Capítulo XX
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Miss Marple desaparece

1

El cartero, con gran disgusto suyo, había recibido la orden de hacer un reparto de correspondencia en Chipping Cleghorn por la tarde, además del de la mañana. Aquella tarde dejó tres cartas en Little Paddocks a las cinco menos diez exactamente.

Una iba dirigida a Phillipa Haymes, escrito el nombre con letra de colegial; las otras dos eran para miss Blacklock. Las abrió al sentarse ella y Phillipa a la mesa para tomar el té. La lluvia torrencial había permitido a Phillipa marcharse de Dayas Hall temprano, porque después de cerrar los invernaderos, no tenía nada más que hacer.

Miss Blacklock abrió la primera carta, que era la factura por el arreglo de la caldera de la cocina. Soltó un resoplido de ira.

—Los precios de Dymond son desorbitados, se pasan de la raya. Sin embargo, supongo que todos los demás hacen lo mismo.

Abrió la segunda carta, cuya letra le era totalmente desconocida:

Querida prima Letty:

Espero que no habrá inconveniente en que me presente ahí el martes. Le escribí a Patrick hace dos días, pero no me ha contestado. Así que supongo que no habrá ningún inconveniente. Mamá vendrá a Inglaterra el mes que viene y espera verte entonces.

Mi tren llega a Chipping Cleghorn a las 6:15. ¿Te parece bien?

Afectuosamente,

JULIA SIMMONS

Miss Blacklock leyó la carta la primera vez boquiabierta, y una segunda con cierta expresión de dureza. Miró a Phillipa, que leía la carta de su hijo con expresión sonriente.

—¿Sabe si están de vuelta Patrick y Julia?

Phillipa levantó la cabeza.

—Sí, entraron poco después que yo. Subieron a cambiarse. Estaban empapados.

—¿Tendría inconveniente en llamarles?

—Ninguno.

—Un momento, me gustaría que leyera usted esto.

Entregó a Phillipa la carta que acababa de recibir.

La joven la leyó y frunció el entrecejo.

—No comprendo.

—Ni yo, aunque creo que ya va siendo hora de que comprenda. Llame a Patrick y Julia, Phillipa.

Ésta llamó desde el pie de la escalera.

—¡Patrick! ¡Julia! ¡Miss Blacklock os llama!

Patrick bajó corriendo y entró en la habitación.

—Phillipa, no se vaya —dijo miss Blacklock.

—Hola, tía Letty —saludó Patrick alegremente—. ¿Querías hablarme?

—Sí. ¿Quizá me podrás dar una explicación de esto?

Patrick dio muestras de una consternación casi cómica al leer la carta.

—¡Tenía intención de telegrafiarle! ¡Qué imbécil soy!

—¿Supongo que esta carta es de tu hermana Julia?

—Sí, claro que sí.

Miss Blacklock continuó con dureza:

—Entonces, si me es lícito preguntarlo, ¿quién es la joven que trajiste aquí con el nombre de Julia Simmons y que me dejaste creer que era tu hermana y mi prima?

—Pues verás, tía Letty, la verdad del caso es que… puedo explicártelo todo. Sé que no debería haberlo hecho, pero me pareció sólo una broma. Si me permites que te lo explique.

—Estoy esperando que lo hagas. ¿Quién es esa joven?

—Verás, la conocí en una reunión poco después de ser desmovilizado. Empezamos a hablar y le dije que venía aquí, y luego… bueno, nos pareció una buena idea que la trajese a ella. Porque, ¿sabes?, Julia, la verdadera Julia, estaba loca por trabajar en el teatro y a mamá le daba un patatús cada vez que se lo decía. Pero a Julia se le presentó la oportunidad de entrar en una buena compañía, en Perth o no sé dónde, y no quiso dejarla escapar. Pero se le ocurrió, para tranquilidad de mamá, hacerle creer que estaba aquí estudiando farmacia como una buena chica.

—Sigo queriendo saber quién es esa otra joven.

Patrick se volvió con un suspiro de alivio al ver entrar a Julia tan serena como de costumbre.

—Se ha descubierto el pastel —dijo.

Julia enarcó las cejas. Luego, sin perder ni un instante la serenidad, avanzó y se sentó en un sillón.

—Bien —empezó—. ¡Y qué le vamos a hacer! ¿Supongo que estás muy enfadada? —estudió el rostro de miss Blacklock con desapasionado interés—. Yo lo estaría mucho en tu lugar.

—¿Quién es usted?

Julia exhaló un suspiro.

—Creo que ha llegado el momento de que diga toda la verdad. Ahí va. Soy la mitad de la combinación Pip y Emma. Para ser exacta, mi nombre de pila es Emma Jocelyn Stamfordis, sólo que mi padre no tardó mucho tiempo en eliminar el Stamfordis. Creo que después se hizo llamar De Courcy.

»Permitidme que os diga que mi padre y mi madre se separaron tres años después de nacer Pip y yo. Cada uno de ellos tiró por un lado y nos repartieron. Yo fui la parte del botín que correspondió a papá. En conjunto era un mal padre, aunque verdaderamente encantador. Pasé temporadas interminables en colegios de monjas, cuando papá no tenía dinero o se disponía a llevar a cabo alguno de sus nefastos negocios. Solía pagar el primer curso, dando muestras de abundancia, y luego se largaba, dejándome en manos de las monjas un año o dos. En los intervalos, él y yo lo pasábamos bastante bien juntos, frecuentando la sociedad cosmopolita. La guerra, sin embargo, nos separó por completo. No tengo la menor idea de lo que le ha sucedido.

«Corrí unas cuantas aventuras por mi cuenta. Formé parte de la Resistencia Francesa una temporada. Fue muy emocionante. Para abreviar, aterricé en Londres y empecé a pensar en el futuro. Sabía que el hermano de mi madre, con quien ella había reñido, había muerto muy rico. Consulté su testamento para ver si me había dejado algo. Vi que nada, directamente por lo menos. Hice algunas investigaciones para saber qué había sido de su viuda. Me enteré de que estaba muy enferma, de que la drogaban para evitarle sufrimientos y estaba a punto de irse al otro barrio. Bien, con franqueza, tú me pareciste mi mejor probabilidad. Ibas a heredar un montón de dinero y, que yo pudiera averiguar, no tenías a nadie en quien gastarlo. Hablaré con franqueza. Se me ocurrió que, si lograba conocerte y llegabas a cobrarme un poco de afecto… bueno pues… Las cosas han cambiado mucho desde que murió tío Randall, ¿verdad? Quiero decir que el dinero que tuvimos se hundió con el cataclismo europeo. Pensé que te apiadarías de una pobrecita huérfana, sólita en el mundo y tal vez me asignaras una pequeña pensión».

—Conque sí, ¿eh? —exclamó miss Blacklock sombría.

—Sí, claro que no te había visto entonces. Había pensado abordarte en plan lastimero. Y de pronto, la suerte quiso que conociera a Patrick, que éste resultara ser tu sobrino, primo o algo. Me pareció una ocasión maravillosa. Le eché mis redes y se enamoró de mí de una manera muy halagadora. La verdadera Julia está loca con eso del teatro y no tardé en convencerla de que era su deber para con el arte instalarse en una incómoda pensión y entrenarse concienzudamente para ser una nueva Sara Bernhardt.

»No debes culpar a Patrick demasiado. Se compadeció de mí, tan sólita en el mundo, y no tardó en convencerme de que sería una idea maravillosa eso de que viniera aquí como si fuese su hermana.

—¿Y aprobó también que le siguieras contando una sarta de mentiras a la policía?

—Ten corazón, Letty. ¿No te das cuenta de que cuando se produjo ese absurdo atraco, o mejor dicho, después de cometido, empecé a tener el presentimiento de que me encontraba en un atolladero? Seamos sinceras. Tengo muy buenos motivos para quitarte de en medio. Y por el momento, no tienes más prueba que mi palabra de que no haya sido yo quien intentó hacerlo. No puedes esperar que vaya y me comprometa ante la policía. Hasta al propio Patrick se le ocurrieron ideas desagradables acerca de mí de vez en cuando. Y si él es capaz de pensar cosas así, ¿qué no hubiese pensado la policía? Ese inspector tiene pinta de ser un hombre de mentalidad singularmente escéptica. Decidí que lo único que podía hacer era continuar representando mi papel de Julia y desaparecer cuando terminase el caso.

»¿Cómo iba a poder suponer yo que esa imbécil de Julia, la Julia verdadera, reñiría con el empresario y le plantaría en un momento de ira? Le escribió a Patrick preguntando si podía venir aquí. Y él, en lugar de telegrafiarle diciéndole: «¡No te acerques ni en broma!», va y se olvida de hacer nada —dirigió una mirada furiosa a Patrick—. ¡Los hay que son completamente idiotas!

Exhaló un suspiro.

—¡No sabes en los apuros en que me he visto en Milchester! Claro que no me he acercado al hospital para nada; pero tenía que ir a alguna parte. Me he pasado horas en el cine, viendo las películas más horribles.

—Pip y Emma —murmuró miss Blacklock—. No se por qué, nunca creí que existieran, a pesar de lo que decía el inspector…

Miró escudriñadora a Julia.

—Tú eres Emma —le dijo—. ¿Dónde está Pip?

Los ojos límpidos e inocentes de Julia se encontraron con los de ella.

—No lo sé —respondió—, no tengo ni la menor idea.

—Creo que mientes, Julia. ¿Cuándo le viste por última vez?

Hubo un momento de vacilación antes de que Julia respondiera con voz clara y profunda:

—No le he visto desde que los dos teníamos tres años, cuando mi madre se lo llevó. No he vuelto a verles ni a él ni a mi madre. No sé dónde están.

—¿Y eso es todo lo que tienes que decir?

Julia volvió a suspirar.

—Podría decirte que lo siento. Pero en realidad no sería verdad, porque volvería a hacer lo mismo otra vez, aunque de haber sabido lo del asesinato, no, claro.

—Julia, te sigo llamando así porque estoy acostumbrada. ¿Dices que formaste parte de la Resistencia francesa?

—Sí, durante dieciocho meses.

—Entonces, ¿supongo que aprenderías a disparar?

De nuevo los serenos ojos azules se encontraron con los de Letitia.

—Sí, sé disparar. Soy una tiradora muy hábil. No disparé contra ti, Letitia Blacklock, aunque no tenga más pruebas de ello que mi palabra; pero una cosa puedo decirte: si yo hubiese disparado contra ti, no es fácil que hubiera errado el blanco.

2

El ruido de un automóvil que se acercaba a la puerta delantera rompió la tensión del momento.

—¿Quién podrá ser? —murmuró miss Blacklock.

Mitzi asomó la desgreñada cabeza. Enseñaba el blanco de los ojos.

—Es la policía que viene otra vez. Esto es una persecución. ¿Por qué no nos querrán dejar en paz? ¡No lo soportaré! Le escribiré al Primer Ministro. Le escribiré al Rey de ustedes.

La mano de Craddock la apartó sin reparos y sin demasiada delicadeza. Entró con una expresión tan dura, que todos lo miraron con aprensión. Aquél era un inspector Craddock distinto.

Anunció con severidad:

—Miss Murgatroyd ha muerto asesinada. La estrangularon hace menos de una hora.

Clavó la mirada en Julia.

—Usted, miss Simmons, ¿dónde ha estado durante todo el día?

Julia respondió con cautela:

—En Milchester. Acabo de regresar.

—¿Y usted? —preguntó a Patrick.

—También.

—¿Volvieron aquí los dos juntos?

—Sí —respondió Patrick.

—No —dijo Julia—. Es inútil, Patrick. Ésa es la clase de mentira que se descubre en seguida. La gente del autobús nos conoce bien. Yo regresé en el autobús primero, inspector, en el que llega aquí a las cuatro.

—¿Y qué hizo entonces?

—Di un paseo.

—¿En dirección a Boulders?

—No, caminé campo a través.

La miró fijamente. Julia, con el rostro pálido y los labios apretados, le devolvió la mirada con la misma intensidad.

Antes de que pudiera hablar nadie, sonó el teléfono.

Miss Blacklock, tras dirigirle una mirada inquisitiva a Craddock, descolgó el auricular.

—Sí. ¿Quién es? Ah, Bunch… ¿Cómo? No, no ha venido, no tengo la menor idea. Sí, ahora está aquí.

Se apartó el auricular de la oreja y dijo:

—Mrs. Harmon quisiera hablar con usted, inspector. Miss Marple no ha regresado a la vicaría y Mrs. Harmon está preocupada.

Craddock dio dos zancadas y tomó el aparato.

—Craddock al habla.

—Estoy preocupada, inspector —la voz de Bunch tenía un temblor infantil—. Tía Jane anda por ahí. Y no sé dónde. Y dicen que han matado a miss Murgatroyd. ¿Es eso verdad?

—Sí, es verdad, Mrs. Harmon. Miss Marple estaba con miss Hinchcliffe cuando hallaron el cadáver.

—¡Ah! ¡Así que es ahí dónde está! —exclamó Bunch con alivio.

—No, me temo que no. Al menos no ahora. Se marchó de allí hará cosa de… deje que piense… hace cosa de media hora. ¿No ha llegado a casa?

—No, y no hay más que diez minutos de camino. ¿Dónde puede estar?

—Quizás está de visita en casa de uno de sus vecinos.

—Los he llamado por teléfono, a todos, y no está. Estoy asustada, inspector.

«Y yo también», pensó Craddock.

Dijo en voz alta:

—Iré a verla inmediatamente.

—Oh, sí, por favor. Tengo una hoja de papel. Parece que estuvo escribiendo algo antes de salir. No sé si significará algo. A mí me suena a chino.

Craddock colgó.

Miss Blacklock preguntó con ansiedad:

—¿Le ha sucedido algo a miss Marple? ¡Oh, Dios quiera que no!

—Eso mismo digo yo —anunció Craddock con expresión dura.

—Es tan anciana y tan frágil.

—Lo sé.

Miss Blacklock, cuyos dedos jugaban con el collar de perlas que llevaba, dijo con voz ronca:

—Las cosas se ponen peor y peor. Quienquiera que esté haciendo todo esto debe de estar loco, inspector, completamente loco.

—¿Lo está?

El collar de perlas se rompió como consecuencia de los nerviosos movimientos de los dedos de su dueña. Las lisas bolitas rodaron por toda la habitación.

Letitia exhaló una exclamación de angustia.

—Mis perlas… mis perlas…

La angustia de su voz era tan aguda que todos la miraron con asombro. Dio media vuelta con la mano al cuello y, sollozando, salió corriendo de la habitación.

Phillipa empezó a recoger las perlas.

—Nunca la he visto tan disgustada —dijo—. Claro que siempre las lleva. ¿Cree usted que quizá se las regaló alguien muy especial? ¿Randall Goedler, por ejemplo?

—Es posible —dijo pausadamente el inspector.

—No son… ¿no podrían ser auténticas por casualidad? —preguntó Phillipa, de rodillas en el suelo, recogiendo cuentas todavía.

Craddock tomó una de ellas y estuvo a punto de decir con desdén: «¿Auténticas? ¡Claro que no!» Pero se contuvo. Después de todo, ¿no podrían serlo?

Eran tan grandes, tan lisas, tan blancas, que parecía palpable su falsedad, pero Craddock se acordó de pronto de un caso en que se había comprado un collar de perlas auténticas por unos cuantos chelines en la tienda de un prestamista.

Letitia Blacklock le había asegurado que no había ninguna joya de valor en la casa. Si aquellas perlas fueran por casualidad auténticas, valdrían una suma fabulosa. Y si Randall Goedler se las había regalado, entonces podrían valer cualquier cantidad que quisiera uno mencionar.

Parecían falsas, tenían que ser falsas; pero ¿y si no lo fueran?

¿Por qué no? Pudiera ser que no conociera su valor. O quizá quisiera proteger su tesoro tratándolo como si fuese un adorno barato, que valiese un par de libras esterlinas a lo sumo. ¿Cuánto valdrían de ser auténticas? Una suma fabulosa. Valdría la pena asesinar para apoderarse de ellas, SÍ alguien estaba enterado de su valor.

El inspector meneó la cabeza y dejó aparcadas estas reflexiones. Miss Marple había desaparecido y él debía ir a la vicaría.

3

Bunch y su marido lo esperaban con la ansiedad reflejada en el rostro.

—No ha vuelto —le informó Bunch.

—¿Dijo que iba a volver aquí cuando salió de Boulders? —preguntó Julian.

—En realidad no —contestó Craddock muy despacio, tratando de recordar a Jane Marple tal como la viera la última vez.

Se acordó de la dureza de sus labios y del brillo de acero de los ojos azules, generalmente tan dulces.

Severidad, una determinación inexorable… ¿de hacer qué?

—Estaba hablando con el sargento Fletcher la última vez que la vi junto a la verja; y luego salió. Creí que regresaría aquí. Le hubiese mandado el coche, pero había tantas cosas que hacer y se marchó tan silenciosamente. Quizá Fletcher sepa algo. ¿Dónde está Fletcher?

Pero cuando llamó por teléfono a Boulders, descubrió que el sargento ni estaba allí ni había dejado dicho adonde se había marchado. Se creía que había regresado a Milchester por alguna razón.

El inspector llamó a la jefatura de Milchester. Allí tampoco tenían noticias de Fletcher.

Luego se volvió hacia Bunch, recordando lo que le había dicho por teléfono.

—¿Dónde está ese papel? Dijo usted que había estado escribiendo algo en una hoja de papel.

Bunch se lo dio. Lo desdobló sobre la mesa y lo estudió. Bunch se inclinó por encima de su hombro y lo deletreó a medida que él leía. La escritura era trémula y difícil de leer.

«Lámpara».

Luego la palabra «violetas».

Después, tras un espacio:

«¿Dónde está el tubo de aspirinas?»

La siguiente frase de tan curiosa lista resultó más difícil de leer.

—«Muerte Deliciosa» —leyó Bunch—. Ése es el pastel que hace Mitzi.

—«Haciendo indagaciones» —leyó Craddock.

—¿Indagaciones? ¿Qué indagaciones haría? ¿Qué es esto? «Triste aflicción, valerosamente soportada». ¿Qué demonios querrá decir?

—«Yodo» —leyó el inspector—. «Perlas». ¡Ah, perlas!

—Y luego «Lotty…» no, «Letty». Hace unas «es» que parecen «oes». Y después, «Berna». ¿Y qué es esto? «Pensión».

Se miraron el uno al otro desconcertados.

Craddock recapituló rápidamente:

—Lámpara. Violetas ¿Dónde está el tubo de aspirinas? Muerte Deliciosa. Haciendo indagaciones. Triste aflicción, valerosamente soportada. Yodo. Perlas. Letty. Berna. Pensión.

—¿Significa algo? —preguntó Bunch—. Yo no veo conexión alguna.

—Presiento que sí la tiene, pero no acabo de verla —contestó Craddock muy despacio—. Es curioso que haya anotado lo de las perlas.

—¿Qué perlas? ¿Qué significa?

—¿Lleva miss Blacklock siempre el collar de perlas de tres hileras?

—Sí, nos reímos de eso a veces. Se ve tan a la legua que son falsas, ¿verdad? Pero supongo que a ella le parece muy a la moda.

—Pudiera existir otro motivo —dijo Craddock.

—No querrá usted decir que son auténticas. ¡Oh, no es posible que lo sean!

—¿Con cuánta frecuencia ha tenido usted la oportunidad de ver perlas de ese tamaño, Mrs. Harmon?

—Pero ¡es que son tan grandes!

Craddock se encogió de hombros.

—Sea como fuere, no importa ahora. Es miss Marple lo que me preocupa. Tenemos que encontrarla.

Tenía que encontrarla antes de que fuese demasiado tarde. Pero ¿no sería ya demasiado tarde? Aquellas palabras en lápiz demostraban que se hallaba sobre la pista. Y eso era peligroso, terriblemente peligroso. Y ¿dónde demonios estaba Fletcher?

Craddock salió de la vicaría en dirección al lugar donde había dejado el coche. Buscar, eso era lo único que podía hacer: buscar.

Una voz le llamó desde los mojados arbustos de laurel.

—¡Señor! ¡Señor! —Era la voz apremiante del sargento Fletcher.