32

Will

Will no había dormido nada bien aquella noche. Había pasado las horas oyendo cómo Ronnie se movía inquieta y deambulaba por la habitación. Reconocía el estado de conmoción que ella sentía; recordaba su parálisis y la sensación de culpa, la incredulidad y la rabia, después de que Mikey muriera. Los años habían atenuado el dolor, pero todavía podía recordar el deseo contradictorio de buscar compañía y la necesidad de que lo dejaran solo.

Sentía mucha pena por Ronnie y también por Jonah, que era demasiado joven para asimilar lo que sucedía. E incluso sentía pena por él mismo. Durante el verano, Steve había sido increíblemente gentil con él, y habían acabado por pasar mucho más tiempo en casa de Ronnie que en su propia casa. Le gustaba la forma silenciosa con que preparaba la comida en la cocina y la cómoda familiaridad que compartía con Jonah. A menudo los había visto en la playa, haciendo volar una cometa o corriendo cerca de las olas, o trabajando en el vitral con una concentración silenciosa. Mientras que a la mayoría de los padres les gustaba verse a sí mismos como la clase de hombres que intentaban dedicar un poco de tiempo a sus hijos, Will tenía la impresión de que, para Steve, pasar el rato con sus hijos era lo más natural del mundo. En el poco tiempo en que lo había conocido, jamás lo había visto enfadado ni lo había oído alzar la voz. Suponía que podía tener algo que ver con que sabía que se estaba muriendo, pero no avía que eso lo explicara todo.

El padre de Ronnie era simplemente… un buen hombre, en paz consigo mismo y con los demás; amaba a sus hijos y confiaba en que ellos fueran lo bastante sagaces como para tomar sus propias decisiones.

Mientras seguía tumbado en el sofá, concluyó que algún día le gustaría llegar a ser ese mismo tipo de padre. Aunque amaba a su propio padre, no siempre había sido el hombre sosegado que Ronnie había conocido. Will recordaba largos periodos en su vida en los que apenas había tenido ningún contacto con su padre porque éste estaba demasiado ocupado en la expansión de su negocio. Si a eso le añadía el cambio de actitud de su madre después de la muerte de Mikey —un suceso tan trágico que había sumido a toda la familia en un estado de depresión durante un par de años—, algunas veces a Will le habría gustado haber nacido en otra familia diferente. Sabía que era afortunado, y era verdad que últimamente su vida había mejorado considerablemente. Pero su infancia no siempre había estado llena de fiestas y pastelitos. Recordaba muy bien que a veces había deseado llevar una vida diferente.

Pero Steve era sin lugar a dudas otra clase de padre diferente.

Ronnie le había dicho que él se pasaba horas sentado junto a ella mientras aprendía a tocar el piano, pero en las numerosas veces en que Will había estado en su casa, jamás había oído a Steve hablar de ello. Ni siquiera una pequeña referencia al respecto, y a pesar de que al principio a Will le había parecido extraño, acabó por interpretarlo como una señal inapelable de su amor por Ronnie. Ella no quería hablar del tema, así que él no lo hacía, aun cuando había constituido una parte fundamental de sus vivencias juntos. Steve incluso había tapiado la salita porque ella no quería que le recordaran esa faceta de su vida.

¿Qué clase de persona actuaba así?

Sólo Steve, un hombre al que poco a poco había empezado a admirar, cada vez más, un hombre del que había aprendido mucho, y la clase de hombre que él esperaba ser cuando fuera mayor.

Lo despertó el sol de la mañana, que se filtraba a través de las ventanas del comedor. Procuró estirarse antes de ponerse de pie. Echó un vistazo al pasillo, vio la puerta de la habitación de Ronnie entornada, y supo que ella ya estaba despierta. La encontró en el porche, justo en el mismo lugar que la noche anterior. La chica no se dio la vuelta.

—Buenos días —dijo él.

Ella bajó desmayadamente los hombros cuando se giró hacia él.

—Buenos días —lo saludó, ofreciéndole una sonrisa resignada.

Abrió los brazos y él la estrechó entre los suyos, agradecido por esa reconciliación.

—Siento lo de anoche —se disculpó Ronnie.

—No tienes por qué sentirlo. —Él jugueteó con su pelo—. No hiciste nada malo.

—Mmm… Bueno, de todas formas, gracias.

—No te he oído levantarte.

—Hace rato que estoy despierta —suspiró ella—. He llamado al hospital y he hablado con mi padre. Aunque no me lo ha dicho, sé que sufre mucho. Cree que no le darán el alta hasta dentro de un par de días, después de las pruebas.

—¿Has podido dormir? Te he oído deambular por la habitación.

—La verdad es que no. Al final me he metido en la cama con Jonah, pero mi mente se negaba a desconectar. Pero no sólo por todo lo que está pasando con mi padre. —Hizo una pausa—. También por ti. Porque te irás dentro de un par de días.

—Ya te lo he dicho, puedo aplazarlo. Si necesitas que me quede, me quedaré…

Ronnie sacudió la cabeza.

—No, no quiero que lo hagas. Estás a punto de empezar un nuevo capítulo en tu vida, y yo no puedo apartarte de tu camino.

—Pero no tengo que ir ahora. Las clases no empiezan hasta…

—No quiero que lo hagas —volvió a repetir. Su voz era suave pero implacable—. Irás a la universidad. Lo que pasa en mi familia no es asunto tuyo. Sé que puede sonar duro, pero es la verdad. Él es mi padre, no el tuyo, y eso nunca cambiará. Y no quiero ni pensar en la idea de que tengas que renunciar a nada por mí; ya tengo suficientes complicaciones en mi vida. ¿Lo comprendes?

Aunque Will deseara que aquellas palabras no fueran ciertas, sabía que lo que le había dicho era la verdad. Tras unos instantes, se desató la pulsera de macramé y se la entregó.

—Quiero que te la quedes —susurró; a juzgar por la expresión de Ronnie, Will adivinó que ella comprendía lo mucho que su renuncia significaba para él.

Ronnie le dedicó una sonrisa agradecida mientras cerraba el puño sobre la pulsera. De repente, oyeron un portazo en el taller. Por un instante, Will pensó que alguien había entrado a robar. Entonces vio a Jonah, que arrastraba penosamente una silla rota al exterior. Con un enorme esfuerzo, la levantó y la lanzó contra la duna, cerca del taller. Incluso desde la distancia, Will podía ver la furia que surcaba la expresión de Jonah.

Ronnie ya había bajado del porche.

—¡Jonah! —gritó, al tiempo que empezaba a correr hacia él.

Will saltó tras ella, y casi chocaron cuando Ronnie alcanzó la puerta del taller. Mirando por encima de ella, vio que el crío intentaba arrastrar un cajón pesado por el suelo. Forcejeaba con rabia, sin prestar atención a la súbita aparición de los intrusos.

—¿Qué haces? —gritó Ronnie—. ¿Cuánto rato llevas aquí?

Jonah continuó empujando el cajón, gruñendo a causa del esfuerzo.

—¡Jonah! —exclamó Ronnie.

Su grito consiguió penetrar en la absoluta concentración mental de su hermano, que se dio la vuelta hacia Will y Ronnie, sorprendido ante su presencia.

—¡No llego! —gritó, sulfurado y a punto de llorar—. ¡No soy tan alto! ¡No puedo alcanzarlo!

—¿Qué es lo que no puedes alcanzar? —le preguntó ella antes de dar un paso hacia delante—. ¡Por el amor de Dios! ¡Estás sangrando! —exclamó, alzando la voz a causa del pánico.

Will se fijó en los pantalones vaqueros rotos y en la sangre en la pierna de Jonah mientras Ronnie se precipitaba hacia él. Totalmente fuera de sí, el niño volvió a intentar arrastrar el cajón frenéticamente, pero una de las esquinas de la caja topó contra una de las estanterías. La criatura medio ardilla, medio pez se tambaleó y fue a caer sobre Jonah justo en el instante en que Ronnie llegaba a su lado.

Su hermano tenía la cara tensa y encarnada.

—¡Déjame! ¡Puedo apañarme solo! ¡No te necesito! —rugió.

Intentó volver a desplazar el cajón, pero éste había quedado encallado con la estantería, y no había manera de moverlo. Ronnie intentó ayudarlo, pero Jonah la apartó de un empujón. En aquel momento, Will vio las lágrimas en las mejillas del muchacho.

—¡Te he dicho que me dejes! —le gritó a Ronnie—. ¡Papá quiere que acabe el vitral! ¡Yo! ¡No tú! ¡Eso es lo que hemos estado haciendo todo el verano! —Sus palabras emergían a borbotones, dejando entrever toda su rabia y su terror—. ¡Sí! ¡Eso es lo que hemos hecho! ¡Y en cambio a ti sólo te importaban las tortugas! ¡Pero yo estaba con él cada día!

Mientras gritaba entre lágrimas, su voz se quebró.

—¡Y ahora no alcanzo a coger la parte central del vitral! ¡Soy demasiado bajito! Pero tengo que acabarlo, porque quizá si lo acabo, papá se pondrá bien. Tiene que ponerse bien, así que he intentado subirme a la silla para llegar al vitral, pero la silla se ha roto y me he caído sobre los cristales y entonces me he enfadado mucho y por eso quería usar este cajón, pero pesa demasiado y…

Al llegar a ese punto de su explicación, apenas le quedaba voz, y de repente retrocedió y se acurrucó en el suelo. Con los brazos alrededor de las rodillas y la cabeza hundida, empezó a gimotear, mientras sus hombros se convulsionaban con fuerza.

Ronnie se sentó a su lado en el suelo. Deslizó un brazo alrededor de su hombro y lo acercó hacia ella mientras su hermano seguía llorando. Will los observaba, con un nudo en la garganta; sabía que su presencia estaba de más.

Sin embargo, permaneció allí, inmóvil, mientras Ronnie acariciaba a su hermano y éste seguía llorando, sin intentar calmarlo ni decirle que todo iba a salir bien. Simplemente se limitó a estar con él sin hablar, hasta que los sollozos empezaron a apagarse. Finalmente Jonah alzó la vista, con los ojos rojos detrás de sus gafas y la cara empañada en lágrimas.

Cuando Ronnie habló, su voz era suave, tan suave como Will jamás la había oído antes.

—¿Podemos entrar en casa unos minutos? Sólo quiero echarle un vistazo al corte que te has hecho en la pierna.

La voz de Jonah era temblorosa.

—¿Y el vitral? Tengo que acabarlo.

Ronnie miró a Will a los ojos, luego volvió a fijar la vista en Jonah.

—¿Podemos ayudarte?

Jonah sacudió la cabeza.

—No sé cómo.

—Enséñanos.

Después de que Ronnie limpiara la herida de la pierna de Jonah y que se la vendara, éste los condujo de nuevo hasta el taller.

El vitral estaba casi completado —todos los detallados grabados al aguafuerte de las caras estaban acabados, y las molduras de refuerzo estaban en su sitio—. El trabajo que quedaba consistía en añadir cientos de piezas intrincadas para formar el resplandor divino en el cielo.

Jonah le enseñó a Will a cortar las tiras de plomo y le enseñó a Ronnie a soldar; el crío cortaba el cristal, como había estado haciendo prácticamente todo el verano, y lo insertaba entre las tiras de plomo antes de pasárselo a su hermana para que ella fijara cada trozo en su lugar.

Hacía calor y la sensación en el taller era de absoluto bochorno, pero al cabo de un rato los tres encontraron un ritmo en sus tareas. A la hora de comer, Will se marchó para comprar hamburguesas y una ensalada para Ronnie; se tomaron un breve descanso para comer, pero rápidamente reanudaron el trabajo. A lo largo de la tarde, Ronnie llamó al hospital tres veces. Siempre le decían lo mismo, que a su padre le estaban haciendo más pruebas o que estaba durmiendo, pero que se encontraba bien. Cuando empezó a anochecer, habían acabado la mitad del trabajo; Jonah acusaba ya el cansancio en las manos, y se tomaron otro descanso para cenar antes de llevar algunas lámparas del comedor hasta el taller, para disponer de más luz.

La noche llegó y los envolvió con su oscuridad. A las diez, Jonah no podía dejar de bostezar; cuando entraron en la casa para relajarse unos minutos, el niño se quedó dormido casi inmediatamente. Will lo llevó en brazos hasta su habitación y lo puso en la cama. Cuando regresó al comedor, Ronnie ya se había ido otra vez al taller.

Will asumió entonces la tarea de cortar el cristal; había visto cómo Jonah lo hacía durante todo el día, y a pesar de que cometió algunos errores al principio, le cogió el tranquillo rápidamente.

Se pasaron toda la noche trabajando. Cuando el sol empezaba a despuntar por el horizonte, ambos se sentían tan fatigados que apenas podían tenerse en pie. Sobre la mesa frente a ellos reposaba el vitral acabado. Will no estaba seguro de cómo se tomaría Jonah no haber participado en la fase final del montaje, pero pensó que Ronnie sabría cómo enfocar la situación.

—¡Vaya! ¡Parece que no habéis pegado ojo en toda la noche! —apuntó una voz detrás de ellos.

Will se giró y vio al reverendo Harris de pie, en el umbral de la puerta.

El reverendo se apoyaba en su bastón. Iba ataviado con un traje —probablemente para la misa que tenía que oficiar aquel domingo—, pero Will se fijó en las horribles cicatrices en sus manos e inmediatamente supo que éstas se extendían hasta sus brazos. Al recordar el incendio en la iglesia y el secreto que había callado durante todos aquellos meses, no tuvo coraje para mirarlo a los ojos.

—Estábamos acabando el vitral —explicó Ronnie con voz ronca.

El reverendo Harris señaló hacia la obra recién acabada.

—¿Puedo?

Ronnie asintió.

—Por supuesto.

El reverendo entró en el taller, desplazándose despacio. Su bastón chocaba rítmicamente contra el suelo de madera a medida que se acercaba. En la mesa, su expresión pasó de la curiosidad a la fascinación. Apoyándose sobre el bastón, pasó una mano huesuda y surcada de cicatrices por encima del cristal.

—Es increíble —suspiró—. Es mucho más bonito de lo que había imaginado.

—Mi padre y Jonah han hecho prácticamente todo el trabajo —apostilló Ronnie—. Nosotros tan sólo hemos ayudado a acabarlo.

El reverendo sonrió.

—Tu padre se sentirá muy orgulloso.

—¿Qué tal van los trabajos de reconstrucción de la iglesia? Sé que a mi padre le encantaría ver el vitral en su sitio.

—¡Que Dios te oiga! —El reverendo se encogió de hombros—. La verdad es que la iglesia ya no goza de la popularidad de antes, así que no contamos con muchos feligreses. Pero albergo la esperanza de que todo salga bien.

A juzgar por la expresión ansiosa en la cara de Ronnie, Will sabía que ella se estaba preguntando si el vitral estaría colocado a tiempo o no, pero le daba miedo formular la pregunta abiertamente.

—Por cierto, tu padre está mucho mejor —anunció el reverendo Harris—. Pronto le darán el alta, y probablemente podréis ir a visitarlo esta misma mañana. Ayer no te perdiste nada importante. Me pasé casi todo el día sentado en su habitación solo, mientras a él le hacían las pruebas.

—Gracias por quedarse con él.

—No, querida, gracias a ti —dijo, al tiempo que posaba nuevamente los ojos en el vitral.

Todo quedó en silencio en el taller cuando el reverendo Harris se encaminó hacia la puerta. Will lo observó mientras se marchaba, incapaz de borrar de su mente la imagen de aquellas manos quemadas y surcadas de cicatrices.

En el silencio abrumador, el chico estudió el vitral, sorprendido ante el arduo trabajo que había costado componer uno nuevo, un vitral que no debería haber sido reemplazado. Pensó en las palabras del reverendo y en la posibilidad de que el padre de Ronnie no viviera lo suficiente para ver el vitral en su sitio.

Ronnie estaba absorta en sus pensamientos cuando él se giró hacia ella.

Will notó que algo se desmoronaba en su interior, como un castillo de naipes.

—Necesito contarte algo.

Sentados en la duna, Will le contó toda la historia desde el principio. Cuando acabó, Ronnie parecía confusa.

—¿Me estás diciendo que Scott provocó el incendio? ¿Y que lo has estado protegiendo? —Su voz denotaba su incredulidad—. ¿Has estado mintiendo por él?

Will sacudió la cabeza.

—No es eso. Ya te dije que fue un accidente.

—No importa. —Los ojos de Ronnie lo escrutaban con dureza—. Aunque fuera un accidente, ha de asumir la responsabilidad de sus hechos.

—Lo sé. Le dije que fuera a la Policía.

—Pero ¿y si no lo hace? ¿Piensas encubrirlo toda la vida? ¿Vas a dejar que Marcus controle tu existencia? Eso no está bien.

—Pero es mi amigo…

Ronnie se puso de pie.

—¡El reverendo Harris casi perdió la vida en el incendio! Estuvo varias semanas ingresado en el hospital. ¿Sabes cómo duele una quemadura de segundo grado? ¿Por qué no le preguntas a Blaze cómo se siente? Y la iglesia… Sabes que ni siquiera pueden reconstruirla… ¡Y ahora mi padre nunca verá el vitral colocado en el sitio que le corresponde!

Will sacudió la cabeza, intentando no perder la calma. Sabía que Ronnie se sentía desbordada por la situación: su padre, su inminente marcha a la universidad, la proximidad del juicio pendiente…

—Sé que lo que he hecho no está bien —admitió él, despacio—, y me siento muy culpable. Ni te imaginas cuántas veces he estado tentado de ir a la Policía.

—¿Y qué? —le recriminó ella—. ¡Eso no significa nada! ¿Acaso no me escuchabas cuando te dije por qué había admitido mi delito delante del juez? ¡Porque sabía que lo que había hecho no estaba bien! ¡La verdad sólo tiene sentido cuando uno la admite! ¿No lo entiendes? ¡Esa iglesia suponía toda la vida del reverendo Harris! ¡Había sido parte de la vida de mi padre! Y ahora está destruida y la compañía de seguros no asume cubrir todos los desperfectos, y por eso los feligreses tienen que congregarse en un almacén…

—Scott es mi amigo —se defendió él—. No puedo… lanzarlo a los leones.

Ella parpadeó, preguntándose si Will creía realmente lo que le estaba diciendo.

—¿Cómo puedes ser tan egoísta?

—No soy egoísta…

—¡Sí! ¡Eres muy egoísta! ¡Y si no puedes verlo, entonces tú y yo no tenemos nada más que hablar! —Ronnie giró sobre sus talones y empezó a caminar hacia su casa—. ¡Vete! ¡Largo!

—¡Ronnie! —la llamó él, levantándose para seguirla.

Ella notó su movimiento y se giró resueltamente para mirarlo a la cara.

—¡Se acabó! ¿Vale?

—No, no se acabó. Vamos, sé razonable…

—¿Razonable? —Sacudió la cabeza, nerviosa—. ¿Quieres que sea razonable? No sólo has estado mintiendo para encubrir a Scott, ¡me has estado mintiendo a mí! ¡Sabías que mi padre estaba montando el vitral! ¡Todo este tiempo has estado a mi lado y nunca me has dicho nada sobre esto! —Por lo visto, sus palabras consiguieron aclarar más sus ideas. Ronnie retrocedió un paso antes de sentenciar—: ¡No eres la persona que imaginaba! ¡Pensé que eras más noble!

Will se sintió vivamente afectado por aquellas palabras y no fue capaz de pensar en una respuesta. Cuando dio un paso hacia delante, ella retrocedió más.

—¡Vete! De todas formas te ibas a marchar, y nunca más nos veríamos. Los veranos siempre tocan a su fin. Podemos hablar y fingir todo lo que queramos, pero no podemos cambiar la realidad, así que será mejor que lo dejemos aquí, ahora, en este momento. No puedo soportar tanto peso, y no puedo estar con una persona en la que no confío. —Sus ojos brillaron con las lágrimas que todavía no había derramado—. No confío en ti, Will. Será mejor que te marches.

Él no podía moverse, no podía hablar.

—¡Vete! —gritó, y corrió a buscar refugio en su casa.

Aquella noche, su última noche en Wrightsville Beach, Will se hallaba sentado en su estudio, todavía intentando encontrar el sentido a todo lo que había sucedido. Alzó la vista cuando su padre entró.

—¿Estás bien? —le preguntó Tom—. Has estado muy callado durante la cena.

—Sí, estoy bien —contestó Will.

Su padre rodeó el sofá y se sentó delante de su hijo.

—¿Estás nervioso porque mañana te marchas?

Will sacudió la cabeza.

—No.

—¿Ya tienes el equipaje preparado?

Will asintió y notó que su padre lo observaba con atención. Tom se inclinó hacia delante.

—¿Qué pasa? Sabes que puedes hablar conmigo.

Will se tomó su tiempo antes de contestar, sintiéndose de repente muy nervioso. Finalmente, miró a su padre a los ojos.

—Si te pidiera que hicieras algo muy importante por mí, realmente importante, ¿lo harías? ¿Sin hacer preguntas?

Tom se echó hacia atrás, todavía estudiando a su hijo; en el silencio, Will adivinó la respuesta.