Harbin permitió que su cabeza girara lentamente y miró hacia el maletín sin abrir. El maletín se lo dijo todo, pero eso equivalía a llegar a una conclusión y ser incapaz de no hacer nada al respecto. No tendría tiempo de alcanzar la puerta, y la ventana era una locura. La puerta del armario, parcialmente abierta, se abrió del todo y Charley Hacket salió de dentro sosteniendo un revólver. La culata que había destrozado la cabeza de Baylock estaba roja de sangre.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Harbin—. No utilices el arma. Conserva la serenidad. Hagas lo que hagas, conserva la cabeza.
—¡A callar! —La voz de Hacket eran guijarros lisos sobre terciopelo—. Túmbate en la cama, boca abajo.
Harbin se tendió la cama y apoyó el rostro sobre la almohada. Se vio venir el golpe como el que Baylock había recibido. Sus labios se movieron sobre la almohada.
—Esto no te servirá de nada.
—No trates de negociar conmigo —replicó Hacket—, a menos que tengas algo que vender.
Harbin tenía su cerebro enfocado sobre el maletín sin abrir, el maletín que Hacket estaba a punto de abrir cuando las pisadas en el pasillo le indicaron que se ocultara en el armario. Se preguntó qué estaría haciendo Hacket en aquellos instantes. Se dijo si no estaría abriendo el maletín.
—¿Dónde están las esmeraldas?
Detectó un arranque de histeria en la voz de Hacket, y Harbin se aferró a ella como si fuera una cuerda que se le tendía, en medio de arenas movedizas.
—Hagamos un trato —contestó Harbin.
—No estás en situación de hacer tratos.
—¿Quieres las esmeraldas?
—¡Ahora mismo!
—Esa es una orden que no puedo cumplir —dijo Harbin—. No puedo fabricar esmeraldas para ti. Lo único que puedo hacer es llevarte adonde está el botín.
Hubo una pausa. Después, Hacket le dijo que se volviera.
Harbin se volvió, comenzó a incorporarse y Hacket exclamó:
—Lo que no me gusta de ti es que estás demasiado asustado.
—Claro. —Harbin inclinó su cabeza hacia la pistola—. ¿Por qué habría de estar asustado? —Indicó la pistola—. Sé razonable, Charley. Es todo lo que te pido, que seas razonable.
—Muy bien, seré razonable. Te haré una pregunta razonable. ¿Dónde están las esmeraldas?
—Si te lo digo —respondió Harbin—, me matarás aquí mismo. Y aun así no sabrás si te he dicho la verdad.
—Eso es algo que no puede evitarse.
—Sé inteligente, Charley. No quiero darte ideas. Tú eres muy capaz de tener ideas propias.
—¿Qué estás tramando?
—No tramo nada, Charley. Sólo trato de poner las cosas en claro y ver qué suma arrojan. Estás tú, estoy yo, están las esmeraldas y…
—Y eso es todo.
—Eso no es todo. —Harbin lo dijo lentamente y con gran énfasis. Esperó.
Volvió a detectar la histeria en los ojos de Charley Hacket y en el leve temblor nervioso de su labio inferior. Sabía que estaba supeditado a su histeria, pero no podía depender de eso durante demasiado tiempo porque era su histeria lo que le había llevado a matar. Era la impaciencia histérica lo que había hecho que Hacket subiera a la habitación y que con un culatazo de su revólver rompiera el cráneo de Baylock. Harbin sabía que estaba enfrentándose con una personalidad retorcida y que en cualquier momento podía dispararse el arma.
Oyó que Hacket preguntaba:
—¿Qué más hay?
—La chica.
—La chica —replicó Hacket— no importa. No es nada. No puedes decirme nada sobre ella. —Sus labios se curvaron un poco en las comisuras, descubriendo los dientes, y fue casi una sonrisa—. Tú hace años que la conoces y yo días. Pero creo que la conozco mejor que tú.
—Ni siquiera sabes cuál es su verdadero nombre. —Harbin enderezó la espalda—. No se llama Irma Green. Su nombre es Gladden. Y, si quieres saber toda la verdad, yo te la diré. —Sin detenerse, prosiguió—: Te ha engañado, Charley. Te ha hecho caer. Tú comenzaste el juego pero, a partir de ahí, lo ha dirigido ella. Te has tragado su anzuelo, y no te sorprendas demasiado si te digo que te tiene en la palma de la mano, que puede hacer contigo lo que quiera.
Las comisuras de los labios de Hacket descendieron de nuevo.
—Ella no sabe nada.
—Sabe mucho.
—¿Como qué?
—Tu identidad.
—¿Mi cara? —Harbin emitió una risita contenida—. ¿Qué significa una cara?
—No me refiero a tu cara, Charley. Me refiero a tu nombre. No el nombre que tú le diste, no Charley Finley. Me refiero a tu otro nombre, el auténtico, el que no querías que ella conociera. Lo ha averiguado.
Hacket se lo quedó mirando.
—Embustero.
—A veces miento —reconoció Harbin—, pero no ahora. Te digo que Gladden lo averiguó. No me preguntes cómo. Nunca he logrado saber qué métodos emplea. Lo único que sé es que siempre es cien veces más rápida que cualquier colega suyo. Y eso se aplica tanto a mí como a ti.
Hacket se llevó una mano a la nuca y se frotó los cabellos.
—¿Te ha dicho cómo me llamo?
—Hacket.
Hacket replicó al instante, gritando.
—¿Cómo lo ha sabido? ¡Dime cómo lo ha sabido!
—Se lo pregunté, y me contestó que fuera a buscarle un vaso de agua. De modo que fui a buscarle un vaso de agua. Ya ves, Charley, yo trabajo para ella. ¿Te das cuenta? Ella lo dirige todo. Ella da las órdenes. Ella manda. ¿Ves adonde quiero ir a parar?
—¡Dilo de una vez, maldita sea! ¡Vamos, dilo!
—Gladden tiene las esmeraldas.
Detrás del revólver, el rostro se convirtió en cera rígida, palideciendo más y más a medida que apretaba los labios. Los ojos color aguamarina miraron hacia la pistola y luego hacia Harbin. Los ojos asustaron a Harbin, y se preguntó cuánto tiempo le quedaba de vida en aquella habitación. Sabía que lo más probable era que antes de un minuto hubiera dejado de vivir. Se daba cuenta de que había hecho un buen intento, todo lo mejor que podía hacerse. Pero lo que no podía alterar era el hecho de que Hacket estaba muy histérico y con ganas de matar. Se preguntó qué otra cosa podía decir.
—Nadie quiere morir —dijo al fin.
—Yo tengo la pistola.
—La pistola —respondió Harbin— no tiene la menor importancia. No estoy hablando de la pistola. Estoy hablando de las consecuencias. —Señaló a Baylock tendido en el suelo—. Hay una cosa. —Lo dijo como si fuese relativamente insignificante, y luego puso la gran preocupación delante de todo, donde ambos pudieran contemplarla—. Tal vez hayas leído los periódicos de esta mañana.
—No.
—Anoche. En la carretera de Black Horse. Lo único que hicieron fue pararnos por exceso de velocidad, y ni siquiera nos multaron. Iban tres en un coche patrulla. Uno de ellos vio a uno de nosotros con una pistola. Ahí empezó el problema. Terminó con los tres policías y uno de nosotros muertos. —Volvió a señalar el cadáver—. Ahora tenemos esto. ¿No crees que ya son bastantes muertes?
—Quiero las esmeraldas.
—¿Aun sabiendo lo peligrosas que son?
—Las quiero.
—Por lo que a mí respecta, puedes quedártelas.
—No te creo. —Hacket se adelantó un poco, apuntando su revólver hacia el estómago de Harbin—. Sigues queriéndolas, ¿verdad? ¿No es verdad? —Enseñó los dientes—. ¿No es verdad?
—No —respondió Harbin. Quería repetírselo, quería suplicar, pero sabía que no conduciría a nada. En aquel preciso instante oyó un sonido en el pasillo, junto a la puerta. Vio que Hacket volvía la cabeza en señal de que también lo había oído.
El ruido había sonado justo enfrente de la puerta, y a continuación se escuchó el golpeteo de unos nudillos en ella. Luego, ambos oyeron la voz de Della. Hacket abrió la puerta, sin dejar de apuntar a Harbin.
Nada más entrar Della, sus ojos se dirigieron hacia la mancha roja en el suelo y el rostro muerto de Baylock que reposaba sobre el rojo brillante. Apartó rápidamente la vista. Esperó hasta que Hacket hubo cerrado nuevamente la puerta y entonces se volvió hacia él. Habló con voz contenida, levemente temblorosa.
—¿Se puede saber qué eres? ¿Un lunático?
Hacket siguió mirando la puerta.
—No he podido evitarlo.
—Eso significa que eres un lunático. —Della observó brevemente a Harbin. Su cabeza se volvió lentamente y su mirada regresó hacia Hacket—. Te he dicho que esperaras en tu cuarto.
Hacket parpadeó varias veces.
—He esperado mucho. Estaba harto de esperar.
—Yo empiezo a estar harta de ti. —Della señaló el cuerpo muerto en el suelo—. Mira eso. Míralo bien.
—Deja ya de pincharme. —Hacket volvió a parpadear—. Ya estoy bastante nervioso. —De pronto, frunció el ceño—. ¿Por qué has venido aquí?
—Llamé a tu habitación. —El temblor había desaparecido de su voz—. No contestó nadie. —Sus ojos se movieron de nuevo hacia Baylock. Avanzó extrañamente hacia el cadáver y, bruscamente, se dio la vuelta y se lanzó sobre Hacket, gritando—: ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
—Quiero acabar con este asunto.
—Bonita manera de acabarlo.
—¿Estás preocupada?
—Claro que estoy preocupada.
—Pues no te preocupes. —Hacket exhibió una radiante sonrisa. Parecía sumamente complacido por algo—. Me alegro de que hayas venido. Es bueno que estés aquí. No podrías haber llegado en un momento más oportuno. Esta es una de las cosas que más me gustan de ti, Della. Siempre llegas en el momento preciso. —Cuando terminó, dirigió su sonrisa hacia Harbin—. Dale las gracias a la señora. Si no hubiera venido, ahora estarías muerto.
—Ya lo sé. —Harbin asintió con serenidad. Luego miró a Della con un rostro sin expresión—. Gracias, señora.
Hacket sonrió e hizo un gesto con la pistola.
—Repítelo.
—Gracias, señora. Muchas gracias.
—Dilo otra vez… —Hacket se calló y comenzó a reír, echando la cabeza muy hacia atrás. Todo su cuerpo se estremeció por la risa. Era una risa demente, cada vez más intensa. Della esperó hasta que las risotadas llenaron la habitación, y entonces se aproximó a Hacket y le dio una bofetada en la cara. Hacket siguió riendo y Della le golpeó de nuevo. Mientras le golpeaba, él tenía los ojos bien abiertos y enfocados hacia Harbin, como el cañón de la pistola.
Della le pegó violentamente en la cara y poco a poco la risa fue apagándose. Hacket parpadeó varias veces. Comenzó a menear lentamente la cabeza, como si estuviera tratando de comprenderse y no lo consiguiera. Al cabo de unos instantes, miró implorante a Della y se quedó inmóvil, esperando a que ella dijera algo. Al ver que esto no daba resultado, Hacket emergió de las profundidades de su ser y salió a la superficie. Se notó en su forma de abombar el pecho, alzar la barbilla, afirmar los pies en el suelo. En los ojos color aguamarina apareció un brillo, un brillo superficial. Harbin comprendió que Hacket estaba intentando restablecer su propia estima y la estima de Della. Le pareció que Hacket confiaba plenamente en su capacidad para lograrlo.
La voz de Hacket sonó en armonía con su nuevo estado de ánimo.
—La chica se llama Gladden. Ahora voy a visitarla, y cuando la vea la llamaré Irma, Irma Green. Y cuando me vaya me llevaré las esmeraldas. —Miró hacia Della—. Cuando vuelva tendré las esmeraldas, y tú estarás aquí esperándome. —Se volvió hacia Harbin—. Tú también estarás aquí. Cuando tenga las esmeraldas estaré muy contento, y es posible que te deje salir con vida. He dicho que es posible, recuerda. No te prometo nada.
Harbin estaba pensando en Gladden. Intentaba desesperadamente no creer que Hacket iba a matar a Gladden. Oyó que Hacket hablaba con Della, pero las palabras que oía carecían de significado. Sólo eran símbolos vagos, eclipsados por la comprensión de que estaba salvando su vida a costa de la de Gladden. Para no morir, había decidido sacrificar algo, y ese algo era Gladden. Vio a Gladden muriendo. Vio a Gladden muerta. Cerró los ojos y la vio. Luego los abrió y miró a Della. Se dijo que todo acabaría bien. Pronto quedaría a solas con Della y entre los dos encontrarían la forma de arreglarlo, encontrarían el modo de avisar a Gladden antes de que llegara Hacket. Ya buscarían la manera. Estaba seguro de que todo acabaría bien.
Su cabeza se alzó, y vio a Della. Parecía absorta en sus pensamientos. Luego, cuando Hacket le entregó la pistola, apareció una nueva expresión en su rostro. Hacket avanzó hacia la puerta. Della permaneció inmóvil con la pistola en la mano, mostrándosela a Harbin, mostrándole una intrigante expresión en su rostro, una expresión que él nunca le había visto antes. Hacket ya estaba en el umbral. El rostro de Della mantenía su extraña expresión. Harbin comenzó a inquietarse. Escuchó como Hacket abría la puerta.
—No tardaré mucho. Vigílalo y haz que se sienta a gusto hasta que yo vuelva —dijo Hacket.
La puerta se abrió y Hacket salió del cuarto.