Ronnie
Steve murió menos de una semana después, mientras dormía, con Ronnie en el suelo, a su lado. Ella no podía hablar sobre aquellos últimos momentos. Sabía que su madre estaba esperando a que acabara; en las tres horas que había pasado explicándole la historia, había permanecido en silencio, igual que solía escucharla su padre. Pero esos últimos momentos con su padre, mientras él dejaba poco a poco de respirar, le parecieron intensamente privados, y supo que jamás hablaría de ello con nadie. Estar a su lado mientras él abandonaba este mundo era un regalo que él le había hecho, sólo a ella, y nunca olvidaría la solemnidad y la intimidad del momento.
Por eso permaneció con la vista fija en la lluvia helada de diciembre y habló de su último recital, el recital más importante de su vida:
—Estuve tocando para él tanto rato como pude, mamá. Y me esforcé todo lo posible para que fuera un momento único, precioso, porque sabía lo mucho que significaba para él. Pero papá estaba tan débil… —susurró—. Al final, ni siquiera estoy segura de si podía oírme. —Se restregó la nariz, preguntándose inútilmente si le quedaban lágrimas por derramar. Había derramado tantas.
Su madre abrió los brazos y la invitó a fundirse en un abrazo. Sus propias lágrimas brillaban intensamente en sus ojos.
—Sé que te oyó, cielo. Y sé que fue precioso.
Ronnie se entregó al abrazo de su madre, apoyando la cabeza en su pecho como solía hacer cuando era niña.
—Nunca olvides la felicidad que Jonah y tú le disteis —murmuró su madre, acariciándole el pelo.
—Él también me hizo feliz —musitó ella—. Aprendí tanto de él. Cómo me gustaría habérselo dicho. Eso, y un millón de cosas más —cerró los ojos—. Pero ya es demasiado tarde.
—Él lo sabía —le aseguró su madre—. Siempre lo supo.
El funeral fue una ceremonia sencilla, celebrada en la iglesia que hacía poco había vuelto a abrir sus puertas. Su padre había pedido ser incinerado, y sus deseos se habían respetado.
El reverendo Harris dio el responso, que fue breve pero rebosante de auténtica angustia y amor. Había querido a su padre como a un hijo, y a pesar de que intentó contenerse, Ronnie acabó llorando con Jonah. Lo rodeó con el brazo mientras él lloraba con los perturbadores sollozos de un niño. No quiso pensar en cómo le afectaría aquella pérdida tan temprana en su vida.
Sólo un puñado de gente asistió a la misa. Al entrar en la iglesia, vio a Galadriel y al agente Johnson, y escuchó la puerta abrirse una o dos veces más después de tomar asiento, pero prácticamente la iglesia estaba vacía. Le dolía pensar que tan poca gente supiera que su padre era una persona tan especial o lo mucho que significaba para ella.
Después del servicio, continuó sentada en el banco con Jonah mientras Brian y su madre salieron fuera a hablar con el reverendo Harris. Los cuatro tenían que coger un avión hacia Nueva York al cabo de unas pocas horas, y ella sabía que no le quedaba mucho tiempo.
No obstante, no quería irse. La lluvia, que había descargado con fuerza durante toda la mañana, había cesado, y el cielo empezaba a abrirse. Ronnie había rezado para que eso sucediera, y sin poder remediarlo clavó los ojos en el vitral, deseando que las nubes dieran paso al sol.
Y cuando lo hicieron, fue tal y como su padre lo había descrito. El sol inundó la sala a través del cristal, fragmentándose en una infinidad de prismas que resplandecían como joyas, con una luz gloriosa y de vivos colores. El piano se iluminó en una cascada de esplendoroso color, y por un momento Ronnie pudo ver a su padre sentado ante el teclado, con la cara mirando hacia arriba, hacia la luz. El efecto no duró demasiado, pero Ronnie apretó la mano de Jonah en un delirio silencioso. A pesar del gran dolor que sentía, de su pena, sonrió, consciente de que Jonah estaba pensando lo mismo que ella.
—Hola, papá —susurró ella—. Sabía que vendrías.
Cuando la luz se desvaneció, Ronnie pronunció un silencioso adiós y se puso de pie. Pero al darse la vuelta, vio que no estaban solos en la iglesia. Cerca de la puerta, sentados en el último banco, se hallaban Tom y Susan Blakelee.
Ronnie apoyó la mano sobre el hombro de Jonah.
—¿Te importa salir un momento fuera y decirles a mamá y a Brian que enseguida voy? Primero tengo que hablar con alguien.
—Vale —contestó él, frotándose los ojos hinchados con un puño mientras salía hacia la puerta.
Cuando su hermano estuvo fuera, ella avanzó hacia la pareja, y vio que se levantaban para saludarla.
Se sorprendió al ver que Susan fue la primera en hablar.
—Siento mucho la pérdida de tu padre. El reverendo Harris nos ha contado que era un hombre maravilloso.
—Gracias —dijo ella. Ronnie miró primero a Susan y luego al padre de Will y sonrió—. Les agradezco mucho que hayan venido. Y también quiero agradecerles lo que han hecho por la iglesia. Era realmente importante para mi padre.
Ante tales palabras, vio que Tom Blakelee desviaba la vista, y constató que no se había equivocado.
—Se suponía que tenía que ser una donación anónima —murmuró.
—Lo sé. El reverendo Harris no dijo nada al respecto, ni a mí ni a mi padre. Pero lo averigüé un día, cuando lo vi en las obras. Lo que han hecho ha sido realmente loable.
El asintió casi con timidez. Ronnie lo vio parpadear al mirar hacia el vitral. También él había presenciado cómo la luz había inundado la iglesia.
En el silencio, Susan hizo una señal con la mano hacia la puerta.
—Hay alguien que quiere verte.
—¿Estás lista? —preguntó su madre tan pronto como Ronnie salió de la iglesia—. Se nos está haciendo tarde.
Ronnie apenas la oyó. En vez de eso, se quedó mirando a Will. Iba vestido con un traje negro. Llevaba el pelo más largo; le confería un aspecto más adulto. Estaba hablando con Galadriel, pero tan pronto como la vio, Ronnie se fijó en que alzaba un dedo, como si le pidiera a Galadriel que esperase un momento.
—Dame unos minutos, ¿vale? —pidió Ronnie, sin apartar los ojos de Will.
No esperaba que él acudiera al funeral, no esperaba volver a verle. No sabía qué significaba eso, que él estuviera allí, y no estaba segura de si debía sentirse contenta o abatida o ambas cosas. Dio un paso hacia él y se detuvo.
No podía leer su expresión. Cuando él se encaminó hacia ella, de repente recordó la forma etérea en que él parecía desplazarse sobre la arena la primera vez que lo vio; recordó sus besos en el pequeño muelle la noche de la boda de su hermana. Y nuevamente oyó las palabras que ella le había dicho el día que se dijeron adiós. Se sentía atrapada entre un cúmulo de emociones contradictorias —deseo, arrepentimiento, nostalgia, miedo, pesar, amor—. Había tanto que decir, y sin embargo, ¿por dónde empezar, en aquella situación tan incómoda y después de que hubiera pasado tanto tiempo?
«Lástima que no pueda leerte los pensamientos», le dijo Ronnie con los ojos.
—Hola.
—¿Qué tal? —le respondió él. Will parecía estar escrutando su cara en busca de alguna señal, aunque Ronnie no sabía para qué.
El no se acercó más, ni tampoco ella hizo el intento.
—Has venido —suspiró fatigada, incapaz de ocultar su sorpresa en el tono de su voz.
—Tenía que hacerlo. Siento mucho lo de tu padre. Era… una gran persona. —Por un momento, una sombra de pena pareció cruzar sus facciones, y agregó—: Lo echaré mucho de menos.
Ronnie recordó fugazmente aquellos atardeceres juntos en casa de su padre, el delicioso olor que inundaba la cocina mientras su padre cocinaba y las carcajadas de Jonah mientras jugaban al póquer mentiroso. De repente se sintió mareada. Le parecía todo tan surrealista, ver a Will allí, en aquel día tan terrible. En parte deseaba lanzarse a sus brazos y pedirle perdón por la forma en que había roto con él. Pero otra parte de ella, abatida y paralizada por la muerte de su padre, se preguntaba si él sería todavía la misma persona, el mismo Will que una vez había amado. Habían pasado demasiadas cosas desde el verano.
Ronnie se balanceó, incómoda, apoyando todo el peso de su cuerpo de un pie al otro.
—¿Qué tal por Vanderbilt? —preguntó finalmente.
—Ah, como esperaba.
—¿Y eso es bueno o malo?
En vez de contestar, él señaló con la cabeza hacia el coche de alquiler.
—Supongo que regresas a Nueva York, ¿no?
—Dentro de poco he de coger el avión. —Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, deseando poder controlar su nerviosismo. Hablaban como si fueran dos desconocidos—. ¿Has acabado ya el primer semestre?
—No, la semana que viene tengo los últimos exámenes, así que regreso esta noche, en avión. Las clases son más duras de lo que suponía. Probablemente tendré que pasarme más de una noche sin dormir, hincando los codos.
—Bueno, pero pronto estarás en casa, para las vacaciones de Navidad. Ya lo verás, unos reconfortantes paseos por la playa y como nuevo. —Ronnie esbozó una sonrisa de ánimo.
—No lo creo. Mis padres me quieren llevar a Europa tan pronto como acabe los exámenes. Pasaremos las Navidades en Francia. Creen que es importante que vea un poco de mundo.
—Seguro que te lo pasarás bien.
Will se encogió de hombros.
—¿Y tú?
Ronnie apartó la vista, y en su mente volvió a evocar los últimos días que había pasado con su padre.
—Creo que me presentaré al examen de ingreso en Juilliard —dijo lentamente—. Veremos si todavía me aceptan.
Por primera vez, él sonrió. Detectó un destello de la alegría espontánea que Will había mostrado tan a menudo durante aquellos largos meses de verano. Cómo había echado de menos su alegría, su cariño.
—¡No me digas! ¡Fantástico! Estoy seguro de que no tendrás ningún problema.
Ronnie detestaba la forma en que se estaban hablando, sin profundizar en nada. Le parecía simplemente… erróneo, después de todo lo que habían compartido a lo largo del verano… de todo lo que habían pasado juntos. Soltó un largo suspiro, intentando mantener las emociones bajo control. Pero le costaba tanto en aquellos momentos, y se sentía tan cansada… Las siguientes palabras se le escaparon casi automáticamente.
—Quiero pedirte perdón por lo que te dije. Lo siento, de veras. Pero es que no podía con todo lo que me sucedía. No debería haberme desahogado contigo…
Él dio un paso hacia delante y la cogió suavemente por el brazo.
—No pasa nada. Lo comprendo.
Con tan sólo tocarla, Ronnie sintió que todas las emociones reprimidas durante el día estallaban, sin poder hacer nada por evitar que emergieran a la superficie, resquebrajando su frágil compostura. Cerró los ojos y apretó los párpados, intentando contener las lágrimas.
—Si hubieras hecho lo que te pedí, Scott habría…
Will sacudió la cabeza.
—Scott está bien. Lo creas o no, acabó por conseguir la beca. Y Marcus está en la cárcel…
—Ya, pero, de todos modos, no debería haberte dicho aquellas cosas tan horribles —lo interrumpió—. El verano no debería haber acabado de esa manera. Nuestra relación no debería haber acabado de ese modo, y yo fui la culpable de que terminara así. No sabes cuánto me duele pensar que te aparté de mí…
—No me apartaste de ti —apostilló él tiernamente—. Tenía que marcharme a la universidad. Lo sabías.
—Ya, pero no hemos hablado, no nos hemos escrito, y era tan triste ver lo que le sucedía a mi padre… Anhelaba tanto hablar contigo, pero sabía que tú estabas enfadado conmigo y…
Ronnie rompió a llorar. Will la atrajo hacia sí y la estrechó entre sus brazos. Su abrazo tuvo un efecto contradictorio: lo mejoró todo, pero a la vez también lo empeoró todo.
—Vamos —murmuró Will—. No pasa nada. Nunca estuve tan enfadado contigo como crees.
Ella lo apretó con fuerza entre sus brazos, intentando aferrarse a lo que habían compartido.
—Pero sólo llamaste un par de veces.
—Porque sabía que tu padre te necesitaba, y quería que te concentraras en él, y no en mí. Recuerdo lo que sucedió cuando Mikey murió, y también recuerdo cómo deseé haber pasado más tiempo con él. No te podía hacer eso.
Ella hundió la cara en su hombro mientras él seguía abrazándola con ternura. Lo único que sabía era que lo necesitaba. Necesitaba sus brazos alrededor de ella, necesitaba que la abrazara y le susurrara que encontrarían una forma de estar juntos.
Lo sintió inclinarse hacia ella al tiempo que murmuraba su nombre. Cuando ella se apartó un poco, vio que él le sonreía.
—Llevas la pulsera —susurró, tocándole la muñeca.
—Siempre en mis pensamientos. —Ronnie le regaló una sonrisa nerviosa.
Will la agarró con dulzura por la barbilla, para poder mirar con más atención en sus ojos.
—Te llamaré, ¿de acuerdo? Cuando regrese de Europa.
Ella asintió, consciente de que era todo lo que tenían; pero también sabía que con eso no le bastaba. Sus vidas discurrirían por senderos separados, ahora y siempre. El verano se había acabado; a partir de ese momento, cada uno tomaría su propio camino.
Ronnie entornó los ojos. Le horrorizaba la verdad.
—De acuerdo —susurró.