Capítulo quince

Parecía que sobre el lomo de Sleipnir sólo cabría un jinete, pero Balder, Tyr y Frey descubrieron al montar al peculiar caballo que disponían de un amplio margen. Odín había afirmado que él los llevaría por entre los Nueve Mundos, pero no estaban preparados para tan extraño viaje.

Sleipnir había partido como cualquier otra montura, aunque los dioses estaban impresionados con su fuerza palpable y su velocidad. El corcel de Odín galopaba con poco esfuerzo, y los tres dioses no sintieron que aflojara el paso durante el viaje. Antes de abandonar por completo los Nueve Lugares se maravillaron con el ritmo sobrenatural que alcanzaba el animal.

Entonces Asgard se desvaneció, apareciendo un vacío en su lugar. Era como si se hubieran quedado ciegos, pero todavía podían ver claramente a Sleipnir debajo de ellos, los músculos de su lomo y su cuello ondeando mientras continuaba golpeando sus ocho poderosas patas contra ninguna superficie.

Las sombras se volvieron lentamente visibles y les pareció que podían distinguir una cadena montañosa que se cernía sobre ellos mientras que la hierba y la suciedad se materializaban bajo el golpeteo de los cascos de Sleipnir. Pasaron a través de las sombras de enormes estructuras que albergaban grandes figuras dispersas.

Conocían ese lugar. Habían estado allí muchas veces, aunque siempre con las espadas brillando: era Jotunheim, la tierra de sus antiguos enemigos, los gigantes.

Sleipnir no se detuvo. Se movían demasiado rápido para que cualquiera de los gigantes los descubriera. Algunas cabezas se giraron, pero sólo para maravillarse ante el ente desconocido que corría dejándolos atrás. A una velocidad sorprendente, cruzaron a través de pueblos y ciudades hacia su destino final en algún lugar más allá de Jotunheim.

Delante, directamente en su camino, apareció la cara escarpada de una montaña, pero Sleipnir no se detuvo; ni siquiera se ralentizó. Tuvieron poco tiempo para temer la colisión antes de impactar en la pared y atravesarla como si no allí hubiera nada.

Sleipnir se detuvo bruscamente y, con una sacudida, el mundo se hizo visible de nuevo.

Estaban en una cámara alta que había sido labrada en la roca de la montaña y se iluminaba con antorchas. Varios corredores se adentraban más profundamente en la fortaleza. Desmontaron y Sleipnir se desvaneció, dejando a los tres solos en la gran sala.

—Regresará cuando tengamos a los niños —dijo Balder.

Tyr asintió, mirando las descomunales dimensiones de la habitación, las mesas sobre sus cabezas, los tazones lo suficientemente grandes como para que pudieran bañarse en ellos.

Frey dijo:

—Nunca he visto a los gigantes en otro lugar que no fuera el campo de batalla. Es extraño estar en uno de sus aposentos y ver tal… normalidad.

—Sí —dijo Balder—, no me los imaginaba sentados a la mesa para almorzar. Pero es probable que no nos inviten a cenar si nos atrapan. Será mejor que nos demos prisa. ¿Pueden vernos?

En lugar de contestar, Frey cerró los ojos y entonó un cántico mientras sus dedos dibujaban runas en el aire. Aparecieron una brillantes letras blanquiazules flotando brevemente ante ellos que después se desvanecieron.

—Apenas se nos ve.

—¿Qué significa eso? —preguntó Tyr.

—Si nos ceñimos a las paredes y somos silenciosos, no se nos notará. Cualquiera que nos mire directamente es probable que nos distinga, por lo que debemos tener cuidado y evitarlo. Los enfrentamientos o los ruidos fuertes nos harán visibles.

—¿Y si nos encontramos con los gigantes? —preguntó Tyr.

—Mi padre indicó que evitáramos cualquier lucha —dijo Balder— a menos que no hubiera otra alternativa. Tenemos que encontrar a los hijos de Loki y regresar con ellos sanos y salvos a Asgard.

Se acordó de la peculiar conversación. Odín había hablado y, de repente, se había fijado en algo más allá de lo visible.

«Cuando salgas de la ceniza, vivirás otra vez», había recitado. Balder estaba desconcertado, pero Odín no respondería a sus preguntas o explicaría lo que quería decir.

—¿Y si nos encontramos con Loki? —se preguntó Tyr.

Balder volvió al presente.

—No lo encontraremos.

Los tres se abrieron paso a través de los sinuosos corredores de la fortaleza bajo la montaña. En algún momento vieron a los gigantes sin que ellos los descubrieran. Pese a todo, mientras pasaban caminando, se asombraron ante el tamaño de aquellas criaturas. Habían luchado muchas veces contra ellos, pero era inusual estar a esa distancia para observarlos.

Frey les condujo a una gran puerta con el tirador situado ligeramente por encima de sus cabezas.

—Están aquí con alguien más.

—¿Quién? —preguntó Tyr.

—Su madre.

Balder asintió, dándose cuenta de que sería difícil. No le gustaba atacar a una mujer, aunque fuera una giganta, pero no tenía claro cómo se iban a llevar a los niños sin hacerle daño. Durante un breve instante deseó que Loki estuviera allí: él sería capaz de idear una estratagema para sacar a los pequeños sin ningún tipo de lucha. Sonrió a medias para sí cuando cayó una vez más en la cuenta de quién era el padre de las criaturas.

Tyr preguntó:

—Si abrimos la puerta, ¿nos verá?

—Es difícil de decir —dijo Frey—. Si está mirando en esta dirección, es lo más probable. Si su atención se desvía, entonces tal vez no.

—¿Hay alguna forma de averiguarlo antes de entrar?

—Ya no. Estamos demasiado lejos de Vanaheim para que pueda lanzar cualquier otro conjuro.

—Entonces —dijo Balder—, vayamos despacio y esperemos no llamar su atención.

Extendió la mano y agarró el tirador, moviéndolo tan lenta y silenciosamente como le era posible. La puerta se abrió hacia dentro y Balder ojeó dentro antes de entrar. Asomó la cabeza y asintió a los otros dos. Los tres se introdujeron en la habitación.

La habitación era la alcoba de Angrboda. Al igual que cualquiera de las suyas, estaba llena de artículos esenciales: chimenea, cama, cofres y otros objetos. Cerca de la gran cama había tres cunas y, a sus pies, sentada en una silla, había una giganta con un bebé que succionaba envuelto en sus brazos.

La giganta estaba en camisón y se podía ver su musculatura magra. No se trataba de una niñera, sino de una guerrera. Angrboda meció lentamente al bebé en su pecho, perdida en el ritual atemporal. Estaba claro que no había prestado ninguna atención a los tres dioses; no era consciente de que se habían deslizado en sus aposentos.

Balder volvió a mirar a Tyr y a Frey, pero se encontró con miradas en blanco. Ninguno de los tres estaba seguro de qué debían hacer, a pesar de que las órdenes de raptar a los niños eran inequívocas. Tras una larga espera, Balder tomó una decisión. Hizo señas a Tyr y a Frey para que permanecieran junto a la puerta y luego se dirigió lenta y silenciosamente hacia Angrboda.

Se detuvo en las tres cunas y se asomó a la primera. El bebé estaba dormido, pero no se parecía a ninguno que Balder hubiera visto. Lampiño y de aspecto reptiliano, su piel era escamosa y de un marrón teñido. Sopesó desenvainar la espada y acabar con él en ese momento, pero recordó la advertencia de su padre: debían llevarse sanos y salvos a los niños. Incluso así, le costó bastante esfuerzo asimilar la visión grotesca de ese crío vil. ¿Qué clase de dios podía producir tal descendencia?

Miró primero a Angrboda, que aún alimentaba a uno de los bebés, y luego a Tyr y a Frey, preparados junto a la puerta. Tenían miradas curiosas en sus rostros y se dio cuenta de que no tenían idea de lo que había planeado. Ni él mismo estaba seguro, pero pensaba que sería preferible a matar sin más a la madre gigante.

En un principio había considerado dejarse ver y luego darle un ultimátum: entrega a los niños o muere, pero se dio cuenta rápidamente de que ni ella ni ninguna madre estaría dispuesta a renunciar a sus hijos, y que aquello sólo serviría para iniciar una pelea en la que ella moriría, posiblemente junto a uno o más de los bebés.

En cambio, usaría en su contra su instinto de protección, amenazando de muerte a uno de los críos si no se los entregaba a Tyr y a Frey. Ella se pondría furiosa y trataría de encontrar la forma de retener a sus hijos, pero puede que se los ofreciera temporalmente pensando que podría recuperarlos una vez que tuviera las manos libres y la espada de Balder estuviera lejos del bebé. Para entonces, Sleipnir habría reaparecido y Balder podría mantenerla a raya o matarla —en batalla, y no de manera cobarde—, mientras que Tyr y Frey se llevaban a dos de los recién nacidos. Después de ocuparse de ella, Sleipnir volvería a por él y a por el último hijo.

No estaba seguro de que fuera el mejor plan, pero sintió la urgencia de hacer algo antes de que se revelara su presencia. Con el tiempo, Angrboda los descubriría; podía salir de la habitación o simplemente girar la cabeza en su dirección exacta, o puede que hicieran un ruido que los delatara. Tenían que intentar algo pronto o todo el plan estaría en riesgo. Se preguntó qué hubiera ideado Loki de haber estado en su grupo.

Se acercó al segundo hijo, que dormía en la siguiente cuna. A diferencia de su hermano, el crío no parecía antinatural más allá del hecho de que era casi tan grande como él. A pesar de que no le gustaba hacerlo, sacó su espada lentamente y colocó la punta sobre la garganta del niño. Cuando Angrboda viera la peligrosa posición en la que se encontraba su hijo, seguramente no sería tan tonta como para atacar. Miró hacia ella, que todavía no se había percatado de su presencia. Justo cuando se disponía a hablar, oyó un silencioso arrullo del niño.

Se giró y notó que el bebé se movía, aunque sus ojos seguían cerrados. Casi volvió a girarse antes de observar algo extraño en él: el rostro comenzó a cambiar de color, a crecer pálido y gris, mientras que la piel se arrugaba y retiraba y unas negras líneas de corrupción le cruzaban la cara. Los labios se apartaron de las encías desdentadas y los ojos se le abrieron y eran cuencas vacías con moscas arrastrándose fuera de ellas.

Sobresaltado y horrorizado, atravesó con la hoja al grotesco bebé. Eso calmó todo movimiento mientras Balder daba un paso atrás, reteniendo apenas una oleada de náuseas.

Tyr gritó: «¡Balder! ¡Detrás de ti!», pero no se volvió a tiempo. Le golpearon un lado de la cabeza con algo muy duro y voló por la habitación, chocando contra el muro de piedra de la cámara.

Un grito impío de furia y angustia sacudió la sala cuando Angrboda contempló a su hijo muerto. Se volvió hacia Tyr y Frey con los puños apretados en torno a un garrote de madera y el rostro con la rabia más terrible que cualquiera de los dioses hubiera visto jamás. El garrote goteaba sangre de Balder, que yacía inconsciente contra la pared.

Angrboda miró a Tyr y a Frey. Los observó con odio y furia y luego cargó con el garrote en alto y la mandíbula apretada.

Ambos sacaron sus espadas, aunque no estaban convencidos de esa batalla. Tyr no podía olvidar a Balder apuñalando al niño en su cuna, lo que provocó que vacilara a la hora de advertirle del ataque de Angrboda. Aun así, no podían cambiar el hecho ni tampoco ignorar que estaban siendo atacados por un enemigo que los quería muertos y que al menos los doblaba en altura.

Tyr se volvió hacia Frey antes de que ella los alcanzara.

—Atiende a Balder.

Frey asintió y salió corriendo rápidamente mientras Tyr avanzaba varios pasos para enfrentar el ataque de la giganta.

Angrboda golpeó bajo y con fuerza, pero Tyr desvió el golpe con su espada. Ella se recuperó rápidamente —era obvio que había luchado antes en batalla— e hizo girar el garrote de nuevo en ángulo descendente. Tyr esquivó el golpe y deslizó su espada a través del garrote.

Ella lo sorprendió al dejar caer el arma al instante para tratar de agarrarlo. Tyr dio un paso atrás, pero resultó insuficiente como para evitar por completo el agarre de los dedos. Fue arrancado súbitamente del suelo y arrojado contra la pared, golpeándola con la espalda y cayendo sobre una rodilla antes de que la giganta se abalanzara de nuevo sobre él.

Frey había despertado a Balder y utilizó las runas para acelerar su curación. Al recuperarse del golpe y de la conmoción de la transformación del bebé, señaló hacia la primera cuna y hacia la cama, donde vieron que Angrboda había dejado al otro niño. Echaron un vistazo para ver cómo le iba a Tyr y comprobaron que la mantenía ocupada, dándoles el margen necesario para hacerse con los niños.

Balder fue a la primera cuna y se cargó en el hombro al enorme bebé, mientras Frey hacía lo mismo con el niño que Angrboda había depositado sobre la cama. Sleipnir apareció de repente entre ellos cuando los dos críos comenzaron a llorar.

Angrboda se volvió con una expresión de horror, la evidencia de que había sido dolorosamente engañada marcada en su rostro. «¡No!», gritó y se volvió hacia ellos. Fue detenida por Tyr, quien agarró su muñeca. Se giró deprisa hacia él y lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo y aplastándole la garganta con su descomunal mano.

Tyr estaba sorprendido por su fuerza, pero había participado en demasiados combates como para que lo cogieran mucho tiempo por sorpresa. Mirándola fijamente a los ojos mientras trataba de ahogarle, supo que no atendería a ninguna razón. La furia de Angrboda estaba desatada como pocas veces había visto; los mataría a todos con sus propias manos si pudiera.

Mientras se balanceaba a la altura de los ojos de la giganta, alzó la espada que todavía empuñaba y, con un rápido movimiento, le cortó el cuello. La cabeza cayó y siguió el cuerpo, aunque Tyr cayó de pie incluso antes de que el cadáver fresco de Angrboda golpeara el suelo de piedra. Enfundó la hoja y se acercó donde Balder y Frey permanecían montados sobre Sleipnir.

—¿Por qué mataste al niño? —preguntó Tyr.

—Era un engendro horrible. No lo viste.

Tyr miró a la cuna del bebé muerto.

—Ahora no hay nada que hacer al respecto. Sólo podemos esperar que el Padre de Todo no esté muy disgustado.

—Asumiré la responsabilidad de la acción y las consecuencias.

Tyr asintió.

—Tenemos que irnos —dijo Frey.

Tyr montó sobre Sleipnir. Al igual que antes, aunque el caballo no parecía lo suficientemente grande como para acarrear a tres dioses y dos bebés gigantes, había suficiente espacio para todos. A medida que corría hacia la pared, se desvaneció con su carga entre los intersticios de los Nueve Mundos en su ruta de regreso a Asgard.