29

Ronnie

La siguiente semana resultó tensa para ambos. Ronnie no se sentía cómoda con la faceta violenta que había presenciado de Will, ni tampoco se sentía totalmente a gusto con el modo en que eso la hacía sentirse. Aborrecía las peleas, no soportaba ver a gente herida, y sabía que aquellas actitudes casi nunca servían para mejorar la situación. Sin embargo, no estaba enfadada con Will por lo que había hecho. Aunque no quería olvidarse de lo que había sucedido, ver cómo Will había desmantelado a esos tres le hacía sentirse un poco más segura cuando estaba con él.

Por su parte, Will sí que acusaba el estrés. Tenía la certeza de que Marcus denunciaría los hechos y que la Policía se presentaría en cualquier momento en su casa, aunque ella presentía que había alguna cosa más que lo angustiaba, algo que él no quería contarle. Por alguna razón, él y Scott ahora no se hablaban, y se preguntó si eso tenía algo que ver con el estado taciturno de su novio.

Pero claro, además estaba la cuestión familiar. En particular, la actitud de la madre de Will. Ronnie la había visto un par de veces desde la boda: una un día que esperaba en la furgoneta en casa de Will mientras éste entraba corriendo para recoger una camiseta limpia, y otra en un restaurante en la zona comercial de Wilmington, adonde Will la había llevado para celebrar su cumpleaños con antelación. Mientras se acomodaban en las sillas, Susan entró en el local con un grupo de amigos. Desde su posición, Ronnie disponía de una vista privilegiada de la entrada, pero Will miraba en dirección contraria. En ambas ocasiones, Susan le dio la espalda premeditadamente.

No le había contado a Will ninguno de los dos encuentros, ni tampoco el que habían tenido en la sala de espera del hospital. Mientras Will estaba perdido en su propio mundo de castigo y preocupación, Ronnie se fijó en que Susan parecía creer que Ronnie era de algún modo la responsable directa de la tragedia que se había ensañado con Blaze.

De pie, en su habitación, contempló la figura dormida de Will a distancia. Estaba acurrucado cerca del nido de las tortugas. En algunos de los otros nidos ya habían empezado a nacer las tortuguitas, por lo que aquella tarde habían quitado la jaula de protección, y el nido había quedado completamente expuesto. Ninguno de los dos se sentía cómodo con la idea de dejarlo desatendido durante la noche, y puesto que Will pasaba cada vez menos tiempo en su casa, se ofreció voluntario para vigilarlo.

Ella no quería pensar en los nuevos problemas que nublaban sus vidas, pero, sin poder remediarlo, empezó a repasar todo lo que había sucedido aquel verano. Apenas reconocía a la chica que era cuando llegó al pueblo. Y el verano todavía no había tocado a su fin; al día siguiente, cumpliría dieciocho años, y después de una última semana juntos, Will se marcharía a la universidad. La nueva cita judicial estaba programada para unos días después de la marcha de Will, y luego tendría que regresar a Nueva York. ¡Tantas cosas hechas y todavía tantas por hacer!

Sacudió la cabeza. ¿Quién era ella? ¿Y qué clase de vida llevaba? Y lo más importante: ¿hacia dónde quería ir?

Aquellos días, nada —y a la vez, todo— parecía real, más real que ninguna otra experiencia por la que hubiera pasado antes: su amor por Will, el vínculo restablecido con su padre, la moderación en el ritmo de su vida. A veces tenía la impresión de que todo aquello le estaba sucediendo a otra persona, a alguien que ella todavía no conocía completamente. Nunca se habría imaginado que una plácida localidad costera en el sur del país pudiera llenarla con mucha más… «vida» y más «desdichas» que Manhattan.

Sonriendo para sí, tuvo que admitir que, salvo por poquísimas excepciones, el verano no había sido tan malo, después de todo. Dormía en una habitación silenciosa junto a su hermano, separada únicamente por un trozo de cristal y unos metros de arena del hombre que amaba, y afortunadamente su amor era correspondido. Se preguntó si podía existir algo más importante en la vida. Y a pesar de todo lo que había sucedido —o quizás a causa de ello—, Ronnie sabía que jamás olvidaría aquel verano que habían pasado juntos, sin importar lo que les deparara el futuro.

Tumbada en la cama, empezó a quedarse dormida. Su último pensamiento consciente fue que todavía no se había acabado todo. A pesar de que aquella sensación a menudo era un indicador de lo peor, ella sabía que eso no era posible, no después de todo lo que había experimentado.

Por la mañana, sin embargo, se despertó con una desapacible sensación de ansiedad. Como siempre, era absolutamente consciente de que había pasado otro día, y eso significaba que le quedaba un día menos para estar con Will.

Pero mientras se hallaba tumbada en la cama, intentando encontrarle el sentido a aquella sensación de ansiedad, se dio cuenta de que no se trataba únicamente de Will. Sí, la semana siguiente él se marcharía a la universidad. Incluso Kayla también se marcharía aquel año a la universidad. Sin embargo, Ronnie no tenía ni idea de qué era lo que ella quería hacer. Ahora ya casi tenía dieciocho años, y… sí, asumiría cualquier decisión que tomara el tribunal, pero, después… ¿qué? ¿Pensaba vivir toda la vida con su madre? ¿Debería solicitar trabajo en Starbucks?

Era la primera vez que encaraba su futuro de una forma tan directa. Siempre había mantenido la esperanza de que todo saliera bien, sin importar lo que decidiera. Y así sería, lo sabía…, a corto plazo. Pero… ¿quería continuar viviendo con su madre cuando tuviera diecinueve años? ¿O a los veintiuno? ¿O —Dios no lo quisiera— a los veintinueve?

¿Y cómo diantre se suponía que ganaría suficiente dinero para poder vivir en Manhattan sin un título universitario?

No lo sabía. De lo único que estaba segura era de que no estaba preparada para que el verano tocara a su fin. No estaba preparada para volver a casa. No estaba preparada para imaginarse a Will paseando por los jardines de Vanderbilt con alguna de sus compañeras de clase, ataviada con el maillot de animadora de algún club deportivo. No quería pensar en nada de eso.

—¿Va todo bien? Estás más callada que de costumbre —dijo Will.

—Lo siento —contestó ella—. Es que tengo muchas cosas en la cabeza.

Estaban sentados en el muelle, compartiendo unos panecillos y el café que habían comprado por el camino. Normalmente aquel lugar estaba abarrotado de pescadores con caña, pero aquella mañana encontraron un lugar tranquilo donde sentarse. Una grata sorpresa, teniendo en cuenta que él tenía el día libre.

—¿Has pensado en lo que quieres hacer?

—Algo que no tenga nada que ver con elefantes ni palas.

Will colocó su panecillo sobre el vasito de poliestireno que contenía el café caliente.

—No sé si realmente quiero saber a qué te refieres…

—Probablemente no —respondió ella, con una mueca burlona.

—De acuerdo —asintió Will—. Pero yo me refería a qué querías hacer mañana, para celebrar tu cumpleaños.

Ronnie se encogió de hombros.

—No tiene que ser nada especial.

—Pero cumples dieciocho años. Te guste o no, es un gran día. Legalmente te convertirás en una persona adulta.

«Genial», pensó ella. Sin embargo, era otro recordatorio de que el tiempo pasaba y que tenía que decidir qué quería hacer con su vida. Will debió de leer su expresión, porque se inclinó hacia ella y emplazó una mano sobre su rodilla.

—¿He dicho algo indebido?

—No. No sé… Me siento un poco triste hoy.

En la distancia, una manada de marsopas rompía el oleaje. La primera vez que las vio, Ronnie se quedó fascinada; ahora, después de haberlas visto unas veinte veces, le seguía sucediendo lo mismo. Se habían convertido en parte del paisaje, y sabía que las echaría de menos cuando regresara a Nueva York, a hacer lo que finalmente decidiera hacer. Probablemente acabaría convirtiéndose en una adicta a los dibujos animados como Jonah e insistiría en verlos boca abajo.

—¿Y si te invito a cenar?

No, mejor olvidarse de eso. Probablemente acabaría convirtiéndose en una adicta a la Game Boy.

—Vale.

—O quizá podríamos ir a bailar.

O quizás a Guitar Hero. A Jonah le encantaba jugar a eso durante horas. Igual que a Rick, ahora que lo pensaba. Casi todo el mundo sin una vida interesante acababa adicto a ese juego.

—Me parece bien.

—¿O qué te parece si nos pintamos la cara e intentamos invocar a las antiguas diosas incas?

Adicta a una de esa birria de juegos, probablemente continuaría viviendo en casa de su madre cuando Jonah se marchara a la universidad a los dieciocho años.

—Lo que quieras.

Las sonoras carcajadas de Will consiguieron sacarla de su ensimismamiento.

—¿Has dicho algo?

—Tu cumpleaños. Estaba intentando averiguar qué es lo que te apetece hacer el día de tu cumpleaños, pero obviamente tú estás en Babia. Me iré el lunes, y quiero prepararte algo especial.

Ronnie consideró su propuesta antes de desviar la vista hacia su casa. Se fijó de nuevo en lo fuera de lugar que parecía, en aquella franja de la playa.

—¿Sabes lo que realmente quiero? ¿De verdad, de verdad?

El día de su cumpleaños no pudo ser, pero dos noches más tarde, el viernes 22 de agosto, sí. El personal del acuario demostró que la ciencia es infalible: a primera hora de la tarde, los empleados y los voluntarios del acuario habían empezado a preparar el área para que las tortugas pudieran alcanzar el agua sanas y salvas.

Ella y Will habían ayudado a aplanar la arena en la zanja poco profunda que comunicaba el nido con el océano; otros se habían dedicado a colocar unas vallas de protección para mantener a una distancia segura a la gente que poco a poco se iba congregando. A su padre y a Jonah les permitieron entrar en el área vallada, y ambos permanecían de pie a un lado, para no interferir en el ajetreo de los del acuario.

Ronnie no tenía ni idea de lo que se suponía que tenía que hacer, aparte de asegurarse de que nadie se acercara demasiado al nido. No era una experta, pero puesto que lucía el uniforme de huevo de Pascua del acuario, la gente asumía que era una experta en tortugas. En la última hora, debía de haber contestado a un centenar de preguntas. Estaba orgullosa de haber sido capaz de recordar todo lo que Will le había contado al principio acerca de las tortugas y también se sentía aliviada de haber dedicado unos minutos a revisar el folleto sobre las tortugas bobas que los del acuario habían imprimido para los curiosos. Prácticamente todo lo que la gente quería saber estaba explicado en aquellas cartulinas, pero ella suponía que era más fácil preguntar que echar un vistazo al folleto que sostenían entre sus manos.

Eso también ayudaba a pasar el rato. Llevaban muchas horas allí fuera. A pesar de que les habían asegurado que las tortugas nacerían de un momento a otro, Ronnie no estaba tan convencida. A las tortugas les traía sin cuidado que un puñado de niños pequeños empezara a exhibir muestras de cansancio o que algunos de los presentes tuvieran que levantarse temprano a la mañana siguiente para ir a trabajar.

Sin saber por qué, había imaginado que sólo se concentraría media docena de personas, y no los cientos que se amontonaban a lo largo de las vallas de protección. No estaba segura de si le gustaba lo que veía; tenía la impresión de estar asistiendo a un espectáculo de circo.

Mientras tomaba asiento en la duna, Will se le acercó.

—¿Qué te parece? —preguntó, señalando la escena.

—Aún no estoy segura. De momento no ha pasado nada.

—Ya no tardará.

—Hace mucho rato que oigo lo mismo.

Will se sentó a su lado.

—Tienes que aprender a ser más paciente, pequeña saltamontes.

—Lo soy. Sólo quiero que las tortugas nazcan de una vez.

Él se echó a reír.

—¿No deberías estar trabajando? —le preguntó ella.

—Sólo soy un voluntario. Tú eres la que en realidad trabaja en el acuario.

—Sí, pero no me pagan horas extras, y técnicamente, puesto que tú eres un voluntario, creo que deberías vigilar la valla de seguridad durante un rato.

—A ver si lo adivino… La mitad de la gente te pregunta qué es lo que pasa, y la otra mitad te hace preguntas que ya están contestadas en las cartulinas que les entregas.

—Más o menos.

—¿Estás cansada?

—Digamos que no resulta tan divertido como la cena de la otra noche.

Will la había llevado a un restaurante italiano íntimo y acogedor el día de su cumpleaños; también le había regalado un collar de plata con un colgante en forma de tortuga; a Ronnie le había encantado y no se lo quitaba ni para dormir.

—¿Cómo sabremos cuándo ha llegado el momento?

Él señaló hacia el jefe del acuario y hacia uno de los biólogos del equipo.

—Cuando Elliot y Todd empiecen a ponerse nerviosos.

—¡Vaya! Una respuesta muy científica.

—Oh, lo es. Te lo aseguro.

—¿Te importa si me siento contigo?

Después de que Will se hubiera marchado a buscar más linternas a la furgoneta, su padre se le acercó.

—No tienes que preguntar, papá. Claro que puedes.

—No quería molestarte. Pareces preocupada.

—Sólo estoy esperando, igual que el resto de la gente —dijo Ronnie. Se retiró un poco, dejando espacio mientras él tomaba asiento a su lado.

La multitud había aumentado considerablemente en la última media hora, por lo que Ronnie estaba contenta de que los del acuario hubieran dejado a su padre y a Jonah pasar dentro de la zona vallada. Últimamente parecía estar muy cansado.

—Lo creas o no, de niño nunca conseguí ver cómo nacían tortugas de un nido.

—¿Por qué no?

—Simplemente porque no suponía la gran noticia que es ahora. Quiero decir, a veces me topaba con un nido y pensaba que estaba vacío, pero nunca presté demasiada atención. Lo más cerca que he estado de ver nacer tortugas fue un día que encontré un nido a la mañana siguiente de que nacieran. Vi todos los cascarones rotos alrededor del nido, pero eso formaba parte de la vida aquí. De todos modos, me apuesto lo que quieras a que esto no es lo que esperabas, con tanta gente, ¿eh?

—¿A qué te refieres?

—Will y tú os habéis dedicado a vigilar y a proteger el nido cada noche. Y ahora que la parte más interesante está a punto de suceder, tenéis que compartirlo con un montón de personas.

—No pasa nada. No me importa.

—¿Ni siquiera un poco?

Ella sonrió. Era sorprendente cómo su padre había llegado a conocerla y a comprenderla.

—¿Qué tal va tu canción?

—En proceso. Probablemente he escrito un centenar de variaciones hasta ahora, pero todavía no me acaba de sonar bien. Sé que es un ejercicio infructuoso. Si a estas alturas todavía no he averiguado qué es lo que falla, probablemente nunca lo conseguiré…, pero me mantiene ocupado.

—Esta mañana he visto el vitral. Ya está casi acabado.

Su padre asintió con la cabeza.

—Sí, ya casi está listo.

—¿Han decidido cuándo lo colocarán?

—No —contestó Steve—. Todavía están esperando a recibir el resto del dinero de la subvención. No quieren colocarlo hasta que el edificio esté acabado. Al reverendo Harris le preocupa que algunos gamberros lo rompan a pedradas. Desde el incendio, se ha vuelto mucho más cauto.

Ronnie asintió.

—Probablemente yo también sería más cauta.

Steve estiró las piernas sobre la arena, pero rápidamente las encogió con un movimiento instintivo, al tiempo que esbozaba una mueca de dolor.

—¿Estás bien?

—Me parece que estos últimos días he estado demasiado rato de pie. Jonah quiere acabar el vitral antes de marcharse.

—Se lo ha pasado en grande este verano.

—¿Tú crees?

—La otra noche me dijo que no quería volver a Nueva York. Que quería quedarse contigo.

—Es un niño encantador —comentó Steve, con aire satisfecho. Súbitamente su semblante adoptó un gesto dudoso antes de girarse hacia su hija—. Supongo que la siguiente pregunta es si tú te lo has pasado bien este verano.

—Sí.

—¿Gracias a Will?

—Gracias a todo —lo rectificó ella—. Me alegro de haber pasado tanto tiempo contigo.

—Yo también.

—Así pues…, ¿cuándo planeas venir a vernos a Nueva York?

—¡Uf! No lo sé. De momento tendremos que conformarnos con el teléfono.

Ella sonrió.

—¿Demasiado ocupado estos días?

—La verdad es que no mucho, pero ¿quieres saber una cosa?

—¿Qué?

—Creo que eres una jovencita maravillosa. No quiero que nunca olvides lo orgulloso que me siento de ti.

—¿A qué viene eso?

—No estaba seguro de si te lo había dicho últimamente.

Ronnie apoyó la cabeza en el hombro de su padre.

—Tú tampoco estás mal, papá.

—¡Mira! —exclamó él, señalando hacia el nido—. ¡Creo que ya empieza!

Ella se dio la vuelta hacia el nido y de un brinco se puso de pie. Tal y como Will había predicho, Elliot y Tod se movían alrededor del nido con un visible nerviosismo mientras que entre la multitud algunos empezaban a pedir silencio.

Todo se desarrolló de la forma que Will había descrito, salvo que las palabras no le hacían realmente justicia. Puesto que Ronnie estaba tan cerca, consiguió verlo todo: el primer huevo que empezaba a romperse, seguido por otro y después otro; en todos los huevos se repitió la misma acción hasta que la primera tortuga emergió y empezó a moverse enloquecidamente por encima de los otros huevos que se movían sin parar.

Sin embargo, lo más sorprendente fue la siguiente parte del proceso: primero un pequeño movimiento, seguido de otro; después, tanto movimiento que resultaba imposible que la retina lo captara todo mientras cinco y luego diez y luego veinte y luego muchas más tortuguitas imposibles de contar se unieron en una masiva actividad frenética.

Como una colmena de abejas bajo los efectos de unas setas alucinógenas…

Y además, estaba la imagen de aquellas diminutas tortuguitas, con aspecto prehistórico, que intentaban salir del hoyo, moviendo frenéticamente sus patitas, intentando trepar y resbalando para caer nuevamente dentro del hoyo, trepando una por encima de las otras… hasta que finalmente una lo logró, seguida por una segunda, y después una tercera, todas corriendo a lo largo de la zanja de arena hacia la luz de la linterna que Todd, de pie en la orilla, sostenía en sus manos.

Una a una, Ronnie las vio pasar con movimientos rápidos y torpes, pensando que eran tan increíblemente pequeñas que parecía imposible que pudieran sobrevivir. El océano simplemente las engulliría, las haría desaparecer, y eso fue exactamente lo que sucedió cuando las diminutas criaturas alcanzaron el agua y fueron arrastradas por las olas, primero hacia la orilla y luego hacia el océano, flotando por unos instantes en la superficie antes de desaparecer de la vista.

Ronnie permanecía de pie al lado de Will, apretándole la mano con emoción, arrebolada de alegría al pensar que había pasado todas aquellas noches junto al nido y que con ello había desempeñado un pequeño papel en el milagro de aquellas nuevas formas de vida. Resultaba increíble pensar que, después de tantas semanas en las que no había pasado absolutamente nada, todo lo que había estado esperando se acabara en cuestión de minutos.

Mientras seguía de pie al lado del chico que amaba, tuvo la certeza de que nunca volvería a compartir otros momentos tan mágicos como aquéllos con nadie.

Una hora más tarde, después de revivir con excitación todos los detalles del nacimiento del batallón de tortugas, Ronnie y Will se despidieron del resto del equipo del acuario mientras éstos se dirigían a sus coches. Aparte de la zanja, no quedaba rastro alguno de lo que acababa de suceder. Incluso los cascarones habían desaparecido; Todd los había recogido porque quería estudiar el grosor de las cáscaras y analizar la posible presencia de sustancias químicas.

Mientras Ronnie caminaba al lado de Will, él deslizó un brazo alrededor de su cintura.

—Espero que lo que has visto no te haya defraudado.

—Al revés, ha sido incluso mejor —afirmó ella—. Pero no puedo dejar de pensar en esas tortuguitas tan indefensas…

—No te preocupes, estarán bien.

—Pero no todas sobrevivirán.

—No —admitió Will—. No todas. Cuando son tan pequeñas, tienen que sortear muchísimas adversidades.

Avanzaron unos pasos en silencio.

—Qué pena.

—Es el círculo de la vida.

—Mira, no me vengas con la filosofía de El rey león justo ahora. —Ronnie alzó la barbilla con petulancia—. Lo que necesito es todo lo contrario: que me mientas.

—Ah, en ese caso…, todas las tortuguitas sobrevivirán —se apresuró a contestar Will—. Las cincuenta y seis tortuguitas. Se harán muuuuuy grandes, se casarán y tendrán muuuuuchas tortuguitas, hasta que finalmente morirán de viejas, pero no te preocupes, porque habrán vivido muuuuuuchos más años que la mayoría de las tortugas.

—¿De verdad lo crees?

—Claro —confirmó, con absoluta seguridad—. Son nuestros hijitos. Son especiales.

Ella todavía estaba riendo cuando vio a su padre, que salía del porche con Jonah.

—Vale, después de toda esa historieta infumable —empezó a decir Jonah— y después de haber sido testigo de todo el proceso desde el principio hasta el final, sólo tengo una cosa que añadir.

—¿Qué? —se interesó Will.

Jonah sonrió abiertamente.

—Ha sido a-lu-ci-nan-te.

Ronnie se echó a reír, al pensar en la palabra favorita de su hermano aquel verano. Al ver la expresión desconcertada de Will, simplemente se encogió de hombros.

—Es una broma entre nosotros —explicó.

En aquel instante, su padre empezó a toser.

Era una tos densa, húmeda, una tos de persona… enferma…, y al igual que había sucedido aquella noche en la iglesia, su padre parecía no poder controlarla. Steve tosía y tosía sin parar, y el pitido en su pecho era cada vez más audible.

Ronnie vio que su padre se agarraba a la barandilla para no perder el equilibrio; también vio que Jonah fruncía el ceño con preocupación y miedo; incluso Will se había quedado paralizado en su sitio.

Vio que su padre intentaba mantenerse erguido, luchando por controlar el ataque de tos, pero empezó a arquear la espalda hacia delante. Steve se llevó ambas manos a la boca y tosió una vez más, y cuando por fin recuperó el aliento, el fuerte pitido en su pecho y los siguientes jadeos sonaron como si estuviera respirando bajo el agua.

Volvió a jadear, luego bajó las manos. Por unos segundos que le parecieron el intervalo más largo de su vida, Ronnie se quedó petrificada, súbitamente más asustada de lo que jamás había estado. La cara de su padre estaba bañada en sangre.