Harbin se dijo que era como una tempestad repentina, y la pauta negativa que representaba coincidía con la pauta de las restantes cosas que habían sucedido. Supo que los ojos color aguamarina habían estado vigilándoles cuando salieron del hotel, les habían seguido por el paseo, hasta aquí, habían esperado y Charley había elegido el momento. Y este era el momento.
Vieron la pistola sólo el tiempo necesario para que supieran que estaba allí. Luego Charley la ocultó bajo su chaqueta, que mostraba un pequeño bulto en el punto en que la boca del cañón presionaba sobre la ropa. Charley estaba de pie, dando la espalda a la barandilla del pabellón, y comenzó a deslizarse hacia las escaleras que descendían a la playa.
—Por aquí —les ordenó—. Y no olvidéis el maletín.
Harbin estudió su voz, detectó en ella un matiz de histeria y supo que no le quedaba más alternativa que tomar el maletín y seguir a Charley hacia la playa. Gladden alzó la vista hacia él, para ver qué quería que hiciera. Él le dirigió una sonrisa, se encogió de hombros y, asiendo el maletín, la siguió hacia las escaleras, bajándolas con el rostro de Charley ante ellos, mientras Charley descendía de espaldas.
Llegaron los tres a la playa. Charley se movió para encañonarlos por la espalda.
—Vamos a dar un paseo —dijo Charley—. Vamos a contemplar el océano.
Cruzaron la playa en dirección al océano. La luna llena derramaba un resplandor blanco azulado sobre el negro del agua. El resplandor parecía fundirse y ensancharse al llegar al borde de la playa. Flotaba hacia la arena como una gasa de color azul claro que absorbía la sombra y la tejía ante sus ojos mientras avanzaban hacia el agua.
La arena era blanca y tupida y se movía en pequeños montículos bajo sus pies. El sonido del océano, un sonido hosco y poderoso, se mezclaba con el zumbido que llegaba desde el paseo. Caminaron hacia la arena húmeda y compacta que bordeaba el océano. Los ruidos del paseo comenzaron a desvanecerse cuando llegaron a la arena húmeda, parecía muy lejano. Parecían hallarse lejos de todo.
—Volveos —ordenó Charley.
Se volvieron hacia él. Vieron el brillo del cañón de la pistola que les apuntaba.
Charley hizo un ademán con la pistola.
—Echa el maletín hacia aquí.
—Harbin lanzó el maletín sobre la arena. Charley lo tomó, lo sopesó, asintió muy lentamente y lo arrojó de nuevo hacia Harbin.
—Ábrelo —dijo Charley.
La pistola se aproximó a Harbin. Este desabrochó la correa del maletín y abrió la tapa. Mostró a Charley el centelleo verde de las gemas y sintió el fulgor de los ojos de Charley al verlas. Oyó la respiración de Gladden. Alzó la cabeza y vio la pistola y el rostro de Charley. Había algo muy extraño en él. Sus facciones parecían completamente desproporcionadas.
—Ahora ya las tengo —dijo Charley—. Ahora me las has dado.
—Muy bien. Cógelas.
—Todavía no. No sería justo. Para hacer las cosas bien, creo que voy a darte algo a cambio.
—Si disparas —le advirtió Harbin—, te oirán desde el paseo. La playa se llenará de gente y no podrás escapar.
Charley se acercó un poco más y la luz de la luna cayó de lleno sobre sus facciones contraídas.
—La última vez que me dijiste algo, lo creí. Hiciste que me olvidara del maletín y que saliera de la habitación sin él. Fue una jugada muy astuta, porque eres un manipulador muy hábil. Y eso significa que no voy a permitir que me confundas de nuevo.
—Mira, ya tienes el botín. ¿Por qué no te lo quedas y te vas de aquí?
Charley ladeó la cabeza de forma que quedó apoyada en su hombro. Su voz era amistosa.
—¿De verdad quieres que haga eso?
—Es lo único que puedes hacer.
—¿Y qué harás tú?
Harbin se encogió de hombros.
—Nada.
—¿Estás seguro? —Charley sonreía—. ¿Estás verdaderamente seguro?
Harbin volvió a encogerse de hombros.
—Piénsalo. No podemos hacer nada contra ti. Ya tenemos demasiados problemas con la policía.
Charley emitió una carcajada amigable.
—Eres realmente hábil, vaya si lo eres. Es fantástico ver de qué forma eludes una cuestión. Me gusta… —La carcajada se hizo frenética—. ¿Sabes lo que quieres hacer? —Señaló a Gladden con la pistola—. Quieres librarte de esta chica y volver con Della. Eso es lo que quieres. Y casi tengo ganas de dejar que lo hagas. Me gustaría estar a tu lado cuando vuelvas a aquella habitación. Me gustaría estar allí cuando entres y veas a Della. Me gustaría ver tu cara de cerca y oír lo que le dices. Tendrás que llevar tú el peso de la conversación, porque yo no diré ni una palabra. Y sé que Della tampoco dirá nada.
Harbin sintió que algo seccionaba su interior, sintió que le arrancaban una parte de sí mismo.
Charley continuó hablando.
—Quizá lo que a Della le gustaba de ti era tu clase. Quizá fuera eso. Siempre decía que me faltaba clase. Le molestaba que hablara a gritos y me excitara. Tú no hablas a gritos y no te excitas, conque tal vez fuera eso lo que le gustó. Fuera lo que fuese, la enamoró. La enamoró del todo, locamente, hasta el punto de que al regresar a la habitación me la encuentro sentada en la cama y tú no estás. Naturalmente, le pregunto qué ha sucedido y Della empieza a contarme un cuento. Sé que es un cuento por la forma en que me lo explica. La veo en muy mal estado y luego empieza a llorar y ya no puede seguir hablando. Entonces comprendo. Sumo las piezas y cuando he tenido el total he visto que era demasiado, y no sé qué ha pasado, y la he sujetado por la garganta. La he estrangulado. He matado a Della con mis propias manos.
Charley respiraba pesadamente y le brillaba la cara. De pronto, pateó con malevolencia el maletín y lo hizo saltar por el aire de forma que las esmeraldas salieron despedidas, produjeron un relámpago verde y esparcieron destellos verdes por la arena.
—¡No las quiero! —gritó Charley. Comenzó a llorar, un llanto ruidoso e incontrolable—. ¡No me importan! ¿Me oyes? Lo único que me ha importado alguna vez ha sido Della. ¡Quiero que vuelva! ¿Me oyes? —Su llanto era desesperado. Empezaron a brotar gruesas lágrimas—. ¿Podré encontrar otra Della? No. Nunca. Sólo había una Della. Ahora está muerta y mi vida vacía. Pero sé una cosa… —Charley inclinó la cabeza, tratando de fulminar a Harbin con la mirada—. Sé que de no haber sido por ti…
—No lo hagas —rogó Harbin en voz baja.
—Tú…
—No lo hagas.
—Por favor, no lo hagas —chilló Gladden—. Por favor, Charley, por favor…
Charley se echó a reír sin dejar de llorar y avanzó con la pistola, y Harbin vio la ruptura que se había producido en el cerebro de Charley, vio su cerebro dividido mientras la pistola ascendía en una trayectoria oblicua que terminó cuando Charley detuvo la pistola muy cerca de su pecho. Los ojos de Charley estaban completamente abiertos, un brillo aguamarina rodeado de blanco. Entonces apretó el cañón contra su pecho y el dedo se puso rígido en el gatillo. Harbin vio venir el disparo, lo sintió, pero no hubo disparo porque Gladden saltó y dejó caer su brazo sobre el de Charley, con toda su fuerza, y con el otro le golpeó violentamente el rostro. Harbin se agachó bajo la pistola y encajó su hombro en la entrepierna de Charley, empujando y apretando hasta hacerle perder el equilibrio, cayendo ambos sobre la arena. Quedó encima de Charley y le aferró la muñeca, utilizando su propio brazo como palanca para doblársela hacia atrás, más atrás. Vio la pistola en la mano de Charley, vio los dedos que se aflojaban y se separaban de la pistola, vio cómo caía, un azul oscuro que relucía en el aire y describía una curva hasta llegar a la arena. Se abalanzó sobre la pistola. Charley le pegó en la boca. Hizo otro intento de alcanzarla. Charley volvió a pegarle, un puñetazo en la sien. Siguió tratando de llegar a la pistola. Charley le aferró el cuello con las dos manos y comenzó a apretar.
Intentó liberar su cuello de las manos de Charley. Sentía la presión del pulgar sobre su vena yugular. El dolor era intenso y ascendía hasta sus ojos. Supo que estos comenzaban a pugnar por saltar de sus órbitas. Le resultaba difícil ver. Su boca se abrió y le colgaba la lengua. Intentó usar sus brazos, pero no se los sentía. Toda su sensación se concentraba en la cabeza, y era una sensación de ir arriba y atrás, y a un lado y abajo hacia la nada. Veía el firmamento y las estrellas, puntos de luz sobre el azul oscuro, el inmenso azul oscuro que se deslizaba lentamente y caía sobre él, pero deslizándose fuera de su alcance. Y entonces oyó la voz de Gladden.
—¡Suéltalo! —decía Gladden—. ¡Te digo que lo sueltes!
Oyó el gruñido de Charley mientras seguía apretando. Sintió que su cabeza se desplomaba a un lado y le pareció que estaban arrancándole la cabeza del cuerpo. Entonces vio a Gladden, y en el mismo instante el rostro de Charley que se cernía sobre su propio rostro. Vio la pistola en manos de Gladden, todo muy próximo a sus ojos, tapándole la visión del firmamento. Oyó el disparo, vio el fogonazo, sintió la asfixia, oyó otro disparo, no vio nada, sintió la asfixia. Y otro disparo. Y otro. Y las manos de Charley soltaron su cuello. Vio el rostro de Charley y a Gladden, de pie, con la pistola humeante. Duró un instante, y en seguida la arena subió hacia él y le golpeó la cabeza.