan ayuda?
Alfredo bajó la mano y Mari Pili se acomodó la falda.