Lucy pensó sacar cien soles en el cajero automático. Había calculado que necesitaría dinero para comprarle algo a Mari Pili y aprovecharía ella misma para comprarse un pañuelo y estrenarlo en la cena. En casa de Mari Pili siempre era conveniente llevar puesto algo nuevo para tener un tema de conversación largo. Pulsó los botones del tablero, pero no hubo respuesta. Verificó su código secreto y volvió a intentarlo sin éxito. La máquina le devolvió su tarjeta. Por un momento, le pareció que el aparato se burlaba de ella. Hasta que apareció en la pantalla que su operación no se podía realizar por razones técnicas transitorias. Por impulso, golpeó la pantalla. Era el cuarto cajero que le fallaba en el día. Los bancos siempre congelaban el dinero por unas horas mientras hacían operaciones grandes. Los bancos no tenían idea de lo que era una cena en casa de Mari Pili.

—País de mierda —dijo.

Sobre una esquina, vio la cámara de seguridad del cajero. No pudo contenerse y le hizo un gesto con el dedo medio. Se sentía desbocada. Lo mejor fue cuando se dio cuenta de que la cámara no respondía a su gesto. Nadie entraba a detenerla ni se encendía una alarma. Lo único que se movía era su propia imagen en el monitor de la otra esquina. Se sorprendió al verse a sí misma insultando de un modo tan vulgar al aire. Se fijó en el gesto áspero de su rostro y en su ceño fruncido. Volvió a intentar el mismo gesto, pero ya no le salía con la misma espontaneidad. Intentó otro que había visto muchas veces en su espejo retrovisor. No sabía bien lo que significaba, pero era evidentemente insultante y requería el uso de ambas manos. Le gustó más que el primero.

Se acercó a la cámara y sonrió, siempre fijándose en la pantalla del monitor y en que nadie tratase de entrar en el cajero. Su sonrisa quedaba bien ahí. Se mordió los labios y sacó la lengua. Estaba ruborizada y divertida a la vez. Comenzó un paso de baile estilo can-can usando el bolso como vuelo de falda. Bailó hacia un lado y luego hacia el otro. En un momento, decidió mover más las caderas. Luego se desabrochó el botón superior de la blusa. Jugó a gemir ardientemente, como si fuera un baile erótico. Le coqueteó a la pantalla, le mostró los dientes y la lengua. Se dio vuelta y balanceó el trasero. Luego se viró hacia la cámara con la blusa abierta y el dedo en la boca. Hacía años que no se divertía tanto sola.

Volvió a la casa con una expresión relajada y distendida en el rostro. Nada más cruzar la puerta, se encontró con Sergio. Lo cargó, lo abrazó y le dio dos besos mientras le decía cuánto lo extrañaba. Estaba feliz de ser su madre, estaba feliz de ser. Sergio aceptó las caricias y la siguió hasta su cuarto. Lucy iba a ducharse. No sentía pudor. Se quitó la ropa y buscó un traje para la cena ante la atenta mirada de Sergio y el gato, que jugaban con la toalla. Como había dejado la puerta abierta, mientras se duchaba entró también Papapa. Ella cantaba en la ducha y los tres espectadores se miraban con curiosidad. Ella se sentía libre. Le pareció que el olor a humedad se había disipado. Quizá provenía de sí misma, que había estado demasiado tiempo guardada en un cajón.