Epílogo

Deberíamos encargar los periódicos —le dijo Edmund a Phillipa el día de su regreso a Chipping Cleghorn después del viaje de novios—. Vayamos a la tienda de Totman.

Mr. Totman, hombre de movimientos y respiración fatigosa, les recibió con afabilidad.

—Me alegro de verles de regreso, señor. Y señora.

—Queremos encargar periódicos.

—No faltaba más, señor. ¿Y su madre sigue bien, espero? ¿Está bien instalada en Bournemouth?

—Le encanta —contestó Edmund, que no tenía la menor idea de si era así o de si ocurría todo lo contrario pero que, como la mayoría de los hijos, prefería creer que todo les iba bien a aquellos queridos pero con frecuencia irritantes seres: los padres.

—Sí, señor. Un lugar muy agradable. Allí fui a pasar las vacaciones el año pasado. A Mrs. Totman le gustó mucho.

—Lo celebro. En cuanto a los periódicos, nos gustaría recibir…

—Y me dicen que se está representando una comedia suya en Londres, señor. Muy divertida, según tengo entendido.

—Sí, no va mal.

—Se llama, según oigo decir, «Los elefantes sí olvidan». Usted me perdonará, señor, que se lo pregunte, pero yo siempre tuve entendido que no era así, que no olvidaban, quiero decir.

—Sí, sí, justo. He empezado a creer que fue un error ponerle ese título. ¡Son tantas las personas que me han dicho lo mismo que usted!

—Es un hecho de la historia natural, eso he entendido yo siempre que era…

—Sí, sí, como que las ciempiés son muy buenas madres.

—¿Ah, sí? Vaya, señor, eso sí que es una cosa que yo no sabía.

—Los periódicos…

—¿«The Times», creo que dijo usted, señor?

Mr. Totman hizo una pausa con el lápiz alzado.

—El «Daily Worker» —anunció Edmund con firmeza.

—Y el «Daily Telegraph» —dijo Phillipa.

—Y el «New Statesman» —añadió Edmund.

—El «Radio Times» —pidió Phillipa.

—El «Spectator» —anunció Edmund.

—El «Gardener’s Chronicle» —incluyó Phillipa.

—Gracias, señor —dijo Mr. Totman—. Y «The Gazette», supongo.

—No —respondió Edmund.

—No —replicó Phillipa.

—Perdone, sí que quieren «The Gazette», ¿verdad?

—No.

—No.

—Quieren ustedes decir —preguntó Mr. Totman, a quien le gustaba dejar bien aclaradas las cosas— que no quieren «The Gazette».

—No la queremos.

—Claro que no.

—¿No quieren ustedes «The North Benham News and the Chipping Cleghorn Gazette»?

—No.

—¿No quieren que se la mande todas las semanas?

—No. ¿Queda bien claro ahora? —puntualizó Edmund.

—Ah, sí, señor, sí.

Edmund y Phillipa se fueron y Mr. Totman entró en la trastienda.

—¿Tienes un lápiz? —le preguntó inmediatamente a su mujer.

—Deja —dijo Mrs. Totman cogiendo el libro de pedidos—, ya lo haré yo. ¿Qué quieren?

—«Daily Worker», «Daily Telegraph», «Radio Times», «New Statesman», «Spectator…» y… sí… el «Gardener’s Chronicle».

—«Gardener’s Chronicle» —repitió Mrs. Totman escribiendo aprisa—. Y «The Gazette».

—No quieren «The Gazette».

—¿Cómo?

—Que no quieren «The Gazette». Lo han dicho.

—No digas tonterías —le contestó Mrs. Totman—, no oíste bien. ¡Claro que quieren «The Gazette»! Todo el mundo lee «The Gazette». ¿De qué otra manera iban a enterarse de lo que pasa aquí?