A medianoche, Mariana se levantó de la cama, buscó el maletín de cosméticos de Lucy, lo abrió y lo revolvió un rato antes de encontrar lo que buscaba: esmalte de uñas negro. Era caro. Se lo metió al bolsillo, se aseguró de que todo el mundo estuviese dormido y salió de la casa. Cruzó la residencial sigilosamente más o menos por el camino de su madre, hasta la zona de la última etapa, donde los edificios son más bajos y están recubiertos de ladrillo. Se detuvo en el jardín de los Parodi y buscó una piedra pequeña. Apuntó lo mejor que pudo y la tiró contra una ventana del segundo piso. Dijo:
—¡Psssst!
Nadie salió. Mariana buscó otra piedra y la tiró. Empezaba a impacientarse cuando se asomó Jasmín.
—¿No sabes tocar el timbre?
—Llama a tu hermana.
—Que si no sabes tocar el timbre.
—Que llames a tu hermana.
—¡Mamáááá! Ha venido Mariana.
Mariana calculó si, desde donde estaba, podía acertarle a la cara con una piedra. Mari Pili apareció bostezando con una mascarilla azul cubriéndole la cara y un gorro de plástico en la cabeza. Parecía una marioneta.
—¿No sabes usar el timbre? —dijo.
—Perdona, tía Mari Pili. Es que… Katy tiene un cuaderno mío y lo necesito para mañana.
—¿Y tu mamá sabe que has venido?
—Sí… no… por favor, no se lo digas. Me va a matar.
Mari Pili había leído en una revista de la peluquería que lo mejor es hacerse cómplice de las amigas de los hijos para saber siempre a tiempo si están drogándose o algo peor. La dejó subir. A Juan Luis no le habría gustado la idea, pero Juan Luis ya estaba durmiendo. Juan Luis siempre estaba durmiendo. Le abrió la puerta y le advirtió que fuera rápida. Mariana se lo agradeció emocionada. Se cruzó con Jasmín y la pisó. Jasmín chilló un poco, pero se lo esperaba. Mariana llegó al cuarto de Katy y encendió la luz. Katy no dormía con Jasmín, tenía un cuarto para ella sola. Estaba cubierta apenas por una sábana casi transparente y un polo largo que no alcanzaba a cubrir el calzón. Mariana le tocó la mejilla. Estaba cálida. Bajó la mano por el cuello hasta el hombro y le dio un par de leves empujones. Katy abrió los ojos.
—¿Qué haces aquí?
—Te traje un regalo.
Le mostró el esmalte. A Katy le brillaron los ojos.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Lo conseguí para ti.
—¡Gracias!
La abrazó. Mariana sintió sus pechos de mujer apretándose contra su pecho de niño.
—Dame un cuaderno —dijo.
—¿Qué?
—Dame un cuaderno cualquiera. Te lo devuelvo mañana en el colegio.
Mari Pili tocó la puerta y entró.
—¿Ya, Mariana? Es tarde.
Mariana mostró el cuaderno, le sonrió con complicidad a Katy y se fue. Pensó en ella todo el camino de vuelta a su casa. Olió las páginas del cuaderno, por si guardaban algo del aroma de su dueña. Subió a su departamento con el corazón saltándole del pecho. En el ascensor se dio cuenta de que Katy le había dado su diario o su agenda, un cuaderno personal. Quiso leerlo entero esa misma noche. Entró sigilosamente y corrió al baño para verlo con calma. Al abrir la puerta encontró a Papapa sentado en el water, con los pantalones en los tobillos. Se asustó.
—¿Tienes un cigarro? —preguntó él.
—N… no.
—Ah.
Cerró la puerta, se metió a su cuarto y se acostó abrazada al cuaderno. El golpeteo de su corazón no la dejaba dormir.