Capítulo XXIII
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Velada en la vicaría

Miss Marple estaba sentada en el sillón alto. Bunch se encontraba en el suelo, delante del fuego, con las rodillas abrazadas.

El reverendo Julian Harmon estaba inclinado hacia delante, y por una vez con más aspecto de colegial que de hombre maduro. El inspector Craddock fumaba su pipa, bebía whisky con soda y saltaba a la vista que no estaba de servicio. El círculo exterior lo componían Julia, Patrick, Edmund y Phillipa.

—Creo que la historia es suya, miss Marple —afirmó Craddock.

—Oh, no, hijo mío. Yo no hice más que ayudar un poco aquí y un poco allá. Usted era el encargado del caso y lo dirigió, y sabe muchas cosas que yo desconozco.

—Bueno, cuéntenla entre los dos —sugirió Bunch impaciente—. Un poco cada uno. Deje que empiece tía Jane, porque me gusta la forma tan enredada y confusa de funcionar que tiene su mente. ¿Cuándo se te ocurrió que todo era cosa de Blacklock?

—Verás, mi querida Bunch, es difícil contestar a eso. Claro que, de buen principio, me pareció que la persona ideal, o mejor dicho, la más evidente para preparar el atraco era la propia miss Blacklock. Era la única persona de quien se sabía que había estado en contacto con Rudi Scherz y ¡cuánto más fácil resulta preparar una cosa así dentro de la propia casa de una! La calefacción central, por ejemplo; nada de fuego, porque eso hubiera significado luz en la habitación, y la única persona que podía haberse ocupado de que no hubiera fuego era la propia dueña de la casa.

»No es que todo eso se me ocurriera entonces. Sólo pensé que era una lástima que no pudiese ser así de sencillo. Sí, me dejé engañar como todos los demás. Creí que alguien quería matar a Letitia Blacklock de verdad.

—Preferiría que nos contases primero qué es lo que ocurrió realmente —le rogó Bunch—. ¿La reconoció ese muchacho suizo?

—Sí, había trabajado en…

Vaciló y miró a Craddock.

—En la clínica del doctor Adolf Koch, de Berna —aportó Craddock—. Koch era un especialista de fama mundial en operaciones de garganta. Charlotte Blacklock fue allí a que le quitaran el tumor y Rudi Scherz era uno de los ordenanzas. Cuando vino a Inglaterra reconoció en el hotel a una señora que había sido paciente allí y, obedeciendo a un impulso, le habló. Es posible que no lo hubiera hecho de haberse parado a pensar, porque él había salido de la clínica de manera muy poco honrosa, pero eso ocurrió algún tiempo después de la estancia de Charlotte, así que ella no podía estar enterada.

—¿Así que no le dijo una palabra de Montreux ni de que su padre fuera propietario de un hotel?

—Oh, no. Eso lo inventó ella para explicar por qué le había hablado el joven.

—Debió de ser un choque enorme para ella —señaló miss Marple pensativa—. Se sentía bastante segura y, de pronto, tuvo la extraña mala suerte de que apareciese alguien que la había conocido, no como una de las dos señoritas Blacklock, para eso estaba preparada, sino definitiva y concretamente como Charlotte Blacklock, paciente a la que se le había extirpado un tumor.

»Pero querías que lo explicara todo desde un principio. Bueno, el principio fue, creo yo, si es que el inspector Craddock está de acuerdo conmigo, el hecho de que, siendo Charlotte Blacklock una niña bonita, alegre y afectuosa, se le produjera esa dilatación de la tiroides que se llama bocio. Le echó a perder la vida, porque era una muchacha muy remirada. Una muchacha, por añadidura, que siempre había dado mucha importancia a su aspecto personal. Y las muchachas, entre los trece y los veinte años, son extremadamente remiradas en lo que a su aspecto se refiere. De haber tenido madre o un padre razonable, no creo que se hubiera sumido en ese estado morboso en el que indudablemente se encontraba. No tenía a nadie que la ayudara a salir de sí misma, que la obligara a ver a la gente y a llevar una vida normal, y a no pensar demasiado en su enfermedad y, claro está, si hubiera vivido en un verdadero hogar, le hubiesen hecho la operación mucho antes.

»Pero creo que el doctor Blacklock era un hombre anticuado, estrecho de miras, autoritario y testarudo. No creía en esas operaciones. Charlotte no tenía más remedio que aceptar su palabra de que no había nada que hacer, aparte de medicarse con yodo y otros medicamentos. Y la aceptó. Creo que también su hermana puso más fe en las facultades médicas del doctor Blacklock de lo que éstas merecían.

«Charlotte le profesaba a su padre un afecto muy sentimental. Decidió que su padre sabía mejor que nadie lo que se hacía y se encerró más y más en sí misma a medida que el tumor iba creciendo y era más desagradable su aspecto, y se negó a ver a la gente. En realidad, era una muchacha cariñosa y llena de bondad».

—Extraña descripción ésa, tratándose de una asesina —observó Edmund.

—No lo creo así —aseguró miss Marple—. La gente bondadosa y débil es, con frecuencia, muy traicionera. Y si albergan algún resentimiento contra la vida, éste les anula la poca fuerza moral que puedan poseer.

«Letitia Blacklock, claro está, tenía una personalidad completamente distinta. Según el inspector Craddock, Belle Goedler dijo que era buena de verdad, y yo creo que Letitia era buena. Era una mujer de gran integridad a quien le parecía difícil, como ella misma aseguró, comprender cómo era posible que la gente no distinguiese entre el bien y el mal. Letitia, por muy grande que hubiera sido la tentación, jamás hubiese soñado en cometer fraude alguno.

»Letitia quería a su hermana. Le escribía largos relatos de todo lo que sucedía para mantener a Charlotte en contacto con la vida. Le preocupaba el estado morboso en que Charlotte se estaba sumiendo.

«Finalmente murió el doctor Blacklock. Letitia, sin vacilar, abandonó su puesto al lado de Randall Goedler y se dedicó por completo a Charlotte. La llevó a Suiza para consultar allí con autoridades en la materia sobre la posibilidad de operarla. Se había dejado para muy tarde pero, como sabemos, la operación fue un éxito. Había desaparecido la deformidad. Y la cicatriz que dejara la operación podía ocultarse fácilmente con un collar de perlas o de abalorios.

»Había estallado la guerra. El regreso a Inglaterra resultaba difícil y las dos hermanas se quedaron en Suiza, trabajando para la Cruz Roja y otras entidades benéficas. ¿Es así, inspector?

—Sí, así es, miss Marple.

—De vez en cuando recibían noticias de Inglaterra. Supongo que, entre otras cosas, se enterarían de que Belle Goedler no podía vivir ya mucho. Estoy segura de que sería muy humano que ambas hicieran planes para los días en que poseyeran una cuantiosa fortuna. Creo que es fácil comprender que semejante perspectiva representaba para Charlotte mucho más que para Letitia. Por primera vez en su vida, Charlotte podía ir de un lado para otro, sintiéndose una mujer normal, una mujer a la que nadie miraba con repugnancia o compasión. Era libre, por fin, de gozar de la vida, y tenía que recuperar toda una vida en los años que le quedaban de existencia. Viajar, poseer una casa y un jardín magníficos, trajes y joyas, ir a funciones y conciertos, satisfacer todos los caprichos. Era un cuento de hadas que, para Charlotte, se convertía en realidad.

»Y de pronto, Letitia, la Letitia fuerte y sana, pilló un resfriado que se convirtió en pulmonía y murió en una semana. No sólo había perdido Charlotte a su hermana, sino que se venía abajo toda la existencia de ensueño que había estado preparando. ¿Saben?, creo que es posible que hasta incluso se sintiera algo resentida con Letitia. ¿Por qué había de morirse precisamente entonces, cuando acababan de recibir una carta diciendo que Belle Goedler no podía durar mucho? Un mes más, quizás, y el dinero hubiera sido de Letitia y de ella cuando Letitia muriese.

«Aquí es donde yo creo que se vio la diferencia entre las dos. A Charlotte no le pareció que lo que de pronto se le ocurrió hacer fuese malo, algo malo de verdad. La intención era que el dinero fuese a parar a manos de Letitia, y a sus manos hubiera ido a parar al cabo de unos meses. Consideraba que Letitia y ella eran una sola persona.

»Quizá no se le ocurrió la idea hasta que el médico o alguien le preguntó el nombre de su hermana. Y entonces se dio cuenta de que para casi toda la gente las dos no habían sido más que las señoritas Blacklock, unas inglesas de cierta edad, bien educadas, que vestían casi igual y que tenían un fuerte parecido (y como le dije a Bunch, las mujeres de cierta edad se parecen tanto unas a otras). ¿Por qué no había de ser Charlotte la muerta y Letitia la viva?

»Fue un impulso, más que un plan. A Letitia la enterraron con el nombre de Charlotte. Charlotte había muerto. Letitia volvió a Inglaterra. Toda la energía y la iniciativa naturales latentes durante tantos años se hallaban ahora en proceso ascendente. Como Charlotte había sido una figura de segunda fila, ahora asumió el porte seguro y autoritario que había poseído Letitia. No tenían mentalidades muy distintas, aunque existía, yo creo, una gran diferencia entre ambas, moralmente hablando.

»Charlotte tuvo, naturalmente, que tomar ciertas precauciones. Compró una casa en una parte de Inglaterra que le era completamente desconocida. A la única gente que tenía que esquivar era a unas cuantas personas de su propia población natal de Cumberland (donde, de todas formas, había hecho vida de ermitaña), y claro está, a Belle Goedler, porque había conocido tan bien a Letitia que cualquier intento de impostura hubiera fracasado totalmente. Las dificultades de la escritura quedaron vencidas gracias a la artritis que tenía en las manos. En realidad, resultaba muy fácil. ¡Eran tan pocas las personas que habían conocido de verdad a Charlotte!

—Pero ¿y si se hubiese encontrado con gente que conociera a Letitia? —preguntó Bunch—. Debía de haber muchas personas así.

—No importaría tanto. Alguno podría decir: «Me tropecé con Letitia Blacklock el otro día. Ha cambiado tanto que casi no la reconocí». Pero seguiría sin existir sospecha alguna en su mente de que aquélla no fuese Letitia. La gente puede cambiar mucho en el transcurso de diez años. El hecho de que ella no les conociese a ellos se achacaría a su cortedad de vista. Y has de recordar que conocía todos los detalles de la vida de Letitia en Londres, la gente con quien trataba, los lugares adonde iba. Tenía las cartas de Letitia, y siempre podía acudir a ellas en caso de duda, hubiera podido desvanecer rápidamente cualquier sospecha mencionando un incidente cualquiera o preguntando por una amistad común. No, lo único que tenía que temer era que se la reconociera como Charlotte.

»Se instaló en Little Paddocks, hizo amistad con sus vecinos y, cuando recibió una carta en la que se pedía a la querida Letitia que fuese bondadosa aceptó con gusto la visita de dos primos a los que en su vida había visto. Que éstos la aceptaran a ella como tía Letitia aumentaba su seguridad.

»El asunto marchaba viento en popa. Y entonces, cometió un gran error. Fue un error exclusivamente hijo de su bondad de corazón y de su temperamento de natural afectuoso. Recibió una carta de una antigua amiga de colegio que había venido a menos, y corrió en su ayuda. Quizá fuera porque se sentía, a pesar de todo, muy sola. Su secreto la hacía alejarse hasta cierto punto de la gente. Y le había tenido verdadero afecto a Dora Bunner y la recordaba como un símbolo de los alegres y despreocupados días de colegiala. Sea como fuere, el caso es que, obedeciendo a un impulso, contestó a la carta de Dora en persona. Y ¡lo sorprendida que debió quedar ésta! Le había escrito a Letitia y la hermana que se presentaba en su casa era Charlotte. No hubo ni el menor intento de hacerse pasar por Letitia ante Dora. Ésta era una de las pocas amigas a las que se les había permitido visitar a Charlotte durante sus días de soledad y tristeza.

»Y porque sabía que Dora vería las cosas de la misma manera que ella, le contó lo que había hecho. Dora aprobó de todo corazón su proceder. Para su confusa mente era justo que Lotty no se quedara sin herencia por culpa de la muerte a deshora de Letty. Lotty merecía una recompensa por todo el sufrimiento que había soportado con tanto valor y tanta paciencia. Hubiera resultado muy injusto que todo aquel dinero hubiese ido a parar a alguien de quien nadie hubiera oído hablar.

»Comprendió perfectamente que no debía dejar traslucir nada. Era lo mismo que adquirir una libra suplementaria de mantequilla. No se podía hablar de eso, pero no había nada malo en tenerla. Así que Dora vino a Little Paddocks y Charlotte no tardó en darse cuenta de su enorme error. No era sólo que resultaba casi imposible vivir con Dora por culpa de sus enredos y equivocaciones. Charlotte hubiese podido soportar eso, porque quería a Dora de verdad y, de todas formas, sabía por el médico que a la pobre le quedaba poco tiempo de vida, pero Dora no tardó en convertirse en un verdadero peligro. Aunque Charlotte y Letitia se habían llamado siempre por su nombre completo, Dora era de las que empleaban siempre abreviaturas. Para ella, las dos hermanas habían sido siempre Letty y Lotty. Y aunque procuró acostumbrarse a llamar Letty a su amiga, el verdadero nombre se le escapaba de vez en cuando. También solían acudirle con frecuencia a los labios recuerdos del pasado y Charlotte tenía que andar siempre alerta para poner freno a las alusiones de su olvidadiza compañera. Empezó ponerse nerviosa.

»No obstante, no era fácil que nadie se fijara en las incongruencias de Dora. El verdadero golpe a la seguridad de Charlotte fue, como he dicho, el que recibió al reconocerla y dirigirle la palabra Rudi Scherz en el hotel «Royal Spa».

»Creo que el dinero que empleó Rudi Scherz para cubrir sus primeros desfalcos puede haber salido del bolsillo de Charlotte Blacklock. El inspector Craddock no cree, ni yo tampoco, que Rudi Scherz le pidiera dinero con la menor intención de hacerla víctima de un chantaje.

—No creía saber nada útil para sacarle dinero —dijo el inspector—. Sabía que era un joven bastante atractivo, y sabía también, por experiencia, que los jóvenes atractivos pueden sacarles a veces dinero a las señoras de edad si saben contar historias tristes de una manera lo bastante convincente.

»Pero ella pudo haberlo interpretado de otra manera. Quizá se lo tomara como un chantaje ejercido de manera insidiosa, como prueba de que sospechaba algo, y pensara que más adelante, si se daba publicidad al asunto cuando muriese Belle Goedler, cosa muy probable, pudiera darse cuenta de que había encontrado una mina de oro.

»Ya no podía dar marcha atrás en su fraude. Se había establecido con el nombre de Letitia Blacklock. Como tal la conocían en el banco. Como tal la conocía Mrs. Goedler. El único escollo era aquel suizo empleado de un hotel, un individuo de muy poca confianza y posiblemente un chantajista. Si él desaparecía, estaría segura.

«Quizá lo proyectara como una fantasía al principio. Había sufrido escasez de emociones y de situaciones dramáticas durante su vida. Se recreó imaginando los detalles. ¿Cómo haría para librarse de él?

«Trazó su plan. Y finalmente, decidió ponerlo en práctica. Le contó el cuento de un supuesto atraco a Rudi Scherz, le explicó que necesitaba a un desconocido que hiciera el papel de gángster y le ofreció una buena suma por su cooperación.

»Y el hecho de que aceptara sin desconfiar es lo que me convence de que Scherz no tenía la menor idea de que sabía algo comprometedor de ella. Para él, no era más que una anciana un poco tonta, dispuesta a soltar su dinero sin vacilación.

»Le dio el anuncio para que lo publicase, arregló las cosas para que hiciera una visita a Little Paddocks y estudiara la distribución de la casa, y le enseñó el lugar donde se encontraría con él para permitirle entrar la tarde en cuestión. Dora Bunner, naturalmente, no sabía una palabra de esto. Llegó el día… —hizo una pausa.

Miss Marple retomó el hilo del relato con su dulce voz.

—Debió pasarlo muy mal, porque aún no era demasiado tarde para volverse atrás. Dora Bunner nos dijo que Letty estaba asustada aquel día. Asustada de lo que iba a hacer, asustada de que el plan pudiera ir mal, pero no lo bastante asustada para dar marcha atrás.

«Había sido divertido, quizá, sacar el revólver del cajón del coronel Easterbrook. Llevarle huevos o mermelada y subir al piso de la casa vacía. Había resultado excitante engrasar la segunda puerta de la sala para que se abriera y cerrara sin hacer ruido. Divertido sugerir que se moviera la mesa para que lucieran más las flores de Phillipa. Quizá le pareciese un juego aunque lo que iba a suceder ya no lo era. Oh, sí, estaba asustada. Dora Bunner no se equivocó en eso.

—Pese a lo cual siguió adelante —intervino Craddock—, y todo resultó a medida de sus deseos. Salió poco después de las seis a encerrar a los patos y entonces le franqueó la entrada a Scherz, dándole un antifaz, una capa, unos guantes y una linterna. Luego, a las seis y media, cuando sonaron las campanadas, ella estaba preparada junto a la mesita de la arcada, con la mano en la caja de cigarrillos. Todo resulta tan natural. Patrick, haciendo de anfitrión, busca las bebidas. Ella, la anfitriona, va en busca de los cigarrillos. Ha creído correctamente que cuando sonaran las campanadas de la media, todas las miradas se concentrarían en el reloj. Así sucedió. Sólo una persona, la devota Dora, siguió con la mirada fija en su amiga. Y nos dijo, en su primera declaración, exactamente lo que había hecho miss Blacklock. Dijo que Letitia había cogido el florero de violetas.

«Había raspado con anterioridad el cordón de la lámpara, de modo que los hilos de cobre quedaran casi al descubierto. La cosa requirió una fracción de segundo. La caja de cigarrillos, el florero y el interruptor se hallaban muy cerca unos de otros. Tomó las violetas y derramó el agua sobre el cordón pelado. El agua es un buen conductor de la electricidad. Se fundió el fusible.

—¡Igual que la otra tarde en la vicaría! —exclamó Bunch—. Eso fue lo que te sobresaltó tanto, ¿verdad, tía Jane?

—Sí, querida. Había estado inquieta por eso de las luces. Me di cuenta de que tenía que haber dos lámparas, una pareja, y que se había cambiado una por otra.

—Así es —asintió Craddock—. Cuando Fletcher examinó aquella lámpara por la mañana estaba como todas las demás, en perfecto estado de funcionamiento.

—Comprendí lo que había querido decir Dora Bunner al asegurar que la noche anterior estaba la pastora —prosiguió miss Marple—, pero caí en el mismo error que ella: creer que Patrick era el responsable. Lo interesante de Dora es que jamás podía una fiarse de ella cuando repetía las cosas que había oído. Siempre empleaba su imaginación para exagerarlas o retorcerlas y, generalmente, se equivocaba en lo que pensaba, pero describía con exactitud lo que veía. Vio a Letitia tomar el florero de violetas…

—Y vio lo que ella describió como un chispazo y un chasquido —intercaló Craddock.

—Y claro está, cuando la querida Bunch derramó el agua de las rosas de Navidad sobre el cable de la lámpara, caí en la cuenta en seguida de que sólo la propia miss Blacklock podía haber provocado el cortocircuito, porque ella era la única que en aquellos momentos estuvo junto a la mesa.

—De buena gana me daría a mí mismo un puntapié por estúpido —manifestó Craddock—. Dora Bunner habló incluso de la quemadura de la mesa, donde alguien había dejado un cigarrillo. Y las violetas estaban marchitas por falta de agua en el florero, un resbalón por parte de Letitia; debería haberlo vuelto a llenar. Pero supongo que creería que nadie se daría cuenta y, en realidad, miss Bunner estaba completamente dispuesta a creer que era ella quien no había puesto agua en el florero.

»Era altamente impresionable, claro. Y miss Blacklock se aprovechó de eso más de una vez. Yo creo que fue ella quien indujo a Bunner a sospechar de Patrick.

—¿Y por qué me escogió a mi? —exclamó Patrick con pesar.

—No creo que lo sugiriera en serio —respondió el inspector—. Su objetivo era simplemente distraer a Bunny de modo que no sospechara que la propia miss Blacklock estaba dirigiéndolo todo. Bueno, ya sabemos lo que ocurrió después. En cuanto se apagaron las luces y todo el mundo soltaba exclamaciones, salió por la puerta previamente engrasada y se acercó por detrás de Rudi Scherz, que hacía girar por toda la habitación la luz de su linterna y que estaba disfrutando de lo lindo con su papel en la comedia. No creo que se diera cuenta de que estaba detrás de él con los guantes de jardín puestos y un revólver en la mano. Esperó a que la luz de la linterna llegara al punto hacia el que debía apuntar: la pared cerca de la cual se la suponía a ella de pie. Entonces disparó dos veces muy aprisa y, al volverse él con sobresalto, le pegó el revólver al cuerpo y disparó otra vez. Luego dejó caer el arma junto al cadáver, echó los guantes sobre la mesa del pasillo y volvió por la segunda puerta al lugar donde estaba en el momento de apagarse las luces. Se hirió la oreja, no sé exactamente cómo.

—Con unas tijeritas de uñas quizás —apuntó miss Marple—. Un simple pellizco en el lóbulo de la oreja hace salir mucha sangre. Eso fue muy inteligente. Al ver correr la sangre por la blusa blanca, dio la sensación de que habían disparado contra ella y de que se había salvado por un pelo.

—Todo podía haber salido perfecto —afirmó Craddock—. La insistencia de Dora en que Scherz había apuntado deliberadamente a miss Blacklock tuvo su utilidad. Sin saberlo, Dora Bunner dio la impresión de que ella había visto cómo herían a su amiga. Hubiera podido decirse en el juicio que se trataba de un suicidio o de muerte accidental. Y el caso se hubiese dado por resuelto. El hecho de que no fuera así se debe a miss Marple, aquí presente.

—Oh, no, no —protestó miss Marple, sacudiendo la cabeza con vigor—. Cualquier averiguación que yo haya hecho ha sido puramente accidental. Era usted el que no estaba satisfecho, Craddock. Era usted el que no quería permitir que el caso se diera por cerrado.

—No me sentía satisfecho, en efecto —asintió Craddock—. Sabía que había algo extraño en alguna parte, aunque no me di cuenta de dónde se hallaba el problema hasta que usted me lo señaló. Y, después de eso, miss Blacklock tuvo otro golpe de mala suerte. Descubrí que alguien había manipulado la segunda puerta. Hasta aquel momento, fuera lo que fuere lo que creyéramos que había podido ocurrir, no teníamos nada excepto una bonita teoría. Pero aquella puerta engrasada constituía una prueba. Y di con ella por pura casualidad, por equivocarme al asir el tirador.

—Yo creo que le condujeron a ella, inspector —comentó miss Marple—. Pero, después de todo, hay que reconocer que soy muy anticuada.

—Así que la caza empezó de nuevo —manifestó Craddock—. Con una diferencia esta vez. Buscábamos ahora a alguien que tuviese motivos para asesinar a Letitia Blacklock.

—Y sí que había alguien que tuviese motivos. Y miss Blacklock lo sabía —dijo miss Marple—. Yo creo que reconoció a Phillipa casi inmediatamente. Porque Sonia Goedler parece haber sido una de las pocas personas a las que recibió Charlotte cuando hacía vida de ermitaña. Y cuando una es vieja (usted no puede saber eso aún, Mr. Craddock), recuerda con mayor facilidad un rostro visto hace mucho tiempo que otro que vio hace sólo dos o tres años. Phillipa debe tener aproximadamente la edad que tenía su madre cuando Charlotte la veía, y debe parecerse mucho a ella. Lo raro del caso es que yo creo que Charlotte se alegró mucho al reconocer a Phillipa. Llegó a cobrarle afecto y creo que eso, inconscientemente, ayudó a ahogar cualquier remordimiento que pudiera haber experimentado.

»Se dijo a sí misma que, en cuanto heredara el dinero, iba a cuidar de Phillipa. La trataría como a una hija. Phillipa y Harry irían a vivir con ella. Se sintió muy feliz y muy altruista con este pensamiento. Sin embargo, en cuanto el inspector se puso a hacer preguntas y descubrió lo de Pip y Emma, Charlotte se inquietó. No quería usar a Phillipa como cabeza de turco. Su idea había sido darle al asunto el aspecto de un atraco realizado por un joven que después había muerto accidentalmente. Con el descubrimiento de la puerta engrasada, todo cambiaba.

»Excepción hecha de Phillipa, no había, que ella supiese, pues desconocía por completo cuál era la verdadera identidad de Julia, nadie que pudiera tener motivo alguno para desear su muerte. Hizo lo que pudo por proteger la identidad de Phillipa. Fue lo bastante astuta para decirle, cuando usted se lo preguntó, que Sonia era pequeña y morena, y retiró las fotografías del álbum para que no notara usted ningún parecido, al mismo tiempo que arrancaba todas las fotografías suyas y de Letitia.

—¡Y pensar que llegué a sospechar que Mrs. Swettenham era Sonia Goedler! —exclamó Craddock disgustado.

—Mi pobre mamá —murmuró Edmund—, mujer de vida sin tacha. O al menos así lo había llegado a creer yo siempre.

—Pero, claro —prosiguió miss Marple—. Era Dora Bunner la que representaba el verdadero peligro. Cada día se volvía más olvidadiza y más charlatana. Recuerdo la manera cómo la miraba miss Blacklock el día en que fuimos a tomar el té allí. ¿Saben por qué? Dora acababa de llamarla Lotty otra vez. A nosotros nos pareció una simple equivocación, pero asustó a Charlotte. Y así continuó. La pobre Dora era incapaz de callarse. El día que tomamos café juntas en «El Pájaro Azul», tuve la extraña impresión de que estaba hablando de dos personas distintas, no de una, y así era, en efecto. De pronto hablaba de su amiga diciendo que no era guapa, pero que tenía tanta personalidad, y casi a continuación la descubría como una muchacha muy bonita y alegre. Hablaba de Letty como de una mujer muy lista y que tenía un gran éxito, y comentaba la vida tan triste que había llevado. Y luego esa cita de una triste aflicción valerosamente soportada, que no parecía cuadrar en absoluto con Letitia. Yo creo que Charlotte debió sorprender gran parte de la conversación aquella mañana cuando entró en el café. Seguro que debió oírle mencionar que la lámpara había sido cambiada, que era el pastor y no la pastora. Entonces se dio cuenta de la terrible amenaza que constituía la pobre y fiel Dora Bunner para su seguridad.

»Me temo que esa conversación que sostuvo conmigo en el café fue lo que selló la suerte de la pobre Dora, y perdonen que emplee una expresión tan melodramática, pero creo que el resultado hubiera sido el mismo a fin de cuentas. Porque Charlotte no podía estar segura mientras viviese Dora Bunner. Quería a Dora, no deseaba matarla y, sin embargo, no se le ocurría otra solución. Y supongo que (como esa enfermera Ellerton de la que te hablé, Bunch) acabó convenciéndose a sí misma de que en realidad casi sería un acto de piedad. Pobre Bunny, tan poco tiempo como le quedaba por vivir, para morir dolorosamente quizá luego. Lo curioso del caso es que hizo lo posible para que el último día de Bunny fuera feliz. La fiesta de cumpleaños y el pastel especial…

—Muerte Deliciosa —intervino Phillipa con un violento temblor.

—Sí, algo así. Intentó dar a su amiga una muerte deliciosa. La fiesta, y todas las cosas que a ella le gustaban, y procurando impedir que la gente dijera cosas que pudieran disgustarla. Y luego las pastillas, de lo que fuera, en el tubo de aspirinas de su mesilla para que Bunny, cuando no encontrara el tubo que acababa de comprar, fuese allí a cogerlas. Parecería, y así sucedió, que la intención había sido envenenar a Letitia.

»Así que Bunny murió mientras dormía, sin padecer, y Charlotte se sintió segura otra vez. Pero echaba de menos a Dora Bunner, echaba de menos su lealtad y su afecto. Lloró amargamente el día que fui yo con la nota de Julian, y su dolor era real. Había matado a su más querida amiga.

—Eso es terrible —dijo Bunch—, terrible.

—Pero es muy humano —señaló Julian Harmon—. Uno tiende a olvidar lo humanos que son los asesinos.

—Sí —convino miss Marple—. Humanos y dignos de compasión. Pero son también peligrosos. Sobre todo una asesina débil y bondadosa como Charlotte Blacklock. Porque cuando una persona débil se asusta de verdad, el terror las vuelve salvajes y pierden el control.

—¿Murgatroyd? —preguntó Julian.

—Sí, la pobre miss Murgatroyd. Charlotte debió acercarse a la casa y las oyó reconstruir la escena del crimen. La ventana estaba abierta y escuchó. No se le había ocurrido hasta aquel instante que pudiera haber ninguna otra persona que representara un peligro para ella. Miss Hinchcliffe estaba instando a su amiga a que recordara lo que había visto y, hasta aquel momento, Charlotte no había pensado en que nadie hubiera podido ver nada. Había dado por supuesto que todo el mundo estaba mirando a Rudi Scherz. Debió contener el aliento allá fuera y escuchar. ¿Iba a salir todo bien? Y, de pronto, en el preciso momento en que miss Hinchcliffe salía a todo correr hacia la estación, miss Murgatroyd llegó a un punto en que era evidente que había dado con la verdad. Gritó: «Ella no estaba allí».

»¿Saben?, le pregunté a miss Hinchcliffe si lo había dicho así, porque, de haber dicho: «Ella no estaba allí», no hubiera significado lo mismo.

—Ese punto es demasiado sutil para mí —manifestó Craddock.

Miss Marple le miró con expresión atenta.

—Usted piense en lo que pasaba por la mente de miss Murgatroyd. A veces las personas ven cosas sin darse cuenta de que las ven. Recuerdo que una vez, en un accidente de ferrocarril, advertí una ampolla de pintura a un lado del vagón. Hubiera podido dibujársela después. Y una vez, cuando cayó una bomba en Londres, pedazos de cristal por todas partes, y la sacudida, pero lo que mejor recuerdo es a una mujer que estaba de pie delante de mí, que tenía un agujero grande en la media, a la altura de la pantorrilla, y que las medias de las dos piernas no eran iguales. Así que cuando miss Murgatroyd dejó de pensar e intentó hacer memoria de lo que había visto, recordó muchas cosas.

»Empezó, yo creo, por la repisa de la chimenea, donde la luz de la linterna daría primero. Luego pasó por las dos ventanas, y había gente entre las dos ventanas y ella. Mrs. Harmon, tapándose los ojos con los puños, por ejemplo. Continuó siguiendo mentalmente la luz. Vio a miss Bunner boquiabierta y con la mirada fija, la pared desnuda y una mesita con la lámpara y la caja de cigarrillos. Y entonces sonaron los disparos y, de pronto, recordó algo que resultaba casi increíble. Había visto la pared donde más tarde encontrarían los impactos de bala, la pared contra la que estaba miss Blacklock cuando dispararon contra ella. Y en el momento en que se hicieron los disparos y fue herida Letty… Letty no estaba allí.

»¿Comprende ahora lo que quiero decir? Había estado pensando en las tres mujeres de que le había hablado miss Hinchcliffe. Si una de ellas no hubiese estado allí, ella se hubiera agarrado a la identidad y hubiese dicho: «¡Eso es! ¡Ella no estaba allí!». Pero era un sitio lo que tenía en el pensamiento, un sitio en el que debía de haber habido alguien, y el sitio no estaba ocupado, no había nadie allí. Y no pudo caer en la cuenta de todo, de golpe. «¡Qué extraordinario, Hinch!», dijo. «Ella no estaba allí». Así que esa manifestación sólo podía referirse a Letitia Blacklock.

—Pero tú ya lo sabías antes, ¿verdad tía Jane? —preguntó Bunch—. Cuando la lámpara se fundió. Cuando anotaste aquellas cosas en un papel.

—Sí, querida. Todo encajó entonces, ¿comprendes? Todos los trozos aislados formaron una imagen coherente.

—¿Lámpara? —murmuró Bunch—. Sí. ¿Violetas? Sí. Tubo de aspirinas. ¿Quieres decir que Bunny había ido a comprar aspirinas aquel día y que no debería haber necesitado las de Letitia?

—A menos que le hubieran quitado o escondido su tubo —asintió la anciana—. Tenía que parecer como si a quien se quisiera matar fuese a Letitia.

—Comprendo. Y luego, Muerte Deliciosa. El pastel, pero algo más que pastel. La fiesta preparada. Un día feliz para Bunny antes de que muriese. Tratarla como a un perro al que se tiene intención de eliminar. Eso es lo que a mí me parece más horrible de todo, esa falsa bondad.

—Era una mujer bastante bondadosa. Lo que dijo a última hora en la cocina era verdad. «Yo no quería matar a nadie». ¡Lo que ella quería era una enorme cantidad de dinero que no le pertenecía! Y ante ese deseo (que se había convertido en una obsesión: el dinero había de compensarla de los sufrimientos que le había infligido la vida), todo lo demás palidecía. La gente que está resentida con el mundo siempre es peligrosa. Creen que la vida les debe algo. He conocido a muchos inválidos que han quedado mucho más aislados del mundo y que han sufrido mucho más que Charlotte Blacklock y, sin embargo, han logrado vivir felices y contentos. Es lo que una persona lleva dentro de sí lo que la hace feliz o desgraciada. Pero ¡ay, Señor!, me temo que me estoy apartando del tema. ¿Dónde estábamos?

—Repasando tu lista —le indicó Bunch—. ¿Qué quisiste decir con «Haciendo indagaciones»? Indagaciones… ¿sobre qué?

Miss Marple meneó juguetonamente la cabeza y miró a Craddock.

—Debió usted haber reparado en eso, inspector Craddock. Me enseñó esa carta de Letitia Blacklock a su hermana. Tenía la palabra «indagaciones» dos veces en ella, ambas escritas con «e»[9]; pero en la nota que le pedí a Bunch que le enseñara, miss Blacklock había escrito indagaciones con i. La gente no suele cambiar de ortografía al envejecer. A mí me pareció muy significativo.

—Sí —asintió Craddock—. Debí haberme fijado en eso.

—Triste aflicción, valerosamente soportada. Eso fue lo que te dijo Bunny en el café y, claro, Letitia no había padecido ninguna aflicción. Yodo. ¿Eso te puso sobre la pista del tumor en la garganta?

—Sí, querida, Suiza, ¿sabes? Y el hecho de que miss Blacklock hiciera ver que su hermana había muerto tuberculosa. Pero recordé entonces que los mejores especialistas para operar el bocio son suizos. Y encajaba con esas perlas verdaderamente absurdas que Letitia Blacklock llevaba siempre puestas. No le sentaban nada bien, pero eran lo más apropiado para ocultar una cicatriz.

—Ahora comprendo su agitación la noche en que se le rompió el collar —señaló Craddock—. Entonces pareció exageradamente desproporcionada.

—Y después de esto, lo que escribió fue Lotty, y no Letty, como nosotros creíamos —dijo Bunch.

—Sí, me acordé de que el nombre de la hermana era Charlotte y de que Dora Bunner había llamado a miss Blacklock Lotty una o dos veces, y que cada una de esas veces dio muestras de gran disgusto y preocupación después.

—¿Y qué hay de Berna y de la Pensión?

—Rudi Scherz había sido ordenanza en un hospital de Berna.

—¿Y Pensión?

—Ah, mi querida Bunch, te mencioné eso en «El Pájaro Azul», aunque en realidad no advertí su aplicación entonces. Hablé de cómo cobraba Mrs. Wotherspoon la pensión de Mrs. Barlett además de la suya, aun cuando Mrs. Barlett llevaba muerta muchos años, simplemente porque todas las ancianas parecen iguales. Si, el conjunto formaba un esquema comprensible, y me sentí tan excitada que salí a despejarme un poco la cabeza y a pensar qué podría hacerse para demostrar la verdad de lo que había adivinado. Entonces me recogió miss Hinchcliffe, y encontramos a Murgatroyd.

La voz de miss Marple bajó una octava. Ya no expresaba excitación. Se había tornado implacable.

—Comprendí que había que hacer algo. Y aprisa. Pero seguíamos sin tener pruebas. Se me ocurrió un posible plan y hablé con el sargento Fletcher.

—¡Y le he soltado un buen sermón a Fletcher por eso precisamente! —interrumpió Craddock—. Él no era quién para acceder a sus planes sin primero consultar conmigo.

—No quería hacerlo, pero le convencí —dijo miss Marple—. Fuimos a Little Paddocks y acorralamos a Mitzi.

Julia respiró profundamente.

—No comprendo cómo consiguió usted que accediese a representar ese papel.

—La trabajé, querida. Piensa demasiado en sí misma, de todas formas, y le hará bien haber hecho algo por los demás. La halagué, naturalmente. Dije que estaba segura de que, de haber estado en su propio país, hubiera formado parte de la organización de la Resistencia y ella me dijo: «Ya lo creo que sí». Y le dije que me daba perfecta cuenta de que en el fondo tenía temperamento para esa clase de trabajo. Era valiente, no le importaba correr riesgos y sabría cumplir con su papel. Le conté historias de actos llevados a cabo por muchachas de las organizaciones de la Resistencia, algunas auténticas y otras que me temo me inventé yo. ¡No saben ustedes cómo llegó a exaltarse!

—Maravilloso —exclamó Patrick.

—Y entonces —prosiguió—, conseguí que accediera a representar un papel. Le hice ensayar hasta estar segura de que lo haría al pie de la letra. Luego le pedí que subiera a su habitación y que no bajara hasta que llegase el inspector Craddock. Lo malo de esta gente tan fácilmente excitable es que a lo mejor se disparan antes de lo conveniente.

—Lo hizo muy bien —afirmó Julia.

—No acabo de entender lo que eso significa —comentó Bunch—. Claro que yo no estuve allí.

—La cosa era un poco complicada y un poco cogida por los pelos. Se trataba de que Mitzi, al confesar que había tenido la intención al principio de hacer un chantaje, había llegado ya a asustarse tanto que estaba dispuesta a decir la verdad. Había visto, por el ojo de la cerradura, a miss Blacklock detrás de Rudi Scherz y con un revólver en la mano. Es decir, había visto lo que en efecto había ocurrido. El único peligro era que Charlotte cayera en la cuenta de que no podía haber visto nada a oscuras, pero una no suele pensar en cosas así cuando acaba de recibir una fuerte sacudida. Lo único en que se fijó fue en que Mitzi la había visto.

Craddock retomó el hilo del relato.

—Pero, y eso era esencial, yo fingí escuchar la declaración con escepticismo y lancé inmediatamente un ataque, como si hubiera decidido salir al descubierto por fin contra alguien del que hasta entonces no se había sospechado. Acusé a Edmund…

—Y yo interpreté también mi papel de maravilla —intervino Edmund— y negué acaloradamente, de acuerdo con nuestro plan. Lo que no estaba previsto, Phillipa, amor mío, es que soltaras tu trino y confesaras que tú eras Pip. Ni el inspector ni yo teníamos la menor idea de que fueras Pip. ¡Yo iba a ser Pip! Nos desconcertó, de momento; pero el inspector se rehizo y lanzó una serie de insinuaciones asquerosas acusándome de querer buscar una mujer rica, insinuaciones que probablemente se te clavarán en el corazón y serán causa de diferencias irreparables entre los dos el día menos pensado.

—No veo por qué era necesario eso.

—¿No? Eso significaba, desde el punto de vista de Charlotte Blacklock, que la única persona que sabía o sospechaba la verdad era Mitzi. La policía buscaba en otra dirección. Habían tratado a Mitzi, de momento, como a una embustera, pero si Mitzi persistía, quizá la escucharían y la tomarían en serio. Así que era preciso sellarle los labios.

—Mitzi salió de la habitación —intervino miss Marple— y volvió derecha a la cocina, como yo le había dicho. Miss Blacklock salió tras ella casi inmediatamente. Mitzi estaba sola en la cocina, aparentemente. El sargento Fletcher se encontraba detrás de la puerta del lavadero y yo estaba metida en el armario de las escobas, en la misma cocina. Afortunadamente, soy muy delgada.

Bunch miró a la anciana.

—¿Qué esperabas que sucediera, tía Jane?

—Una de estas dos cosas. O Charlotte le ofrecería dinero a Mitzi para que callara, y el sargento Fletcher sería testigo de ello, o… o intentaría matar a Mitzi.

—Pero ¿cómo podía esperar que le saliera eso bien? Se hubiera sospechado de ella inmediatamente.

—Ah, querida, ya no era capaz de razonar. No era más que una rata acorralada que mordía a tontas y a locas. Pensé en lo que había ocurrido aquel día. La escena entre miss Hinchcliffe y miss Murgatroyd. Hinchcliffe se marchaba a la estación. En cuanto regresara, Murgatroyd le diría que Letitia Blacklock no estaba en la sala aquella noche. No disponía más que de unos cuantos minutos para asegurarse de que miss Murgatroyd no se encontraba en situación de decir una palabra. No tenía tiempo para trazar un plan y preparar un escenario. Un asesinato a secas. Saluda a la pobre mujer y la estrangula. Luego, una carrera hasta casa para cambiarse, para estar sentada junto al fuego cuando los demás entren, como si ella no hubiese salido.

»Y después, la revelación de la identidad de Julia. Se le rompe el collar y se aterra ante la posibilidad de que le vean la cicatriz. Más tarde, el inspector telefonea diciendo que va a venir y a traerse a todo el mundo. No hay tiempo de pensar ni de descansar. Está metida en asesinatos hasta el cuello. No se trata ahora de matar por compasión, ni de quitar del paso a un joven indeseable. Se trata del asesinato puro, simple y sin excusa. ¿Está segura? Hasta el momento, sí. Y de pronto surge Mitzi; otro peligro más. ¡Hay que matar a Mitzi! ¡Hay que sellarle los labios! Está loca de terror. Ya no es un ser humano. No es más que un animal peligroso.

—¿Por qué estabas metida en el armario de las escobas, tía Jane? —preguntó Bunch—. ¿Por qué no lo dejaste en manos del sargento Fletcher?

—Era más seguro si estábamos los dos, querida. Además, yo me sabía capaz de imitar la voz de Dora Bunner. Si había algo que pudiera quebrantar a Charlotte, era eso.

—Y lo conseguiste…

—Sí, se desmoronó por completo.

Hubo un largo silencio al asaltarles el recuerdo. Luego, hablando con decidida animación para aliviar la tensión, Julia comentó:

—Ha sido una suerte para Mitzi. Ayer me contó que había aceptado un empleo cerca de Southampton. Y dijo (Julia logró una imitación bastante buena del acento de Mitzi): «Yo voy allí», y si me dicen: «Usted tiene que inscribirse en la policía, usted es extranjera», yo les digo: «¡Sí! ¡Me inscribiré! La policía me conoce bien. ¡Yo ayudo a la policía! Sin mí, la policía nunca hubiera logrado detener a una criminal muy peligrosa. Arriesgué la vida porque soy valiente, valiente como un león, no me importan los riesgos». Me dicen: «Mitzi, eres una heroína, eres soberbia». Y yo digo: «¡Ah, eso no es nada!».

Julia se interrumpió.

—Y muchísimo más —aseguró.

—Creo —terció Edmund pensativo— que dentro de poco Mitzi habrá ayudado a la policía no en uno, sino en un centenar de casos.

—Ha cambiado de actitud conmigo —señaló Phillipa—. Ha llegado incluso a darme la receta de Muerte Deliciosa como un regalo de boda. Añadió que bajo ningún pretexto debía revelarle el secreto a Julia, porque Julia le había echado a perder la sartén de las tortillas.

—Mrs. Lucas —manifestó Edmund— no sabe qué hacer de Phillipa ahora que, muerta Belle Goedler, ha heredado junto con Julia los millones de Goedler. Nos mandó unas pinzas de plata para espárragos como regalo de boda. Tendré el grandísimo placer de no invitarla a nuestra boda.

—¡Y desde aquel día vivieron muy felices y comieron muchas perdices! —exclamó Patrick. Y agregó tanteando el terreno—: Edmund y Phillipa… ¿Y Julia y Patrick?

—Lo que es conmigo —replicó Julia— no vivirás feliz de aquí en adelante. Los comentarios que improvisó el inspector Craddock para dirigírselos a Edmund te cuadran a ti mucho mejor. Tú sí que eres la clase de joven indolente que quisiera encontrar una mujer rica. ¡No tienes nada que hacer!

—¡Vaya agradecimiento! —protestó Patrick—. ¡Después de lo mucho que hice yo por esta muchacha!

—Lo que por poco conseguiste, gracias a tu mala memoria, fue hacerme dar con los huesos en la cárcel. Jamás olvidaré la noche en que llegó la carta de tu hermana. Creí de verdad que me la había cargado. No veía una salida por ninguna parte. Y en vista de las circunstancias —agregó en un murmullo—, me parece que me dedicaré al teatro.

—¡Cómo! ¿Tú también? —gimió Patrick.

—Sí, quizá vaya a Perth. A ver si consigo el papel de tu hermana Julia. Luego, cuando conozca el oficio, me meteré a empresaria y estrenaré las comedias de Edmund.

—Creí que solamente escribía usted novelas —dijo Julian Harmon.

—Y yo también —le respondió Edmund—. Empecé a escribir una novela. Y era bastante buena. Páginas enteras acerca de un hombre sin afeitar que se levantaba de la cama y de cómo olía, las calles grises, una horrible vieja deforme, una joven viciosa prostituta y babosa, y todos ellos hablaban con intermitencias acerca del estado del mundo y se preguntaban para qué demonios vivían. De pronto empecé yo a hacerme la misma pregunta. Entonces se me ocurrió una idea bastante cómica y la anoté. Luego compuse una escenita que no estaba mal. Todo muy vulgar, pero no sé por qué empezó a despertarse mi interés. Y antes de que tuviera tiempo de darme cuenta de lo que estaba haciendo, acabé una farsa desternillante en tres actos.

—¿Cómo se llama? —preguntó Patrick—. ¿Lo que vio el mayordomo?

—También hubiera podido ser ése su título —reconoció Edmund—. Pero la verdad es que yo la he llamado «Los elefantes sí olvidan». Y lo que es mejor, me la han aceptado y ¡va a ser estrenada!

—«Los elefantes sí olvidan» —murmuró Bunch—. Yo creía que no.

El reverendo Julian Harmon dio un brinco de sobresalto.

—¡Dios mío! ¡Estaba tan absorto! ¡Mi sermón!

—Novelas policíacas otra vez —dijo Bunch—, y novelas de verdad esta vez.

—Podría usted usar como tema del sermón: «No matarás» —sugirió Patrick.

—No —contestó Julian Harmon—. No usaré eso como tema.

—¡No! —exclamó Bunch—. Tienes muchísima razón, Julian. Yo sé de un tema sagrado mucho más bonito, un versículo feliz. —Y declamó con clara voz—: «Porque he aquí que la primavera ha llegado, y la voz de la tortuga[10] se escucha en la Tierra…» No lo he recitado bien del todo. Ya sé que no es exactamente así, pero tú ya sabes lo que quiero decir. Aunque el porqué de una tortuga, es algo que no alcanzo a comprender. Y no creo que las tortugas puedan tener una voz bonita ni mucho menos.

—La palabra tortuga —explicó el reverendo Julian Harmon— no es una buena traducción. No se refiere a un reptil, sino a la tórtola. La palabra hebrea del original es…

Bunch le interrumpió dándole un abrazo y diciendo:

—Una cosa sí sé. Ustedes creen que el Ahasverus de La Biblia era Artajerjes II pero, entre nosotros, era Artajerjes III.

Como siempre, el reverendo Julian se preguntó por qué encontraría su mujer aquella anécdota tan cómica.

—Tiglath Pileser quiere ir contigo a ayudarte —dijo Bunch—. Debería sentirse muy orgulloso. Él nos enseñó cómo se fundían los plomos.