17

Las lentejuelas brillaban sobre el vestido verde pálido. Anoche había sido terciopelo gris-violeta, con un collar de amatista y guantes púrpura, suaves y largos hasta el codo. Y anteanoche el elegante vestido gris oscuro era correcto para la exposición de nuevas acuarelas en la galería de arte de Walnut Street. El traje elegante, los modales educados, la voz modulada en el tono correcto, y Evelyn sabía que la estaban aceptando. Eso era más importante que saber que los jóvenes la admiraban. Todos eran agradables de conocer, y era magnífico asistir a estas fiestas y reuniones. Encontraba fácil sonreír a esta gente joven rica y de buena posición. Y cuando veía que ellos le sonreían a su vez, era agradable ver que lo hacían sinceramente. Les gustaba de verdad. Querían que ella estuviera allí.

Vino con tanta facilidad, la etiqueta y las formas y el saber estar. Nunca se había preocupado por ello y no necesitaba ensayar las cosas mentalmente antes de la actuación real. Al levantar un vaso, no lo miraba. Al sentarse, no dejaba de hablar. Flotaba en esta atmósfera de elegancia como una corriente de agua flota en un lago. Y el hecho de que nunca se la alabara por esto, el hecho de que no hubiera comentarios de ninguna clase al hacer su entrada en este escenario, hacía que su logro fuera aún más satisfactorio.

Las invitaciones y las llamadas telefónicas se sucedían en deliciosa progresión. La conversación era una mezcla de buen gusto, de chismes en voz baja, comentarios sobre el vestido de esta y la habilidad de aquella en el tenis y los intentos más bien lastimosos de aquella otra de hacer escultura. Todos parecían creer que Evelyn estaba extremadamente bien cualificada para hacer crítica, pues en este tiempo comparativamente corto había mostrado un considerable talento en las clases de arte, y sus conocimientos del color y las líneas eran evidentes en su propio atuendo. Jugaba bastante bien a tenis. Su rumba era algo bonito de ver, y con unas cuantas ocasiones de montar estaba mostrándose como una experta manejando un caballo. Con unas pocas citas, extremadamente hábil manejando a los hombres. Sabía cuándo tirar de las riendas y aplicar la espuela, lo sabía por instinto, al parecer, y su presión no era demasiado suave ni demasiado severa. Ocurría lo mismo con su manera de tratar a las chicas. En el bridge y el almuerzo y el té, formaba parte completamente del grupo y sus opiniones eran buscadas y respetadas; sin embargo, nunca consentía en aceptar más que una cantidad razonable de atención.

Evelyn disfrutaba con esto, con todo esto. Disfrutaba con la velada en sí misma, anticipando la siguiente velada, el siguiente día en la clase de arte, la reunión a mediodía para discutir el gran baile de caridad del mes próximo. Disfrutaba con su cita con el joven alto que había sido primer remero de Princeton, que decía que ella era fascinadoramente distinta y la cosa más extraordinaria que había visto en años. Disfrutaba yendo a bailar un sábado por la noche con el activo joven que estaba subiendo rápidamente en seguros y tenía un sorprendente sentido del humor. Y el joven médico que decía que su cabello olía como Vermont en octubre. Y el arquitecto de treinta años que la imaginaba siempre en un templo de Atenas. Y todos ellos, su risa ligera, su galantería, en parte banal, pero no obstante agradable. Estas ganas de verla de nuevo; sí, por favor, y ¿cuándo estaría libre ella? ¿Y podría ser pronto? ¿Y se daba cuenta de que había sido una de esas noches que no suceden muy a menudo, y él se alegraba tan sinceramente de haberla conocido, estaba tan desesperadamente ansioso por conocerla mejor, y tenían tiempo de fumarse otro cigarrillo antes de despedirse?

Brillantes y elegantes y limpios, todos estos jóvenes. Fascinantes, algunos de ellos. Divertidos, algunos de ellos. Torpes, atractivamente torpes, algunos de ellos. Y algunos de ellos con pipas y algunos de ellos con dientes grandes y algunos de ellos con caras perfectamente delineadas. Y todos ellos una suma total de caballerosidad y bondad, tan fáciles de gustar. Ella sentía tanto afecto por ellos, por toda esa multitud. Se sentía muy satisfecha con todo lo que estaba ocurriendo estos días, y se asombraba cuando a veces subía la escalera después de dar las buenas noches y se sentía invadida de repente por una sensación de falsedad, una sensación de que no era Evelyn, era otra persona. Sólo por unos momentos, hasta que podía apartarla de sí.

Las lentejuelas se movieron sobre el verde pálido del vestido cuando Evelyn bajó del coche. Luego, a los pies de la escalera de piedra, él se despidió. Y de repente se echó a reír y se disculpó por no haberla felicitado.

Evelyn quiso saber por qué tenía que felicitarla.

Él dijo que había hablado con Leonard aquella tarde. Y a Leonard se le había escapado. Leonard iba a casarse con Clara Ervin.

Evelyn subió corriendo la escalinata. Los escalones parecían ser jalea. El joven estaba diciendo algo y ella pudo oírlo, pero no supo de qué se trataba. La voz del joven se desvaneció, se mezcló con la oscura jalea que formaba todo lo que rodeaba a Evelyn.

Luego todo pareció convertirse en fuego sin llamas visibles cuando Evelyn entró precipitadamente en la casa oscura. Corrió hacia la escalera.

Algo la detuvo y no supo qué era. Intentó no hacerle caso pero la bloqueó, como si fuera algo tangible como una pared de cemento que de repente apareciera ante los ojos. Ella parpadeó y volvió a parpadear, y de pronto se dio cuenta de que realmente estaba mirando algo.

Se desvió. Se llevó las manos a la garganta. Las manos pasaron de la garganta a la boca y Evelyn ahogó un grito.

Frente a ella, acercándose a ella, había una cosa blanca en la oscuridad. Se acercaba lentamente. Parecía flotar, era delgada, era ágil.

Evelyn meneó la cabeza. Parpadeó unas cuantas veces, pero la figura blanca seguía frente a su vista. Cerró los ojos, mantuvo los ojos cerrados durante lo que parecieron muchos minutos. Cuando los abrió, vio la cosa blanca otra vez, pero ahora se había dado la vuelta y se alejaba de ella. Parecía estar suspendida en la oscuridad.

Evelyn quiso moverse, quiso seguir a la forma blanca, pero descubrió que sus piernas no se movían. Había un misterioso confort en permanecer quieta y mirando fijamente la vacía negrura y sabiendo que la extraña cosa blanca se había marchado. Evelyn se dijo que probablemente era el reflejo de los faros de un automóvil del callejón, la luz que rebotaba en las ventanas y daba en las paredes, y que rebotaba de las paredes y adquiría forma, de manera que parecía una cosa blanca en movimiento.

Siguió diciéndose esto hasta que lo tuvo arraigado en la mente. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza, accediendo a esta teoría. El reflejo de los faros de un automóvil, eso era. No podía ser nada más. Además, ella se encontraba ahora bajo el efecto de una gran impresión, y cualquier cosa que viera le parecería mucho más grande, y dio las gracias porque le era posible entenderlo.

Evelyn se apresuró a subir la escalera. Cuando cruzaba el pasillo, dirigiéndose hacia su habitación, oyó el ruido de una luz que se encendía en el dormitorio principal. Entonces la puerta del dormitorio se abrió, y Clara salió al pasillo. Evelyn no se giró. Entró en su habitación y cerró la puerta. Oyó ruido de pasos fuertes y firmes por el pasillo.

La puerta se abrió y Clara entró en la habitación. Llevaba una bata de satén rosa.

Evelyn se dio media vuelta.

Clara dijo:

—Date la vuelta. Mírame.

Apartándose de la bata de satén rosa, Evelyn dijo:

—¿Qué más quieres que haga?

La voz de Evelyn sonó débil como si hubiera sido retorcida y enrollada, y retorcida otra vez y aplanada con un martillo.

Clara dijo:

—Imagino que ha sido una sorpresa. Leonard debería habértelo dicho.

—Tú deberías habérmelo dicho.

—No lo he sabido hasta casi el último minuto. Me lo propuso hace muchos días, pero yo me negué, a pesar de que estaba segura de mis profundos sentimientos por él. Esta noche, sin embargo, ha insistido mucho. Ha implorado. He tenido que aceptar.

—¿Por qué?

—¿Por qué una mujer acepta a un hombre?

—Cuando yo era una niñita estúpida, pensaba que sólo podía existir una razón.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que antes yo era una niñita estúpida.

Clara se puso las gordas palmas en las caderas y se inclinó ligeramente hacia adelante, mientras Evelyn se daba la vuelta y la miraba a la cara. Clara dijo:

—Todavía eres una niñita estúpida. Estás sacando conclusiones que no tienen absolutamente ningún fundamento. Estás atónita, eso es comprensible. Pero también estás decepcionada y eres incapaz de ocultarlo, incapaz de aceptarlo con elegancia. Y lo desapruebas. Por supuesto que no voy a tolerar más insinuaciones.

—Yo quería a Leonard. Tú le apartaste de mí.

—Es ridículo. Él mismo eligió.

—No te creo.

—Lo que tú creas o no creas no es importante. Y por tu propio bien te sugiero que adoptes una actitud razonable hacia este asunto.

—Planeaste quitarme a Leonard. Yo podía haber sido la mujer que él quería. Tú me apartaste de eso. Modelaste mi aspecto, mis vestidos y mi manera de actuar para servir a tus propósitos. No subestimes mi inteligencia. Sé más de lo que piensas.

Clara dio un paso al frente.

—¿Acerca de qué?

—De mí —dijo Evelyn—. Y de ti.

Clara se cruzó de brazos. Inclinó la cabeza, mirando a Evelyn como si esta estuviera en una exposición. Y Clara dijo:

—Estos interludios de sensatez y agresividad mezcladas parecen sobrevenirte periódicamente, y sin duda en momentos inoportunos. Métete esto en la cabeza. No tienes ninguna queja justificable de mí. He sido buena contigo, he sido considerada. Me he tomado muchas molestias para que tú…

—No me engañas. Sé que todo formaba parte de un plan.

Clara dio otro paso al frente. Entrecerró los ojos y dijo:

—Obviamente, has olvidado lo que ocurrió la última vez que adoptaste esta actitud.

—No tengo miedo —dijo Evelyn, y se dijo a sí misma que no debía retroceder. Dio un paso atrás. Se dijo que no debía tener miedo. Dijo:

—No te tengo miedo.

—Eso significa que necesitas más tratamiento. Sigues siendo una niñita obstinada, a pesar del aspecto externo. A pesar del elegante peinado y los polvos y pintalabios aplicados delicadamente. A pesar de la creación única de verde pálido y lentejuelas. Engañas a los demás, por supuesto, pero a mí no me escondes nada. Sigues siendo la niñita ignorante que tropieza, ignorante e insignificante y que causa problemas. Parece que es necesario tomar medidas correctivas.

—No te tengo miedo —dijo Evelyn. Reculó. Se suplicó a sí misma no tener miedo. En este momento lo vio claro. Ahora tenía la oportunidad de escapar. Pero para llevar a cabo su huida se necesitaba un profundo y arraigado valor. Y ella se estaba suplicando en sus adentros que no tuviera miedo, que se mantuviera firme, y estaba reculando, suplicándose que no temblara, y estaba temblando. Miró los gordos brazos de Clara, las gordas manos de Clara. Miró a Clara a los ojos, la boca de Clara. Estaba reculando. Se estaba suplicando a sí misma que no tuviera miedo.

Clara se frotó las palmas de las manos despacio y dijo:

—Ven aquí.

—No conseguirás que haga nada.

—¿Ah, no?

—No te tengo miedo —repitió Evelyn—. Nunca te he tenido miedo. Me tenía miedo a mí misma. Sé lo que sé. Sé lo que eres. Y yo no soy lo que tú eres. No lo soy. No puedes hacérmelo creer…

—Ven aquí.

—… y no me lo harás creer. No vas a dirigirme y no vas a hacer de mí lo que tú eres. Casi lo conseguiste, pero no lo has logrado, porque ahora entiendo lo que está pasando. Si pudiera tener a Leonard ahora, no le querría, lo sé. Me doy perfecta cuenta. Cuando pensaba que quería a Leonard, era porque estaba bajo tu influencia. Tú le quisiste para ti desde el primer momento en que le pusiste los ojos encima, y decidiste conseguirle a través de mí…

—He dicho que vengas aquí.

—Una vez estaba en una colina verde. Me miré a mí misma. Me vi. Estoy otra vez en aquella colina verde, y no vas a sacarme de allí a rastras, no vas a pellizcarme. Nunca más volveré a doblegarme ante ti. No te tengo miedo. ¿Lo oyes? No te tengo miedo.

—Basta ya. Es más que suficiente. Ven aquí…

—Ya no me controlas. No puedes hacer que haga lo que yo no quiero hacer. Tienes el dinero de mi padre. Tienes la casa de mi padre. Su dinero y su casa y todo lo que él poseía… excepto a mí. A mí no me tienes.

—¿Estás segura de eso? Recuerda una cosa. Todavía no has alcanzado la edad…

—Me iré de esta casa —dijo Evelyn—. Huiré de ti y de todo lo que representas. Pero no habré acabado contigo. Sé que me has engañado. Ahora no tengo nada salvo las cosas que sé.

—¿Como qué?

—El dinero no es tuyo. No te corresponde. La casa no es tuya, es mía. Y no habré acabado contigo hasta que encuentre la manera de demostrarlo. Sé que mi padre querría que lo hiciera. Y voy a hacerlo. Lo prometo…

Clara saltó sobre Evelyn, la cogió por el pelo y le hizo bajar la cabeza y le dio un puñetazo en la cara.

Clara levantó el puño otra vez y lo bajó de nuevo, y Evelyn gritó y trató de soltarse. Le sangraba la boca. Agitando los brazos mientras trataba de soltarse, Evelyn dio un golpe a Clara en el pecho.

—Asquerosa perra —murmuró Clara. Con ambas manos tiró con fuerza del cabello de Evelyn y le hizo bajar la cabeza. Luego levantó la rodilla con fuerza y rapidez y le golpeó en el estómago. La muchacha lanzó un gemido, se dobló e intentó cogerse el estómago. Clara le retorció el cabello, le echó la cabeza hacia atrás y la golpeó otra vez. Y luego abrió su gruesa mano, la echó hacia atrás y, con todas sus fuerzas, bajó el brazo, y la mano abierta cayó con un chasquido sobre la cara de Evelyn. Y el dorso de la mano golpeó con fuerza la otra mejilla. Repetidamente pegó a Evelyn, impidiendo la misma fuerza de los golpes que Evelyn cayera.

Evelyn trataba de gritar pero no podía coger aliento. Y ahora Clara arrojó los brazos en torno a la cintura de Evelyn y apretó con toda su fuerza, sabiendo que esta pugnaba por respirar. Y Clara se rio. Otra vez Evelyn agitó los brazos salvajemente, y con las uñas arañó la carne de Clara en la garganta.

Juntas cayeron al suelo; Clara rápidamente se puso a horcajadas sobre la muchacha, golpeándola en la cara con las manos abiertas. Evelyn se retorcía e intentaba protegerse el rostro. Clara se reía y le apartaba los brazos. Clara cerró una mano y descargó el puño sobre el costado de la cabeza de Evelyn, y luego reanudó las bofetadas. La chica se incorporó, con los ojos cerrados, la boca abierta de par en par, pugnando por respirar, y otra vez empezó a mover los brazos y las uñas encontraron el satén rosa. Sus uñas desgarraron el satén rosa y arañaron la carne.

Y Clara aulló cuando apareció la sangre. Se arrojó sobre la muchacha y dijo:

—Acabaré contigo…

Mordió a Evelyn en la garganta.

Cuando los dientes tocaron su carne, Evelyn se retorció con fuerza, se apartó rodando y se levantó, alejándose de Clara. Cuando iba hacia atrás, tropezó y cayó pesadamente, y otra vez Clara se abalanzó sobre ella, utilizando los puños. Ahora el dolor era intenso y la debilidad se había apoderado de la muchacha. Con el lastimoso frenesí de un animalito se retorció, agitó su cuerpo, dio patadas y golpes, de modo que Clara cayó fuera de su alcance. Vio a Clara apartándose de ella, vio a Clara cayendo de costado, vio que una lámpara se volcaba, vio a Clara levantarse y caerse de nuevo.

—Te cogeré —dijo Clara, levantándose despacio—. Acabaré contigo esta vez…

Al ponerse de pie, Clara hizo caer una silla. Se agarró a ella, se puso de pie y levantó la silla por encima de la cabeza. La arrojó a Evelyn.

La muchacha se apartó, se agachó mientras se apartaba y oyó que la silla pasaba de largo y se estrellaba contra la pared. Se dio la vuelta ahora y de un salto se acercó a la puerta. Sentía pesadez en las piernas y esta pesadez colgaba de una esfera de ardiente dolor que le llenaba la cintura. Jadeó y cayó de rodillas. Sus sollozos se hicieron más largos y desgarrados. Se arrastró hacia la puerta.

Contemplándola con placer, Clara sonrió al ver que el avance de Evelyn se hacía más lento. Se dirigió hacia ella, la cogió, la levantó del suelo, y luego la llevó a la cama.

—Sólo hay una manera —dijo Clara—. Sólo hay una manera de que entiendas que me perteneces.

Clara alargó el brazo y arrancó la ropa del cuerpo de Evelyn.

Desnuda y temblorosa sobre la cama, Evelyn gemía. Tenía los ojos cerrados y las manos apretadas sobre el estómago. Se dio cuenta de la quietud que reinaba en la habitación; había algo temible en el silencio y abrió los ojos. Vio a Clara de pie al lado de la cama, examinando la habitación. Le vio apartarse de la cama. Sus ojos siguieron a Clara. Sus ojos estaban con Clara, cruzando la habitación hasta un armario ropero.

Evelyn intentó moverse y el dolor la detuvo. Se abrió paso a través del dolor, y la debilidad la detuvo. Entonces vio a Clara acercarse a ella otra vez y ahora Clara llevaba en la mano un grueso colgador de madera.

Acercándose lentamente a la cama, sosteniendo con las dos manos el grueso palo por los dos extremos, Clara dijo:

—Voy a romperte el alma si tengo que romperte todos los huesos del cuerpo.

—Por favor, no lo hagas, no…

—Suplícamelo.

—No…

—Suplícamelo —dijo Clara. Levantó el colgador de abrigo.

—Por favor, no…

—¿Estás dispuesta a escucharme?

—Estoy sola… no puedo hacer…

—No estás sola. Yo estoy contigo. Yo te protegeré.

—¿Tú?

—Sí. Yo. Yo me ocuparé de ti. Porque me perteneces. Eso es lo que tienes que comprender. Me perteneces ahora. ¿Ves lo que ha ocurrido? Has intentado enfrentar tu teoría de la vida con la mía. Y has fracasado porque no tenías nada con lo que trabajar.

—Me duele…

—Escúchame. Lo que pensabas que era tu teoría, tu sentimiento, no era realmente tuyo. Si lo hubiera sido, si hubiera existido alguna base real para ello, habrías encontrado la fuerza física necesaria para vencerme. Al menos para salir de esta habitación. ¿Entiendes esto?

—Este dolor…

—Respóndeme.

—Sí.

—Muy bien. Empezaremos desde aquí. A partir de ahora, Evelyn, tú y yo caminaremos juntas, completamente juntas. Vivirás como yo viva. Harás lo que lo haga y pensarás como yo piense. Porque eso es lo que realmente quieres hacer. Admítelo. Y no es necesario que me lo admitas a mí. Sólo admítelo ante ti misma.

Por un instante Evelyn se embraveció e intentó aflorar por encima de la sumisión, y buscó la fuerza necesaria para resistir, para romper las cadenas. El instante se rompió y se hizo añicos, mientras miraba fijamente a Clara y veía en ella algo en lo que apoyarse. Eso fue todo lo que vio y lo único que supo.

Y se echó a llorar.

Clara se sentó en la cama y la muchacha se acurrucó junto al calor de su cuerpo. Y las manos de Clara sobre la carne de la muchacha eran suaves y tranquilizadoras. La muchacha se apoyó en Clara. Y Clara sonrió.

—No te vayas —dijo Evelyn.

—Nunca. Siempre estaré contigo. Escúchame, escucha atentamente. Tú y yo vamos a olvidar este desagradable incidente. A partir de esta noche, serás una hija respetuosa y dócil y no sólo eso, sino que me considerarás tu amiga más íntima. Te aconsejaré en todo. Procuraré que todos tus deseos sean satisfechos. No me ocultarás nada y harás exactamente lo que yo diga y sacarás provecho de ello. Sacarás un provecho enorme. ¿Está comprendido?

—Sí.

—Y otra cosa —dijo Clara. Estaba despeinada, ensangrentada, pero calmada. Hizo una pausa, construyendo las frases con cuidado, despejando su mente de todos los demás elementos para poder efectuar la declaración que era necesaria en este punto. Cuando las frases estuvieron ordenadas, cuando estuvo segura de ellas, dijo—: Yo amaba a tu padre. Le amaba profundamente. Él era un hombre extremadamente bueno. Honorable y noble. Y sin embargo, estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo en que tenía sus defectos, como todos. Le faltaba el enfoque práctico de estos incontables problemas que encontramos en la vida. Pensaba demasiado en términos abstractos. No podemos hacer eso en estos tiempos, Evelyn. Vivimos en un mundo extremadamente material. Si queremos sobrevivir, si queremos conseguir lo que deseamos, tenemos que pensar en un sentido material. Tenemos que concentrarnos en lo que podemos coger con las manos. Lo que podemos tocar y sostener. Lo que podemos oler y probar…

—¿De verdad amabas a mi padre?

—Le amaba, Evelyn, le amaba. Y siempre amaré su recuerdo. Lamento no haberle dicho nunca lo que te estoy diciendo ahora. Le habría beneficiado tanto. Igual que sé que te beneficiará a ti. Espero que lo comprendas, querida, y nunca lo olvides. Posees sólo lo que puedes sostener con las dos manos. Lo que puedes sostener tanto tiempo como desees, lo que puedes meterte en la boca, lo que puedes apretar cerca de tu cuerpo desnudo, lo que puedes hacer con ello lo que gustes. Eso es posesión. Sólo eso. Mírame. ¿Sabes lo que he dicho? ¿Está claro para ti?

Evelyn levantó la vista y asintió. Ya no lloraba. Su rostro estaba inexpresivo.

Abrazando a la muchacha suave pero posesivamente, Clara dijo:

—Sonríeme.

Evelyn sonrió.