Capítulo 1

UNO

Cuando acabara todo, se realizaría una investigación imperial, presidida alegremente por el gran teogonista Yorri. Si el jefe titular del Culto de Sigmar podía ser imparcial en el asunto de los tumultos de la Gran Niebla, era una pregunta que muchos planteaban y pocos respondían a satisfacción de alguien.

Sin embargo, cuando se dejaron a un lado todas las alegaciones y rumores y se demostró que eran falsas las mentiras más fabulosas, quedaron definitivamente establecidos los hechos siguientes:

Primero: esta niebla en particular había sido la más densa, pesada, repulsiva, duradera y malsana que había descendido sobre la ciudad, hasta donde llegaba la memoria de los vivos. Dado que el término «memoria de los vivos» incluía también la de Genevieve Dieudonné, de 667 años, era una cuestión sencilla corregir la declaración para que reflejara el hecho de que era la peor niebla de toda la historia.

Durante el resto de su vida, los pelmazos a los que gustaba hablar del tiempo, y que por casualidad se encontraban en la ciudad durante la Gran Niebla, fastidiarían a sus amigos, parientes y cualquier total desconocido cuya atención pudiesen captar, con fantásticos pero aburridos relatos de la duración, calidad, cantidad y peculiaridad climatológica de aquella niebla.

Segundo: en algún momento de primeras horas de la tarde, los miembros del movimiento revolucionario comenzaron a distribuir un nuevo panfleto escrito por Yevgeny Yefimovich, en el que aparecía la primera publicación de un poema del príncipe Kloszowski titulado Las cenizas de la vergüenza, en el cual se afirmaba que la Bestia hallaba refugio dentro del palacio del emperador. Entre otras cosas, el boletín aseguraba que Dickon, de la guardia de los muelles, que nunca había sido un personaje público especialmente popular, había encontrado una capa de terciopelo verde en el callejón donde fue hallado el cuerpo de la asesinada Margarethe Ruttmann, y que había quemado personalmente dicha prueba. Yefimovich concluía su panfleto con una llamada a todos los hombres honrados para que se alzaran contra los odiados opresores y derrocaran el gobierno corrupto de Karl-Franz.

Tercero: en una disputa jurisdiccional típica de una ciudad con más facciones imperiales, religiosas, locales y políticas que muchas naciones, un número sorprendente de bandas armadas de hombres, mutuamente hostiles, salió a las neblinosas calles con la intención ostensible de proteger a los ciudadanos de los peligros gemelos que entrañaban la niebla y la Bestia. Las guardias fueron primero reforzadas por destacamentos de la milicia imperial y aumentadas por la guardia del palacio en los sectores más ricos de la ciudad.

Entre tanto, bajo el mando de Adrián Hoven, patrullas de caballeros de la orden del Corazón Llameante peinaron las áreas del palacio y del templo de Sigmar donde, de una forma carente de todo tacto, sometieron a interrogatorio a muchos ciudadanos que se habían perdido en la niebla.

Además de estas fuerzas oficiales, un grupo de Ganchos a las órdenes de Willy Pick, enarbolando el espurio estandarte del comité de vigilancia ciudadana, ocupó posiciones tácticas en los puentes, donde sus miembros aterrorizaron con total indiferencia a quienes pasaban. Y la Liga de Karl-Franz, tras jurar que un fenómeno atmosférico insignificante no iba a impedirles celebrar su tradicional concurso de ingesta de vino de principio de invierno, salieron en pleno de los colegios de la universidad hacia la calle de las Cien Tabernas.

Por supuesto, la lista de facciones armadas se vio incrementada por los agitadores de Yefimovich, por una buena cantidad de rameras que habían decidido que era mejor que ellas llevaran armas dado que la Bestia andaba suelta, y por diversos estúpidos y aventureros que pensaron que ése parecía un momento interesante para vagar por ahí en busca de emociones.

Entre todos, estos tres factores dispararon el más grave estallido de violencia urbana que Altdorf había conocido en toda su historia.

Los enfrentamientos iniciales se produjeron a primeras horas de la tarde, cuando un inexperto teniente de la milicia imperial hizo caso omiso del consejo del guardia de los muelles a quien le habían ordenado ayudar, e intentó persuadir a un grupo del comité de vigilancia ciudadana de que abandonara la posición que ocupaba en el extremo norte del puente de los Tres Peajes, y que conecta la calle del Templo por el oeste con la calle Luitpold por el este. Nadie resultó herido de gravedad, pero el teniente fue arrojado a la lenta corriente del Reik y tuvo que zafarse de la armadura para no ahogarse.

Aprendió así una valiosa lección y la paz quedó brevemente restablecida.

Justo cuando la campana del templo tocaba las tres de la tarde —aunque la niebla hacía que resultase difícil distinguirlas de las tres de la madrugada—, don Rodrigo Piquer de Ossorio Serrador Teixiheira, el segundo hijo de diecisiete años de un duque estaliano, regresaba de la casa de von Tasseninck —con un terrible dolor de cabeza por haber sucumbido a un exceso de vino durante el baile de la noche anterior—, a sus habitaciones de la universidad donde se esforzaba por aprender alquimia e ingeniería de asedio.

Enfadado por haberse perdido el duelo del que hablaba todo el mundo y sintiendo necesidad del proverbial «remedio para la resaca», golpeó repetidamente la puerta de la posada El Lobo Tuerto e insistió en que el posadero abriera el establecimiento y le sirviera un poco de jerez. El posadero no se encontraba en casa, pero la barra principal de la taberna estaba ocupada en ese momento por un grupo de la banda de los Peces que escuchaban atentamente mientras el que sabía leer les explicaba el contenido de Las cenizas de la vergüenza.

Tras irrumpir en el local, Teixiheira agitó su capa de terciopelo verde de una manera que él consideraba muy elegante y solicitó, en un tono algo beligerante, que le sirvieran, al tiempo que insistía en que su linaje exigía que aquellos plebeyos hicieran todo lo que estuviese en su poder para complacerlo.

Lo encontraron colgando de la parte inferior del puente del Viejo Emperador ahorcado con su propia capa, que había sido cortada en tiras y usada para confeccionar una cuerda tosca pero funcional. La Comisión de Yorri decidió que Teixiheira fuera la primera baja oficial de los tumultos.

Al dar la quinta hora, otras siete personas habían llegado a un violento final, y los tumultos ni siquiera habían comenzado realmente. Estas almas perdieron la vida en simples escaramuzas entre individuos o grupos formados por no más de tres o cuatro personas. Un caso típico fue el de Ailbow Muggins, un halfling comerciante de frutas y verduras que confundió a una pareja de caballeros templarios que se aproximaban con aduaneros decididos a descubrir la carga de productos agrarios de contrabando que acababa de recibir de un Pez. Muggins fue sorprendido cuando intentaba cargar con pólvora y proyectiles el cañón de su pistola de chispa último modelo, y murió, no debido al golpe de espada que recibió en la cabeza, sino porque una chispa que saltó de la hebilla de su sombrero al golpear la hoja del arma, encendió la pólvora del cañón. El sacerdote sargento Rainer Wim Herzog, que le infligió el golpe y perdió un ojo a causa de la explosión, fue posteriormente condecorado por el sacerdote capitán Hoven y elogiado por su valor, si no en el campo de batalla, al menos en la niebla.

La Comisión de Yorri no pudo dar posteriormente cuenta de las actividades de Dien Ch’ing, el embajador del Rey Mono, que al parecer pasó el día visitando varios peculiares establecimientos dispersos por toda la ciudad, donde compró diversos elementos que bien podrían estar relacionados con la brujería. También se le hicieron algunas críticas a Etienne Edouard Villechalze, conde De la Rougierre, el embajador de Charles de la Tete d’Or III, de quien se creía que había pasado la tarde y las primeras horas de la noche en la taberna Matthias II, en compañía de Milizia Kubic, una bailarina exótica de proporciones heroicas, y que se había comportado de manera impropia en un diplomático bretoniano. La declaración jurada de Norbert Schlupmann, un bodeguero de la Matthias II que pasó la tarde espiando a través de un pequeño agujero hecho en el techo de las habitaciones que tenía alquiladas De la Rougierre, lúe examinada con atención por el gran teogonista y luego archivada en la gran biblioteca junto a otras obras proscritas, donde su contenido quedó sellado para siempre y fuera del alcance del público, y se la calificó como improcedente para la investigación. En algún momento de la tarde, Harald Kleindeinst, mientras interrogaba al personal de El Descanso del Caminante para intentar reconstruir las últimas horas de la vida de Trudi Ursin, sobrevivió a un intento de homicidio y logró, tras una breve persecución, reducir al guardia Joost Rademakers, su pretendido asesino.

Por desgracia, Rademakers no vivió lo suficiente para explicar los motivos que tenía para intentar asesinarlo. En aquel momento, no obstante, Kleindeinst expresó la opinión de que su compañero actuaba según órdenes de un tercer miembro de la guardia de los muelles cuyo nombre no pronunció.

Una autopsia llevada a cabo en el templo de Morr, reveló que Rademakers había expirado debido a las complicaciones derivadas de un aplastamiento de las vías respiratorias superiores, y que las treinta y seis fracturas óseas sufridas durante su enfrentamiento con Kleindeinst no eran necesariamente factores que hubiesen contribuido a su fallecimiento.

El cadáver del conde Volker von Tuchtenhagen, convenientemente aseado, fue entregado por el palacio a los von Tasseninck, siguiendo la tradición que dicta que la responsabilidad por el cuerpo de quien ha perdido un duelo recae, si su familia no está disponible, en los dueños de la propiedad en la que se hizo la ofensa que motivó el reto. El gran príncipe Hals, que nunca había estado particularmente unido al difunto, hizo empaquetar al conde en precioso hielo y sellar el contenedor para embarcarle hacia la hacienda que el finado tenía en Averland donde, cuando se conociera la noticia, su madre moriría de aflicción y sus aparceros organizarían tres días festivos de alegría y conducta licenciosa, extraoficiales y no autorizados.

Toten Ungenhauer fue entregado al templo de Morr, donde un rápido examen reveló que, en efecto, había sido drásticamente alterado por la piedra de disformidad.

Tras la disección científica, el campeón de von Tuchtenhagen sería arrojado al mismo pozo de cal que recibiría, tras un respetuoso período, los cadáveres terriblemente mutilados y no reclamados por nadie, de Margarethe Ruttmann y Trudi Ursin.

El primero de los incendios fue provocado justo después de la caída de la noche, en la casa de Amadeus Wiesle, un infame prestamista que desarrollaba sus actividades en el Extremo Este de la ciudad. La Comisión nunca pudo determinar si el incendio fue responsabilidad de un ciudadano que tenía un motivo específico de queja contra Wiesle o de un agitador adepto a Yevgeny Yefimovich, y la guardia —dada la larga lista de deudores desalojados, maltratados, físicamente discapacitados, vendidos como esclavos o ejecutados por haberse visto implicados con el usurero— decidió no investigar más el asunto.

Por entonces, la guardia tenía asuntos más urgentes de los que ocuparse.

De no haber sido por la niebla, la noticia del incendio del Extremo Este habría podido propagarse con mayor rapidez y provocar el pánico. Tal y como estaban las cosas, hubo pánico de todas formas, aunque provocado por un montón de otras excelentes razones.

Aunque todavía nadie se había dado cuenta de ello, la Bestia había despertado y comenzaba a acechar a su presa de aquella noche…