Capítulo 5

CINCO

La muchacha corre a través de la niebla, pero la Bestia es más veloz que cualquier cosa de la ciudad. No sabe si corre sobre dos patas o sobre cuatro, pero sus garras arrancan chispas del adoquinado. La joven cojea porque su tobillo se torció al pisar mal algún adoquín suelto. Solloza, porque sabe qué vendrá a continuación.

Ya está marcada, y los arañazos que le cruzan el rostro aún sangran.

Ya no hay adoquines bajo sus pies. Las tablas de madera se estremecen y retumban al correr ellos por el embarcadero.

Se encuentran en los muelles. Los viejos muelles en desuso.

No hay nadie más en las proximidades. Están a solas, juntos.

La Bestia se siente complacida.

El envoltorio muchacho retrocede para dejarle a la muchacha espacio para hacer un movimiento. Ella encuentra una escalera y desciende del embarcadero hacia los guijarros de la orilla del río.

La Bestia anula al envoltorio muchacho y aferra los postes de madera que sobresalen de la escalera.

Allá abajo, la muchacha continúa descendiendo. Se ha hundido en la niebla, pero puede sentir sus gemidos y el latir de su corazón. Puede oler su miedo.

La Bestia la conoce. Conoce su nombre: Trudi.

La niebla es maravillosa. Es como parte de la Bestia, como si su aliento estuviese solidificándose a su alrededor. La Bestia nació para la niebla y se siente cómoda en ella. La niebla es su amiga, al igual que son sus amigos los torcidos callejones, y la maraña de pilares situados debajo de los muelles, y las noches que caen sobre la ciudad, tan espesas como terciopelo.

La escalerilla es vieja y está podrida. Un escalón se parte y la muchacha cae. La Bestia oye su sollozo cuando llega al suelo y se queda sin aliento.

Una sirena de niebla suena en algún punto, fuera del río.

Dos gabarras pasan peligrosamente cerca la una de la otra. La Bestia oye cómo los guardias nocturnos se insultan el uno al otro. Están muy lejos.

Sin molestarse en usar la escalera, la Bestia salta. El caudal del río está bajo a esta hora de la noche, así que cae en aguas someras y sus rodillas y tobillos se flexionan cuando el peso de su cuerpo la hace acuclillarse.

Palpa cantos rodados bajo los pies y las manos, y fragmentos de tuberías de terracota desechadas por marineros y estibadores a lo largo de los siglos. A veces, las conchas marinas son arrastradas hasta esa distancia, tierra adentro, arrancadas del casco de los barcos transoceánicos que descienden por el Reik desde Marienburgo.

La Bestia se yergue sobre dos patas y corta el aire con sus zarpas. El envoltorio muchacho se pierde en la niebla, se pierde para siempre… La muchacha está cerca, acurrucada contra un grueso poste de madera, intentando contener la respiración.

La Bestia salta hacia ella y los cantos rodados crujen bajo sus pies.

Intenta decir el nombre de la muchacha, como intentó decir el nombre de las otras. La palabra no quiere salir de su boca. Su mandíbula no funciona como debería.

La Bestia encuentra a la muchacha…

… y la muchacha profiere un alarido.