Capítulo XI
  -
Miss Marple va a tomar el té

Si Letitia Blacklock estaba algo distraída cuando se presentó Mrs. Harmon a tomar el té, acompañada de su huésped, no era fácil que miss Marple, la anciana en cuestión, se diese cuenta de ello, puesto que aquélla era la primera vez que la veía.

La anciana resultó ser encantadora y deliciosamente charlatana. Se mostró en seguida como una viejecita cuya constante preocupación son los ladrones.

—Son capaces de entrar en cualquier parte, querida —le aseguró a su anfitriona—, en cualquier parte en estos tiempos. ¡Hay tantos métodos norteamericanos nuevos! Yo, personalmente, pongo mi confianza en un dispositivo muy anticuado: un gancho y un pasador. Pueden abrir las cerraduras con ganzúa y descorrer los cerrojos, pero no pueden con un gancho de latón y el pasador en que se engancha. ¿Ha probado ese método alguna vez?

—Me temo que no nos preocupamos demasiado por cerrojos ni trancas —contestó alegremente miss Blacklock—. No hay gran cosa que robar aquí.

—Una cadena en la puerta principal —aconsejó miss Marple—. Así la doncella no tiene más que abrir una rendija para ver quién llama. Y no pueden abrir de un empujón.

—Supongo que a Mitzi, nuestra refugiada europea, le encantaría.

—El atraco de que fueron ustedes víctimas tuvo que ser algo aterrador —dijo miss Marple—. Bunch me lo ha estado contando.

—Yo por poco me muero del susto —afirmó Bunch.

—Sí, fue una experiencia alarmante —confesó miss Blacklock.

—Casi parece cosa de la Providencia que aquel individuo tropezara y se disparara un tiro. Estos ladrones son tan violentos hoy en día. ¿Cómo logró entrar?

—Me temo que no somos muy dados a cerrar las puertas.

—Oh, Letty —exclamó miss Bunner—, olvidé decirte que el inspector se mostró muy raro esta mañana. Se empeñó en abrir la segunda puerta, ya sabes cuál digo, la que nunca se abre. Buscó la llave y dijo que habían engrasado las bisagras, pero no comprendo la razón, porque…

Vio demasiado tarde la señal que le hacía miss Blacklock para que se callase y se interrumpió boquiabierta.

—Oh, Lotty, me… lo siento… quiero decir, oh, perdona, Letty… ¡Ay, Señor, qué estúpida soy!

—No importa —dijo miss Blacklock. Pero estaba molesta—. Sencillamente no creo que el inspector Craddock quiera que se hable de ello. No sabía que hubieras estado presente mientras hacía experimentos, Dora. Se hace usted cargo, ¿verdad, Mrs. Harmon?

—Claro que sí —aseguró Bunch—. No diremos una palabra, ¿verdad, tía Jane? Pero ¿por qué…?

Calló pensativa. Miss Bunner estaba nerviosa y parecía contrariada, y acabó por decir:

—Siempre hablo a destiempo. ¡Ay, Señor! ¡Soy un verdadero castigo para ti, Letty!

Miss Blacklock se apresuró a tranquilizarla.

—Eres mi gran consuelo, Dora. Y, de todas formas, en un sitio tan pequeño como Chipping Cleghorn no hay, en realidad, ningún secreto.

—Eso es cierto —comentó miss Marple—. Me temo que las cosas se propagan de una manera extraordinaria. El servicio, claro está. Y, sin embargo, no puede ser eso sólo, porque una tiene tan poco servicio hoy en día… No obstante, hay que tener en cuenta a las señoras que vienen a hacer la limpieza. Quizá sean las peores, porque trabajan para otros, van de casa en casa, y hacen circular las noticias.

—¡Ah! —exclamó Bunch de pronto—. ¡Ahora lo entiendo! Claro, si esa puerta podía abrirse, también pudo haber salido alguien de aquí en la oscuridad y cometer el atraco. Sólo que, claro, nadie lo hizo, porque fue el hombre del «Royal Spa». ¿O no lo fue? No, creo que no acabo de entenderlo.

Frunció el entrecejo.

—Entonces, ¿todo ocurrió en esta habitación? —preguntó miss Marple. Y agregó a modo de excusa—: Me temo que va usted a creerme extremadamente curiosa, miss Blacklock, pero ¡es tan emocionante! Como las cosas que una lee en el periódico. Estoy ansiosa por saber lo que ocurrió y de imaginármelo todo. No sé si me comprende.

Inmediatamente miss Marple escuchó una versión muy confusa de labios de Bunch y miss Bunner, con algunas enmiendas y agregados de miss Blacklock.

Cuando el relato se hallaba en todo su apogeo, entró Patrick y tomó parte en la narración, llegando hasta el punto de representar el papel de Rudi Scherz.

—Y tía Letty estaba allí, en el rincón, junto a la arcada. Ponte allí, tía Letty.

Miss Blacklock obedeció y le enseñaron a miss Marple los agujeros que habían hecho las balas.

—¡Qué maravillosa y providencial salvación! —exclamó emocionada.

—Estaba a punto de ofrecerles cigarrillos a mis invitados —Miss Blacklock señaló la caja de plata que había sobre la mesa.

—La gente es tan poco cuidadosa cuando fuma —dijo miss Bunner con desaprobación—. Ya nadie respeta los muebles buenos como antes. ¡Fíjate en la quemadura que hizo alguien en esta hermosa mesa! ¡Vergonzoso!

Miss Blacklock exhaló un suspiro.

—Me temo que a veces piensa una demasiado en las cosas que tiene.

—¡Es una mesa tan bonita, Letty!

Miss Bunner amaba las cosas de su amiga tanto como si hubieran sido suyas. A Bunch Harmon siempre le había parecido que eso era una de las características que más adorable la hacían. No daba la más mínima muestra de envidia.

—Sí que es una mesa muy bonita —asintió cortésmente miss Marple—. ¡Y qué hermosa lámpara de porcelana la que hay encima!

De nuevo fue miss Bunner quien aceptó la alabanza, como si ella y no miss Blacklock fuera la propietaria de la lámpara.

—¿Verdad que es deliciosa? De Dresde. Hay una pareja. Creo que la otra se encuentra ahora en el cuarto de invitados.

—Sabes dónde está todo lo de la casa, Dora. O crees saberlo —dijo miss Blacklock de muy buen humor—. Te preocupan mis cosas mucho más que a mí.

Miss Bunner se puso colorada.

—Me gustan las cosas hermosas —se defendió, con un tono donde se mezclaban el desafío y la tristeza.

—Confieso —observó miss Marple— que también a mí me resultan muy queridas las pocas cosas que poseo. ¡Me traen tantos recuerdos! Lo mismo ocurre con los retratos. Hoy en día la gente tiene tan pocos retratos. A mí me gusta conservar las fotografías de todos mis sobrinos y sobrinas: cuando estaban en pañales, de niños, y así sucesivamente.

—Tiene usted una mía terrible, de cuando tenía tres años —dijo Bunch—. Con un fox terrier y los ojos bizcos.

—Supongo que su tía conserva muchos recuerdos de usted —dijo miss Marple encarándose con Patrick.

—Oh, no somos más que primos lejanos —contestó el joven.

—Me parece que Elinor me mandó una tuya de cuando eras pequeño, Pat —dijo miss Blacklock—, pero me temo que no la conservé. En realidad, había olvidado cuántos hijos tenía y sus nombres, hasta que escribió diciéndome que estabais los dos aquí.

—Otro signo de los tiempos —señaló miss Marple— ¡Es tan frecuente hoy en día no conocer a los parientes más jóvenes! En otros tiempos, cuando las familias se reunían para las grandes ocasiones, eso hubiera resultado imposible.

—La última vez que vi a la madre de Pat y Julia fue en una boda, hace treinta años —dijo miss Blacklock—. Era una muchacha muy bonita.

—Por eso ha tenido hijos tan guapos —observó Patrick riendo.

—Tienes un álbum antiguo maravilloso —dijo Julia—. ¿Te acuerdas, tía Letty? Lo estuvimos mirando el otro día. ¡Qué sombreros!

—¡Y qué elegantes nos creíamos! —contestó miss Blacklock con un suspiro.

—No te preocupes, tía Letty —dijo Patrick—. Julia se encontrará con uno de sus retratos dentro de treinta años ¡y verá lo mucho que se parecía a un chico!

—¿Lo hizo a propósito? —inquirió Bunch cuando regresaba a su casa con miss Marple—. Hablar de fotografías, quiero decir.

—Bueno, querida, creo que resulta interesante saber que miss Blacklock no conocía de vista a ninguno de sus dos parientes. Sí, creo que al inspector Craddock le gustará saberlo.