Will
Ganar la primera ronda en el torneo fue bastante fácil; Will y Scott apenas tuvieron que sudar la camiseta. En la segunda ronda, el partido resultó incluso más fácil, y sus adversarios únicamente lograron anotarse un tanto. En la tercera ronda, tanto él como Scott tuvieron que esforzarse para ganar. A pesar de que al final sacaron una gran ventaja, Will abandonó la pista con la sensación de que el equipo al que acababan de derrotar era mucho mejor de lo que indicaba el marcador.
A las dos de la tarde, empezaron los cuartos de final; la final estaba programada para las seis. Mientras Will apoyaba las manos sobre las rodillas, aguardando a que el equipo adversario sacara, tuvo la certeza de que ganarían. Iban cinco a dos a favor del otro equipo, pero no estaba agobiado. Se sentía en plena forma, con todos los reflejos alerta, y cada vez que golpeaba el balón, lo enviaba exactamente al punto preciso que quería. Cuando su adversario lanzó el balón al aire para sacar, Will se sintió infalible.
La pelota llegó veloz tras formar un arco por encima de la red; anticipando su caída, Will corrió hacia delante y con un golpe la lanzó hacia arriba. Sin perder ni un segundo, Scott dio un salto rápidamente y remató la jugada por encima de la red, enviando el balón con fuerza al campo del equipo adversario. Ganaron los siguientes seis puntos antes de que le tocara al otro equipo sacar de nuevo; mientras se preparaba en su posición, Will echó un rápido vistazo hacia las gradas, buscando a Ronnie. Ella estaba sentada justo en el lado opuesto a sus padres y a Megan, una buena idea, probablemente.
Qué rabia le había dado no poder contarle a su madre la verdad sobre Marcus, pero ¿qué podía hacer? Si ella se enteraba de quién había sido el verdadero culpable, removería cielo y tierra para que castigaran a Marcus… y eso únicamente acarrearía unas consecuencias que Will no deseaba. Estaba seguro de que lo primero que Marcus haría si lo arrestaban sería conseguir una reducción de la pena a cambio de «información privilegiada» sobre otro delito más grave: el de Scott. Y eso le causaría a su amigo muchos problemas en un momento crítico en que necesitaba obtener una beca para la universidad, sin olvidar el revés que supondría para los padres de Scott —que, además, eran muy buenos amigos de sus padres—. Por eso había mentido, y lamentablemente su madre había elegido echarle a Ronnie toda la culpa.
Pero ella se había presentado aquella mañana y le había dicho que lo quería y le había prometido que hablarían más tarde. Además, le había pedido que, por encima de todo, pusiera toda la carne en el asador en aquel torneo, y eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Cuando el jugador del equipo adversario volvió a sacar, Will atravesó el campo como una flecha para contraatacar; Scott lo siguió con una sincronización perfecta, y Will ganó el punto. A partir de aquel momento, el equipo contrario sólo se anotó un tanto más antes de que se acabara el set; en el siguiente, consiguieron únicamente dos tantos.
Él y Scott avanzaron imparables hasta las semifinales. En las gradas, Ronnie lanzaba gritos de alegría.
La semifinal fue realmente dura; habían ganado el primer set sin ninguna dificultad, pero perdieron el segundo.
Will se hallaba en la línea de saque, esperando que el arbitro diera la señal para empezar el tercer set, cuando posó la mirada primero en las gradas y después en el muelle, y pensó que había mucha más gente que el año anterior. Había chicos y chicas del instituto arracimados por todos lados, al igual que otra gente que conocía de vista. En las gradas no quedaba ni un solo asiento libre.
El árbitro dio la señal y, tras lanzar el balón por encima de su cabeza, Will emprendió una serie de pasos veloces antes de elevarse por el aire y enviar el balón directamente a la línea base, buscando un punto entre los tres cuartos del límite posterior de la pista. Aterrizó y rápidamente se colocó en su posición, aunque ya sabía que eso no era necesario. La increíble precisión de su saque había dejado al equipo adversario paralizado por un instante demasiado largo; el balón levantó una polvareda de arena antes de salir disparado de la pista.
Uno a cero.
Sacó siete veces seguidas, y consiguieron una cómoda ventaja; a partir de aquel momento, acabaron alternando puntos hasta llegar a una victoria relativamente fácil.
Al abandonar la pista, Scott le propinó una palmada en la espalda.
—¡La victoria es nuestra! —gritó, sin poder contener su alegría—. ¡Hoy estamos imparables! ¡Vamos! ¡Que nos echen a los leones de Tyson y Landry encima!
Tyson y Landry, un par de fortachones de dieciocho años de Hermosa Beach, California, formaban el equipo dominante en la categoría júnior. El año anterior habían quedado en la posición undécima en el ranking mundial, lo cual habría sido lo bastante bueno para representar virtualmente a cualquier otro país en los Juegos Olímpicos. Llevaban jugando juntos desde que tenían doce años y sólo habían perdido un partido en dos años. Scott y Will habían jugado contra ellos sólo una vez antes de la semifinal del año pasado del mismo torneo, y habían abandonado la pista con la cola entre las piernas. Ni siquiera habían conseguido ganar un set.
Pero aquel día la historia era absolutamente diferente: habían ganado el primer set por tres puntos; Tyson y Landry habían ganado el siguiente por exactamente el mismo margen; y en el set final, iban empatados a siete.
Will llevaba nueve horas expuesto al sol. A pesar de los litros de agua y de Gatorade que había ingerido, el sol y el calor deberían haberlo agotado por lo menos un poquito, y quizás era así. Pero él no lo notaba. No ahora. No cuando se daba cuenta de que tenían posibilidades de ganar el torneo.
Les tocaba sacar, lo cual siempre supone una desventaja, ya que en el tercer set el equipo que gana la jugada se anota un punto, y el que devuelve el servicio siempre tiene más posibilidades de rematar el balón. Sin embargo, Scott sacó con tanta fuerza que obligó a Tyson a desplazarse de su posición. El chico consiguió llegar al balón a tiempo, pero lo envió volando en dirección a la multitud. Landry no perdió ni un segundo y logró alcanzar la pelota, pero la golpeó mal; el balón acabó en las gradas, entre la gente, y Will pensó que tardarían como mínimo otro minuto antes de recuperarlo. Él y Scott ganaban por un punto.
Como de costumbre, primero se giró hacia Ronnie y vio que lo saludaba con la mano alzada; después desvió la vista hacia el otro grupo de gradas y sonrió y saludó con la cabeza a su familia. Detrás de ellos, en el muelle, podía ver a la multitud apelotonada en el área más cercana a las pistas, pero un poco más lejos se fijó en una zona despejada. Se estaba preguntando por qué no había nadie en aquel círculo cuando vislumbró el arco que describía una bola de fuego en el aire. Girándose automáticamente hacia la ráfaga de luz, avistó a Blaze en la otra punta, que recogía la bola y la volvía a lanzar con agilidad.
El marcador estaba empatado a diez cuando sucedió.
El balón había ido a parar nuevamente a las gradas, esta vez por culpa de Scott; mientras Will regresaba a su posición en el campo, no pudo evitar volver a mirar hacia el muelle, seguramente porque Marcus estaba allí.
El hecho de que aquel tipo estuviera tan cerca lo ponía tenso, con la misma rabia que había sentido la noche anterior.
Sabía que debería olvidarse del tema, tal y como Megan le había aconsejado. No debería haberla importunado contándole toda aquella historia; después de todo, era el día de su boda, y sus padres habían reservado una suite en el legendario Wilmingtonian Hotel para los novios. Pero Megan había insistido, y él se había desahogado. A pesar de que no lo había criticado por su decisión, Will sabía que se sentía decepcionada con él por haber mantenido el silencio respecto al delito que Scott había cometido. Sin embargo, ella le había mostrado su apoyo incondicional aquella mañana. Mientras Will esperaba a que el árbitro diera la señal con el silbato, fue plenamente consciente de que estaba jugando tanto por ella como por él mismo.
Posó la mirada en las bolas de fuego que danzaban en el aire en el muelle; la concurrencia había ido formando un amplio corro alrededor de una zona cercana a la barandilla; pudo distinguir a Teddy y a Lance bailando breakdance, como de costumbre. Lo que realmente le sorprendió fue ver a Blaze realizando malabarismos con las bolas de fuego, junto con Marcus. Cogía una y después se la volvía a pasar a Marcus. A Will le pareció que las bolas de fuego se movían de un extremo al otro más veloces que de costumbre. Blaze se iba retirando hacia atrás lentamente, probablemente intentando aminorar el ritmo de los lanzamientos, hasta que su espalda topó con la barandilla del muelle.
El sobresalto probablemente le hizo perder la concentración, pero las bolas no dejaron de volar hacia ella, por lo que calculó mal la trayectoria de una de ellas y acabó apresándola entre una mano y la camiseta. La siguiente bola de fuego llegaba a toda velocidad; para agarrarla, Blaze tuvo que realizar un movimiento brusco y apretó la primera bola contra su pecho. En cuestión de segundos, la parte delantera de su camiseta se convirtió en una cortina de fuego, alimentada por el exceso de líquido inflamable.
En un ataque de pánico, ella intentó sofocar las llamas, obviamente olvidando que todavía sostenía otra bola de fuego…
Un momento más tarde, sus manos también estaban ardiendo, y sus gritos desgarradores consiguieron acallar el resto de ruidos en el estadio. La multitud que rodeaba el espectáculo de fuego debió de haberse quedado conmocionada, porque nadie reaccionó para ayudarla. Incluso desde la distancia, Will podía ver cómo las llamas la consumían como un ciclón.
Instintivamente, salió disparado de la pista, corriendo por la arena en dirección al muelle. Al notar que le resbalaban los pies, alzó las rodillas para incrementar la velocidad mientras que los chillidos de Blaze seguían llenando el aire.
Se abrió paso entre el gentío, moviéndose en zigzag desde una entrada a la siguiente y rápidamente alcanzó los peldaños; los saltó de tres en tres, agarrándose a uno de los pilares para no tener que frenar la marcha, y después siguió corriendo como una bala hasta que llegó al muelle.
Volvió a abrirse paso entre la gente, incapaz de ver a Blaze hasta que alcanzó el círculo despejado. En ese momento, un hombre estaba agazapado al lado de la figura que se retorcía sin parar de chillar; no había señales de Marcus, de Teddy o de Lance…
Will se detuvo en seco al ver la camiseta de Blaze, que se había fundido con su piel quemada y lacerada. Ella gemía y gritaba de forma incoherente, sin embargo, nadie a su alrededor parecía tener ni idea de qué hacer a continuación.
Will sabía que tenía que hacer algo. Una ambulancia tardaría como mínimo quince minutos en atravesar el puente y llegar por la playa, incluso sin aquel gentío. Cuando Blaze chilló agónicamente una vez más, él se inclinó hacia delante y la cogió con cuidado entre sus brazos. Su furgoneta no estaba muy lejos; había sido uno de los primeros en llegar por la mañana, y se dispuso a llevar a Blaze en esa dirección. Todos los presentes estaban tan sobrecogidos por lo que acababan de presenciar que nadie intentó detenerlo.
La chica se debatía entre un estado de conciencia y de inconsciencia. Will avanzaba tan rápido como podía, con cuidado de no sacudirla innecesariamente. Ronnie llegó como una flecha y se detuvo en lo alto de los peldaños mientras él pasaba por delante de ella con Blaze. El chico no tenía ni idea de cómo había sido capaz de bajar de las gradas y llegar hasta ellos tan rápidamente, pero se sintió aliviado al verla.
—¡Las llaves están sobre la rueda de atrás! —gritó él—. ¡Tenemos que tumbarla en el asiento trasero! ¡Mientras conduzco, llama a Urgencias y diles que vamos hacia allá, para que estén preparados!
Ronnie se adelantó corriendo hacia la furgoneta y fue capaz de abrir la puerta antes de que llegara Will. No fue fácil colocar a Blaze en el asiento, pero al final lo consiguieron; entonces, de un salto, Will se sentó detrás del volante. Arrancó sin perder ni un segundo y voló hacia el hospital, consciente de que estaba infringiendo una docena de normas de tráfico durante el trayecto.
El Servicio de Urgencias del hospital estaba saturado. Will se hallaba sentado cerca de la puerta, mirando cómo oscurecía. Ronnie estaba a su lado. Sus padres, junto con Megan y Daniel, habían pasado unos momentos por el hospital, pero hacía horas que se habían marchado.
En las últimas cuatro horas, Will había contado la historia un montón de veces a innumerables personas diferentes, incluida la madre de Blaze, que en aquellos momentos se hallaba dentro con su hija. Cuando había aparecido atropelladamente en la sala de espera, Will distinguió el tremendo terror escrito en su cara antes de que una de las enfermeras le pidiera que la siguiera.
Aparte de enterarse de que se habían llevado a Blaze corriendo para intervenirla quirúrgicamente, todavía no sabía nada sobre su estado. La noche empezaba a extender su manto sobre ellos, pero él no podía imaginar marcharse de allí. Sin poderlo remediar, sus recuerdos lo llevaban a la carita de Blaze cuando se sentaban uno al lado de otro en tercero de primaria y luego a la imagen de la criatura desfigurada que había llevado entre sus brazos unas horas antes. Blaze ahora era una desconocida, pero una vez había sido su amiga, y con eso le bastaba.
Se preguntó si la Policía volvería a pasar por el hospital. Los agentes habían llegado unas horas antes con los padres de Will, y él les había contado lo que había visto, aunque ellos se habían mostrado más interesados en saber por qué había decidido traer a Blaze al hospital en vez de permitir que interviniera el equipo de urgencias médicas. Will había contestado con absoluta sinceridad: en aquellos momentos ni pensó que ellos estaban allí; lo único que se le ocurrió fue que Blaze necesitaba llegar al hospital inmediatamente. Por suerte, los agentes comprendieron su declaración. Incluso le pareció ver al agente Johnson asentir levemente con la cabeza. Tuvo la impresión de que, en la misma situación, aquel policía habría reaccionado del mismo modo.
Cada vez que se abría la puerta de la sección de enfermería, buscaba con la mirada a alguna de las enfermeras que había asistido a Blaze al llegar. En el coche, Ronnie había conseguido establecer comunicación con el hospital, y un equipo del departamento de traumatología los aguardaba en la puerta; al cabo de menos de un minuto, colocaron a Blaze en una camilla y desaparecieron detrás de unas puertas oscilantes. Eso fue casi diez minutos antes de que él o Ronnie pudieran pensar en algo que decirse. Permanecieron sentados sin moverse, con las manos cogidas, temblando ante el espeluznante recuerdo de Blaze chillando en la furgoneta.
La puerta oscilante volvió a abrirse. Will reconoció a la madre de Blaze, que caminaba hacia ellos.
Tanto Will como Ronnie se pusieron de pie. Cuando ella estuvo más cerca, Will vio las líneas de tensión alrededor de su boca.
—Una de las enfermeras me ha dicho que todavía estabais aquí. Quería daros las gracias por lo que habéis hecho.
A la mujer se le quebró la voz. Will intentó tragar saliva, pero se dio cuenta de que tenía la garganta seca.
—¿Cómo está? —consiguió preguntar, con una voz ronca.
—Todavía no lo sé. Aún la están operando. —La madre de Blaze centró la atención en Ronnie—. Soy Margaret Conway. No sé si Galadriel te habrá hablado de mí.
—Lo siento muchísimo, señora Conway. —Ronnie adelantó la mano para apretarle el brazo afectuosamente.
La mujer soltó un suspiro; aunque procuró no perder la compostura, no lo consiguió.
—Yo también —empezó a decir. Su voz se trocó en un balbuceo a medida que continuaba—. Le dije un millón de veces que se alejara de Marcus, pero ella se negaba a escucharme, y ahora mi niñita…
Se derrumbó, incapaz de contener los sollozos. Will la observaba, paralizado. Ronnie avanzó un paso hacia ella, y ambas acabaron abrazadas, llorando inconsolablemente.
Mientras Will conducía por las calles de Wrightsville Beach, le parecía que todo a su alrededor brillaba con un resplandor excesivo. Conducía deprisa, aunque sabía que aún podría ir más rápido. Sin ningún esfuerzo, podía distinguir un montón de detalles que normalmente le habrían pasado desapercibidos: el halo suave y nebuloso alrededor de las farolas de la calle, un contenedor de basura volcado en el callejón aledaño al Burger King, la pequeña abolladura en la matrícula de un Nissan Sentra de color crema.
A su lado, Ronnie lo observaba con inquietud, pero sin decir nada. No le había preguntado adonde iban, pero no tenía que hacerlo. Tan pronto como la madre de Blaze abandonó la sala de espera, Will se giró hacia la puerta y sin mediar palabra salió con paso expeditivo hacia la furgoneta. Ronnie lo siguió y se subió en el asiento de al lado.
Un poco más adelante, el semáforo se puso ámbar, pero en lugar de aminorar la marcha, Will pisó el acelerador. El motor rugió y la furgoneta avanzó veloz, hacia el Bower’s Point.
Conocía la ruta más rápida y tomaba cada esquina con una gran habilidad. Dejó atrás la zona comercial. La furgoneta rugió al pasar por delante de las silenciosas casas situadas en la primera línea de la playa. Después llegaron al muelle, y a continuación pasaron por delante de la casa de Ronnie; pero Will no aminoró la marcha, sino que apretó el acelerador hasta unos límites peligrosos.
A su lado, Ronnie se aferraba al asidero con dedos crispados hasta que él hizo un último giro de volante antes de entrar en una zona de gravilla que hacía las veces de aparcamiento y que quedaba prácticamente oculta entre los árboles. La furgoneta patinó por la gravilla hasta detenerse en seco. Fue entonces cuando Ronnie reunió el coraje para hablar.
—Por favor, no lo hagas.
Will la oyó y comprendió lo que le pedía, pero igualmente saltó de la furgoneta. El Bower’s Point no quedaba demasiado lejos. Sólo se podía acceder desde la playa, estaba justo al torcer la esquina, a unos doscientos metros de la caseta de los vigilantes de la playa.
Will empezó a correr. Sabía que Marcus estaría allí; lo presentía. Aceleró el ritmo, mientras las imágenes seguían bombardeándole la mente: el incendio en la iglesia, la noche de la feria, la forma violenta en la que Marcus había inmovilizado a Ronnie por los brazos…, y Blaze, consumiéndose en una pira humana.
Marcus no había intentado auxiliarla. Había huido corriendo cuando ella lo necesitaba, cuando podría haber muerto.
A Will no le importaba lo que pudiera sucederle. Ni tampoco le importaba lo que pudiera pasarle a Scott. Ahora esos miedos habían quedado atrás. Esta vez, Marcus se había pasado de la raya. Al torcer la esquina, lo avistó a lo lejos, sentado sobre unos trozos de madera alrededor de una pequeña fogata.
Fuego. Bolas de fuego. Blaze…
Aceleró la marcha, preparándose para lo que pudiera pasar a continuación. Se acercó lo suficiente como para fijarse en las botellas de cerveza vacías esparcidas alrededor de la fogata, pero sabía que la oscuridad lo protegía y que no podían verlo.
Marcus se estaba llevando una botella de cerveza a los labios cuando Will tomó carrerilla y lo embistió por la espalda. Sintió cómo Marcus se asustaba a causa del fuerte impacto y lanzaba un gemido de dolor mientras Will lo empujaba contra la arena.
Sabía que tenía que actuar con presteza, para llegar a Teddy antes de que él o su hermano pudieran reaccionar. La visión de Marcus súbitamente tumbado en el suelo tuvo un efecto paralizador; sin embargo, y después de que Will colocara la rodilla sobre la espalda de Marcus, arremetió contra Teddy, moviendo las piernas como pistones, y lo lanzó por encima de los trozos de madera. Will estaba ahora sobre Teddy pero en lugar de usar los puños, se echó hacia atrás y lo agredió con un cabezazo en la nariz.
Sintió el crujido del cartílago nasal a causa del impacto. Will se levantó rápidamente, ignorando la imagen de Teddy revolcándose por el suelo, cubriéndose la cara con las manos, con los dedos manchados de sangre, mientras que sus gritos enloquecidos quedaban en cierta manera amortiguados por el sonido de sus propios jadeos.
Lance ya había reaccionado y se disponía a atacar a Will cuando éste dio un gran paso hacia atrás, para mantener la distancia. Lance se abalanzó sobre él cuando, repentinamente, Will alzó la rodilla y le propinó un rodillazo en plena cara. Lance se tambaleó y perdió la consciencia antes de caer de bruces en el suelo.
Dos fuera de combate; sólo quedaba uno.
En ese momento, Marcus consiguió ponerse de pie. Asió un trozo de madera y retrocedió mientras Will avanzaba hacia él. Pero lo último que Will quería era que Marcus recuperase totalmente el equilibrio sobre sus piernas. Will se preparó para un ataque rápido. Marcus blandió el trozo de madera, pero sólo consiguió asestarle a Will un golpe débil; de un manotazo, lo desarmó antes de embestirlo. Lo rodeó con sus brazos, inmovilizándolo; lo alzó unos centímetros del suelo, sacando ventaja de la posición para derribar a su contrincante. Era la imagen perfecta de una técnica violenta de fútbol americano, y Marcus cayó al suelo de espaldas.
Will se abalanzó entonces sobre él, apoyando sobre su enemigo todo el peso de su cuerpo para inmovilizarlo. Acto seguido, igual que había hecho con Teddy, le propinó un cabezazo con toda la fuerza que pudo.
Sintió otra vez el desagradable crujido del cartílago nasal, pero esta vez no se detuvo allí. Enloquecido, empezó a golpear a Marcus con el puño. Una y otra vez, desahogándose de toda la rabia que lo consumía, soltando su furia ante la impotencia que había sentido desde el incendio. Le pegó un puñetazo en la oreja, y luego otro en el mismo sitio. Los gritos de Marcus sólo consiguieron sulfurarlo más. Volvió a atizarle con saña, esta vez en la nariz, que ya estaba rota. Entonces, de repente, notó que alguien le agarraba el brazo.
Se giró enérgicamente, pensando que era Teddy, pero se encontró con Ronnie, que lo miraba con una expresión aterrorizada.
—¡Para! ¡No mereces ir a la cárcel por una rata como Marcus! —gritó—. ¡No arruines tu vida por él!
Will apenas la oía, pero notó cómo ella tiraba de su brazo con insistencia.
—Por favor, Will —suplicó, con voz temblorosa—. Tú no eres como él. Tú tienes un futuro por delante. No lo eches a perder.
Mientras Ronnie aflojaba su garra gradualmente, Will notó cómo toda su energía se diluía rápidamente. Se puso de pie con esfuerzo; la adrenalina le había provocado temblores y no se sostenía en pie. Ronnie pasó un brazo alrededor de su cintura, y lentamente emprendieron el camino de regreso a la furgoneta.
A la mañana siguiente, Will fue a trabajar con la mano entumecida. Al entrar se encontró a Scott, que lo esperaba en el pequeño vestuario del taller. Mientras su amigo se quitaba la sudadera, miró a Will con el ceño fruncido antes de enfundarse el mono de trabajo.
—No tenías que abandonar el partido —lo amonestó, al tiempo que se subía la cremallera del mono—. El equipo médico estaba allí por algo.
—Lo sé —dijo Will—. Se me nubló la cabeza. Sé que los había visto antes, pero lo olvidé. Siento no haber acabado el partido.
—Ya, bueno, yo también —espetó Scott. Asió un trapo y se lo colgó del cinturón—. Habríamos ganado, pero claro, tú tuviste que salir corriendo para hacerte el héroe.
—Scott, ella necesitaba ayuda…
—¿Ah, sí? ¿Y por qué tenías que ser tú? ¿Por qué no podías esperar a recibir ayuda? ¿Por qué no llamaste al 112? ¿Por qué tuviste que meterla en tu furgoneta?
—Ya te lo he dicho, me olvidé del equipo médico que había en el torneo. Pensé que una ambulancia tardaría demasiado en llegar y…
Scott propinó un puñetazo contra la taquilla.
—¡Pero si ni siquiera te cae bien! —gritó azorado—. ¡Hace tiempo que no sois amigos! Vale, si se tratara de Ashley o de Cassie o incluso de Ronnie, podría comprenderlo. Por Dios, si fuera una desconocida, podría comprenderlo. Pero ¿Blaze? ¿Blaze? ¿Esa desequilibrada que está dispuesta a enviar a tu novia a la cárcel? ¿La loca que sale con Marcus? —Scott avanzó un paso hacia él—. ¿Acaso crees que ella habría hecho lo mismo por ti si estuvieras herido y necesitaras ayuda? ¡Ni por asomo!
—Sólo era un juego —se defendió Will, notando cómo nuevamente la rabia se apoderaba de él.
—¡Para ti! —ladró Scott—. ¡Para ti era sólo un juego! Pero, claro, para ti, todo se reduce a un juego. ¿No te das cuenta? ¡Porque nada te importa! ¡No necesitas ganarte tu puesto, porque aunque pierdas, te seguirán sirviendo toda la vida en una bandeja de plata! ¡Pero yo sí que lo necesito! ¡Es mi futuro lo que está en juego!
—¡Lo que estaba en juego era la vida de una persona! —bramó Will—. ¡Y si pudieras dejar de ser tan egocéntrico por una puñetera vez, te darías cuenta de que salvar la vida de alguien es mucho más importante que tu maldita beca de voleibol!
Scott sacudió la cabeza con desaprobación.
—Hemos sido amigos durante mucho tiempo…, pero ¿sabes qué?, siempre he sido yo quien ha tenido que claudicar. Todo siempre tiene que ser tal y como tú quieres. ¿Quieres romper con Ashley? ¿Quieres salir con Ronnie? ¿Quieres echar a perder el duro entrenamiento de estas últimas semanas? ¿Quieres hacerte el héroe? Pues, ¿sabes qué? ¡Que te equivocas! Hablé con el equipo médico, y ellos también opinan que te equivocaste. Con tu genial idea de meter a Blaze en la furgoneta tal y como hiciste, podrías haberla matado. ¿Y qué has conseguido? ¿Te ha dado las gracias? No, ¡por supuesto que no! ¡Y no lo hará! Pero estás totalmente decidido a arruinar nuestra amistad porque lo único que te importa es lo que tú quieres hacer.
Las palabras de Scott lo asaltaron como puñaladas en el estómago, y sólo consiguieron desatar su furia.
—¡Mira, déjame en paz! —rugió Will—. ¡Esta vez no se trata de ti!
—¡Me lo debes! —gritó Scott, propinando otro puñetazo a la taquilla—. ¡Sólo te pedí una cosa la mar de sencilla! ¡Sabías lo importante que eso era para mí!
—¡No te debo nada! —replicó Will, apretando los dientes—. ¡Llevo ocho meses encubriéndote! ¡Estoy harto de que Marcus nos haga bailar al son que él quiere! ¡Se acabó! ¡Las cosas han cambiado! ¡Tienes que contar la verdad!
Will se giró y se dirigió hacia la puerta a grandes zancadas. Mientras la abría, oyó a Scott a su espalda.
—¿Qué has dicho?
Will se giró, sosteniendo la puerta entreabierta y clavando una mirada gélida en la cara consternada de Scott.
—He dicho que tienes que contar la verdad.
Esperó hasta que Scott asimiló sus palabras, después salió por la puerta y la cerró con un fuerte portazo tras él. Mientras pasaba por debajo de los coches situados en los elevadores, podía oír a Scott:
—¿Quieres arruinar mi vida? ¿Quieres que vaya a la cárcel por un accidente? ¡No pienso hacerlo!
Incluso cuando ya estaba cerca del vestíbulo, todavía podía oír que Scott se desahogaba a puñetazos contra las taquillas.