Della se instaló ante la barra, a su lado. Iba vestida con una blusa y una falda de color marfil pero, aun antes de ver su atuendo, Harbin ya sabía que tendría una apariencia fresca. Su cabello castaño resplandecía serenamente, su rostro era terso y límpido y su voz fresca, cuando le pidió a la camarera que le preparase una naranjada.
Al volverse para mirar hacia la calle, Harbin vio el Pontiac verde aparcado al otro lado de Atlantic Avenue. Sus dedos tamborilearon sobre la barra.
—Sabes arreglártelas.
—Sólo cuando es necesario.
Él la miró.
—¿Qué es necesario?
—Estar aquí —respondió ella—. Contigo.
—A no ser que esté muy equivocado, pensaba que esta cuestión había quedado zanjada.
—Tú sabes que no está zanjada.
Harbin emitió un leve suspiro.
—Explícame por qué.
Della permaneció inmóvil, mirando su naranjada.
—Quiero que hagas algo por mí —dijo—. Quiero que me escuches con mucha atención y trates de creer lo que te diga. Es posible que ya lo sepas pero, si no lo sabes, te enterarás ahora. Si te obstinas en no creerme, no podré hacer nada. Sucede que hay unas cuantas cosas sobre las que no puedo hacer nada, como convertir la noche en día o detener la lluvia cuando está cayendo.
Se volvió hacia él y prosiguió:
—La noche que nos conocimos en aquel restaurante no fue por casualidad. Estaba todo planeado. Un plan bien pensado para que pudiera trabajarte y conseguir las esmeraldas. No puedes haber olvidado lo que sucedió cuando disteis el golpe. ¿Recuerdas haber hablado con dos policías delante de la mansión? ¿Lo recuerdas, claramente?
Harbin asintió. Tomó un mondadientes de un recipiente de vidrio, lo partió en dos y comenzó a juguetear con los fragmentos.
—Uno de ellos —dijo Della— era un hombre bastante joven, de treinta y pocos años. Quiero hablarte de él. Cuando trabaja como policía, su nombre es Charley Hacket. Cuando funciona sólo como Charley, su apellido es Finley. —Alzó el vaso de naranjada, lo contempló como si su color le resultara agradable y volvió a dejarlo—. Este Charley se ha propuesto conseguir las esmeraldas. Es un artista del chantaje, y por lo general se contenta con una parte. Lo sé porque conozco su forma de operar. Llevo poco más de un año trabajando con él. Pero esta vez ha visto un botín considerable, y lo quiere todo.
Harbin apartó la vista del mondadientes y la miró. Vio a Della y solamente a Della. No vio la amenaza, no vio a su enemiga. Solamente a Della.
—Este Charley Hacket tiene un buen cerebro. Me di cuenta nada más verlo. Naturalmente, también me fijé en su buen aspecto y su encanto, y creí ver en él algo más que luego resultó que no existía, aunque continué empecinada en ello. Cuando me pidió que colaborase con él en estos trabajos, acepté únicamente porque podía estar a su lado. No necesitaba para nada el dinero. Y puedes estar seguro de que no estoy tan loca como para hacerlo por la emoción. Lo hice porque así podía estar junto a él, y había llegado a convencerme a mí misma de que le necesitaba. La noche en que dejé de creerlo fue la noche en que te conocí.
Harbin extrajo otro palillo del recipiente y lo partió en dos. Colocó un pedazo perpendicularmente al otro y acto seguido los cambió de lugar. Luego echó los dos trozos a un lado.
—¿Por qué has esperado hasta ahora? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Tenía miedo —contestó—. Quería que fuese una cosa entre tú y yo, sin esmeraldas, ni Charley, ni acuerdos, ni transacciones. Sólo tú y yo. Intentaba hallar una solución, encontrar un método para librarme de Charley y dar todo eso por terminado, de modo que únicamente quedáramos tú y yo. Pero para eso me hacía falta tiempo. Quería decírtelo, me moría de ganas de decírtelo, pero tenía mucho miedo de perderte.
—¿No tenías miedo de Hacket?
—No. —Se encogió de hombros—. Conozco a Hacket. Sé que para él valgo más que las esmeraldas. Sé que soy su principal debilidad, porque me quiere más que a su vida. ¿Entonces? Entonces, si averiguara lo que siento por ti, probablemente me mataría. O nos mataría a los dos. Pero eso nunca me ha asustado. Lo único que me asusta es perderte a ti. La otra noche, en el bosque, cuando me dejaste sentir la tentación de matarme. De hecho, la muerte me parecía atractiva.
Tomó el vaso de naranjada y bebió un sorbo. Lo saboreó y bebió otro.
—He estado pensando mucho sobre esto, y sé con certeza que la vida sólo vale la pena cuando uno tiene la posibilidad de conseguir lo que quiere. Si no puedo tenerte, no me interesa continuar. He pasado toda la noche pensando, y todavía pensaba por la mañana temprano cuando ha sonado el teléfono, y era Hacket que me llamaba para decirme que tú estabas aquí y preguntarme qué había salido mal. Le he dicho que no lo sabía, que te habías ido de mi lado sin darme ninguna explicación. Hacket me ha contestado que no me preocupara, que a fin de cuentas sería mejor así. —Se interrumpió, frunciendo ligeramente el ceño—. No veo ninguna reacción. Pensaba que reaccionarías de algún modo cuando te dijese que Hacket está en la ciudad.
Harbin sonrió.
—Estoy enterado de casi todo lo que me has dicho. Sé que él ha venido para trabajar a Gladden.
Ella lo miró fijamente.
—¿Cómo lo has averiguado? ¿Cómo has conseguido la pista?
—Tú me la diste. Te lo contaré todo cuando seamos viejos y canosos. O tal vez antes. —Empezó otra vez a jugar con los palillos—. ¿Qué más te ha dicho Hacket por teléfono?
—Ha estado alabándose a sí mismo, diciéndome lo listo que era y lo bien que había manejado la situación cuando te presentaste en el hotel de Gladden, y cómo se quedó esperando en un portal hasta que volviste a salir y cómo te siguió hasta esa pocilga en Tennessee Avenue.
Harbin miró a Della, después a los palillos, y luego a Della otra vez.
—Yo le he dicho que vendría a Atlantic City —prosiguió ella—. Él me ha contestado que no, que podía hacerlo solo. Le he dicho que no se apresurara demasiado, que esperase mi llegada y que ya lo discutiríamos. Él me ha dicho que me esperaría en su coche, aparcado en Tennessee Avenue para vigilar vuestro hotel. He llegado y le he dicho que ya vigilaría yo, que parecía muy cansado y que haría bien regresando a su habitación para dormir un poco. Al principio se ha negado, pero finalmente ha accedido. He aparcado mi coche en Tennessee Avenue y me he quedado esperando hasta que te he visto salir. Te habría llamado en aquel mismo instante, pero he visto que entrabas en una peluquería y he pensado que ese no era lugar para hablar. De modo que he seguido esperando. Cuando has salido de la peluquería te he seguido hasta aquí. Y aquí estoy ahora, contigo, y quiero seguir contigo, ir contigo…
—¿Adónde?
—A mi casa.
Harbin bajó la cabeza, la alzó muy lentamente y volvió a bajarla. Estaba asintiendo. Y entonces, repentinamente, comenzó a temblar, como si estuviera saliendo de un trance. Notó un sabor metálico en la boca, volvió a estremecerse, se sumergió muy profundamente en su interior y dijo:
—Habría que pensarlo todo muy bien.
—Pensémoslo.
—Está Hacket.
—Nos desharemos de él.
Harbin apoyó los codos en la barra.
—Supongo que no hay otro modo de arreglarlo.
—No lo hay —le aseguró ella—. Tendremos que hacerlo. —Bebió un poco más de naranjada—. ¿Algo más?
La miró. No dijo nada.
—Estás pensando en Gladden —afirmó ella.
Harbin desvió la vista. No respondió.
—Hazme un favor. Deja de pensar en Gladden.
Le resultó difícil, pero lo consiguió. Se esforzó, empujó con su mente como si estuviera empujando una pared con el hombro. Sintió una fuerte sacudida y luego, extraña, repentinamente, la resistencia se desvaneció. Pero quedaba ora cosa, y dijo:
—Queda otra cosa.
—Muy bien. Nos enfrentaremos a ella. ¿De qué se trata?
—Es una situación. Puede que hayas visto los periódicos de hoy. Puede que no. —Suspiró—. Anoche hubo un grave accidente en la carretera de Black Horse.
Le habló de los tres policías muertos a tiros en la carretera, y de la muerte de Dohmer, y de lo que le ocurría a Baylock, de su miedo y sus preocupaciones, de su falta de control, de Baylock nervioso y aterrorizado, de Baylock más o menos inmovilizado. Y añadió:
—No puedo abandonar a Baylock sin decírselo antes.
—¿De qué servirá que se lo digas?
—Necesita que lo tranquilice. Necesita instrucciones. No puedo abandonarlo con la sensación de que estoy cometiendo una traición. He de volver al hotel y hablarle.
—Discutirá contigo.
—Responderé a sus argumentos.
—Se excitará. Puede crear problemas.
—No habrá ningún problema.
—Pensará que quieres hacerle una jugada sucia.
—No tendrá ningún motivo para pensarlo —respondió Harbin—. Le dejaré todas las esmeraldas. Luego me despediré de él y volveré aquí. Contigo. Nos meteremos en tu coche y nos pondremos en marcha. Iremos a la casa de la colina y nos quedaremos los dos allí, juntos. Ahora estoy seguro de que ha de ser así. Nada puede romper lo que hay entre nosotros. Nada. Tenía que ser así. Tenemos una cosa de la que ninguno de los dos puede prescindir. Cuando te dejé en el bosque, la noche pasada, tú eras otra persona y yo también. Pero desde aquella noche ha pasado mucho tiempo.
Dejó el dinero sobre la barra y se puso en pie. Sonrió a Della y vio que ella también le sonreía, y no quiso irse de allí, aunque estaba totalmente decidido a regresar en cuestión de minutos. Entonces Della le indicó la puerta con un gesto de su cabeza y sus ojos le pidieron que se fuera y volviera rápidamente. Harbin salió del restaurante y cruzó Atlantic Avenue, caminando a buen paso hacia Tennessee. Llegó a Tennessee Avenue y apresuró la marcha a medida que se acercaba a la angosta calle lateral. Al entrar en el hotel se sentía ligero, con la cabeza despejada.
En el piso de arriba el calor era oscuro y denso, y estaba impregnado de la decadencia de la gente que vivía en aquellas habitaciones. Harbin llegó ante la puerta, la abrió y lo primero que vio fueron las dos maletas abiertas y su contenido desparramado por todas partes. La tercera maleta, la que contenía las esmeraldas, estaba cerrada. Después vio a Baylock, en el suelo, con las rodillas dobladas. Tenía un brazo ante los ojos y otro echado hacia atrás, rígido. Sus ojos estaban abiertos y las pupilas trataban de subir hasta su frente. La sangre de su cabeza machacada brillaba y fluía desde su cráneo partido formando un ancho chorro hasta la altura del hombro y luego se reducía hasta convertirse en una resplandeciente cinta roja cerca del codo. Baylock estaba casi muerto y, mientras Harbin permanecía inmóvil mirándolo, trató de abrir la boca para decir algo. Eso fue todo lo que pudo hacer y, en mitad del esfuerzo, echó la cabeza hacia atrás y murió.