16

Harbin contempló la puerta cerrada y escuchó los pasos que se perdían por el pasillo, hacia la escalera. Notó que su cabeza se volvía hacia la pistola que Della sostenía en su mano.

Ya podía dejarla, pero el arma permanecía en su mano. La extraña expresión seguía en su rostro. Sus ojos le preguntaron por qué apuntaba el revólver hacia él, pero los de ella no le respondieron.

—No lo habías acordado así —observó Harbin—. ¿Por qué has venido?

—Ya has oído lo que le he dicho a Charley. Era verdad. Tuve un presentimiento. Llamé a su habitación y no estaba allí. Un presentimiento.

—No es suficiente. —Por un instante se olvidó de la pistola. Sus ojos se clavaron en Della—. ¿Cómo sabías que era esta habitación?

—Charley me había dado el número.

Harbin apartó los ojos de ella y los dirigió hacia la pared, sobre su cabeza.

—Me pregunto cómo podía Charley conocer el número.

—Se enteró cuando te siguió hasta aquí anoche.

Cuando Charley sigue a alguien, lo sigue hasta el final. No te quitó la vista de encima desde que dejaste a Gladden hasta que entraste aquí.

—Charley es muy hábil.

—Tú también lo eres. —Su rostro no varió—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué le has hecho creer?

—Vino en busca de las esmeraldas y después de matar a Baylock abrió dos maletas. Iba a abrir la tercera cuando he llegado yo. He tenido que convencerle para que no me matara. Tenía muchas ganas de pegarme un tiro.

Della miró el maletín sin abrir.

—¿Están ahí?

Harbin asintió. Hizo un ademán para indicarle que podía dejar la pistola. La pistola siguió apuntándole.

Apretó fuertemente los labios contra sus dientes.

—¿Qué estás haciendo?

—Te vigilo.

—¿Tal y como ha dicho Charley?

—Charley no tiene nada que ver con esto.

—Entonces, ¿por qué? —quiso saber—. ¿Qué quieres?

—No se trata de lo que quiero, sino de lo que no quiero. No quiero que te vayas.

—No pienso irme. Sólo quiero llegar a Gladden antes de que llegue Charley. Va a matarla. Lo entiendes, ¿no? Sabes tan bien como yo que hemos de luchar contra el tiempo.

Della habló con lentitud.

—Pienso darle a Charley todo el tiempo que le haga falta.

—Della…

—Quiero que la mate.

Harbin se puso en pie y se apartó de la cama. Avanzaba hacia la pistola.

Della dirigió el cañón hacia él.

—Quieto. Si intentas quitármela apretaré el gatillo. Y luego me pegaré un tiro.

Harbin se sintió muy débil. Se apoyó en el borde de la cama.

—¿Tanto me quieres?

—Como nada ni nadie.

—Gracias. —Sonrió débilmente—. Gracias por quererme tanto. Pero no puedo dejar morir a Gladden.

—Yo no puedo dejarla vivir.

—Estás loca de celos. Si me vieras mirar a las nubes, tendrías celos de las nubes.

—No puedo deshacerme de las nubes —contestó Della—, pero sí puedo deshacerme de Gladden. —Su voz se alzó un poco—. No permitiré que sigas aferrado a ella.

—Créeme, por favor. —Harbin sintió una fiebre en su cerebro—. Te juro que no hay nada entre nosotros dos.

—Hay demasiado. —De pronto comenzó a sonreír con tristeza, y su voz se volvió muy triste—. Tú no te das cuenta, amor mío, pero es así. Toda tu vida está ocupada por Gladden. La otra noche, en el bosque, te alejaste de mí, pero tú en realidad no querías alejarte. Era Gladden que tiraba de ti, te arrastraba hacia ella.

Harbin levantó las manos, dobló los dedos y apretó con fuerza sobre sus párpados cerrados.

—No me acuerdo. No sé qué pasó.

—Te digo que fue Gladden. Quiero liberarte de ella. Quiero curarte de esta enfermedad que tienes. Esta enfermedad del pasado. Su padre.

Se quedó mirando a Della, y ella asintió y exclamó:

—¡Gerald, Gerald!

Él sintió como si estuvieran estrangulándolo.

—Lo único que pudiste hacer fue contarme la historia —prosiguió Della—. Pero no la entendías. Tuve que encontrar yo sola la explicación.

Harbin extendió la mano, asió el poste de madera de la cama y trató de retorcer la madera.

Oyó que Della decía:

—Estás controlado por un muerto.

—No.

—Gerald.

—No.

—Gerald —repitió—. El hombre que te recogió y te salvó la vida cuando a nadie más le importabas. Eras un pobre niño, perdido en la carretera. Estabas enfermo y muerto de hambre, y los coches pasaban sin detenerse, uno tras otro. Ni siquiera te miraban. Pero Gerald te miró. Gerald te recogió. Esa fue tu magnífica suerte. Tuvo que ser Gerald quien te recogiera, quien se preocupara por ti y te alimentara; quien te diera ropa y te hiciera ir a la escuela. Todo era Gerald. Sus ideas se convirtieron en tus ideas. Su vida se convirtió en tu vida. Y ahora escúchame con atención: cuando Gerald murió, su hija se convirtió en tu hija.

La habitación se abalanzó sobre Harbin. Las paredes oscilaron y cayeron sobre él. Sintió la proximidad de las paredes movedizas.

Della continuó:

—Durante todos estos años has estado dominado. Todos tus actos eran inspirados por Gerald. Siempre, en todo momento, despierto o dormido, Gerald te decía qué hacer y cómo hacerlo…

—¡Por favor! —Lo dijo gritando—. ¡No sigas!

—Quiero que rompas con el pasado. Que te liberes de una vez por todas.

Harbin oyó algo que le sonó como: No puedo, de verdad. No sería honorable. Se preguntó de dónde venía esa voz. Se preguntó si procedía de sus labios o si era una voz distinta que salía de sus entrañas. Estaba mirando la puerta. Avanzó hacia allí y la pistola le siguió. Sabía que estaba siguiéndole, sabía que era una pistola y sabía lo que podía hacer. Siguió avanzando.

—Voy a disparar —le advirtió Della—. Te mataré.

Había dejado atrás la cama cuando oyó la voz de Gerald diciéndole que se llevara el botín. Pasó junto a Della, recogió el maletín sin abrir y siguió andando hacia la puerta. Oyó la voz de Gerald diciéndole que se diera prisa. La puerta estaba ante él, y sentía la pistola apuntando a su espalda. Oyó un sollozo. La puerta se abrió. Siguió avanzando, sintiendo el peso del maletín en su mano. Luego, a sus espaldas, volvió a oír un sollozo y a continuación un golpe seco, y supo que era la pistola que había caído al suelo. La puerta se cerró tras él. Estaba en el pasillo. Por un instante volvió a oír los sollozos en la habitación que acababa de abandonar, pero algo hizo que dejara de escucharlos y lo único que quedó a sus espaldas fue Gerald, Gerald que lo empujaba por el pasillo, que lo empujaba hacia Gladden.