Ronnie
Su padre estaba en una cama del hospital, conectado a la sonda por la que le suministraban suero intravenoso, cuando se lo confesó. Ella inmediatamente empezó a sacudir enérgicamente la cabeza. No era verdad. No podía ser verdad.
—No —pronunció ella—. No es verdad. Los médicos a veces se equivocan.
—Esta vez no —la rectificó él, buscándole la mano—. Y siento mucho que hayas tenido que enterarte de esta forma. De verdad.
Will y Jonah estaban en la cafetería de la planta baja. Su padre quería hablar con cada uno de sus hijos por separado, pero, de repente, Ronnie no quería continuar con aquella historia. No quería que él le dijera nada más, ni una palabra más.
Mentalmente revivió una docena de imágenes diferentes: comprendió por qué su padre había querido que ella y Jonah pasaran el verano con él. Y además tuvo la certeza de que su madre sabía la verdad desde el principio. Les quedaba tan poco tiempo para estar juntos que su padre no sentía ningún deseo de pelearse con ella. Y ahora también comprendía su incesante trabajo con el vitral. Se acordó del ataque de tos en la iglesia, y de las veces que lo había pillado con las facciones retorcidas de dolor. De repente, todas las piezas encajaban. Sin embargo, lodo parecía desmoronarse.
Él nunca la vería vestida de novia; nunca sostendría entre sus brazos a sus nietos. Ronnie se veía incapaz de soportar la idea de vivir el resto de su vida sin su padre. No era justo. Nada le parecía justo.
Cuando volvió a hablar, no pudo ocultar su amargura:
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—No lo sé.
—¿Antes de que me marchara? ¿O tal vez cuando estuviera de vuelta en Nueva York?
Steve no contestó, y ella notó una creciente crispación. Sabía que no debía enfadarse, pero no podía evitarlo.
—¿Qué? ¿Pensabas contármelo por teléfono? ¿Y qué ibas a decirme? «Ah, por cierto, lo siento, pero en verano olvidé comentarte que tengo un cáncer terminal. ¿Qué tal tú? ¿Cómo te va la vida?».
—Ronnie…
—Si no pensabas decírmelo, ¿por qué querías que viniera aquí a pasar el verano? ¿Para verte morir?
—No, cielo, todo lo contrario. —Steve ladeó la cabeza para poder verla mejor—. Quería que vinieras para poder verte viva.
Ante tal respuesta, Ronnie notó que algo se resquebrajaba en su interior, como los primeros cantos rodados que se deslizan por una pendiente antes de la avalancha. En el pasillo, oyó a dos enfermeras que, al pasar por delante de la puerta entreabierta, se callaron súbitamente. Las luces fluorescentes zumbaban sobre su cabeza, proyectando un destello azulado en las paredes. El suero goteaba rítmicamente por el tubo conectado al brazo de su padre —escenas normales de cualquier hospital, pero no había nada de normal en aquella escena—. Ronnie notaba la garganta pastosa, y se dio la vuelta, deseando contener las lágrimas.
—Lo siento, cielo —continuó Steve—. Sé que debería habértelo dicho antes, pero quería que pasáramos un verano normal, quería que «tú» pasaras un verano normal. Sólo quería volver a estar con mi hija. ¿Podrás perdonarme?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Ronnie soltó un involuntario gemido. Su padre se estaba muriendo y le pedía que la perdonara. Había algo tan trágico en aquella escena que no sabía cómo responder. Mientras Steve esperaba su respuesta, intentó incorporarse un poco más hacia delante y ella le cogió la mano.
—Claro que te perdono —dijo ella, y fue entonces cuando empezó a llorar.
Se inclinó hacia su padre, apoyando la cabeza en su pecho, y se fijó en lo delgado que se había ido quedando sin que ella se hubiera dado cuenta. Podía notar las crestas afiladas de los huesos en su pecho, y súbitamente cayó en la cuenta de que su padre llevaba meses consumiéndose lentamente. Le partió el corazón constatar que no había prestado atención a aquellas señales inequívocas; había estado tan obcecada en su propia existencia que ni siquiera se había dado cuenta de que su padre se moría.
Cuando Steve la rodeó con un brazo, Ronnie redobló su llanto, consciente de que, muy pronto, aquella simple muestra de afecto ya no sería posible. Sin querer, se acordó del día en que llegó a su casa y la rabia que sintió hacia él; recordó cómo se había marchado enfurecida, porque el mero hecho de imaginar tocarlo le resultaba tan inviable. En aquellos momentos lo odiaba; ahora, sin embargo, lo amaba.
Se sentía aliviada de haber descubierto finalmente su secreto, aun cuando preferiría no saberlo. Notó que él deslizaba los dedos por su pelo. Muy pronto ya no podría hacer ese gesto tan simple; muy pronto él ya no existiría. Ronnie cerró los ojos y apretó los párpados con todas sus fuerzas, como si intentara impedir la llegada del futuro. Necesitaba pasar más tiempo con él. Necesitaba su apoyo incondicional; necesitaba que la perdonara cuando cometiera errores. Necesitaba que le demostrara su amor del mismo modo que lo había hecho aquel verano. Necesitaba a su padre siempre a su lado, pero sabía que eso no era posible.
Ronnie no se apartó. Permitió que su padre la estrechara entre sus brazos mientras ella se desahogaba llorando como la niña que ya no era.
Más tarde, Steve contestó las preguntas que ella le formuló. Le habló de su padre y del historial de cáncer en la familia, le contó los dolores que había empezado a notar a principios de año. Le dijo que la radiación no suponía una opción, porque la enfermedad se había expandido por demasiados órganos. Mientras Steve hablaba, ella imaginaba las células malignas moviéndose desde un punto de su cuerpo a otro, un malvado ejército intruso que únicamente dejaba una estela de destrucción a su paso. Ronnie comentó la posibilidad de un tratamiento de quimioterapia y, de nuevo, la respuesta de Steve fue la misma. El cáncer era agresivo, y aunque la quimioterapia podía ayudar a frenar la marcha de la enfermedad, no podía detenerla, y él se sentiría peor que si no hubiera hecho nada. Steve le explicó el concepto de calidad de vida, y mientras lo hacía, ella lo odió por no habérselo revelado antes. Sin embargo, sabía que su padre había tomado la decisión correcta. De haberlo sabido, el verano habría transcurrido de una forma absolutamente diferente. Su relación habría adoptado un cariz diferente, y no quería ni pensar en lo duro que seguramente habría sido.
Steve estaba pálido, la morfina lo estaba adormilando.
—¿Todavía te duele? —le preguntó.
—No como antes. Ahora estoy mucho mejor —le aseguró él.
Ella asintió con la cabeza. Intentó nuevamente no pensar en las células malignas que invadían sus órganos.
—¿Cuándo se lo contaste a mamá?
—En febrero, tan pronto como me enteré. Pero le pedí que no os lo dijera.
Ronnie intentó recordar cómo había actuado su madre después de la noticia, en aquellos meses. Seguramente le había afectado mucho, pero, o bien Ronnie no se acordaba, o bien no le había prestado la debida atención. Para no perder la costumbre, ella sólo se había preocupado de pensar en sí misma. Quería creer que ahora era diferente, pero sabía que eso no era del todo cierto. Entre el trabajo y el tiempo que había pasado con Will, había dedicado relativamente poco tiempo a su padre, y lo único que nunca podría recuperar era precisamente ese tiempo perdido.
—Pero si me lo hubieras dicho, habría pasado más rato contigo. Nos habríamos visto más, podría haberte ayudado para que no te sintieras tan cansado.
—Sólo con saber que estabas aquí, me bastaba.
—Pero quizá no habrías acabado en el hospital.
Steve le cogió la mano.
—O quizá verte disfrutar de un verano libre de preocupaciones mientras te enamorabas ha sido lo que me ha mantenido alejado del hospital.
A pesar de que él no se lo reveló, ella sabía que su padre no esperaba vivir muchos meses más, e intentó imaginar su vida sin él.
Si no hubiera ido a Carolina del Sur a pasar el verano, si no le hubiera dado a su padre una oportunidad, quizás habría sido más fácil asimilar su ausencia. Pero ahora estaba allí, y nada de lo que estaba sucediendo resultaba fácil. En el extraño silencio, Ronnie podía escuchar la respiración profunda y acompasada de su padre, y nuevamente se fijó en su aspecto demacrado. Se preguntó si viviría hasta Navidad, o incluso hasta que ella pudiera volver a visitarlo.
Ronnie estaba sola y su padre se estaba muriendo. No había nada, absolutamente nada, que pudiera hacer por remediarlo.
—¿Qué pasará ahora? —le preguntó a su padre.
Steve no había dormido mucho rato, apenas unos diez minutos, antes de que nuevamente se diera la vuelta para mirar a su hija.
—No sé a qué te refieres.
—¿Te tendrás que quedar en el hospital?
Aquélla era la pregunta que Ronnie tanto había temido. Mientras él dormitaba, ella no le había soltado la mano, imaginando que a lo mejor él ya nunca saldría de allí, que pasaría el resto de sus días en aquella habitación que olía a desinfectante, rodeado de enfermeras que no eran más que desconocidas.
—No —respondió él—. Probablemente me darán el alta dentro de unos días. —Sonrió—. Por lo menos, eso es lo que espero.
Ella le apretó la mano cariñosamente.
—¿Y entonces qué? Me refiero a cuando Jonah y yo nos hayamos marchado…
Steve se quedó unos momentos pensativo.
—Supongo que me gustaría ver el vitral acabado. Y también terminar la canción que he empezado. Sigo pensando que hay algo… especial en ella.
Ronnie aproximó la silla a la cama.
—Me refería a quién cuidará de ti, ¿me entiendes?
Steve no contestó rápidamente, pero intentó incorporarse un poco más en la cama.
—Estaré bien. Y si necesito algo, sé que siempre puedo acudir al reverendo Harris. Su casa está a un tiro de piedra de casa.
Ella intentó imaginar al reverendo Harris, con sus manos quemadas y su bastón, intentando asistir a su padre cuando éste necesitara ayuda para subirse al coche. Steve pareció leerle el pensamiento.
—De verdad, estaré bien —murmuró—. Sabía que esto sucedería, y si lo peor aún está por venir, hay una residencia asociada con el hospital.
Ronnie tampoco quería imaginar a su padre en un lugar así.
—¿Una residencia?
—No es un sitio tan horrible como crees. He estado allí.
—¿Cuándo?
—Hace unas semanas. Y volví a ir la semana pasada. Me han dicho que puedo contar con ellos cuando lo necesite.
Otra sorpresa más que ella desconocía; otro secreto revelado. Otra verdad que anunciaba lo inevitable. Se le removió el estómago y sintió unas horribles náuseas.
—Pero ¿no preferirías estar en casa?
—Estaré en casa.
—¿Hasta que no puedas más?
La expresión de Steve era demasiado triste para poderla soportar.
—Hasta que no pueda más.
Ronnie abandonó la habitación y se dirigió a la cafetería. Su padre le había dicho que había llegado el momento de hablar con Jonah.
Se sentía mareada mientras avanzaba por los pasillos. Ya casi era medianoche, pero la sección de Urgencias del hospital estaba tan llena como siempre. Pasó por varias habitaciones, la mayoría con las puertas abiertas, y vio a niños llorando, acompañados de padres visiblemente nerviosos, y a una mujer que no podía parar de vomitar. Las enfermeras entraban y salían del área reservada para el personal del hospital, en busca de historiales médicos o para cargar los carritos. Le sorprendió que pudiera haber tanta gente enferma a esas horas de la noche; sin embargo, sabía que la mayoría de aquellas personas se irían a sus casas a la mañana siguiente. A su padre, por otro lado, iban a pasarlo a planta; únicamente estaban esperando a formalizar todo el papeleo.
Ronnie se abrió paso entre la sala de espera atestada de gente y se dirigió hacia una puerta que conducía al área principal del vestíbulo del hospital y a la cafetería. Cuando la puerta se cerró tras ella, el nivel de ruido disminuyó. Ronnie podía escuchar el sonido de sus propios pasos, casi podía escuchar sus propios pensamientos, y mientras avanzaba, notó que el cansancio y las náuseas se apoderaban de su cuerpo. Allí era donde llevaban a la gente enferma; allí iban las personas a morir, y ella sabía que su padre volvería a ver aquel lugar más veces.
Apenas podía respirar cuando llegó a la cafetería. Se frotó los ojos irritados, hinchados, prometiéndose a sí misma que no se iba a desmoronar. La cocina estaba cerrada a aquella hora, pero había máquinas expendedoras de comida y bebida en la pared del fondo, y un par de enfermeras sentadas en una esquina, sorbiendo café. Jonah y Will se hallaban sentados en una mesa cerca de la puerta. Will levantó la cabeza cuando ella se acercó. Sobre la mesa había una botella medio vacía de agua y otra de leche, y un paquete de galletas para Jonah. El niño se dio la vuelta para mirarla.
—Has estado mucho rato. ¿Qué pasa? ¿Cómo está papá?
—Mucho mejor —respondió ella—, pero quiere hablar contigo.
—¿Sobre qué? —Bajó la galleta, inquieto—. No he hecho nada malo, ¿no?
—No, no has hecho nada malo. Sólo es que te quiere contar lo que le pasa.
—¿Y por qué no puedes decírmelo tú? —Su tono denotaba su creciente ansiedad, y a Ronnie el corazón se le subió a la garganta.
—Porque quiere hablar contigo a solas. Igual que ha hecho conmigo. Te acompañaré hasta la habitación y te esperaré fuera, ¿vale?
Su hermano se incorporó de la silla y se encaminó hacia la puerta. Ronnie se dispuso a seguirlo.
—¡Vale! ¡Guay! —dijo Jonah cuando pasó por su lado.
De repente, ella quiso salir de allí corriendo. Pero no podía. Tenía que quedarse con Jonah.
Will continuaba sentado, sin moverse, con los ojos fijos en Ronnie.
—Dame un segundo, ¿vale? —le pidió ella a Jonah.
Will se levantó de la mesa, mirándola con ojos asustados.
«Lo sabe —pensó Ronnie súbitamente—. No sé cómo, pero lo sabe».
—¿Puedes esperarnos? —empezó a decir Ronnie—. Supongo que probablemente querrás…
—Por supuesto —la interrumpió él, con un tono muy cauto—. Me quedaré aquí todo el tiempo que haga falta.
Ronnie se sintió más aliviada, y le dedicó una mirada de agradecimiento, luego se giró y siguió a Jonah. Ambos abrieron la puerta y se encaminaron hacia el pasillo vacío, hacia el ajetreo perpetuo de Urgencias.
Hasta ese momento, no había muerto nadie cercano a su círculo familiar y de amistades. A pesar de que sus abuelos paternos habían muerto y que ella recordaba haber asistido a ambos funerales, no los conocía demasiado bien. No eran la clase de abuelos que iban a visitarlos a Nueva York. En cierto modo, eran unos desconocidos, e incluso después de que fallecieran, no recordaba haberlos echado de menos ni una sola vez.
Lo más cerca que había estado a algo parecido había sido cuando Amy Childress, su profesora de historia en primero de secundaria, murió en un accidente de tráfico en el verano después de que Ronnie acabara el curso. Fue Kayla quien se lo comunicó primero. Recordaba que se había sentido más aturdida que triste, aunque sólo fuera porque Amy era muy joven. La señorita Childress tenía unos veintiséis años y hacía pocos años que había empezado a dar clases. Recordaba lo surrealista que le había parecido la situación. Era una profesora tan simpática… Una de las pocas profesoras con las que resultaba fácil reírse a mandíbula batiente en clase. Cuando regresó al instituto en otoño, no sabía qué esperar. ¿Cómo reaccionaba la gente ante un caso como aquél? ¿Qué pensaban el resto de los profesores? Aquel día recorrió los pasillos buscando señales de conductas diferentes, pero aparte de una pequeña placa que habían puesto en la pared cerca del despacho del director, no vio nada extraordinario. Los profesores impartieron sus clases con normalidad, y acabaron charlando distendidamente en la entrada; Ronnie vio a la señorita Taylor y al señor Burns —dos de los profesores con los que la señorita Childress solía comer— sonriendo y riendo mientras caminaban por los pasillos.
Recordó que se había sentido molesta por aquella actitud. De acuerdo, el accidente había sucedido en verano y la gente ya había tenido tiempo para superar el dolor, pero cuando pasó por delante de la clase de la señorita Childress y vio que habían decidido utilizarla para enseñar ciencias, se sintió contrariada, enojada, y no sólo porque la señorita Childress hubiera muerto, sino por el hecho de que su recuerdo hubiera quedado borrado completamente al cabo de tan poco tiempo.
Ronnie no quería que sucediera lo mismo con su padre. No quería que todos lo olvidaran en cuestión de semanas. Era un buen hombre, un buen padre, y merecía algo mejor que eso.
Esos pensamientos la llevaron a plantearse otra cuestión:
jamás había conocido a su padre cuando estaba sano. La última vez que pasó tiempo con él fue cuando ella empezaba sus estudios en el instituto. Ahora, técnicamente era una persona adulta, lo bastante mayor como para votar o alistarse en el Ejército, y a lo largo del verano, él le había ocultado su secreto. Si él no hubiera sabido lo de la grave enfermedad que lo consumía, ¿qué clase de persona habría sido? ¿Quién era en realidad?
No tenía puntos de referencia para juzgarlo, salvo los recuerdos de cuando él era su profesor de piano. Conocía muy pocos detalles de su vida. No sabía qué escritores le gustaban, no sabía cuál era su animal favorito, y ni siquiera se aventuraba a adivinar cuál era su color preferido. No eran cosas relevantes, sabía que realmente no tenían importancia, pero en cierto modo se sentía abatida ante el pensamiento de que ya nunca averiguaría las respuestas.
Detrás de la puerta, oyó los sollozos de Jonah, y supo que su hermano acababa de enterarse de la cruda verdad. Escuchó las negativas frenéticas de su hermano y los murmullos conciliadores de su padre. Se apoyó en la pared, compadeciéndose de Jonah y de sí misma.
Quería hacer algo para desprenderse de aquella pesadilla. Quería manipular las manecillas del reloj y transportarlos a todos al momento en que acababan de nacer las tortugas, cuando todo era perfecto en su mundo. Quería estar de pie junto al chico que amaba, rodeada por su familia feliz. Súbitamente recordó la radiante expresión de Megan cuando bailó con su padre en la boda, y sintió un intenso pinchazo en el pecho al pensar que ella y su padre nunca compartirían aquel momento tan especial.
Entornó los ojos y se tapó los oídos con las manos, en un intento de no oír el llanto de Jonah. Lloraba tan desconsoladamente, y era tan joven, y estaba tan… asustado… No había manera de que comprendiera lo que estaba sucediendo; no había manera de que algún día lograra superar aquella terrible jugada de la vida. Ronnie sabía que su hermano jamás olvidaría ese día aciago.
—¿Quieres un vaso de agua?
Apenas oyó las palabras, pero de algún modo adivinó que iban dirigidas a ella. A través de las lágrimas que empañaban sus ojos, vio al reverendo Harris de pie delante de ella.
Ronnie no fue capaz de contestar, pero consiguió sacudir levemente la cabeza. La expresión del reverendo era amable, pero ella podía detectar su angustia en la rigidez de sus hombros, en la forma en que agarraba el bastón, con los dedos completamente crispados.
—Lo siento mucho —dijo, con la voz entrecortada—. Sé que no puedo imaginarme lo duro que esto es para ti. Tu padre es un hombre especial.
Ella asintió.
—¿Cómo ha sabido que estaba aquí? ¿Lo ha llamado mi padre?
—No. Ha sido una de las enfermeras. Vengo al hospital dos o tres veces por semana, y cuando llegasteis con él de Urgencias, las enfermeras pensaron que era mejor avisarme. Saben que Steve es como un hijo para mí.
—¿Piensa hablar con él?
El reverendo Harris desvió la vista hacia la puerta cerrada.
—Sólo si él desea verme. —Por su expresión apesadumbrada, Ronnie supo que el reverendo podía oír el llanto de Jonah—. Y después de hablar con vosotros dos, estoy seguro de que querrá hacerlo. No tienes ni idea de cuánto temía él este momento.
—¿Habían hablado de ello?
—Muchas veces. Os quiere más que a su propia vida, y no quería haceros daño. Tu padre sabía que este momento llegaría, inevitablemente, pero estoy seguro de que no quería que os enteraseis de este modo.
—No importa. Tampoco es que cambie nada.
—Sí que cambia todo —rebatió el reverendo Harris.
—¿Porque ahora lo sé?
—No. Por el tiempo que habéis pasado juntos. Antes de que tú y tu hermano llegarais, él estaba muy nervioso. No por la enfermedad, sino por cómo anhelaba estar con vosotros, y deseaba que todo saliera bien. No creo que seas consciente de lo mucho que os echaba de menos, o del amor que siente por ti y por Jonah. Estaba literalmente contando los días que faltaban para vuestra llegada. Cuando me cruzaba con él, decía: «Diecinueve días», o «Doce días». ¿Y el día previo a vuestra llegada? Se pasó horas limpiando la casa y poniendo sábanas nuevas en las camas. Ya sé que la casa no es gran cosa, pero si la hubieras visto antes, lo comprenderías. Él quería que los dos pasarais un verano inolvidable; quería formar parte de ese verano. Como todos los padres, desea que sus hijos sean felices. Quiere asegurarse de que todo os vaya bien en la vida. Quiere saber que tomaréis las decisiones correctas. Esto es lo que él necesitaba este verano, y esto es lo que le habéis dado.
Ronnie lo escrutó con indecisión.
—Pero no siempre he tomado las decisiones correctas.
El reverendo Harris sonrió.
—Eso lo único que demuestra es que eres humana. Tu padre nunca esperó la perfección. Pero sé que está muy orgulloso de la joven mujer en la que te has convertido. Precisamente hace unos días me lo decía, y deberías de haber visto su cara mientras hablaba de ti. Estaba tan… orgulloso, tan feliz, y aquella noche, cuando recé, le di gracias a Dios por ello. Porque tu padre realmente lo pasó muy mal cuando regresó aquí. Yo no tenía la certeza de que fuera capaz de volver a ser feliz. Y sin embargo, a pesar de todo lo que ha sucedido, sé que es feliz.
Ronnie sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué debo hacer?
—No creo que haya nada que puedas hacer.
—Pero estoy asustada. Y mi padre…
—Lo sé. Y a pesar de que tanto tú como tu hermano le habéis devuelto la felicidad, sé que tu padre también está asustado.
Aquella noche, de pie en el porche de la parte posterior de la casa, Ronnie se fijó en que las olas marcaban el mismo ritmo acompasado de siempre, y en que las diminutas estrellas titilaban con su acostumbrada intensidad; sin embargo, el resto de las cosas que la rodeaban se le antojaban diferentes. Will estaba hablando con Jonah en la habitación. En casa había tres personas, como de costumbre. No obstante, parecía más vacía.
El reverendo Harris todavía estaba con su padre. Tenía la intención de quedarse toda la noche para que ella pudiera llevar a Jonah de vuelta a casa, pero Ronnie se sentía culpable por haberse marchado. Al día siguiente, a su padre lo someterían a un montón de pruebas durante todo el día, antes de tener que pasar por otra visita con su médico. Entre prueba y prueba, estaría cansado y ella sabía que necesitaría descansar. Pero quería estar allí, a su lado, aunque estuviera dormido, porque sabía que pronto llegaría el día en que ya no podría estar con él.
A su espalda, escuchó el chirrido de la puerta al abrirse; Will la cerró con cuidado detrás de él. Mientras se acercaba, Ronnie continuó con la miraba fija en la playa.
—Jonah se ha quedado finalmente dormido, pero no creo que comprenda lo que está pasando. Me ha dicho que está seguro de que los médicos conseguirán que su padre se ponga bueno, y no paraba de preguntarme cuándo volverá a casa.
Ella recordó el llanto desconsolado de su hermano en la habitación del hospital, y lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza. Will la rodeó con sus brazos.
—¿Estás bien?
—¿A ti qué te parece? Acabo de enterarme como quien dice que mi padre se está muriendo y que probablemente no vivirá hasta Navidad.
—Lo sé —apuntó él con suavidad—. Y lo siento. Sé que resulta muy duro para ti. —Ella podía notar su mano en la cintura—. Me quedaré esta noche. Así, si pasa algo y tú tienes que ir al hospital, alguien podrá quedarse con Jonah. Me quedaré todo el tiempo que haga falta. Sé que en teoría he de marcharme dentro de un par de días, pero puedo llamar al decano y explicarle lo que sucede. Las clases no empiezan hasta la semana que viene.
—No puedes cambiar las cosas. ¿No lo entiendes? —repuso Ronnie. A pesar de que su tono era rajante, no podía evitarlo.
—No intento cambiar las cosas…
—¡Sí que lo intentas! ¡Pero no puedes! —Súbitamente, Ronnie notó como si el corazón le fuera a estallar—. ¡Y tampoco puedes comprender cómo me siento!
—Yo también perdí a alguien —le recordó él.
—¡No es lo mismo! —Se restregó nerviosamente la nariz, en un intento de controlar las lágrimas—. He sido tan injusta con él… ¡Lo obligué a no tocar el piano! Y lo he acusado de todo, ¡y me he pasado casi tres años sin hablarle! ¡Tres años! ¡Y ya no puedo recuperar ese tiempo perdido! Pero quizá si no hubiera estado tan ofuscada, tan rabiosa, él no se habría puesto enfermo. Quizá yo he causado ese… estrés de más que ha desencadenado el resto. ¡Quizás he sido yo! —Se separó bruscamente de Will.
—No ha sido culpa tuya.
Will intentó volver a abrazarla, pero eso era lo último que Ronnie quería, e intentó zafarse de él con un empujón. Cuando Will no la soltó, empezó a golpearlo en el pecho.
—¡Suéltame! ¡No necesito ayuda!
Sin embargo, Will no la soltó. Cuando ella se dio cuenta de que no iba a soltarla, finalmente cedió y se derrumbó entre sus brazos. Y durante un buen rato, permitió que él la abrazara mientras no paraba de llorar.
Tumbada en la habitación, en penumbra, Ronnie escuchaba el sonido de la respiración de Jonah. Will dormía en el sofá del comedor. Sabía que tenía que intentar descansar, pero permanecía alerta por si sonaba el teléfono. Se imaginaba lo peor: que su padre había empezado a toser de nuevo, que había perdido más sangre, que ya no se podía hacer nada por él…
A su lado, en la repisa de la cabecera de la cama, vio la Biblia de su padre. Un poco antes, la había ojeado, sin saber qué iba a encontrar. ¿Habría subrayado él algunos fragmentos o habría doblado algunas páginas a modo de señal? Mientras le echaba un rápido vistazo, no encontró ninguna nota de su padre, a no ser por la sensación del desgaste de las hojas que sugería un profundo conocimiento de casi cada capítulo. Ronnie deseó que él hubiera marcado pasajes, que le hubiera dejado alguna pista que indicara qué pensaba, pero no había nada, ni siquiera para sugerir que encontraba un pasaje más interesante que otro.
Ella nunca había leído la Biblia, pero tenía la impresión de que aquella sí que la leería, en busca del significado que su padre había encontrado entre las páginas. Se preguntó si se la había dado el reverendo Harris o si se la había comprado él, y también desde cuándo la tenía. Había tantas cosas que desconocía de él… Y ahora se preguntaba por qué nunca se le había ocurrido preguntárselas.
Pero decidió que lo haría. Si pronto sólo iba a poder contar con los recuerdos, entonces quería disponer de tantos como pudiera reunir. Empezó a rezar vehementemente por primera vez en muchos años, y le pidió a Dios que le concediera el tiempo suficiente para conseguir su propósito.