SIETE
Mientras morían, Rosanna revivió la vida de la Bestia.
—Pero es que yo no quiero una hermanita pequeña —decía una hermosa niña—. Quiero ser sólo yo.
Su padre protestó, pero su madre —ya convertida a la causa de su hija mayor como la belleza más grandiosa del Imperio— se mostró insistente.
—Lo que mi pequeña Yelle quiera, mi pequeña Yelle lo tendrá.
El padre de ambas, el viejo elector de Nuln, sabía que lo que querían su esposa y su hija no era correcto, pero siempre había sido esclavo de las mujeres.
Al final, se alegró de tener una menos en casa; y siempre había querido un hijo varón. Si hubiese continuado vivo, habría hallado un aliado en el «niño», Leos, que creció odiando a las mujeres hasta lo más hondo de su ser…
—No te toques allí. ¡Es asqueroso!
Luego, golpes. A base de azotes, a Leos le enseñaron a cubrir su cuerpo en todo momento. Llegó a pensar en sí misma como un chico. Suprimió el recuerdo de su breve existencia como niña. Jugaba con espadas de madera en lugar de muñecas de elegantes ropas. Cuando creciera quería ser un espadachín y luchar él sólo contra hordas de goblins o trolls, y dejar montañas de carne verde allá donde fuera.
Su padre, consejero de la universidad, se encerraba a solas con sus libros de historia mientras la madre se ocupaba de los hijos. Yelle era recompensada. Leos era golpeado. Si ella cometía una trasgresión, lo castigaban a él. Llegó a tolerar el castigo, luego a anhelarlo. La idea del castigo lo atraía. Más tarde la abordaría desde otro ángulo y se convertiría en el que castigaba en lugar de ser el castigado. No era más que lo correcto.
Cuando Yelle tenía diecisiete años y Leos ocho, la madre murió en un accidente de carruaje. Por entonces, Leos ya era un niño como debía, pero la Bestia estaba creciendo en su interior como había crecido dentro de su madre. La Bestia no era la niña que él habría sido si lo hubiesen criado de acuerdo con su sexo, sino la niña que había sido aprisionada, torturada, suprimida. Y estaba enfadada.
Poco después de la muerte de su gato mimado, Yelle dejó de golpear al niño. Ahora era su madre y podía enviarlo fuera de casa o castigarlo a voluntad. Utilizaba su poder sobre él muy de vez en cuando, pues recordaba lo que ella misma había creado en su hermano.
Además, Leos era ahora un devoto de su hermana. Si alguna vez se peleaba con los chicos de la ciudad, se descubría que el oponente lo había hecho enfadar al insultar a Yelle. Y siempre que peleaba, Leos ganaba. Emmanuelle se volvió bastante protectora con Leos, y le hizo de madre mucho mejor que su madre real.
La Bestia ya había saboreado sangre. Los dos hombres, que no tenían importancia, y la dulce, apetitosa Natasha.
Cuando su garra se deslizó dentro de la carne suave como un melocotón de Natasha, supo cuál era su propósito. Las mujeres —exceptuando a Yelle— eran asquerosas. Criaturas del mal. La Bestia había nacido con la finalidad de matar mujeres, de ser para ellas un azote tan grandioso como Sigmar lo había sido para los goblins.
En la universidad, Leos recibió clases de esgrima del gran Valancourt, y al cabo de poco su espada se manchó de sangre.
La Bestia tenía sentimientos extraños hacia la espada. A veces le encantaba lamerla y herirse levemente la lengua para saborear la sangre, pero no era una garra. Y los oponentes de los duelos que libraba el envoltorio muchacho eran hombres.
La primera garra fue un cuchillo de caza que había pertenecido a su padre. La Bestia amaba esa garra y aún la conservaba. Tras las primeras muertes, cuando la garra aún estaba mojada, la Bestia se colocaba el cuchillo entre los muslos y se rozaba con la empuñadura las partes prohibidas. Eso la hacía sentir plena. Más tarde, la Bestia se había fabricado garras más apropiadas y salido más a menudo de dentro del envoltorio muchacho.
Yelle tenía tantos vestidos bonitos, tantas joyas bonitas, tantas cosas bonitas…
Y los guanteletes cuchillo de la Bestia hacían juego con tantos de los vestidos de su hermana…
La Bestia seguía pensando que las mujeres eran asquerosas. Eran débiles y necias, no como ella. La Bestia quería aparearse sólo con hombres, sentir sus cuerpos ásperos y velludos. Ni siquiera el envoltorio muchacho sentía el más mínimo interés romántico por las débiles chicas de la corte con las que bailaba en las fiestas. Se rumoreaba que, con su crueldad, le había roto el corazón a Clothilde de Averheim, pero en realidad el daño se lo había causado por una simple falta de interés. A veces, la Bestia se probaba los vestidos de su hermana y sentía que la sed de matar se encendía en su corazón.
Habitualmente, podía esconderse dentro de Leos y salir cuando tenía que atacar. Pero para sus expediciones de cacería, a menudo se vestía como si fuese a acudir a un baile, y escogía un vestido de terciopelo verde con una capa a juego.
Pero Leos se odiaba a sí mismo por sentir los deseos de la Bestia. También él se convirtió en un asesino, aunque más tarde que la Bestia. Mataba elegantemente con su espada, mientras que la Bestia destripaba con sus garras. En realidad, nunca se convirtieron en uno solo, y luchaban constantemente.
Las de Altdorf no fueron más que las últimas de una ininterrumpida cadena de cadáveres. Últimamente, la Bestia se había enfurecido más, había sido menos cautelosa, dándole a Leos menos tiempo para limpiarlo todo y ocultar los rastros.
La lucha por el control del cuerpo se convirtió en algo constante.
Al final, como era inevitable, la Bestia ganó la batalla.