Capítulo 2

DOS

Harald Kleindeinst había acordado reunirse con ellos en El Descanso del Caminante a media tarde, pero se retrasaba. Rosanna tenía la impresión de que el oficial era del tipo de hombres que mantienen su palabra a menos que un objeto inamovible se interponga en su camino. Le había asignado a Helmut Elsaesser como escolta, y le había pedido que registrara la habitación de Trudi Ursin para ver si podía captar algo útil acerca de la muchacha.

Hasta el momento, la investigación se había llevado a cabo sobre el supuesto de que la Bestia era alguien que asesinaba de manera aleatoria, que atacaba solamente cuando se le presentaba la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, sería mucho más fácil estructurar el caso si las víctimas eran seleccionadas de acuerdo con un sistema, por demencial que éste fuese.

Kleindeinst había hecho que volvieran a asignarle el caso a Elsaesser, y le había encomendado buscar conexiones entre las mujeres muertas. Era obvio que el joven guardia ya había estado pensando dentro de esa línea de investigación, porque había memorizado una gran cantidad de información sobre las anteriores víctimas de la Bestia: Rosa, Miriam, Helga, Monika, Gislind, Tanja, Margarethe y ahora Trudi.

Elsaesser parecía conocerlas a todas íntimamente. Rosa, Monika y Gislind habían trabajado para el mismo proxeneta, un Gancho llamado Maxie Schock, y Miriam y Margarethe, de más edad que las otras, habían estado, en épocas diferentes, relacionadas emocionalmente con Rikki Fleisch, el delincuente de poca monta al que Margarethe había asesinado. Tres eran rubias, dos de un castaño indeterminado, una morena, una pelirroja, y una afeitada y con tatuajes de dragones en la cabeza.

Seis prostitutas, una pitonisa y, ahora, una camarera de posada. Miriam, de 57 años, era la mayor de todas; y Gislind, de 14, era la más joven. Todas habían trabajado en la misma zona poco recomendable que rodeaba la calle de las Cien Tabernas, y las que tenían casa se alojaban a poca distancia de la misma. La guardia ya había interrogado a más de doscientos esposos, exesposos, hijos, novios, protectores, admiradores, clientes, socios, amigos, enemigos, conocidos y vecinos. Habían surgido unas pocas personas relacionadas con más de una de las mujeres —en el puesto de guardia de la calle Luitpold se contaban chistes sobre el apetito de aquel embajador bretoniano enano, De la Rougierre—, pero no podía relacionarse a nadie con todas ellas. Lo único que las ocho tenían en común era la muerte, inconfundiblemente obra de la misma mano.

Rosanna se sentó ante el tocador y miró el espejo rajado pero limpio, intentando ver el rostro de la muchacha cuando estaba viva. Intentaba olvidar el despojo escarlata que había visto en el almacén de la Amada de Manann, cuya sangre había sido lavada por el agua y a través del cual se veían zonas grises donde afloraba la calavera.

Elsaesser registraba la habitación, aparentemente al azar, buscando cosas que hubiese visto antes.

—Helga tenía unos zapatos como estos —dijo mientras revisaba una caja que había dentro del armario—. Y la mayoría de ellas consumían esto.

Rosanna miró al oficial, que había encontrado raíz de bruja escondida. Rascó una de las raíces secas con una uña, y la lamió.

—Esto es una porquería —declaró—. Es de la cosecha del año pasado, quizás anterior.

Rosanna volvió a mirar el espejo. Su rostro quedaba cortado en dos por la rajadura.

Tocó el cepillo de pelo y recibió la impresión de una cabellera larga y espesa que crepitaba al cepillarla. Por el cadáver no había podido percibir el aspecto que tenía la muchacha cuando estaba viva.

—Aquí vivían dos personas —dijo Elsaesser al tiempo que levantaba un delantal de camarera y una chaqueta de hombre—. Ya veis como yo también puedo adivinar. Se llama deducción.

Parecía complacido consigo mismo, y eso preocupó un poco a Rosanna. No estaba segura de por qué Elsaesser sentía aquella pasión por descubrir quién era la Bestia. En parte podía ver que era debido a que al joven le gustaban los enigmas. Lo único que había podido captar de su mente era la sensación de sus dedos desenredando nudos difíciles, intentando deshacerlos. Sus manos estaban siempre moviéndose.

Todo el proceso de seguir la pista del asesino lo emocionaba.

Era como alguien que va a cazar por primera vez, exaltado por la persecución pero aún sin sangre en las manos, cuando todavía no se ha visto obligado a mirar a la presa muerta. Y había algún otro motivo, algo más difícil de definir. Realmente era mucho más sencillo cuando uno hacía algo que le encomendaban. No había motivos que desentrañar y meditar. Ella estaba allí porque el elector lo quería, y después de la sesión del día anterior con los restos de las víctimas, estaba allí porque quería que detuvieran a la Bestia.

Elsaesser dejó caer el delantal sobre la cama y examinó la chaqueta. Obviamente, tenía un buen corte. Trudi había tenido un novio rico, o uno con dedos ligeros y que tenía acceso a la tienda de un sastre.

—La Liga de Karl-Franz —dijo el oficial—. Mirad.

Le lanzó la chaqueta y ella la atrapó en el aire. En las solapas podía verse el sello imperial, destacado en oro.

—Todos los miembros de la liga llevan estas prendas. Debería haberla reconocido de inmediato.

Era como sujetar a un animal furioso. La chaqueta se debatía en sus manos, y oyó gruñidos y bufidos. Garras que intentaban arañar, dientes desnudos. Bajo los pies había nieve y un rastro de sangre que seguir. Brillaron unos ojos rojos y amarillos, y ella se dio cuenta de que eran los suyos propios cuya imagen le devolvía el espejo.

—El novio de Trudi es un estudiante de primer año, no un miembro de pleno derecho de la hermandad —comentó Elsaesser—. Podrá ponerse algunos galones más si aprueba los primeros exámenes.

Ella dejó caer la chaqueta.

—¿Qué sucede?

Rosanna no podía dejar de temblar.

—Wolf —dijo.

Elsaesser se mostró atento, contrito.

—Lo siento, no debí haberos arrojado esto de un modo tan desconsiderado. Olvido constantemente vuestro don.

—Está bien, habría sucedido de todas formas. Puedo percibirlo en toda la habitación. Es fuerte, como un almizcle.

—Deberíais actuar más como una bruja…

Ella odiaba esa palabra, pero estaba dispuesta a dejarla pasar en el caso del bien intencionado joven guardia.

—… cubriros la ropa con símbolos y emblemas. Agitar las manos y murmurar abracadabras.

La carne de gallina que tenía bajo las mangas, desapareció. Elsaesser le acarició el cabello como si tuviera cincuenta años más que ella en lugar de seis menos. No mostraba la prevención exhibida por Mikael Hasselstein cuando ella estaba cerca, y eso hizo que se diera cuenta del escaso número de personas que conocía que estaban dispuestas a tocarla sin pensarlo, como hacía la gente corriente entre sí. Ni siquiera percibió en el guardia otra cosa que no fuera un intento general de tranquilizarla después del desagradable contacto que había establecido.

—No soy una bruja ni una hechicera. Esto no es algo que yo haya aprendido, es algo con lo que nací. Es como tener articulaciones excepcionalmente flexibles o una buena voz para el canto.

Él volvió a ponerse serio.

—¿Se llama Wolf? —preguntó.

—Eso creo. A veces los nombres son difíciles de percibir.

Hay cosas raras en él. Debe asistir a la universidad como estudiante, pero se siente más viejo. En su vida ha pasado por un período que apenas recuerda, pero que lo acosa constantemente. No es un mutante, pero ha sufrido alguna… alguna transformación…

Elsaesser le prestaba toda su atención.

Kunze, el posadero, había dicho que Trudi tenía un novio que a veces se quedaba con ella. Aparte de que era estudiante y no le faltaban las coronas, no sabía nada más del joven. No obstante, Kunze lo había descrito como «un diablo peludo» aunque, cuando lo presionaron, admitió que el chico no llevaba barba.

Se oyó un golpe de llamada en la puerta.

—Adelante.

Una muchacha con delantal entró en la habitación e hizo una reverencia. Rosanna percibió la ola de miedo que emanaba de ella. Había estado llorando.

—Soy Marte —dijo la muchacha—. El señor Kunze me dijo que querían verme ustedes.

—¿Eras amiga de Trudi? —preguntó Elsaesser.

—Trabajábamos en turnos alternos, oficial —replicó Marte—. Era una buena chica y me sustituía cuando yo estaba enferma. Enfermo muy a menudo. Rosanna advirtió que la muchacha era un poco coja y que no tenía buen color.

—¿Conocías a su novio? —inquirió Rosanna.

La cara de Marte se contrajo y Rosanna hizo un gran esfuerzo por no echarse atrás, ya que la muchacha acababa de pasar del miedo pasivo al miedo activo.

—Él —respondió con repugnancia en la voz—, él era malo.

Un animal. Era dulce como el azúcar ahora, y al cabo de un minuto era una bestia malvada. No sé por qué ella seguía a su lado. Yo nunca dejaría que un hombre me usara como él la usaba a ella. Nos bañábamos juntas cada semana, y ella siempre tenía un moretón o arañazo nuevo que le había hecho él.

Los ojos amarillos y rojos ardieron en la mente de Rosanna.

—¿Sabes cómo se llama?

Ahora Marte estaba más enfadada que asustada.

—¿Lo ha hecho él? Yo siempre dije que era malo.

—¿Su nombre?

—Misericordiosa Shallya, ¿es él… es él la Bestia? —Marte estaba a punto de desmayarse.

Elsaesser la cogió por los hombros y la sujetó.

—¿Cómo se llama?

—Ah, sí. Su nombre. Se llama Wolf…

Elsaesser y Rosanna se miraron el uno al otro.

—Pertenece a la aristocracia. Lo mantenía en secreto, pero Trudi me contó que era hermano de un elector…

Dentro de su mente, algo vago comenzaba a adquirir un foco claro y definido. Rosanna recordó el boceto que había hecho para el capitán Kleindeinst y el rostro que continuamente intentaba superponerse al que había en la mente de Trudi.

—Se llama Wolf von Mecklenberg.