5

Will

Hiciera lo que hiciese, Will no lograba escapar de la opresión de su abominable secreto. En apariencia, todo parecía normal: durante los últimos seis meses había ido a clase en el instituto, había jugado al baloncesto, había asistido al gran baile de fin de curso, y finalmente se había graduado del instituto, listo para ir a la universidad. Todo parecía perfecto, por descontado. Seis semanas antes, había roto con Ashley, pero eso no tenía nada que ver con lo que sucedió aquella noche, la noche que jamás podría olvidar. Durante casi la mayor parte del tiempo, conseguía mantener la mente ocupada y no pensar en ello, pero de vez en cuando, en momentos bajos, las imágenes emergían ante sus ojos con una fuerza descomunal. Las imágenes nunca cambiaban ni se desvanecían, el contorno de aquellas imágenes jamás se tornaba borroso. Como si lo presenciara a través de los ojos de otro individuo, se veía corriendo playa arriba y agarrando a Scott mientras éste contemplaba boquiabierto el impresionante incendio.

Recordaba que había exclamado: «Pero ¿se puede saber qué has hecho?». Scott, a la defensiva, le había contestado: «¡Yo no he hecho nada!».

Fue entonces cuando Will se dio cuenta de que no estaban solos. En la distancia, divisó a Marcus, a Blaze, a Teddy y a Lance, sentados sobre el capó de un coche, observándolos, y de repente supo que ellos habían sido testigos de todo lo que había sucedido.

Ellos lo sabían…

Tan pronto como Will sacó el móvil del bolsillo, Scott lo retuvo y, con voz suplicante, le dijo: «¡No llames a la Policía! ¡Ya te lo he dicho! ¡Ha sido un accidente! ¡Vamos, hombre! ¡Me debes una!».

El suceso apareció en las noticias durante los siguientes dos días. Will vio las imágenes y leyó los artículos en el periódico con el estómago encogido. Una cosa era encubrir a un amigo por un incendio accidental. Sí, eso se veía capaz de hacerlo. Pero alguien había resultado herido aquella noche, y Will sentía una desagradable sensación de culpa cada vez que pasaba por el lugar. No importaba que estuvieran reconstruyendo la iglesia o que al reverendo ya le hubieran dado el alta en el hospital; lo que importaba era que él sabía lo que había pasado y que no había hecho nada al respecto.

«Me debes una…»

Esas eran las palabras que más lo habían conmocionado. Y no simplemente porque Scott fuera su mejor amigo desde la más tierna infancia, sino por otra razón más importante. Y a veces, en medio de la noche, no conseguía conciliar el sueño al pensar cómo odiaba la verdad que encerraban aquellas palabras, y ardía en deseos de encontrar una forma de remediarlo.

Aunque pareciera extraño, había sido el incidente durante el partido de vóley playa de aquella misma tarde, lo que esta vez había activado los recuerdos. O, mejor dicho, la chica con la que había chocado. Ella no había mostrado ningún interés en sus disculpas; a diferencia de la mayoría de las chicas de la localidad, no había intentado ocultar su rabia. No se había contenido ni tampoco se había puesto a chillar histérica; había reaccionado con un absoluto control de sí misma, algo que le pareció totalmente diferente.

Después de que se marchara de aquella forma airada, acabaron el partido; falló un par de puntos, cosa que normalmente no le habría pasado. Scott se lo había quedado mirando con el ceño fruncido y quizá por el juego de luces y sombras del atardecer le pareció que exhibía el mismo semblante que la noche del incendio, cuando él sacó el móvil para llamar a la Policía. Y eso fue todo lo que necesitó para que los recuerdos emergieran de nuevo libremente.

Fue capaz de continuar bien, sin desmoronarse, hasta que ganaron el partido; sin embargo, cuando acabaron, pensó que necesitaba estar un rato solo. Por eso decidió dar una vuelta por la feria, hasta que se detuvo en uno de los puestos donde se podía jugar a encestar canastas —eso sí, a un precio que era un timo y con muy pocas probabilidades de ganar—. Se estaba preparando para lanzar una pelota de baloncesto demasiado hinchada al aro de una canasta que estaba colocada a una altura un poco más elevada de lo normal cuando oyó una voz a sus espaldas.

—¡Por fin te encuentro! —dijo Ashley—. ¿Me rehúyes?

«Sí, eso es exactamente lo que pretendo: esconderme, evadirme», pensó.

—No —contestó—. No he tocado una pelota de baloncesto desde que se acabó la temporada, y quería constatar lo desentrenado que estoy.

Ashley sonrió. Su top blanco en forma de tubo, sus sandalias y sus pendientes largos resaltaban al máximo sus ojos azules y su melena rubia. Se había cambiado de ropa al final del partido de vóley playa. Muy propio de ella; era la única chica que conocía que llevaba varias prendas en el bolso por norma, incluso cuando iba a la playa. En el baile de fin de curso del mes de mayo, se había cambiado tres veces: un vestido para la cena, otro para el baile, y el tercero para la fiesta que siguió a continuación. Había aparecido con una maleta, y tras embutirse el corsé y posar para las fotografías, Will había tenido que arrastrar la maleta hasta el coche. A su madre no le había parecido inusual que preparase un equipaje como si se marchara de vacaciones en vez de a un baile. Y quizás ahí radicaba parte del problema. Una vez, Ashley lo había llevado a echar un vistazo al vestidor de su madre; esa mujer debía de tener unos doscientos pares de zapatos distintos y unos mil trajes diferentes. En ese vestidor incluso cabía un Buick.

—Adelante. No te detengas por mí. No me gustaría que echaras a perder un dólar.

Will se dio la vuelta, y después de apuntar hacia la canasta, lanzó el balón; éste rebotó en el tablero y en el borde del aro hasta que se coló por la canasta. Perfecto, ya tenía un punto. Dos más y ganaría el premio.

Mientras el balón rebotaba en el tablero, el encargado de la atracción no paraba de mirar de reojo a Ashley. La chica, por su parte, no parecía haberse dado cuenta de la presencia del empleado.

Cuando el balón se coló por la red y botó de nuevo hasta Will, él la recogió y miró al encargado.

—¿Ha ganado alguien hoy?

—Por supuesto. Cada día hay montones de ganadores.

El hombre continuaba con la vista clavada en Ashley mientras contestaba. No era extraño. Todo el mundo se fijaba en ella. Era como un poste luminoso de neón, capaz de atraer a cualquiera con un gramo de testosterona en el cuerpo.

Ashley avanzó un paso, dio media vuelta, se apoyó en la pared de la caseta y volvió a regalarle una sonrisa a Will. Ashley nunca había destacado por su sutileza. Después de haber sido coronada la reina de la localidad, no se quitaba la tiara ni para dormir.

—Hoy has jugado muy bien —dijo—. Y tu saque ha mejorado muchísimo.

—Gracias —contestó Will.

—Creo que prácticamente ya eres tan bueno como Scott.

—¡Qué aduladora! —exclamó él. Scott llevaba jugando al vóley-playa desde que tenía seis años; Will había empezado a practicar a los dieciséis—. Soy rápido y puedo saltar, pero no tengo la portentosa habilidad de Scott.

—Sólo digo lo que he visto.

Centrándose de nuevo en el aro, Will inhaló y exhaló despacio, intentando relajarse antes de volver a lanzar. Eso era lo que el entrenador de su equipo siempre le decía que hiciera cuando le tocaba lanzar tiros libres, aunque a él no le parecía que eso le ayudara a mejorar el porcentaje de aciertos. Aquella vez, sin embargo, la pelota atravesó limpiamente la red. Bien. Dos de dos.

—¿Qué piensas hacer con el osito de peluche que vas a ganar? —se interesó ella.

—No lo sé. ¿Lo quieres?

—Sólo si a ti te apetece regalármelo.

Sabía que quería que le ofreciera el regalo en lugar de tener que pedirle que se lo regalara. Después de dos años juntos, había pocas cosas que no supiera de ella. Will agarró la pelota, inhaló y exhaló de nuevo, y lanzó el último tiro. En aquella ocasión, sin embargo, su lanzamiento fue demasiado fuerte, y el balón rebotó y cayó fuera del aro.

—¡Casi! —comentó el trabajador—. Vuélvelo a intentar.

—Sé cuando me han derrotado.

—¿Qué te parece si te descuento un dólar? Dos dólares por tres tiros.

—De acuerdo.

—Mejor dicho: dos dólares y os dejaré encestar tres veces a cada uno. —Agarró el balón y se lo ofreció a Ashley—. Me encantaría ver cómo juegas.

Ashley miró fijamente el balón sin inmutarse, dando a entender que no se le había ocurrido contemplar aquella posibilidad, lo cual probablemente era cierto.

—Me parece que no es una buena idea —terció Will—. Pero gracias de todos modos. —Se giró hacia Ashley—. ¿Sabes si Scott está por aquí?

—Sí, en una de las mesas, con Cassie. O por lo menos allí los dejé cuando salí a buscarte. Me parece que a Scott le gusta Cassie.

Will enfiló hacia la dirección que Ashley le había indicado, con ella pegada a su lado.

—Estábamos hablando… —empezó a decir Ashley, con un tono desenfadado— y a Scott y a Cassie se les ha ocurrido que podría ser divertido acabar la fiesta en mi casa. Mis padres están en Raleigh, en una ceremonia con el gobernador, así que tenemos toda la casa para nosotros solos.

Will ya había visto venir la propuesta.

—Será mejor que no —contestó.

—¿Por qué no? Ni que hubiera un plan alternativo más interesante.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Es porque ya no salimos juntos? No pienses que quiero volver.

«Ya, y precisamente por eso has venido al partido, te has vestido así esta noche, has salido a buscarme y has sugerido que vayamos a tu casa, ya que tus padres no están», pensó él.

Sin embargo, no dijo nada. No estaba de humor para discutir, ni tampoco quería complicar más las cosas. Ashley no era una mala persona; simplemente no era su tipo.

—Tengo que estar en el trabajo mañana por la mañana, y me he pasado todo el día jugando a vóley-playa bajo el sol —se excusó—. Lo único que quiero es irme a dormir.

Ella lo agarró por el brazo, obligándolo a detenerse.

—¿Por qué ya no contestas al teléfono cuando te llamo?

Will no dijo nada. No tenía nada que alegar.

—Quiero saber en qué he fallado —le exigió ella.

—No has fallado en nada.

—Entonces, ¿qué pasa?

Cuando él no contestó, ella le dedicó una sonrisa suplicante.

—Vamos. Ven a mi casa y hablemos.

Will sabía que Ashley se merecía una respuesta. El problema era que su respuesta no era la que ella querría escuchar.

—Mira, estoy cansado, eso es todo.

—Estás «cansado» —bramó Scott—. ¿Le has dicho que estabas «cansado» y que querías irte a dormir?

—Más o menos.

—¿Estás loco o qué?

Scott lo miró con exasperación desde el otro lado de la mesa. Hacía rato que Cassie y Ashley se habían ido al muelle a hablar, seguramente para analizar detenidamente cada palabra que Will le había dicho a la chica, lo cual añadiría un innecesario toque dramático a la situación; todo aquello probablemente debería de haberse mantenido en privado, entre ellos dos. Con Ashley, sin embargo, todo siempre acababa en un drama. Tuvo la repentina sensación de que aquel verano iba a ser muy largo.

—«Estoy» cansado —dijo Will—. ¿Tú no?

—Quizá no has oído lo que ella te estaba proponiendo. ¿Cassie y yo, tú y Ashley, en la casa de la playa de sus padres?

—Sí, lo mencionó.

—Y, en cambio, todavía estamos aquí porque…

—Ya te lo he dicho.

Scott sacudió la cabeza.

—No, mira, no te entiendo. Recurres a la excusa del «estoy cansado» cuando tus padres quieren que laves el coche, o cuando te piden que te levantes para ir a misa. Pero «no» cuando surge una oportunidad como ésta.

Will no dijo nada. A pesar de que Scott sólo era un año menor que él —el próximo otoño empezaría el último curso en el instituto Laney— a menudo actuaba como si fuera su hermano mayor, con más experiencia que él.

«Excepto aquella noche en la iglesia…»

—¿Ves ese tipo junto al puesto de los tiros de baloncesto? A él sí que lo entiendo. Se pasa el santo día intentando animar a la gente para que juegue, y así poder ganar un poco de dinero para gastárselo en cerveza y cigarrillos al final de la jornada. Simple. Sin complicaciones. No es que lo envidie, pero al menos puedo entenderlo. Pero a ti no te entiendo. Quiero decir… ¿Es que no has visto a Ashley esta noche? Está impresionante. Parece una modelo salida de la revista Maxim.

—¿Y?

—Lo que quiero decir es que está buenísima.

—Lo sé. He salido con ella durante dos años, ¿recuerdas?

—Y no digo que vuelvas con ella. Lo único que sugiero es que nos metamos los cuatro en su casa, nos divirtamos un poco, y ya veremos qué pasa.

Scott se recostó en su silla.

—Por cierto, tampoco entiendo por qué rompiste con ella. Es más que obvio que sigue enamorada de ti, y los dos formabais una pareja perfecta.

Will sacudió la cabeza.

—No formábamos una pareja perfecta.

—Sí, eso ya me lo habías dicho antes, pero ¿qué significa? ¿Acaso Ashley se comportaba…? No sé…, ¿se comportaba como una desequilibrada o algo similar cuando estabais solos? ¿Qué hizo? ¿Te la encontraste un día apuntándote con un cuchillo de carnicero, o se puso a aullar a la luna una noche que os fuisteis a la playa?

—No, no pasó nada de eso. Lo nuestro no funcionó y punto.

—No funcionó y punto —repitió Scott—. ¿Te das cuenta de lo que dices?

Will ni se inmutó, y Scott se inclinó hacia delante por encima de la mesa.

—Vamos, hombre. Entonces hazlo por mí. La vida es para vivirla. Vamos, aprovecha el verano. No seas tan egoísta, y piensa en el equipo que formamos.

—Hablas como si estuvieras desesperado.

—¡Es que «estoy» desesperado! A menos que no accedas a irte con Ashley esta noche, Cassie no querrá irse conmigo. Y estamos hablando de una chica que está lista para «una noche romántica». Quiere marcha, ¿lo entiendes?

—Lo siento. Pero no puedo ayudarte.

—¡Perfecto! ¡Echa a perder mi vida! A quién le importa, ¿no?

—Sobrevivirás. —Hizo una pausa—. ¿Tienes hambre?

—Un poco —refunfuñó Scott.

—Pues vamos a buscar una hamburguesa.

Will se puso de pie, pero Scott continuó sentado, con el semblante enfurruñado.

—Necesitas practicar el remate —comentó—. Lanzas el balón con poco tino. Me ha costado mucho evitar que no nos eliminaran.

—Pues Ashley me ha dicho que soy tan bueno como tú.

Scott esbozó una mueca de fastidio y se incorporó de la mesa.

—¡Qué sabrá ella!

Después de unos minutos en la cola de la caseta donde servían comida, Will y Scott enfilaron hacia la zona con mesitas donde estaban los condimentos. Scott embadurnó su hamburguesa con ketchup. La masa líquida roja rebosó por ambos lados cuando cubrió la hamburguesa con el pan.

—Qué asco —dijo Will.

—Para que te enteres, había una vez un chico llamado Ray Kroc al que se le ocurrió la genial idea de montar una compañía a la que llamó McDonald’s. ¿Te suena ese nombre? Pues bien, insistió en que su hamburguesa original (en cierto modo, la hamburguesa original norteamericana, para que te enteres) debía llevar ketchup, lo cual debería indicarte la importancia que tiene este condimento en el resultado final de esta comida tan sabrosa.

—No me digas. Tu cuento me ha fascinado. Mira, voy a buscar algo de beber.

—Tráeme una botella de agua, ¿quieres?

Mientras Will se alejaba, un objeto blanco pasó volando por su lado a toda velocidad, en dirección a Scott, que lo vio a tiempo e instintivamente se apartó para que no le cayera encima. Al moverse de forma tan precipitada, no pudo evitar que la hamburguesa se le cayera al suelo.

—Pero ¿se puede saber qué diantre pasa? —gritó Scott, girándose iracundo.

En el suelo había una cajita de patatas fritas vacía. Detrás de él, Teddy y Lance tenían las manos metidas en los bolsillos. Marcus estaba de pie entre ellos, con carita de inocente.

—¡No sé a qué te refieres! —contestó Marcus.

—¡A esto! —espetó Scott, al tiempo que le propinaba una patada a la cajita para enviarla a los pies de los alborotadores.

Un poco más tarde, Will pensó que había sido el tono de su amigo lo que había encendido los ánimos de todos. Sintió que se le erizaba el vello en la nuca ante la palpable —casi física— dislocación de aire y espacio, una vibración que presagiaba violencia.

La violencia que Marcus obviamente buscaba…

Como si les acabara de lanzar el cebo.

Will se fijó en un hombre que se apresuraba a coger en brazos a su hijo pequeño y se apartaba, mientras que Ashley y Cassie, de regreso de su paseo por el muelle, se quedaron paralizadas del susto. A un lado, Will reconoció a Galadriel —por aquellos días se hacía llamar Blaze—, que también se acercaba lentamente al círculo.

Scott los miró con porte desafiante, tensando la mandíbula.

—¿Sabes? Me estoy empezando a cansar de tus estúpidas gilipolleces.

—¿Y qué vas a hacer? —Marcus sonrió maliciosamente—. ¿Lanzarme un cohete de botella?

La provocación bastó para encender la mecha. Mientras Scott avanzaba con porte belicoso, Will se abrió paso frenéticamente entre la concurrencia, intentando llegar hasta su amigo a tiempo.

Marcus no se movió. La cosa no pintaba nada bien. Will sabía que él y sus amigotes eran capaces de cualquier cosa…, y lo peor de todo, sabían lo que Scott había hecho y…

Pero a su amigo, que parecía poseído por la ira, no parecía importarle. Mientras Will se movía a toda prisa, Teddy y Lance se dispersaron, y dejaron a Scott atrapado en medio del círculo. Will intentó acortar la distancia, pero Scott se movía demasiado rápido; de repente, todo pareció suceder muy deprisa. Marcus retrocedió medio paso mientras Teddy le propinaba una patada a un taburete, obligando a Scott a saltar para sortear el objeto. Scott chocó contra una mesa, que volcó a causa del impacto, pero logró mantener el equilibrio y sus manos se crisparon en dos puños amenazadores. Lance se le acercó por un lado. Mientras Will seguía abriéndose paso atropelladamente, ganando terreno, oyó vagamente el llanto de un niño. Zafándose de la multitud, se abalanzó sobre Lance justo en el instante en que una chica se interpuso en su camino.

—¡Vale ya! —gritó la chica, con los brazos alzados—. ¡Dejadlo ya! ¿Vale?

Su voz era sorprendentemente potente y autoritaria, lo bastante como para que Will frenara en seco. Todo el mundo se quedó inmóvil; en el repentino silencio, el estridente llanto del niño llenó el espacio. La chica no se amedrentó. Miró con exasperación a cada uno de los alborotadores, uno a uno; al ver aquel mechón lila en su pelo, Will cayó en la cuenta de dónde la había visto antes. La única diferencia era que ahora llevaba una camiseta excesivamente grande con un pez en el pecho.

—¡Se acabó la pelea! ¿Habéis oído? ¿Es que no veis que le habéis hecho daño a este niño?

Retándolos a que la contradijeran, se abrió paso entre Scott y Marcus y se detuvo delante del niño que lloraba, y al que habían derribado cuando habían empezado a pincharse entre ellos. Tenía tres o cuatro añitos, y llevaba una camiseta de un intenso color naranja. Cuando la chica empezó a hablar con él, lo hizo con una voz suave y una sonrisa reconfortante.

—¿Estás bien, cielo? ¿Dónde está tu mamá? Vamos a buscarla, ¿vale?

El pequeño centró por un momento toda su atención en la camiseta de la chica.

—Es Nemo —le dijo ella—. Él también se perdió. ¿Te gusta Nemo?

Por uno de los flancos irrumpió una mujer con cara de pánico que sostenía a un bebé en brazos. Intentaba avanzar a empujones, entre la gente que no parecía haberse percatado de la tensión en el aire.

—¿Jason? ¿Dónde estás? ¿Alguien ha visto a mi hijo? ¿Un niño pequeño, con el pelo rubio y una camiseta naranja?

La patente preocupación en su rostro se troncó en una mueca de alivio al ver a su hijo. Encajó el bebé encima de la cadera mientras corría hacia él.

—¡No puedes salir corriendo así, Jason! —gritó—. ¡Me has dado un susto de muerte! ¿Estás bien?

—Nemo —pronunció el pequeño, señalando hacia la chica.

La madre se dio la vuelta, y sus ojos se posaron en la joven por primera vez.

—Gracias. Se ha escapado mientras cambiaba los pañales a mi otro hijo y…

—Tranquila. No se preocupe; no le ha pasado nada —la interrumpió la chica, sacudiendo la cabeza.

Will vio que la madre guiaba a sus dos hijos fuera de la escena, después se giró hacia la chica, y reparó en la forma en que ella sonreía mientras el pequeño se alejaba anadeando, con el paso inseguro propio de los niños a esa temprana edad. Cuando estuvieron bastante lejos, sin embargo, la chica se dio cuenta súbitamente de que todos los congregados la estaban mirando. Se cruzó de brazos, plenamente consciente cuando la multitud empezó a dispersarse ante la inminente llegada de un policía.

Marcus murmuró rápidamente algo a Scott antes de desaparecer entre la multitud. Teddy y Lance hicieron lo mismo. Blaze se giró para seguirlos, y ante la sorpresa de Will, la chica con el mechón lila dio un paso adelante para agarrar a Blaze por el brazo.

—¡Espera! ¿Adonde vais?

Blaze se zafó de su brazo, sin detenerse.

—Al Bower’s Point.

—¿Y dónde está eso?

—Un poco más abajo en la playa. No tiene pérdida. —Blaze se dio la vuelta y aceleró el paso para seguir a Marcus.

La chica no parecía estar segura de lo que quería hacer. Por entonces, la tensión, tan perceptible unos momentos antes, se estaba disipando tan rápidamente como se había formado. Scott levantó la mesa, la colocó en su sitio y se dirigió hacia Will en el preciso instante en que un hombre se acercaba a la chica. Will dedujo que debía de ser su padre.

—¡Ah! ¡Estás aquí! —exclamó el desconocido, con una mezcla de alivio y de exasperación—. Hace rato que te buscábamos. ¿Estás lista para irte?

Por lo visto, la chica, que no había apartado la vista de Blaze, no estaba nada contenta de ver a su padre.

—No —dijo simplemente. Y después, se mezcló entre la multitud y se dirigió hacia la playa.

—Supongo que no tiene hambre —intervino un niño que se había colocado al lado del padre de la chica.

El hombre puso la mano sobre el hombro del niño, con la vista fija en su hija, mientras ella bajaba los peldaños hasta la playa sin darse la vuelta ni una sola vez.

—Supongo que no —dijo.

—¡Qué rabia! —bramó Scott, apartando a Will de la escena que había presenciado con tanta atención. Scott todavía parecía muy alterado, con la adrenalina a punto de estallar—. ¡Estaba a punto de reventarle la cara a ese desgraciado!

—Ah…, sí —respondió Will, aunque acto seguido sacudió la cabeza lentamente—. Bueno, no estoy tan seguro de que Teddy y Lance te hubieran dejado.

—Ésos no habrían hecho nada. ¡Sólo son un par de payasos!

Will no estaba de acuerdo, pero no dijo nada.

Scott contuvo la respiración.

—Vaya. Sólo nos faltaba ese poli.

El agente se les acercó lentamente, con la obvia intención de calibrar la situación.

—¿Qué es lo que pasa aquí? —los interrogó.

—Nada, señor —respondió Scott, con una voz sumisa.

—He oído que había una pelea.

—No, señor.

El policía esperó a obtener más información, con cara de escepticismo. Ni Scott ni Will abrieron la boca. Por entonces, la zona con las mesas de condimentos se estaba llenando nuevamente de gente, que se comportaba con absoluta tranquilidad. El agente contempló la zona para que no se le escapara ningún detalle relevante. Entonces, súbitamente, su rostro se iluminó al reconocer a alguien que estaba detrás de Will.

—¿Eres tú, Steve? —lo llamó, alzando la voz.

Will vio que se dirigía con paso ligero hacia el padre de la chica.

Ashley y Cassie llegaron hasta ellos. Cassie los miró con el semblante angustiado.

—¿Estáis bien? —les preguntó, con un hilito de voz.

—Sí, no te preocupes —contestó Scott.

—Ese chico está loco de atar. ¿Qué ha pasado? No hemos visto cómo empezaba.

—Me tiró algo encima, y yo no estaba dispuesto a tolerar la provocación. Estoy harto y cansado de sus desafíos. Se cree que todo el mundo le tiene miedo y que puede hacer lo que le dé la gana, pero la próxima vez que lo intente, no saldrá tan airoso…

Will no le hizo el menor caso. A Scott le gustaba mucho pavonearse. Se comportaba igual durante los partidos de vóley playa, y hacía tiempo que él había aprendido a pasar de esa actitud.

Se dio la vuelta y se fijó en el policía, que saludaba animadamente al padre de la chica; se preguntó por qué se había zafado de su padre de ese modo tan insolente. Y también por qué se había ido con la pandilla de Marcus. No era como ellos, y dudaba mucho que ella supiera dónde se estaba metiendo. Mientras Scott continuaba cacareando, asegurándole a Cassie que él sólo podría haber dominado a esos tres, Will alargó el cuello con la intención de escuchar la conversación entre el policía y el padre de la chica.

—Ah, hola, Pete —lo saludó el padre—. ¿Qué tal?

—Lo de siempre —respondió el agente—. Haciendo lo que puedo por mantener el orden por aquí. ¿Y tú? ¿Cómo va el vitral?

—Avanzando poco a poco.

—Eso mismo me dijiste la última vez que te lo pregunté.

—Sí, pero ahora tengo un arma secreta. Te presento a mi hijo, Jonah. Será mi ayudante durante el verano.

—¿De veras? ¡Lo celebro, hombre! Y… ¿no tenía que venir también tu hija?

—Sí, está aquí —asintió el padre.

—Pero se ha vuelto a marchar —añadió el niño—. Está muy enfadada con papá.

—¡Vaya! Lo siento mucho.

Will vio que el padre señalaba hacia la playa.

—¿Sabes adonde se dirigen?

El agente miró con atención hacia la orilla.

—No lo sé. Pero un par de esos chavales son realmente problemáticos. Especialmente Marcus. Te lo digo en serio: si puedes, apártala de él.

Scott seguía jactándose, y Cassie y Ashley lo miraban embelesadas. A pesar de que su amigo le bloqueaba el paso, Will sintió un repentino impulso de llamar al agente. Sabía que no era asunto suyo. No conocía a la chica, ni tampoco sabía por qué se había alejado de su padre haciendo gala de aquellos malos modos. Quizá tenía una buena razón. Pero al ver la cara de preocupación de aquel hombre, se acordó de la actitud tan afable y las muestras de paciencia que ella había mostrado con el niño al que había rescatado: las palabras emergieron de su boca antes de que pudiera hacer nada por detenerlas.

—Ha ido al Bower’s Point —anunció.

Scott dejó de hablar al instante, y Ashley se dio la vuelta para mirar a Will con estupefacción. Los otros tres lo escrutaron, desorientados.

—Es su hija, ¿verdad? —Cuando el padre asintió levemente con la cabeza, él repitió—: Ha ido al Bower’s Point.

El agente continuaba mirándolo fijamente, luego se giró hacia el padre.

—Cuando acabe la ronda por aquí, iré a hablar con ella, a ver si la convenzo para que vuelva a casa, ¿de acuerdo?

—Oh, no tienes que hacerlo, Pete.

El policía se puso a observar al grupito en la distancia.

—Creo que, en este caso, será mejor que lo haga.

Inexplicablemente, Will notó una sensación de alivio. Sus sentimientos debían de ser visibles, porque cuando se dio la vuelta hacia sus amigos, lo miraban boquiabiertos.

—¿Por qué te has entrometido? —quiso saber Scott.

Will no contestó. Ni siquiera él podía comprender su propia reacción.