Capítulo 5

CINCO

En su sueño, Wolf corría por un bosque. No era del todo animal y se resistía al impulso de caer sobre cuatro patas para impulsarse con las manos además de los pies. Iba ataviado con ropas y armadura, como un hombre, pero también era un lobo, con colmillos de lobo, pelo de lobo y garras de lobo. Corría a la cabeza de su manada, muchos de cuyos integrantes también estaban atrapados en medio de la transformación entre bestia y ser humano.

La nieve crujía bajo sus pies al esquivar los árboles que se alzaban altos y oscuros en su camino. Y en alguna parte, ante él, estaba su presa de aquella noche. Los pinos tenían un aroma fuerte, pero el olor de la presa era más fuerte aún. Llevaba el hocico mojado con su propia saliva, y ya podía sentir el sabor a cobre y sal de la sangre con la que pronto se llenaría la boca y la barriga.

Avistó la presa y saltó; sus patas traseras lo impulsaron con fuerza contra la nieve dura mientras él extendía las garras.

Algo más pequeño que él gritó y cayó bajo su cuerpo. Sus garras hendieron la carne. Las dos lunas estaban llenas en el firmamento nocturno.

Mientras desgarraba la carne, miró a lo alto y aulló…

Con el final del aullido aún en los oídos, Wolf despertó. Estaba húmedo de sudor y la fina sábana se le pegaba al cuerpo. La espesa capa de vello que recubría su cuerpo le producía picor, y tenía la cabeza inundada por los restos del regocijo que se desvanecían rápidamente.

Ya había tenido antes el mismo sueño, y no sentía nada más que vergüenza.

Por encima de él estaba el conocido cielo raso de madera y escayola de la habitación que Trudi tenía en El Descanso del Caminante. La noche anterior debía de haber acabado allí en lugar de regresar a su apartamento de la universidad.

Se preguntó cuándo habría estado por última vez en la facultad. Recordaba que la noche anterior alguien había dicho que el profesor Scheydt había estado preguntando por él, al igual que su hermano Johann.

Exhausto, en lugar de renovado por el sueño, permaneció inmóvil en la estrecha cama, sintiendo la calidez de Trudi que aún dormía profundamente, su cuerpo apretado contra el de él.

Intentó borrar los sueños, pero se negaban a desaparecer.

Durante el día no guardaba ningún recuerdo del tiempo que había pasado con los caballeros del Caos comandados por Cicatrice, aunque había logrado sonsacarle a su hermano Johann la parte de la historia que éste conocía.

Durante diez años había estado bajo la influencia de aquel rey de bandidos de cara marcada por cicatrices, y durante diez años la piedra de disformidad había obrado su magia en él, de forma constante, para darle un cuerpo y una mente que concordaran con su nombre. Sólo el sacrificio de Vukotich, el leal criado de la familia, había devuelto a Wolf von Mecklenberg a su forma original.

Y aunque había recuperado la forma humana, quedaba pendiente la pregunta de qué había sucedido con su mente.

Tenía veintinueve años, aunque, aún ahora, seis años después de ser rescatado, continuaba teniendo el aspecto de un muchacho de diecinueve. Por las noches, sus años perdidos volvían como un torrente. Pero ¿qué parte de sus sueños eran recuerdos, y qué parte delirio?

Al principio se había ocultado en la hacienda familiar e intentado aferrarse a la infancia, negándose a hablar de cualquier asunto del presente y resistiendo los intentos que Johann hacía de contarle lo que había sucedido durante su ausencia de diez años. Luego había intentado huir para vivir libre en el bosque con la esperanza de hallar la paz de espíritu.

Dos encuentros fortuitos le habían proporcionado ejemplos que podía seguir, y había regresado a la hacienda von Mecklenberg para luego trasladarse a Altdorf y matricularse en la universidad.

El primero de esos encuentros había sido con un noble que tenía la cara tatuada con la máscara de una bestia. También se llamaba Wolf, Wolf von Neuwald, y había perdido a un hermano a causa del Caos.

Había pasado por muchas penurias y se había convertido en un aventurero, antiguo compañero del héroe Konrad. Wolf conoció a este otro Wolf en una posada rural y, poco a poco, cada uno le había sonsacado su historia al otro. Wolf se sintió confundido por la actitud crítica del otro Wolf y pensó que era cruel y duro, pero también admiró la persistencia del hombre en jugar con las cartas que el destino le había dado. Nacido como hombre rico, se hallaba reducido a la pobreza; educado para el sacerdocio, era un mercenario itinerante, con la indiferente certeza de que su próximo trabajo podría significar su muerte.

De él, Wolf había aprendido la aceptación.

El segundo encuentro se produjo en Marienburgo, donde Wolf quiso pasar un verano para aprender todo lo relacionado con las embarcaciones y el mar. Johann le había conseguido un puesto de guardiamarina en un barco comercial de una línea regular que hacía la ruta entre el puerto y Norsca.

Erik procedía de Norsca y, al igual que el otro Wolf, era un mercenario. Se habían encontrado en los muelles y de inmediato se sintieron atraídos el uno hacia el otro por una afinidad de la que apenas podían hablar. Hasta cierto punto, ambos eran evitados por sus congéneres y ambos tenían un toque del Caos dentro de sí.

Para Erik, las cosas eran aún peores. Mientras que Wolf tenía que vivir con el hecho de haber sido un monstruo, el otro vivía con el miedo de estar constantemente convirtiéndose en uno. El influjo de las lunas lo afectaba enormemente, pero hasta el momento había luchado contra él y salido victorioso. Wolf temía oír la noticia de que Erik había sucumbido a su naturaleza lobuna porque, si el gigantesco guerrero no tenía la fortaleza necesaria para resistir, ¿cómo podía él abrigar la esperanza de dominar a su demonio interior? La última vez que supo algo de él, no obstante, Erik continuaba siendo humano.

Las cosas habían sido más fáciles para Johann, que en pocos meses se puso al día de sus diez años de ausencia, y se hizo cargo de los derechos y responsabilidades inherentes a un elector del Imperio. Para Wolf, el avance siempre sería mucho más lento, y siempre necesitaría apoyos externos. Últimamente, había empezado a masticar raíz de bruja.

Resultaba fácil conseguirla en las inmediaciones de los colegios de la universidad o en la calle de las Cien Tabernas, y los sueños que le provocaba no eran de bestialidad y violencia.

La noche anterior, pensó Wolf, debía de haber masticado varias raíces. Intentó recordar…

Él y Trudi se habían metido bajo tierra, en los antiguos túneles de enanos, para asistir a una ruidosa fiesta en la que había habido música, baile y farolillos de colores. A Wolf lo había invitado Otho Waernicke, el canciller de la Liga de Karl-Franz, porque se trataba de la celebración de algún héroe casi olvidado. La liga era la más antigua y distinguida de las fraternidades estudiantiles de la universidad y como hermano de un elector, Wolf sería admitido en ella tan pronto como aprobara los primeros exámenes.

Si es que los aprobaba.

Pero si alguien tan obsesionado con las fiestas como Otho había logrado cumplir con los requisitos académicos, no había razón alguna para que Wolf fracasara. Wolf recordaba haber bailado con Trudi, y que sus cuerpos se movían juntos al ritmo de la música que hacía una banda de juglares elfos. Luego las cosas se desdibujaban…

Tendió una mano hacia la mesilla de noche y encontró el saquito de raíz de bruja. Estaba lleno, aunque ayer estaba casi vacío. Debía de haber visitado a uno de sus proveedores habituales: Philippe, en la Cervecería de Bruno, o Mack Ruger, en la Pechos de Myrmidia.

Se sentó, sacó una raíz del saquito y la examinó. Había sido cortada en dos con un cuchillo, y el corte ya se había secado.

Trudi se movió y le echó un brazo por encima del cuerpo.

La había conocido durante la primera semana que pasó en la ciudad, y desde entonces estaban juntos. Había conocido a otras mujeres antes —y quién sabía qué había hecho durante sus años de vagabundeo—, pero Trudi era su primera novia de verdad. Era una camarera de servicio de la posada El Descanso del Caminante y, aunque no era una sacerdotisa virgen, tampoco era tan ligera como la mayoría de las que podían encontrarse en la calle.

Era joven, por supuesto, y analfabeta. A veces le pedía a él que le enseñara a leer, pero en general se mostraba desdeñosa ante cualquier conocimiento. Solía decir que los libros no tenían nada que ver con la vida. Wolf, que no había abierto un libro en meses, no tenía más remedio que estar de acuerdo con ella. Se tendió de espaldas y dejó que Trudi se deslizara sobre él y lo presionara contra la cama con el peso de su cuerpo.

—No me di cuenta de que te metías en la cama —dijo ella—. Debes de haber llegado muy tarde.

Wolf no quería decirle que él tampoco podía recordarlo.

Ella rio por lo bajo.

—Pero me di cuenta cuando me despertaste…

Presionó las caderas contra él, meciéndose con suavidad, y le pasó los dedos entre el vello del pecho, con el que hizo pequeños rizos.

El cuerpo de Wolf estaba reaccionando al contacto de la muchacha. Le alzó el mentón y la besó, saboreando la saliva nocturna de su boca.

—Eres insaciable —dijo ella.

Se apartó el cabello de los ojos y parpadeó.

—Sólo déjame que me despierte del todo. ¡Por Ulric, pero si ya debe de haber pasado la hora del almuerzo!

Él tenía la boca seca. Partió en dos la media raíz de bruja y le ofreció un pedazo a Trudi que lo rechazó con un gesto de la mano, así que Wolf se metió ambos trozos en la boca y los masticó con fuerza.

La muchacha le acarició los costados y luego se inclinó y descansó la cara contra su pecho. Mientras Trudi le daba suaves mordisquitos en el cuello, él le acariciaba el largo cabello rubio.

Sintió que los sueños comenzaban a afluir a su mente, y masticó con más fuerza. La habitación se expandió y su mente se encogió.

Alzó una mano y, por un momento, vio una garra que destrozaba la cabeza de Trudi, arrancándole una oreja y la mitad de la cara.

Se quedó petrificado y volvió a mirar.

—¿Qué sucede, Wolf?

La mano era normal y la cabeza de la muchacha estaba intacta.

Lo besó en la boca y él empujó una bola de pulpa de raíz de bruja contra la lengua de ella. Trudi la aceptó, se la tragó, y sus sueños se fundieron en uno solo.

Perdieron la noción del tiempo pero continuaron explorándose lentamente el uno al otro. Por último, Trudi se incorporó y se quitó el camisón por la cabeza, que luego sacudió para que el cabello descansara sobre sus hombros.

Apoyó las manos en el pecho de él y comenzó a moverse con suavidad.

Él cerró los ojos y la acarició, comenzando desde los hombros y bajando, pasando sobre sus pechos…

Wolf palpó algo extraño, y abrió los ojos para mirar.

Trudi estaba perdida en el momento, con los ojos abiertos pero sin ver.

La mano de él había encontrado cuatro líneas en el cuerpo de la muchacha, que comenzaban en una axila, le atravesaban las costillas y acababan por desvanecerse sobre el estómago. Eran cortes superficiales que ya tenían costra. Intentó hacer coincidir sus dedos con las marcas, pero estaban demasiados separados. Logró tocar los cuatro a la vez, pero sólo forzando las articulaciones. Recorrió las líneas y sintió que Trudi se estremecía con una sensación que estaba entre el placer y el dolor. Tenía cosquillas en el estómago, así que, cuando se lo tocó, ella se echó a reír.

—Wolf —dijo—, la noche pasada estabas hecho una bestia.