Por la noche, cuando todo está en silencio, el olor se hace más penetrante. El gato busca su origen. Sospecha que quizá venga de esos nuevos monstruos de mármol que Lucy ha comprado. Siempre parecen estar quietos, inmóviles, pero él sabe que son malos en realidad. Trepa a una silla para acecharlos más de cerca. Parece que lo han visto. Se esconde y deja pasar el tiempo para que se distraigan. Es un cazador.
Después de un rato, trepa a la mesa de al lado. Ahora puede verlos sin que ellos lo vean a él. Los monstruos no se mueven, pero él sabe que es sólo para despistar. Pasa entre los adornos de la casa dibujando figuras con la columna, sin tocarlos, la vista fija en su presa. Luego concentra toda su fuerza en las patas traseras. Calcula el impulso necesario para llegar de un salto. Y brinca.
Los monstruos de mármol hacen un estruendo al caer. Chocan contra el suelo y se parten en pedazos. Ha vencido. Pero las luces se encienden. Se oyen gritos. El gato sabe una vez más que tiene que correr a esconderse bajo algún mueble. Realmente, el olor le hace hacer cosas odiosas.