Capítulo XV
  -
Muerte deliciosa

1

En la cocina de Little Paddocks, miss Blacklock le estaba dando una larga serie de instrucciones a Mitzi.

—Bocadillos de sardina y tomate. Esos pastelillos que sabe usted hacer tan bien. Y me gustaría que hiciese ese pastel especialidad suya.

—¿Va a dar una fiesta que pide tantas cosas?

—Es el cumpleaños de miss Bunner y vendrán algunas personas a tomar el té.

—A su edad, no se celebra el cumpleaños. Es mejor olvidarlo.

—Bueno, ella no quiere olvidarlo. Varias personas van a traerle regalos, y resultará agradable convertir la ocasión en una pequeña fiesta.

—Eso es lo que dijo usted la última vez y… ¡fíjese en lo que ocurrió!

Miss Blacklock se dominó con un esfuerzo.

—Esta vez no ocurrirá.

—¿Cómo sabe usted lo que puede ocurrir en esta casa? Tiemblo durante todo el día, y por la noche cierro con llave la puerta de mi habitación y miro en el armario para asegurarme de que no hay nadie escondido allí.

—Así, no es fácil que corra usted riesgo alguno —dijo miss Blacklock con frialdad.

—El pastel que usted quiere que haga es el…

Mitzi pronunció una palabra que para el oído inglés de miss Blacklock sonó algo así como «schwitzer» o como dos gatos que se escupieran el uno al otro.

—Ése mismo, ése tan rico.

—Sí, es rico. ¡Pero para hacerlo no tengo nada! Imposible hacer un pastel así. Necesito chocolate y mucha mantequilla, y azúcar y pasas.

—Puede usar la lata de mantequilla que nos mandaron de Estados Unidos, parte de las pasas que guardamos para Nochebuena; y aquí tiene una tableta de chocolate y una libra de azúcar.

El rostro de Mitzi se tornó de pronto radiante.

—Bien, lo haré para usted bien rico… muy rico —exclamó con éxtasis—. Será rico, sabroso y exquisito. Y por encima le pondré una capa de chocolate. ¡Lo haré tan bonito! Y encima escribiré: «Felicidades». Estos ingleses, con sus pasteles que saben a arena, nunca, nunca habrán probado un pastel así. ¡Delicioso, dirán, delicioso!

Su semblante volvió a ensombrecerse.

—Mr. Patrick lo llamó «Muerte Deliciosa». ¡Mi pastel! ¡No consentiré que se llame así a mi pastel!

—En realidad, fue una alabanza —dijo miss Blacklock—. Quiso decir con ello que valía la pena morir por comerse un pastel así.

Mitzi la miró dubitativa.

—Bueno, a mí no me gusta esa palabra: muerte. No se mueren por comer de mi pastel. No, se sienten mucho mejor.

—Estoy segura de que sí.

Miss Blacklock dio media vuelta y dejó la cocina con un suspiro de alivio por haber podido terminar con éxito la entrevista. Con Mitzi una nunca sabía lo que iba a suceder. Fuera se topó con Dora Bunner.

—Oh, Letty, ¿quieres que entre y le diga a Mitzi cómo ha de cortar los bocadillos?

—No —le respondió miss Blacklock, empujando a su amiga por el pasillo—. No está de humor ahora y no quiero que la molesten.

—Sólo le enseñaría…

—Por favor, no le enseñes nada, Dora. A estas centroeuropeas no les gusta que les enseñen. Lo detestan.

Dora no pareció muy convencida. Luego bruscamente sonrió.

—Acaba de telefonear Edmund Swettenham. Me deseó muchas felicidades y dijo que esta tarde me iba a traer un tarro de miel como regalo. ¿Verdad que es muy bueno? No puedo imaginarme cómo ha podido saber que mi cumpleaños es hoy.

—Todo el mundo parece saberlo. Debes de haber hablado tú, Dora.

—Verás… sí que dio la casualidad de que mencioné que hoy cumpliría cincuenta y nueve años.

—Tienes sesenta y cuatro —le corrigió miss Blacklock risueña.

—Y miss Hinchcliffe dijo: «Nadie se los echaría. ¿Qué edad cree que tengo yo?». Una pregunta muy embarazosa, porque su aspecto es siempre tan raro que pudiera tener cualquier edad. A propósito, comentó que iba a traerme unos huevos. Dije que nuestras gallinas no ponían mucho últimamente.

—No va a ser mal negocio tu cumpleaños. Miel, huevos, una magnífica caja de bombones de Julia…

—No sé de dónde saca esas cosas.

—Más vale que no se lo preguntes. Es muy probable que recurra a métodos completamente ilegales.

—Y tu precioso broche —dijo miss Bunner contemplándose con orgullo el pecho, sobre el que lucía una pequeña hoja de diamantes.

—¿Te gusta? Me alegro. A mí nunca me han llamado la atención las joyas.

—Me encanta.

—¡Magnífico! Vamos a dar de comer a los patos.

2

—¡Ajá! —exclamó Patrick con un gesto teatral al ocupar los invitados sus puestos alrededor de la mesa del comedor—. ¿Qué veo ante mis ojos? Muerte Deliciosa.

—¡Chitón! —dijo miss Blacklock—. Que no te oiga Mitzi. Le indigna que llames así a su pastel.

—No obstante, es Muerte Deliciosa. ¿Es el pastel de cumpleaños de Bunny?

—Sí —contestó miss Bunner—. La verdad es que estoy pasando un maravilloso día de cumpleaños.

Tenía las mejillas encendidas de excitación. Las tenía así desde que el coronel Easterbrook le entregara una cajita de caramelos, declarando con una reverencia: «¡Para la más dulce, dulces!».

Julia había vuelto la cabeza apresuradamente, mereciendo por ello que miss Blacklock la mirara con el entrecejo fruncido.

Se hizo plena justicia a las cosas que había sobre la mesa, y después se levantaron.

—Tengo el estómago un poco revuelto —dijo Julia—. Es ese pastel. Recuerdo que me sentí exactamente igual de indispuesta la última vez.

—El pastel lo vale —dijo Patrick.

—No se puede negar que estos extranjeros entienden en pastelería —señaló miss Hinchcliffe—. Y en cambio son incapaces de hacer un sencillo pudín.

Todos guardaron un respetuoso silencio, aunque era obvio que Patrick se estaba conteniendo para no preguntar si había alguien a quien le importara en realidad el pudín.

—¿Tiene usted un jardinero nuevo? —le preguntó miss Hinchcliffe a miss Blacklock cuando regresaban a la sala.

—No. ¿Por qué?

—Vi a un hombre merodear por los alrededores del gallinero. Un individuo de aspecto marcial.

—¡Ah, ése! —dijo Julia—. Ése es nuestro detective.

Mrs. Easterbrook dejó caer el bolso.

—¿Detective? —exclamó—. Pero… pero ¿por qué?

—No lo sé —contestó Julia—. Merodea por ahí y vigila la casa. Supongo que está protegiendo a tía Letty.

—Una completa estupidez —afirmó miss Blacklock—. Me sé proteger yo sola.

—Pero ¿no había terminado todo eso ya? Aunque pensaba preguntarle… ¿por qué aplazaron la encuesta?

—La policía no está satisfecha —anunció el marido—. Eso es lo que significa.

—Pero no está satisfecha, ¿de qué?

El coronel Easterbrook sacudió la cabeza con aire de quien podría decir mucho más si quisiera. Edmund Swettenham, a quien el coronel le resultaba antipático, manifestó:

—Lo cierto es que sospechan de todos nosotros.

—Pero sospechan… ¿de qué? —repitió Mrs. Easterbrook.

—No te preocupes, cariño —dijo su marido.

—De merodear con un propósito —respondió Edmund—, y el propósito es cometer un asesinato a la primera oportunidad que se presente.

—¡Oh, por favor… por favor, cállese Mr. Swettenham! —Dora empezó a llorar—. Estoy segura de que ninguno de los presentes querría matar a nuestra querida Letty.

Hubo un momento de horrible embarazo. Edmund se puso colorado y murmuró:

—Sólo era una broma.

Phillipa sugirió en voz alta y clara que escucharan las noticias de las seis, y la sugerencia fue recibida con entusiasmo.

Patrick le murmuró a Julia:

—Aquí nos falta Mrs. Harmon. Estoy seguro de que diría, con esa voz tan alta y clara que tiene: «Pero supongo que sí que estará alguien aguardando una buena ocasión para asesinarla, ¿verdad, miss Blacklock?».

—Me alegro de que ni ella ni esa anciana miss Marple pudieran venir —le contestó Julia—. Esa vieja es de las chismosas. Y seguramente tiene una mente sucia. Un verdadero personaje victoriano.

Escuchar las noticias condujo fácilmente a una agradable discusión sobre los horrores de la guerra atómica. El coronel Easterbrook dijo que la verdadera amenaza que pesaba sobre la civilización era indudablemente Rusia, y Edmund dijo que él tenía varios amigos rusos encantadores, comentario que fue recibido con frialdad.

Se deshizo la reunión tras dar nuevamente las gracias a la anfitriona.

—¿Te divertiste, Bunny? —preguntó miss Blacklock tras despedir al último invitado.

—Oh, ya lo creo que sí; pero tengo un dolor de cabeza terrible. La excitación, supongo.

—Es el pastel —anunció Patrick—. Yo también me encuentro un poco mal. Y, además, ha estado usted comiendo chocolate toda la mañana.

—Me parece que iré a echarme —dijo miss Bunner—. Me tomaré un par de aspirinas e intentaré dormir.

—Sería un buen calmante —asintió miss Blacklock.

Miss Bunner se marchó escaleras arriba.

—¿Quieres que te encierre yo a los patos, tía Letty?

Miss Blacklock miró a Patrick con expresión severa.

—Si me prometes cerrar la puerta como es debido, sí.

—Lo haré, te lo juro.

—Tómate una copa de jerez, tía Letty —propuso Julia—. Como solía decir mi antigua nodriza: «Te asentará el estómago». Repugnante frase, pero singularmente apropiada en estos instantes.

—Quizá sea una buena idea. La verdad es que una no está acostumbrada a cosas tan empalagosas. Oh, Bunny, me has sobresaltado. ¿Qué pasa?

—No puedo encontrar mis aspirinas —dijo Dora con desconsuelo.

—Coge las mías, querida. Las encontrarás sobre mi mesilla de noche.

—Hay un tubo en mi tocador —dijo Phillipa.

—Gracias, muchísimas gracias. Por si no consigo encontrar las mías, pero sé que las tengo en alguna parte. Un tubo nuevo. Pero ¿dónde puedo haberlo metido?

—Las hay a montones en el baño —le indicó Julia con impaciencia—. Esta casa está hasta los topes de aspirinas.

—Me molesta ser tan descuidada y extraviar las cosas —replicó miss Bunner, retrocediendo hacia la escalera otra vez.

—¡Pobre Bunny! —comentó Julia levantando su copa—. ¿Crees que debiéramos haberle dado un poco de jerez?

—No, mejor no —contestó miss Blacklock—. Ha tenido muchas emociones hoy y eso no es bueno para ella. Me temo que sufrirá las consecuencias mañana. No obstante, me parece que se ha divertido.

—Estaba encantada —aseguró Julia—. La verdad es que se lo ha pasado muy bien.

—Démosle a Mitzi una copa de jerez —propuso Julia—. ¡Eh, Pat! —llamó al oírle entrar por la puerta del costado—. ¡Tráete a Mitzi!

Así que trajeron a Mitzi y Julia le sirvió una copa de jerez.

—A la salud de la mejor cocinera del mundo —dijo Patrick.

Mitzi se sintió halagada; pero le pareció, no obstante, que debía protestar.

—Eso no es cierto. No soy, en realidad, cocinera. En mi país hacía un trabajo intelectual.

—Talento desperdiciado —dijo Patrick—. ¿Qué es el trabajo intelectual en comparación con un chef-d’oeuvre como Muerte Deliciosa?

—¡Oh! Le digo a usted que no me gusta.

—¡Al diablo con lo que a ti te guste, muchacha! —le interrumpió Patrick—. Ése es el nombre que yo le doy y por él brindo. ¡Bebamos por la Muerte Deliciosa y al demonio con las consecuencias!

3

—Phillipa, querida, quiero hablar con usted.

—¿Sí, miss Blacklock?

Phillipa Haymes miró un tanto sorprendida.

—No estará preocupada por algo, ¿verdad?

—¿Preocupada?

—Sí, parece usted preocupada últimamente. No habrá ocurrido algo, ¿verdad?

—Oh, no, miss Blacklock. ¿Qué podía ocurrir?

—Eso me preguntaba. Creí que a lo mejor usted y Patrick…

—¿Patrick?

La sorpresa de Phillipa era evidente.

—Ah, entonces no es así. Perdóneme si he sido impertinente; pero he tenido que convivir mucho y… aunque Patrick es primo mío, no le creo capaz de ser un buen marido. No hasta que transcurra algún tiempo, por lo menos.

El rostro de Phillipa adquirió una expresión severa.

—No pienso volver a casarme.

—Sí que volverá a casarse algún día, criatura. Es usted joven; pero no tenemos por qué discutir eso. ¿No hay ninguna otra cosa? ¿No está usted preocupada por cuestiones de… de dinero, por ejemplo?

—No, todo va bien.

—Sé que le preocupa la educación de su hijo. Por eso quiero decirle una cosa. Fui a Milchester esta tarde a ver a mi abogado, Mr. Beddingfeld. Las cosas no han ido muy bien últimamente y pensé que me gustaría hacer un testamento nuevo en vista a ciertas eventualidades. Fuera del pequeño legado que le hago a Bunny, todo lo demás lo heredará usted, Phillipa.

—¿Cómo?

Phillipa se volvió bruscamente. Miraba con fijeza. Parecía desconsolada.

—Pero ¡si yo no lo quiero! De veras que no. Oh, preferiría que no fuese para mí. Y, de todas formas, ¿por qué? ¿Por qué a mí?

—Quizá —respondió miss Blacklock con un tono extraño—, porque no tengo a nadie más.

—Están Patrick y Julia.

—Sí, están Patrick y Julia.

El tono extraño se mantuvo en la voz de miss Blacklock.

—Son parientes suyos.

—Muy lejanos, no tengo ninguna obligación de dejarles nada y ellos no tienen ningún derecho a reclamarme nada.

—Pero es que yo… yo tampoco lo tengo. No sé qué piensa usted. ¡Oh, no lo quiero!

En su mirada había más hostilidad que agradecimiento. Se notaba en su modo de hablar algo muy parecido al temor.

—Yo sé lo que hago, Phillipa. Le he tomado cariño. Y está el muchacho. No recibirá gran cosa si me muero ahora, pero dentro de unas semanas pudiera ser distinto.

Miró con fijeza a Phillipa.

—¡Pero, si usted no se va a morir! —protestó la joven.

—No, si puedo evitarlo tomando las debidas precauciones.

—¿Precauciones?

—Sí, piénselo y no se atormente más.

Abandonó bruscamente la habitación. Phillipa la oyó hablar con Julia en el corredor.

Julia entró en el comedor unos momentos después. Tenía una mirada acerada en sus ojos.

—Has jugado muy bien tus cartas, ¿eh, Phillipa? Veo que eres una de esas personas calladas, una mosquita muerta.

—Así que oíste…

—Sí, lo oí. Y creo que la intención era que lo oyese.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Nuestra Letty no tiene un pelo de tonta. Bueno, sea como fuere, Phillipa, ya tienes lo que querías. Estás bien cubierta, ¿eh?

—Oh, Julia, yo no tenía la intención. Jamás tuve la intención…

—No, ¿eh? ¡Claro que la tuviste! Las cosas te van mal, ¿verdad? Andas corta de dinero. Pero acuérdate de lo que voy a decirte: si alguien liquida a tía Letty ahora, tú serás la sospechosa número uno.

—Pero no tendría sentido. Sería estúpido que la matase ahora cuando, si esperase…

—Entonces estás enterada de que Mrs. Cómo-se-llame se está muriendo en Escocia, ¿eh? Me lo estaba preguntando Phillipa, empiezo a creer que en realidad eres muy misteriosa.

—No quiero haceros perder nada ni a ti ni a Patrick.

—¿No, querida? Lo siento, pero no te creo.

—Como quieras.