Capítulo 7

SIETE

Ella despertó y olvidó instantáneamente el sueño que había tenido…

… pero su corazón continuaba latiendo a una velocidad vertiginosa, y el terror aún la atenazaba.

Se estremeció, empapada en su propio sudor. El eco de su grito aún no había acabado de apagarse en la pequeña celda de paredes de piedra.

Rosanna se sentó y la última manta cayó de su cuerpo.

Había estado debatiéndose en sueños, y casi toda la ropa de cama estaba en el suelo.

Al otro lado de la tronera de su celda, donde deberían haber estado las lunas, se veía una cuña de color gris. En el escritorio ardía una vela que proyectaba un pequeño círculo de luz sobre las pilas de libros que había sobre él. Siempre necesitaba una llama en la oscuridad. Era su último lazo con la infancia.

Se rodeó el cuerpo con los brazos hasta que cesaron sus temblores.

A veces experimentaba raptos de éxtasis durante la noche, pero en la mayoría de las ocasiones sus sueños eran terribles.

Era una parte de su don al que nunca podría acostumbrarse.

Como siempre que el horror entraba como un torrente, directamente en su mente, deseó haber nacido gorda, estúpida y normal como sus hermanas. La habría desposado un cazador o un leñador, y a estas alturas habría parido cinco hijos. Lo único que hubiera perturbado sus noches habrían sido los ronquidos de su marido.

Se libró de la última manta y atravesó la diminuta celda, sintiendo las losas de piedra asombrosamente frías bajo sus pies desnudos, hasta la mesita alta en la que había una jofaina de agua dulce.

Aunque no era sacerdotisa ni novicia, debía acatar el estricto régimen del templo. No había ningún espejo que fomentara su vanidad y, en ese preciso momento, se alegró de esa carencia. No creía poder mirar su propio rostro sin recordar demasiado…

Metió las manos en el agua fresca y despertó del todo. Su ritmo cardíaco había disminuido hasta ser normal. Se echó agua en la cara y se la frotó para librarse del sudor y la somnolencia.

… partes del sueño volvieron a su memoria…

Se presionó los ojos con los puños para intentar mantener el sueño fuera de su cabeza.

… corría a través de la niebla y había alguien —algo— que iba tras ella. Podía oír su jadeante respiración e imaginó el repiqueteo de sus garras sobre los adoquines. La rodeaba el olor de pescado muerto. Ahora corría sobre tablones de madera, desesperada por llegar al final de un embarcadero, donde destacaba una escalerilla en medio de la niebla. Si llegaba hasta ella, tal vez estaría a salvo…

Se arrodilló y dejó que volviera a su memoria el sueño que no era un sueño.

… bajaba con rapidez; sus largas faldas se engancharon en algún clavo que sobresalía y se rasgaron. Al mirar hacia lo alto, pudo ver la silueta en el borde del embarcadero, con sus ojos relumbrantes. Terciopelo verde. Dientes afilados. Garras. Era, indudablemente, la Bestia.

Aún le escocía la cara a causa de las marcas del arañazo. Tenía miedo, pero no sólo por sí misma…

Rosanna se sentía confusa. Como sucedía muy a menudo en sus visiones intuitivas, las identidades eran indefinidas.

No podía determinar ningún nombre. La muchacha que soñaba que era, trabajaba en una posada que se llamaba El Descanso del Caminante y tenía hermanos llamados Jochim y Gustav, pero su propio nombre no rondaba por su cabeza junto con estos otros datos. La cosa que la seguía tenía el rostro de muchos hombres a los que había conocido, pero Rosanna no podía deducir cuál era el aspecto real de la Bestia y cuáles pertenecían a confusas capas de recuerdos superpuestos. En la mente de la muchacha, mientras corría, destacaba un nombre por encima de todos los otros. Wolf.

Wolf era el amante de la muchacha, pero el rostro que correspondía a ese nombre estaba mezclado con el oscuro borrón que era la Bestia. La vidente intentó separarlos, pero no pudo. Había un Wolf idealizado, pero supuso que existía sólo en la imaginación de la muchacha: ese rostro noble, apuesto y amable se parecía al del barón Johann von Mecklenberg.

Esa era otra capa de recuerdo, que le hizo preguntarse cuál sería el interés del elector en aquellos asesinatos. En la mente de la muchacha, la cara de Wolf estaba cambiando constantemente.

… la Bestia la atrapó, y su cuerpo fue abierto…

Rosanna luchó contra el sueño. A despecho de su deber de aprender, se defendía de la visión. No quería saber nada más, pero el impulso era demasiado poderoso. Se vio obligada a continuar con el sueño hasta el final, hasta que descendió la oscuridad absoluta.

… tras una eternidad de dolor, murió.

El sueño concluyó, y Rosanna volvió a ser ella misma cuando la otra muchacha desapareció de su mente como si jamás hubiese estado allí.

Rosanna no creía en ninguno de los dioses. Ni siquiera en Sigmar. Ningún dios podía permitir cosas semejantes.

La muchacha muerta conocía a su atacante, y a pesar de eso no estaba segura de su identidad. Al igual que las otras, había muerto en un estado de pánico y confusión. El susurro del terciopelo era tan fuerte en el caso de la muchacha, como lo había sido en el de Margarethe Ruttmann. Terciopelo verde.

El hecho de revivir el sueño le había hecho vaciar la vejiga. Se quitó el camisón mojado y se lavó minuciosamente, como si intentara librarse de cualquier rastro del contacto que había tenido con la muchacha muerta.

En el exterior reinaba el silencio. Al otro lado de la niebla, pronto saldría el sol. Comenzaría el trabajo del día.

Rosanna regresó al camastro y se tapó con las mantas. Se acurrucó todo lo posible y se envolvió apretadamente con la ropa de cama, como una oruga malhumorada.

Lo que acababa de soñar había sucedido de verdad, y había sucedido esta noche, probablemente en el preciso momento en que lo soñó por primera vez. Este asesinato era diferente de los otros siete.

En algún lugar del exterior, aún sin descubrir, había un octavo cadáver.