21

Y mientras nadaba, un poco por detrás de Gladden para no perderla de vista y saber cómo iba, Harbin empezó a pensar en Della. No se dio cuenta de que estaba pensando en ella. Ocurrió simplemente que Della se introdujo en sus pensamientos y comenzó a dominar su estado de ánimo. Se infiltró algo más de Della y él la vio por alguna parte. Era algo fuera de lo común.

Esa era una de las características de Della, la forma en que se apartaba de lo común. Y, sin embargo, las cosas elementales que ella había anhelado eran en verdad muy comunes. Lo único que había querido era vivir con él en la casa de la colina, nada más que vivir allí con él. No podía haber nada más común que esto. No era mucho pedir, por cierto.

Ante él, en la superficie del agua, el cabello dorado llamó a sus ojos y a su mente, empujando suavemente a Della y obligándola a retirarse. Sintió cómo ocurría y por unos instantes no quiso que ocurriera. Se opuso. Pero ocurría. Della se retiraba, abandonaba su mente. Todos sus pensamientos eran para Gladden.

Gritó su nombre. Ella dejó de nadar y Harbin llegó a su lado. Se mantuvieron a flote agitando los pies.

—¿Qué pasa? —preguntó, sonriendo.

—Quiero descansar los brazos. —Pero no era cierto. Sus brazos estaban bien. Todo él se sentía bien y lograba mantenerse muy por encima del dolor de la garganta—. Te prometo una cosa. Te prometo que nunca volveré a tener ideas como las que tuve en el paseo. Me refiero a lo de entregarnos a la policía. En aquel momento, tenía cierto sentido, pero ahora ya no lo tiene. En absoluto. Nos harían cargar con toda la culpa y nunca saldríamos de la cárcel.

—Eso es seguro. Ya contaba con ello. —La sonrisa había desaparecido, pero le miraba de un modo extraño—. ¿Por qué me lo dices?

—Solamente para que lo sepas.

Ella asintió.

—Me alegro de que me lo hayas dicho. —De repente, la sonrisa volvió a aparecer—. Pero, Nat, no hace falta que me lo digas.

—Escucha —respondió él—, ¿te pasa algo?

—¿Por qué?

—¿Por qué estás sonriendo?

—¿Sonriendo? —Se concentró en la sonrisa y logró que se desvaneciera—. Yo no sonrío.

—¿Qué te preocupa?

—No me preocupa nada —le aseguró—. Estamos aquí nadando y dentro de poco volveremos a la playa. —Volvió a mostrarle la sonrisa que no era tal sonrisa.

Luego, de repente, cruzó el agua hacia él y le rodeó el cuello con sus brazos.

—Sostenme —le pidió—. Por favor, sostenme.

La sostuvo. Sintió su peso, y comprendió que había dejado de agitar los pies. La sostuvo en el agua y notó la mata empapada de sus cabellos junto a su rostro.

—Lo he estropeado —se lamentó ella—. ¿Te das cuenta? Siempre te lo estropeo todo. Siempre he querido que todo te fuera bien y siempre he hecho que te fuera mal.

—Eso no es verdad. No vuelvas a decirlo.

—Soy un lastre. Como ahora, que te estoy lastrando. Siempre he sido una carga para ti.

—No sigas —le rogó—. No sigas. No sigas.

—No puedo evitarlo.

—No quiero que sigas. Olvídalo.

—La pistola —dijo ella—. Todavía siento la pistola en la mano.

—La pistola formaba parte de una situación. No podías cambiar la situación.

—Es pesada. No puedo soltarla.

—Escúchame. —Trató de tranquilizarla—. Tenías que utilizar la pistola. Si no hubieras disparado, ahora yo estaría muerto.

—Es cierto.

—Claro que sí —dijo Harbin—. Es la única forma de verlo.

—Era lo único que podía hacer. Tenía que disparar.

—Pues claro que tenías que disparar.

—Para matarlo —añadió ella.

—Para que no me matara.

—Pero, mira —insistió—, lo he matado. Yo lo he matado.

—Por mi causa.

—No. —Gladden se desprendió de él, retrocedió en el agua y se sostuvo con cierta ausencia de esfuerzo, como si se mantuviera en equilibrio sobre una plataforma flotante bajo la superficie—. No ha sido por tu causa. No pensaba en ti. Sólo pensaba en mí. En mí. En que no quería perderte. ¿Comprendes? No quería perderte, y por eso lo maté. No por tu causa, para que siguieras vivo, sino por mi causa. Por eso ha sido un acto egoísta. Un asesinato. ¿Comprendes? Lo he asesinado.

—No. Por favor, por favor, no. —Se aproximó a ella y volvió a sostenerla.

—No, deja.

—Gladden…

—Déjame. —Se retorció entre sus brazos. Su cabeza se sumergió bajo el agua. Sacó la cabeza del agua y hubo una salpicadura de espuma—. Déjame. —Su voz se convirtió en un chillido—. Maldito seas, suéltame. —Le tiró del cabello, echándole la cabeza atrás para obligarle a que la soltara—. No quiero que me sostengas. Me sostienes como si yo fuera una niña y tú mi padre.

A Harbin le entró agua en los ojos. Sintió vértigo y de algún modo perdió la conciencia de lo que estaba ocurriendo. Entonces vio a Gladden que se alejaba a nado. Nadaba muy deprisa. Había algo de frenético en su forma de nadar para alejarse de él. Le gritó, diciéndole que dejara de nadar de aquella manera enloquecida. Observó la velocidad con que nadaba y comprendió que no podría mantener este ritmo durante mucho tiempo. Una ola pequeña le salpicó la cara y volvió a inundarle los ojos. Luego empezó a metérsele mucha agua en los ojos, porque estaba cortando el agua con los brazos para ir en pos de Gladden.

Pero ella iba muy deprisa y pronto la perdió de vista. Gritó, y no hubo respuesta. Volvió a gritar y trató de localizarla, pero lo único que veía era el negro del agua y del cielo y, de pronto, perdió todo sentido de la orientación y le pareció que no llegaría a ninguna parte. Casi inmediatamente divisó las luces, la fina línea brillante de las farolas del paseo. Las luces estaban muy lejos. Le costó creer que estuvieran tan distantes. La vasta distancia que los separaba de las luces de la costa le hizo sentir una horrible aprensión, y rápidamente se volvió de espaldas a las luces. Gritó el nombre de Gladden.

No hubo respuesta. Volvió a gritar. Su voz viajó solitaria sobre las olas y regresó hacia él como el eco de un abismo. Gritó tan fuerte como pudo sin dejar de nadar a toda prisa, sabiendo que debía alcanzar a Gladden, sabiendo plena y absolutamente que debía nadar más velozmente porque Gladden estaba internándose en el océano y no tardaría en quedar agotada.

Sus ojos se esforzaron por penetrar en la negrura, tratando de vislumbrarla. Lo único que vio fue la negrura. Siguió gritando su nombre mientras chapoteaba en el agua. El agua se metió en su boca y le hizo toser. Luego, desde una distancia que le pareció inmensa, le llegó un chillido. Era Gladden. Estaba gritando su nombre. Su voz era débil y comprendió que se hallaba en un grave aprieto. Se azuzó para nadar más deprisa al oír que Gladden le llamaba, sabiendo que no había podido pensar racionalmente cuando se alejó de él y que ahora había recobrado la razón al verse en peligro. Estaba llamándole, pidiéndole que se diera prisa. Necesitaba su ayuda. Estaba ahogándose.

Y entonces vio a lo lejos algo dorado en la superficie del océano. Por un instante estuvo allí y en el instante siguiente ya no estaba. Agitó furiosamente los brazos, pateó el agua, vio la dorada cabellera que volvía a aparecer, vio algo blanco y delgado que se alzaba a ambos lados de la cabellera dorada. Era Gladden que extendía sus delgados bracitos hacia arriba, se aferraba al cielo, y Harbin comprendió que verdaderamente estaba ahogándose.

Sabía que estaba nadando mucho más deprisa de lo que en realidad era capaz. Se dijo que pronto llegaría junto a Gladden y la sostendría antes de que se hundiera, y siguió diciéndoselo mientras se apresuraba hacia la cabellera dorada que flotaba yerta sobre la superficie, hacia los brazos que todavía se divisaban, pero inmóviles, y cada vez se iban viendo menos a medida que el resto del cuerpo tiraba de ellos hacia abajo.

Ya sólo podía ver las manos de Gladden sobre el agua. Permanecieron allí unos instantes, se sumergieron y ya sólo quedó la negrura ante sus ojos.

La nada se cerró en torno a él. Estaba en el centro de la nada, absorbido por ella, arrastrado por ella, sumergiéndose en ella, conociendo la sensación del descenso. Lo que vio después fue un verde líquido, un verde oscuro con círculos de luz que giraban hasta salir de su campo de visión. Comprendió que estaba nadando hacia el fondo, nadando en pos de Gladden. Se dio cuenta de que estaba sumergiéndose profundamente y se dijo que debía seguir descendiendo, descender hasta encontrar a Gladden. Una llamarada de dolor salió disparada de sus ojos hasta la parte posterior de su cabeza. Quiso cerrar los ojos, pero los mantuvo bien abiertos, esforzándose por ver a Gladden.

La vio. Más abajo, a un lado y descendiendo suavemente, hundiéndose como en un sueño, Gladden tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, los brazos separados del cuerpo, la dorada cabellera ondulando en el agua verdosa. Siguió nadando hacia el fondo y vio los brazos de Gladden que se movían, como si se tendieran hacia él. Se dijo que era demasiado tarde, que ya no podía hacer nada por ella. Estaban los dos a una gran profundidad y se dio cuenta de que ya no le quedaba aire en los pulmones. Se dijo que debía apresurarse a regresar hacia la superficie. Pero vio los brazos de Gladden que se extendían hacia él, y era Gladden, era la hija de Gerald, y sólo podía hacer una cosa, sólo podía hacer lo honorable. Siguió nadando hacia Gladden, llegó a su lado, la sujetó y trató desesperadamente de izarla con él a través del agua, pero no lo logró, y los dos se hundieron juntos.