La carpeta está abierta delante de Guikas, dividida en dos. A la derecha, el contenido propiamente dicho, con las fotos y las listas de Karayorgui; a la izquierda, el separador azul con las fotocopias de nuestros archivos. La atención de Guikas está puesta en la primera. Yo permanezco de pie frente a él y lo observo. He colocado el sobre de Kodak debajo del resto, para que primero vea el recorte.
—¡Pilarinós! —exclama y aparta rápidamente las manos, como si se hubiese quemado.
—Hay más.
Me mira sin saber si debe extrañarse o asustarse. Echa un vistazo al volumen de la carpeta y se espanta. Empieza a hojearla. Descubre el resto de los recortes, el mapa, las listas de Karayorgui. Le duele el alma.
—¿Qué piensas hacer con todo esto? —pregunta—. Por si no teníamos suficiente con Petratos, ahora aparece Pilarinós. Es sospechoso, desde luego, pero eso no significa que haya matado a las dos mujeres ni que haya contratado a nadie para que se encargara de ello. Tal vez los dos casos no guarden relación. ¿Qué piensas hacer?
Sé lo que voy a hacer pero me lo reservo.
—Lo que usted me diga. Usted está al frente de la investigación.
Me mira.
—Siéntate —dice.
Acaba de entender por qué me muestro frío y formal con él. Se inclina hacia delante y adopta una actitud muy íntima, muy personal, como si fuéramos amigos de la infancia.
—Escucha, Kostas. Eres un buen oficial, inteligente y bien dispuesto. Sólo tienes un defecto. Eres inflexible, no sabes maniobrar, deslizarte. Te lanzas de cabeza, chocas contra la pared y te partes la crisma. Con gente como Delópulos y Pilarinós, tienes que escurrirte como una anguila, para que no te envuelvan en un trozo de papel y te tiren a la basura.
No abro el pico porque reconozco que tiene razón. Soy realmente inflexible y, cuando se me mete una idea en la mollera, no hay quien me la quite.
—Dije que me encargo personalmente de la investigación para aliviar la presión que tienes que soportar y protegerte. Anoche, cuando se fue Delópulos, dije al ministro que te considero el único capaz de resolver este caso. Basta con que seas un poco más discreto y me informes a menudo, para que pueda respaldarte.
Me pregunto por qué me cuenta todo esto. ¿Porque lo cree o porque quiere demostrarme cómo se escurre una anguila? Estaba a punto de cesarme, y de pronto se convierte en mi ángel de la guarda. Al ver que se puede meter en líos con Pilarinós, da la vuelta a la tortilla y se queda al margen.
—Dime, ¿qué piensas hacer?
—Pedir a aduanas que me detallen el contenido de los camiones frigoríficos que figuran en las listas de Karayorgui. Y al aeropuerto, la lista de pasajeros de los vuelos chárter y los viajes organizados.
—¿Y si no obtienes resultado?
—De momento, no haré nada. Prefiero no pedir las listas de la empresa de Pilarinós: despertaría sospechas y no nos conviene. Haré pasar los negativos a papel, a ver qué sale. E interrogaré a los que viajaron a Praga, Varsovia y Budapest. Quiero saber por qué lo hicieron.
—La cuestión es cómo abordar a Pilarinós sin armar revuelo.
—Conozco a alguien que tal vez nos facilite información. No es de los nuestros; se trata de un conocido mío y no puedo revelar su identidad. Pero es una fuente fidedigna.
Me mira y sonríe.
—De acuerdo. ¿Qué pasa con Petratos?
—Esperaré hasta tener los informes del grafólogo y del laboratorio sobre el alambre. Sinceramente, no soy muy optimista. Se trata de un alambre corriente, de los que se encuentran en cualquier ferretería. En cuanto a las cartas, ya no creo que las escribiera Petratos. El autor fue seguramente el que quería la carpeta de Karayorgui. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que los dos casos no estén relacionados, como usted ha dicho, y que Petratos sea el asesino. Pero hay que investigar más.
Guardo silencio.
—Hay algo más. Algo bueno.
Le hablo de Kolákoglu. Al oírme se le ilumina el rostro.
—¿Por qué no lo has dicho antes? —exclama entusiasmado.
Agarra el teléfono y ordena a Kula que llame a Delópulos. Lo miro estupefacto. Se da cuenta y sonríe.
—Sorprendido, ¿eh? Ahora verás cómo se ejecutan las maniobras.
Cuando Delópulos se pone al teléfono, Guikas se lo cuenta todo menos el nombre y la dirección del bar. Cuelga satisfecho.
—Delópulos está saltando de alegría. A partir de ahora me llamará a mí y a ti te dejará trabajar en paz. Y algo más. Quiero los dos informes, el tuyo y el de Kolákoglu, para enviárselos al ministro. Hay que saber hacer callar algunas bocas.
Sus ojos reparan en la otra carpeta, el separador azul claro. Lo abre y ojea el contenido por encima. Levanta la mirada lentamente.
—Comprenderás que tengo la obligación de ordenar una investigación interna —dice.
—Lo comprendo, aunque me gustaría que se retrasara un poco.
—¿Por qué?
—Karayorgui está muerta y ya no puede robarnos más documentos. Sin embargo, el que se los facilitaba podría estar muy implicado en esta historia. Ahora duerme tranquilo porque piensa que nadie sospecha de él. Si ordena una investigación interna, lo despertará antes de tiempo. Deje que continúe la investigación en curso, a ver qué nuevos datos nos proporciona.
—De acuerdo —dice tras una breve reflexión—. Informaré personalmente al ministro y le explicaré por qué habrá un retraso. —Recoge la carpeta y me la da—. Guárdala bajo llave. Será mejor que nadie más sepa que existe.
Tengo tantas ganas de ponerme en acción, que en lugar de esperar el ascensor bajo los escalones de dos en dos. Al llegar a mi rellano, veo el tropel de siempre delante de la puerta de mi despacho.
—Si queréis declaraciones, tendréis que hablar con el señor Guikas, chicos. Ya sabéis que se ha hecho cargo personalmente del caso.
Lo saben y no insisten. Empiezan a retroceder hacia el ascensor. Sotirópulos finge que los sigue pero se queda.
—¿Podemos hablar un poco?
—Me han ordenado que cierre el pico. No me metas en un aprieto.
Sonríe comprensivo y me da unas palmaditas en el hombro.
—Ya pasará el temporal —dice como si me presentara sus condolencias.
Copio en la parte superior de una hoja las salidas de frigoríficos, y las llegadas de viajeros y chárteres en la parte inferior. En otra hoja anoto los cinco nombres de la segunda lista de Karayorgui. Llamo a Sotiris por la línea interior.
—Pregunta a aduanas qué transportaban estos camiones. Seguramente serán de Transpilar, la compañía de Pilarinós. Y pregunta después al aeropuerto si tienen las listas de pasajeros de estos chárteres y viajes organizados. Es probable que viajaran con alguna de las agencias de Pilarinós. A estos cinco quiero que los interrogues tú, personalmente. Nos interesa averiguar el motivo de su viaje.
Recoge las dos hojas pero no se va. El nombre de Pilarinós ha despertado su curiosidad y quiere saber más.
—Venga, no pierdas el tiempo. Ya te contaré cuando llegue el momento. Y llama a Zanasis.
Entretanto intento terminar mi informe, pero no me da tiempo. Zanasis no tarda ni un minuto en llegar.
—Han telefoneado del laboratorio —dice—. El alambre coincide con el que usaron para matar a Kostaraku, pero no pueden afirmar que se trate efectivamente del que se empleó en el crimen. Si hubiésemos encontrado el alambre que utilizó el asesino, tal vez pudieran averiguar si procede del mismo rollo. Sin embargo están seguros de que el trozo no fue cortado con tijeras ni con alicates, sino con la mano.
Es un dato importante. Si Petratos vio el alambre casualmente y se le ocurrió usarlo, tal vez lo cortó con las manos debido a las prisas. Claro que cualquiera que necesitara un trozo de alambre y le diera pereza ir a buscar unos alicates haría lo mismo.
—Petratos conduce un Renegade. Quiero que peines el barrio de Kostaraku, por si alguien lo vio a la hora del crimen. No es probable que recuerden la matrícula, pero anótala por si acaso. XPA-4318. Y lleva estos negativos al laboratorio para que los pasen a papel.
Cuando se va Zanasis, me pongo manos a la obra con el informe y lo termino en quince minutos. Antes de entregarlo llamo por teléfono a Politu, la juez de instrucción que está a cargo del caso del albanés, y la informo de las novedades que se han producido.
—¿Qué fundamento tiene la sospecha de que se trata de tráfico de niños? —pregunta.
—Todavía no lo sé. Sin embargo no podemos descartar que el albanés matara a la pareja por las razones que suponía Karayorgui, y no por las que él reconoce en su confesión.
—Bien. Le avisaré cuando lo llame a declarar —dice y cuelga.
Entrego ambos informes a Kula y bajo al sótano, donde están los archivos.
El encargado se sorprende al verme.
—¿Cómo usted por aquí, señor Jaritos?
Es un hombre de unos cuarenta años con la sonrisa siempre a flor de labios. Hace un par de años, tuvo la desgracia de meterse en un lío con el hijo de un ministro, que había herido gravemente a otro hombre en un bar. El ministro presionó para que declararan que lo había hecho en defensa propia, pero Yannis estaba indignado con la desfachatez del chico y no quiso ceder. Al final, al niñito de papá le cayeron seis meses. La sentencia fue suspendida y Yannis acabó en archivos.
—Yannis, me gustaría que me hicieras un favor personal.
—Con mucho gusto, si está en mi mano.
—He de averiguar qué informes de este departamento han salido de los archivos a lo largo del último año y medio, y quién se los llevó.
—¿Año y medio? —pregunta, y es evidente que se queda estupefacto.
—Sí, pero que quede entre nosotros. No quiero que se entere nadie.
Sé que es una faena. Tendrá que mirar los informes uno por uno: No conozco los números de los archivos y prefiero no preguntar a mi gente, para no alertar al colaborador de Karayorgui.
—¿Qué le vamos a hacer? Si se trata de un favor… —se resigna Yannis—. Aunque me llevará algún tiempo.
—Tan pronto como puedas. —Le estrecho cordialmente la mano para mostrar mi agradecimiento.
Ha comenzado a lloviznar. Subo al Mirafiori y me pongo en camino para ir a ver a Zisis. Es el contacto que no quise revelar a Guikas.