26

Ronnie

Después de que su padre y Jonah se hubieran marchado a pasar el día juntos, Ronnie salió con la firme determinación de hablar con Blaze, con la esperanza de encontrarla antes de que fuera la hora de ir a trabajar al acuario. Lo peor que podía suceder era que aquella chica la insultara o que se negara a hablar con ella de entrada, lo cual la dejaría en la misma posición en la que ya estaba. No esperaba que Blaze cambiara repentinamente de actitud y no quería hacerse falsas ilusiones, aunque era difícil no hacerlo. Will tenía razón: Blaze no era como Marcus, quien carecía de conciencia por completo, y por consiguiente ella tenía que sentirse un poco culpable, ¿no?

No le costó mucho encontrarla. Blaze se hallaba sentada en la duna cerca del muelle, observando a los surfistas. No dijo nada cuando Ronnie se le acercó.

Ronnie ni siquiera estaba segura de por dónde empezar, así que comenzó por lo más obvio.

—Hola, Blaze.

La otra chica no contestó, y Ronnie aspiró hondo antes de continuar.

—Ya sé que probablemente no quieres hablar conmigo…

—Pareces un huevo de Pascua.

Ronnie echó un vistazo al uniforme que tenía que llevar obligatoriamente en el acuario: una camiseta turquesa con el logotipo del acuario, unos pantalones cortos de color blanco y unos zapatos blancos.

—Intenté convencerlos de que cambiaran el uniforme y lo pusieran todo negro, pero no me escucharon.

—Qué pena. El negro es tu color favorito. —Blaze esbozó una sonrisa fugaz—. ¿Qué quieres?

Ronnie tragó saliva.

—No estaba intentando ligar con Marcus aquella noche. Fue él quien vino a hablar conmigo, y no sé por qué dijo lo que dijo, a no ser que su intención fuera ponerte celosa. Estoy segura de que no me crees, pero quiero que sepas que jamás te habría hecho una trastada como ésa. No soy así. —Le había salido todo de carrerilla, pero ahora ya estaba, ya lo había dicho.

Blaze se quedó quieta, luego añadió:

—Lo sé.

No era la respuesta que Ronnie había esperado.

—Entonces, ¿por qué pusiste esas cosas en mi bolso? —soltó sin poder contenerse.

Blaze la repasó de arriba abajo, despacio.

—Porque estaba muy enfadada contigo. Porque era obvio que le gustabas a Marcus.

Ronnie se contuvo para no soltarle algún comentario que habría puesto punto final inmediatamente a la conversación, ofreciéndole a Blaze la oportunidad de continuar. Esta volvió a fijar la vista en los surfistas.

—He visto que pasas mucho tiempo con Will.

—Me ha dicho que antes erais amigos.

—Sí, lo éramos. Hace tiempo. Es un buen chico. Tienes suerte. —Se limpió las manos en los pantalones—. Mi madre va a casarse con su novio. Después de que me lo anunciara, nos peleamos como un perro y un gato y me echó de casa. Incluso ha cambiado la cerradura.

—Cuánto lo siento —dijo Ronnie, y en realidad lo sentía.

—Sobreviviré.

Pensó en lo que había de parecido en sus vidas: divorcio, rabia y rebelión, y finalmente uno de sus padres que se casaba otra vez. Sin embargo, a pesar de aquellas semejanzas, ellas dos no se parecían en nada. Blaze había cambiado desde el principio del verano. Ya no quedaba nada de aquel entusiasmo por la vida que Ronnie había detectado la primera vez que se conocieron, y también parecía mayor, como si hubiera envejecido más de la cuenta en tan sólo unas semanas. Y no de un modo positivo. Sus ojeras eran espantosas y su piel había adoptado un tono cetrino. También había adelgazado. Mucho. De una forma extraña, era como si Ronnie estuviera viendo a la persona en la que ella habría podido acabar convertida, y no le gustó nada lo que vio.

—Lo que me hiciste no estuvo bien —dijo Ronnie—. Pero todavía puedes arreglarlo.

Blaze sacudió la cabeza lentamente.

—Marcus no me dejará. Me dijo que si lo hacía, no volvería a dirigirme la palabra.

Al escuchar aquel tono robótico, Ronnie sintió ganas de zarandearla bruscamente. Blaze pareció darse cuenta de lo que Ronnie estaba pensando y suspiró antes de continuar.

—No tengo ningún otro sitio adonde ir. Mi madre llamó a todos sus parientes y les dijo que no me dieran cobijo. Les dijo que es muy duro para ella, pero que lo que necesito es mano dura. Y no tengo dinero para comer, y a menos que no quiera dormir en la playa cada noche el resto de mi vida, tengo que hacer lo que Marcus me pide. Cuando se enfada conmigo, ni siquiera me deja que me duche en su cuarto de baño. Y no me da ni un centavo del dinero que ganamos en los espectáculos, así que tampoco puedo comer. A veces me trata como a un animal, y odio mi situación. Pero no tengo a nadie más.

—¿Has intentado hablar con tu madre?

—¿Para qué? Cree que soy una bala perdida, y me odia.

—Estoy segura de que no te odia.

—No la conoces como yo.

Ronnie recordó aquella vez que había ido a su casa y había visto el dinero sobre la mesa. No le parecía que hablaran de la misma persona, pero tampoco quería entrar en ese terreno. En el silencio, Blaze apoyó las manos en el suelo y se levantó. Tenía la ropa sucia y arrugada, como si hubiera llevado las mismas prendas durante una semana entera, sin cambiarse, lo cual probablemente era cierto.

—Sé lo que quieres que haga —dijo Blaze—. Pero no puedo. Y no es porque no te aprecie. De verdad. Creo que eres una buena chica, y yo no debería haber hecho lo que hice. Pero estoy tan atrapada como tú. Y tampoco creo que Marcus haya acabado contigo.

Ronnie irguió la espalda.

—¿Qué quieres decir?

Blaze la miró con ojos vacíos.

—Ha empezado a hablar de ti otra vez. Y no muy bien. Si estuviera en tu lugar, me mantendría lo más alejada posible de él.

Antes de que Ronnie pudiera contestar, Blaze empezó a alejarse.

—¡Oye, Blaze! —gritó Ronnie.

Blaze se dio la vuelta lentamente.

—Si necesitas comer o un sitio para dormir, ya sabes dónde vivo.

Por un instante, Ronnie pensó que no sólo veía una mueca fugaz de gratitud, sino algo que le recordó a la chica ingeniosa y vivaz que había conocido en junio.

—Y una cosa más —añadió—: Ese espectáculo de las bolas de fuego que haces con Marcus es peligroso.

Blaze le lanzó una sonrisa triste.

—¿Realmente crees que es más peligroso que cualquier otra cosa en mi vida?

Al siguiente día, por la tarde, Ronnie estaba de pie delante de su armario, consciente de que no tenía nada que ponerse. Aunque fuera a la boda —cosa de la que todavía no estaba totalmente segura— no tenía nada remotamente apropiado, a menos que se tratara de una boda con Ozzy Osbourne y su clan.

Pero se trataba de una boda formal, de etiqueta: los invitados tenían que ir con esmoquin y las invitadas con vestido largo, y no sólo la familia más directa de los novios. Nunca se habría imaginado que asistiría a esa clase de ceremonia cuando estaba preparando la maleta en Nueva York. Ni siquiera había pensado en llevarse los zapatitos de tacón negros que su madre le había regalado en Navidad, y que todavía estaban en la caja, sin estrenar.

Realmente no comprendía por qué Will deseaba que asistiera a esa boda. Aunque encontrara una forma de ir presentable, no es que esperase entablar conversación con nadie. Will era el hermano de la novia, lo cual significaba que tendría que estar dispuesto a posar en cientos de fotos mientras ella esperaba en la sala de recepción, y él tendría que sentarse en la mesa principal, así que ni siquiera estarían juntos durante el convite. Probablemente ella acabaría sentada en una mesa con el gobernador, el senador o con alguna familia que habría llegado en avioneta privada… hablando de cosas que ella no comprendería. Si a eso le añadía que Susan la detestaba, no le cabía la menor duda de que toda aquello de asistir a la boda era un disparate. Un verdadero disparate. Una cosa horrible desde cualquier punto de vista concebible.

Pero, por otro lado…

¿Cuándo tendría la oportunidad de que volvieran a invitarla a una boda como aquélla? Sabía que la impresionante casa de Will había pasado por una increíble transformación en las dos últimas semanas: sabía que habían cubierto la piscina con un entarimado de madera, que habían dispuesto varias pérgolas de lona, que habían plantado decenas de miles de flores, y que no sólo habían alquilado lámparas de uno de los estudios cinematográficos en Wilmington, sino que un equipo se había desplazado hasta allí para montarlo todo usando incluso andamios. Del catering —todo lo imaginable, desde caviar a champán Cristal— se iban a encargar tres restaurantes diferentes en Wilmington, y supervisaba toda la operación un reputadísimo cocinero que Susan conocía en Boston y al que una vez propusieron para ocupar el puesto de jefe de cocina de la Casa Blanca. Todo iba a ser extraordinario; desde luego nada parecido a cómo ella querría su propia boda —una ceremonia a la orilla del mar en México con una docena de asistentes era más su estilo—, pero suponía que eso formaba parte de la emoción de asistir a ese tipo de ceremonias. Nunca más iría a una boda similar, por más años que viviera.

Eso si…, por supuesto, encontraba un vestido decente para ir. En realidad, ni siquiera sabía por qué estaba revisando su armario. No podía recurrir a una varita mágica y convertir un par de pantalones vaqueros en un vestido o intentar que su mechón lila consiguiera desviar la atención de sus camisetas adquiridas en conciertos de rock. La única vestimenta más o menos decente que tenía, la única que Susan no encontraría tan repugnante si se encontraran por casualidad en la cola de un cine, era el uniforme que llevaba en el acuario, el que le confería el aspecto de huevo de Pascua.

—¿Qué haces?

Jonah se hallaba de pie en el umbral, mirándola fijamente.

—Busco algo para vestirme más formal —explicó con un tono abatido.

—¿Vas a salir?

—No. Quiero decir, algo que ponerme para la boda.

Su hermano ladeó la cabeza.

—¿Te vas a casar?

—No, hombre. La hermana de Will se casa.

—¿Cómo se llama?

—Megan.

—¿Es simpática?

Ronnie sacudió la cabeza.

—No lo sé. Todavía no la conozco.

—Entonces, ¿por qué quieres ir a su boda?

—Porque Will me lo ha pedido. Así funcionan las cosas —explicó—. Él puede llevar una invitada a la boda. Y se supone que yo soy su invitada.

—Ah —dijo—. ¿Y qué te vas a poner?

—No lo sé. No tengo nada apropiado.

Jonah la señaló con la cabeza.

—Pues yo creo que lo que llevas puesto no está mal.

El uniforme de huevo de Pascua. Genial.

Ronnie se agarró la camiseta por el pecho y tiró fuertemente de ella.

—No puedo ir así. Es una boda formal. Tengo que ir con un vestido.

—¿Y tienes un vestido en el armario?

—No.

—Entonces, ¿por qué estás ahí de pie, plantada?

«Muy bien» pensó, cerrando la puerta. Acto seguido, se dejó caer pesadamente en la cama.

—Tienes razón —admitió—. No puedo ir.

—¿Quieres ir? —preguntó Jonah con curiosidad.

En un instante, sus pensamientos pasaron de un «Por supuesto que no» a un «Bueno, quizá», y al final a un «Sí, sí que quiero ir». Encogió las rodillas y las abrazó.

—Will quiere que vaya. Para él es importante. Y seguramente será algo digno de ver.

—Entonces, ¿por qué no te compras un vestido?

—Porque no tengo dinero —concluyó ella.

—Ah, pero eso es fácil de solucionar.

Jonah se dirigió hacia la colección de juguetes que tenía en un rincón. Tirada de cualquier manera, sobresalía una maqueta de avión; la recogió y la llevó hasta su hermana, desenroscó el morro del avión. Mientras empezaba a echar todo el contenido sobre la cama, a Ronnie se le desencajó la mandíbula al ver todo el dinero que él había atesorado. Debía de haber unos doscientos o trescientos dólares.

—Es mi banco —dijo, secándose la nariz con el brazo—. Llevo bastante tiempo ahorrando.

—¿De dónde has sacado todo esto?

Jonah señaló un billete de diez dólares.

—Este fue por no decirle a papá que te había visto la noche de la feria. —Señaló hacia un dólar—. Éste por no contarle a papá lo que tú y Will estabais haciendo aquella noche ahí fuera. —Continuó señalando varios billetes—. Este es del chico con el pelo azul, y éste de la noche que jugamos al póquer mentiroso. Este fue de aquella vez que tú saliste a escondidas de casa, después de que mamá te castigara…

—Vale, vale. No sigas —lo atajó, sin poder dejar de pestañear—. ¿Y te lo has guardado todo?

—¿En qué me lo iba a gastar? —respondió—. Mamá y papá me compran todo lo que necesito. Lo único que tengo que hacer es ponerme pesado y suplicar sin parar. Es bastante fácil conseguir lo que quiero. Sólo hay que saber el mecanismo. Mamá necesita que llore, en cambio papá necesita que le explique por qué creo que me lo he ganado.

Ronnie sonrió. Su hermano, el chantajista barra psicólogo. Sorprendente.

—Así que de verdad, no lo necesito. Y me gusta Will. Te hace feliz.

«Sí, me hace feliz», pensó ella.

—¿Sabías que eres mi hermanito preferido?

—Sí, lo sé. Y puedes quedártelo todo, pero sólo con una condición.

«Tendría que habérmelo figurado» pensó Ronnie.

—¿Cuál?

—No pienso acompañarte a comprar el vestido. Ir de compras es muy pero que muy aburrido.

Ronnie no necesitó mucho rato para tomar una decisión.

—¡Trato hecho!

Se miró a sí misma sin pestañear, casi sin reconocer la imagen reflejada en el espejo. Era la mañana de la boda, y se había pasado los últimos cuatro días buscando el traje apropiado por todas las tiendas de la localidad, caminando hacia delante y hacia atrás con varios pares de zapatos nuevos, y sentada durante varias horas en la peluquería.

Sorprendida ante el resultado, Ronnie soltó un suspiro de alivio.

—¿Me queda bien el vestido?

—Es perfecto —contestó su padre.

—¿Y los zapatos? No estoy segura de que queden muy bien con el vestido.

—Son simplemente perfectos.

—Ahora mismo estaba intentando maquillarme y pintarme las uñas…

Su padre sacudió la cabeza, sin dejarla acabar.

—Estás guapísima. De hecho, no creo que haya una chica más guapa que tú en todo el universo.

Ya le había dicho lo mismo cientos de veces antes.

—Papá…

—Lo dice en serio —los interrumpió Jonah—. Estás alucinante. De verdad. Casi no te reconozco.

Ella lo miró con el ceño fruncido, fingiendo indignación.

—¿Me estás diciendo que no te gusta mi aspecto normalmente?

Él se encogió de hombros.

—A nadie le gustan los mechones lilas, excepto a los tíos raros.

Cuando ella se puso a reír, vio de soslayo que su padre también reía satisfecho.

—¡Vaya, vaya! —fue todo lo que Steve acertó a decir.

Media hora más tarde, Ronnie atravesaba las dos impresionantes puertas de hierro forjado de la finca Blakelee, con el corazón latiendo a mil por hora. Acababan de dejar atrás la patrulla de Policía que ocupaba parte del último tramo de la carretera para revisar los documentos identificativos, y ahora estaban a punto de detenerse delante de unos hombres ataviados con unos uniformes de gala que insistían en aparcar su coche. Steve intentó explicarles con toda la calma del mundo que él sólo había ido a llevar a su hija, pero ninguno de los tres lacayos parecía comprender su exposición, ni siquiera parecían entender que un invitado a la boda no tuviera coche propio.

Y el aspecto de la mansión…

Ronnie tuvo que admitir que el lugar era tan espectacular como el decorado de una película. Había flores por doquier, los setos estaban recortados a la perfección, e incluso la pared de ladrillo y estuco que rodeaba la propiedad estaba recién pintada.

Cuando finalmente consiguieron abrirse paso hasta la plazoleta central, delante de la puerta principal, Steve se quedó boquiabierto, contemplando la casa, que emergía imponente, ahora que estaban tan cerca. Al cabo de unos minutos, se giró hacia ella. Ronnie no estaba acostumbrada a ver a su padre sorprendido por nada, pero detectó su impresión en su voz.

—¿Esta es la casa de Will?

—Sí —dijo ella.

Intuyó lo que iba a decir: que era enorme, o que no se había dado cuenta de que su familia fuera tan rica, o que cómo podía ella sentirse cómoda en un sitio como aquél… Pero en vez de eso, le sonrió sin ninguna muestra de intimidación y comentó:

—Qué lugar más bonito para celebrar una boda.

Condujo con cuidado, procurando no despertar la curiosidad hacia el viejo coche que conducía. De hecho, era el coche del reverendo Harris, un viejo sedán Toyota, con una línea que quedó inmediatamente anticuada tan pronto como dejaron de fabricarlo en la década de los noventa; pero todavía andaba, y en esos momentos, desempeñaba bien su función. A Ronnie ya le empezaban a doler los pies. ¿Cómo podían algunas mujeres usar zapatos de tacón cada día? Incluso así sentada, le parecían instrumentos de tortura. Debería haberse puesto un poco de algodón en la punta. Y aquel vestido obviamente no había sido diseñado para estar sentada; se le clavaba en las costillas, por lo que le costaba horrores respirar. Aunque claro, quizá lo que pasaba era que estaba demasiado nerviosa, y por eso no podía respirar.

Su padre condujo hacia el círculo de gravilla, con la vista fija en la casa, igual que había hecho ella la primera vez que la había visto. A pesar de que a esas alturas Ronnie ya debería haberse acostumbrado, la mansión todavía se le antojaba demasiado ostentosa. Si a eso le añadía los invitados —nunca había visto tantos trajes de etiqueta juntos en su vida—, la conclusión era que no podía evitar sentirse fuera de lugar. No se sentía cómoda. En absoluto.

Un poco más adelante, un hombre ataviado con un traje oscuro hacía señales a los coches, y antes de que pudiera darse cuenta, le tocó a ella salir del suyo. Mientras el hombre sostenía la puerta abierta y le ofrecía la mano para ayudarla a salir, su padre le propinó una palmadita en la pierna.

—¡Tú puedes hacerlo! —Le sonrió—. Y nunca olvides lo orgulloso que me siento de ti.

—Gracias, papá.

Ronnie se miró rápidamente en el espejo por última vez antes de salir del coche. Cuando pisó la gravilla, se ajustó el vestido, pensando que era más fácil respirar ahora que estaba de pie que antes sentada. Las barandillas del porche estaban adornadas con lirios y tulipanes, y mientras ascendía los peldaños hacia la puerta, ésta se abrió bruscamente.

Ataviado con aquel esmoquin, Will no se parecía en absoluto al muchacho que con el torso desnudo jugaba al vóley playa, ni al muchacho provinciano y bonachón que la había llevado a pescar; en cierto modo, era como ver al hombre sofisticado y triunfante en que se convertiría dentro de unos años. Ronnie no había esperado verlo con ese porte tan… «refinado», y estaba a punto de soltar una broma al respecto, algo como: «¡Vaya! Te sabes arreglar muy bien», cuando se dio cuenta de que él ni siquiera le había dicho «hola».

Durante un buen rato, Will se la quedó mirando sin parpadear. En el prolongado silencio, Ronnie empezó a sentirse aún más nerviosa, pensando que era más que evidente que había cometido alguna incorrección. Quizás había llegado demasiado pronto, o quizá se había pasado con el vestido y el maquillaje. No estaba segura de qué pensar y empezaba a imaginarse lo peor cuando Will finalmente empezó a sonreír.

—Estás… preciosa —le dijo.

Aquellas palabras consiguieron que Ronnie empezara a relajarse. Bueno, por lo menos un poco. Todavía no había visto a Susan, y hasta que no la viera, no sabría si había superado la prueba. Sin embargo, se sentía complacida de que a Will le gustara su aspecto.

—¿No crees que me he pasado un poco? —preguntó ella.

Will dio un paso hacia delante y le puso las manos en las caderas.

—No, por supuesto que no.

—¿Ni siquiera un… poquito?

—No. Estás preciosa —susurró él.

Ella alzó la vista, le arregló la corbata; acto seguido lo rodeo por el cuello con sus brazos.

—He de admitir que tú tampoco estás nada mal.

Al final no salió tan mal como ella había imaginado. Ya habían hecho la sesión de fotos familiar antes de que llegaran los invitados, por lo que ella y Will pudieron pasar un rato juntos antes de la ceremonia. Se dedicaron básicamente a pasear por los jardines, sin que Ronnie pudiera ocultar su admiración ante los impresionantes preparativos. Will no había bromeado: la parte posterior de la casa había sido completamente rediseñada, y habían cubierto la piscina con un entarimado de madera que le confería un aspecto de obra robusta y compacta, en absoluto temporal. Toda la superficie estaba llena de sillas blancas, distribuidas en filas, encaradas hacia una celosía blanca donde Megan y su novio intercambiarían sus votos matrimoniales. En el jardín habían zanjado unos nuevos senderos, para que resultara más fácil llegar hasta la docena de mesas donde más tarde se celebraría el banquete, debajo de una gigantesca pérgola de lona blanca. Había cinco o seis esculturas de hielo esculpidas de forma intricada, de un tamaño considerablemente enorme como para que aguantaran sin derretirse durante horas, pero lo que realmente le llamó la atención fueron las flores: los parterres formaban un brillante mar de tulipanes y lirios.

La concurrencia era más o menos tal y como había imaginado. Aparte de Will, los únicos invitados que conocía eran Scott, Ashley y Cassie, y ninguno de ellos parecía encantado de verla. Aunque la verdad es que no le importaba. Cuando la gente hubo tomado asiento, todo el mundo, con la posible excepción de Will, se centró en la inminente aparición de Megan. Will, en cambio, prefirió mantener la vista fija en Ronnie, desde su destacada posición cerca de la celosía.

Ronnie quería mantenerse tan al margen como fuera posible, así que eligió un asiento a tres filas del final y alejada del pasillo central. Hasta ese momento, no había visto a Susan, que probablemente debía de estar muy atareada ayudando a Megan con los últimos toques, y rezó para que no la viera hasta después de la ceremonia. Si era discreta, Susan tampoco la vería después, aunque eso era poco probable, ya que seguramente pasaría bastante rato con Will.

—Disculpa —le dijo alguien.

Al alzar la vista, vio a un hombre mayor y a su esposa; ambos intentaban pasar por delante de ella para sentarse en los asientos vacíos en el extremo de la fila.

—Probablemente será más fácil si yo me siento en esa silla, al final —ofreció Ronnie.

—¿Estás segura?

—Por supuesto —dijo, al tiempo que se desplazaba hasta el último asiento vacío para dejarles sitio.

El hombre le pareció vagamente familiar, pero lo único que le vino a la mente, la única conexión posible, fue el acuario, y tampoco eso encajaba.

Antes de que pudiera darle más vueltas, un cuarteto de cuerda empezó a tocar las primeras notas de la marcha nupcial. Ronnie miró por encima del hombro hacia la casa, al igual que el resto de los invitados. Escuchó un murmullo cuando Megan apareció en lo alto de las escaleras del porche. Mientras empezaba a descender los peldaños hacia su padre, que la esperaba abajo, Ronnie tuvo claro que Megan era sin duda la novia más fascinante que jamás había visto.

Cautivada por la imagen de la hermana de Will, apenas se fijó en que el hombre mayor que tenía a su lado parecía más interesado en escrutarla a ella que a Megan.

La ceremonia fue elegante y, a la vez, sorprendentemente íntima. El reverendo leyó la segunda carta a los corintios, y entonces Megan y Daniel recitaron los votos que habían escrito juntos.

Se prometieron paciencia en momentos en que fuera más fácil ser impaciente, candor en momentos en que fuera más fácil mentir, y a su manera, cada uno de ellos reconoció que el verdadero compromiso sólo podría demostrarse con el paso del tiempo.

Mientras ella los observaba intercambiarse los anillos, apreció el hecho de que hubieran elegido una celebración al aire libre. Resultaba menos tradicional que las bodas en la iglesia a las que había asistido, pero de algún modo no perdía el grado de formalidad, y el escenario era realmente de ensueño.

Ronnie sabía que Will tenía razón: Megan le iba a caer muy bien. En las bodas a las que había asistido, siempre había tenido la impresión de que las novias posaban muy forzadas; en más de una ocasión, había visto a novias enojarse si algo se desviaba del guión. Megan, sin embargo, realmente parecía estar disfrutando. Mientras avanzaba por el pasillo central del brazo de su padre, guiñó el ojo a varios amigos y se paró para abrazar a su abuela. Cuando el niño que portaba los anillos —apenas debía de haber cumplido los tres años, y era verdaderamente una monada, embutido en aquel pequeño esmoquin— se detuvo a mitad del camino hacia el altar y corrió a refugiarse en el regazo de su madre, Megan rió con alegría, negándose a dejarse llevar por la tensión propia del momento.

Después, Megan no se mostró tan interesada en posar para las cámaras como una modelo de revista, sino en dedicarse a hablar con los invitados. Ronnie pensó que, o bien era una persona con una gran seguridad en sí misma, o bien no se daba cuenta del estrés que su madre había arrastrado durante los últimos meses para que no fallara ningún detalle en la boda. Incluso a distancia, estaba segura de que nada estaba saliendo tal y como Susan había previsto.

—Me debes un baile —le susurró Will.

Al darse la vuelta, de nuevo volvió a quedarse impresionada al comprobar lo guapo que era.

—No creo que eso fuera parte del trato —apuntó ella—. Sólo dijiste que querías que viniera a la boda.

—¿Qué? ¿No piensas bailar conmigo?

—No hay música.

—Quiero decir más tarde.

—Ah, bueno, en ese caso, lo consideraré. Pero ¿no deberías de estar con tu familia, posando para las fotos?

—Ya lo hemos hecho antes, durante varías horas. Necesito un descanso.

—Duelen las mejillas después de tanta sonrisa forzada, ¿no?

—Más o menos. Ah, quería decirte que estarás en la mesa dieciséis, con Scott, Ashley y Cassie.

«¡Qué fastidio!», pensó, pero en cambio dijo:

—Fantástico.

Will se echó a reír.

—No será una tortura como crees. No se atreverán a comportarse indebidamente. Si no, mi madre les arrancará la cabeza.

Ahora fue Ronnie la que se echó a reír.

—Dile a tu madre de mi parte que ha hecho un magnífico trabajo organizándolo todo. El jardín, ha quedado precioso. De verdad.

—Lo haré —dijo. Continuó mirándola fijamente hasta que los dos oyeron que alguien llamaba a Will. Cuando se dieron la vuelta, a Ronnie le pareció que Megan sonreía a su hermano con una complicidad encubierta—. He de volver con mi familia, pero vendré a buscarte después de la cena. Y no te olvides del baile, más tarde.

Ronnie volvió a pensar que Will era increíblemente apuesto.

—Te advierto de que ya me duelen los pies.

Él se llevó una mano al pecho.

—Prometo que no me reiré de ti si bailas dando saltitos.

—Qué bien, gracias.

Se inclinó hacia ella y la besó.

—¿Te había dicho que estás preciosa esta noche?

Ronnie sonrió, todavía extasiada por el roce de sus labios.

—Hacía veinte minutos que no me lo decías. Pero será mejor que te vayas. Tu familia te requiere. Y no quiero ser un estorbo.

Will volvió a besarla antes de reunirse con su familia. Sintiéndose plenamente satisfecha, se dio la vuelta. Entonces, comprobó que el hombre mayor al que había ofrecido su sitio en la ceremonia de nuevo la estaba mirando fijamente.

Durante el banquete, Scott, Cassie y Ashley no hicieron ningún esfuerzo por incluirla en la conversación, pero a Ronnie no le importó. No estaba de humor para hablar con ellos, ni tampoco tenía hambre. En vez de eso, después de dar unos pocos bocados, se excusó y se dirigió hacia el porche. Desde allí gozaba de una vista panorámica privilegiada de la fiesta, que en la oscuridad había adoptado un ambiente más encantador. Las pérgolas parecían brillar bajo el hechizo de la luna bañada de plata. Podía oír trozos de conversaciones que se mezclaban con la música de la banda, que ahora estaba tocando, y se preguntó qué habría estado haciendo en casa aquella noche, si hubiera estado en Nueva York. A medida que el verano iba pasando, había hablado con Kayla cada vez con menos frecuencia. A pesar de que todavía la consideraba su amiga, se daba cuenta de que no echaba de menos aquel mundo que había dejado atrás. No había sentido ganas de ir a ninguna discoteca durante semanas, y cuando su amiga le contaba los detalles acerca del último chico guapísimo que acababa de conocer, Ronnie no podía evitar que sus pensamientos volaran hacia Will, y se preguntaba qué pasaría cuando tuviera que regresar a Nueva York. Sabía que había cambiado en las semanas que había pasado allí, mientras que, por lo visto, Kayla seguía igual. Se daba cuenta de que ya no sentía ningún interés por ir a discotecas. Pensándolo bien, se preguntó qué era lo que le había interesado de esos lugares: la música estaba demasiado alta y todo el mundo iba allí para aparentar. Y si realmente se suponía que era un sitio tan fantástico para pasarlo bien, ¿por qué todos bebían o tomaban drogas con la esperanza de mejorar la experiencia? No le encontraba sentido. Y mientras escuchaba el sonido del océano a lo lejos, de repente se dio cuenta de que nunca le había encontrado sentido.

También ansiaba mantener una relación más sana con su madre. Por lo menos, su padre le había demostrado que los padres podían ser unas personas interesantes. A pesar de que no albergaba la ilusión de que su madre confiara en ella del mismo modo que lo hacía su padre, sabía que la tensión partía en ambas direcciones, en aquella relación. Quizá si intentaba hablar con su madre del mismo modo que lo había hecho con Steve, la situación entre ellas mejoraría.

¡Qué extraño el resultado que se podía conseguir al obligar a una persona a cambiar de ritmo de vida!

—Lo vuestro no durará, ¿sabes? —dijo una voz a su espalda.

Absorta en sus pensamientos, no había oído a Ashley, que se acercaba, pero reconoció su voz.

—¿Cómo dices? —Se giró para mirarla, con ojos desconfiados.

—Quiero decir que me alegro de que Will te haya invitado a la boda. Deberías intentar pasarlo bien, porque lo vuestro se acaba. Él se marchará dentro de un par de semanas. ¿No has pensado en ese momento?

Ronnie esbozó una mueca de fastidio.

—No creo que sea asunto tuyo.

—Aunque hagáis planes para seguir viéndoos, ¿de verdad crees que la madre de Will llegará a aceptarte algún día? —prosiguió Ashley—. Megan tuvo dos novios formales antes que éste, y su madre los espantó a ambos. Y hará lo mismo contigo, tanto si te gusta como si no. Pero aunque no lo haga, tú te irás de aquí, y él también; por lo tanto, lo vuestro no tiene futuro.

Ronnie se puso tensa, odiando que Ashley estuviera expresando en palabras sus más oscuros presagios. Sin embargo, empezaba a hartarse de aquella chica resabida, y su paciencia estaba llegando al límite.

—Mira, Ashley —dijo, acercándose más a ella—, sólo te lo diré una vez, ¿entendido? Presta atención, porque seré totalmente franca. —Avanzó otro paso hacia ella, hasta que sus caras quedaron separadas sólo por escasos centímetros—. Estoy harta y realmente cansada de escuchar tus tonterías, así que te lo advierto: piénsalo dos veces antes de volver a dirigirme la palabra, porque te contestaré con un puñetazo directamente en esos dientes de una blancura tan artificial que asoman por tu boca. ¿Me has entendido?

Algo en su rostro debió de convencer a Ashley de que Ronnie hablaba en serio, porque se dio la vuelta rápidamente sin mediar palabra y regresó a la pérgola, en busca de cobijo.

De pie en el pequeño muelle de los Blakelee, un poco más tarde, Ronnie se sintió satisfecha de haber espantado finalmente a Ashley, pero sus palabras desdeñosas la seguían importunando. Will se marcharía a Vanderbilt dentro de un par de semanas, y ella probablemente se marcharía una semana después. No estaba segura de qué iba a pasar a continuación con su relación, pero de una cosa estaba totalmente segura: las cosas cambiarían.

¿Cómo no iban a hacerlo? Su relación se había basado en verse cada día, y por más que lo intentara, no podía imaginar lo que sería comunicarse por teléfono o por SMS. Sabía que había más opciones —usar la cámara del ordenador, por ejemplo—, pero no albergaba la esperanza de que aquello consiguiera suplantar lo que tenían ahora.

Y eso significaba que…, ¿qué?

A su espalda, la fiesta estaba en su máximo apogeo. Habían retirado las sillas del entarimado temporal para improvisar una pista de baile, y desde su aventajada posición en el muelle como espectadora, había visto a Will bailar dos veces con una preciosa niñita de unos seis años y también con su hermana, lo cual había conseguido arrancarle una sonrisa. Unos pocos minutos después de su confrontación con Ashley, había visto a Megan y a Daniel cortar el pastel. La música empezó a sonar nuevamente y la novia se puso a bailar con Tom. Cuando lanzó el ramo de flores, Ronnie tuvo la seguridad de que incluso los vecinos más alejados habían podido oír los gritos de la joven que lo había cazado al vuelo.

—Por fin te encuentro —dijo Will, rompiendo su ensimismamiento. Ella lo vio bajar por el sendero hacia ella—. Llevo un rato buscándote. Ha llegado el momento de que me concedas un baile.

Ella lo observó mientras él acortaba la distancia entre ellos, intentando imaginar lo que algunas chicas que él conocería en la universidad pensarían si estuvieran en su lugar. Probablemente lo mismo que ella estaba pensando: «¡Increíble!».

Will recorrió los últimos pasos hasta ella, y Ronnie le dio la espalda. Estudiar el movimiento oscilante del agua le parecía mucho más fácil que mirarlo a él a los ojos.

Will la conocía bien y sabía que algo la inquietaba.

—¿Qué pasa?

Cuando no contestó directamente, le apartó con cuidado un mechón de pelo.

—Dímelo —murmuró.

Ronnie entornó los ojos antes de girarse para mirarlo.

—¿Qué pasará con nosotros, con nuestra relación?

Will frunció el ceño con el semblante preocupado.

—No sé a qué te refieres.

Ella esbozó una sonrisa melancólica.

—Sí que lo sabes —dijo, y tan pronto como él apartó la mano de su pelo, ella supo que la había comprendido—. No será lo mismo.

—Pero eso no significa que tenga que acabarse…

—Lo dices como si fuera muy fácil.

—No cuesta tanto ir de Nashville a Nueva York. El vuelo sólo dura…, ¿un par de horas, más o menos? No es que pueda ir andando, pero…

—¿Y vendrás a verme? —Ronnie escuchó el temblor en su propia voz.

—Eso era lo que planeaba hacer. Y esperaba que tú también vinieras a Nashville. Podemos ir a la retransmisión en directo del programa Grand Ole Opry, ¿te gusta la música country?

Ronnie se echó a reír, a pesar de la intensa tristeza que sentía en el pecho.

Will la rodeó con sus brazos.

—No sé qué te ha hecho pensar en esta cuestión precisamente ahora, pero te equivocas. Quiero decir, sé que no será lo mismo, pero eso no significa que no pueda ser mejor de otra forma. Mi hermana vive en Nueva York, ¿recuerdas? Y el curso escolar tampoco dura todo el año. Tenemos unas semanas de vacaciones en otoño y en primavera, y otra por Navidad, y después enseguida llega el verano. Y tal como he dicho, es un viaje en avión de tan sólo un par de horas, así que también podemos pasar algún fin de semana juntos.

Ronnie se preguntó qué pensarían los padres de Will respecto a esa posibilidad, pero no dijo nada.

—¿Qué te pasa? —le preguntó—. ¿No quieres ni intentarlo?

—¡Claro que quiero!

—Entonces encontraremos una forma de conseguir que funcione, ¿vale? —Hizo una pausa—. Quiero estar contigo tanto tiempo como sea posible, Ronnie. Eres inteligente y divertida, y eres honesta. Confío en ti. Sí, he de ir a la universidad, y tú también te irás y regresarás a tu casa. Pero nada de eso cambia lo que siento por ti. Y mis sentimientos no van a cambiar simplemente porque vaya a Vanderbilt. Te quiero más de lo que he querido nunca a nadie.

Ronnie sabía que era sincero, pero la inoportuna vocecita en su interior le preguntaba cuántos romances que habían surgido en verano sobrevivían a la prueba del tiempo. No muchos, y nada tenía que ver con los sentimientos. La gente cambiaba. Los intereses cambiaban. Lo único que tenía que hacer era mirarse al espejo para reconocer esa gran verdad.

Sin embargo, no podía soportar la idea de perderlo. Lo amaba, siempre lo amaría; mientras Will se inclinaba para besarla, ella se entregó sin ofrecer resistencia. Mientras él la estrechaba entre sus brazos, Ronnie deslizó las manos por su espalda y por sus hombros, sintiendo la fuerza de sus brazos. Sabía que él había deseado llegar más lejos en aquella relación que lo que ella había estado dispuesta a darle; sin embargo, en aquel momento, sabía que no le quedaba otra alternativa. Sólo tenían aquel momento; no podían desaprovecharlo.

Cuando él volvió a hablar, su voz expresaba su necesidad, aunque, a la vez, era tentativa.

—¿Quieres venir conmigo al barco de mi padre?

Ronnie notó que le temblaban las piernas, sin estar segura de si estaba preparada para lo que iba a suceder a continuación. Al mismo tiempo, sintió unas irresistibles ganas de avanzar más en aquella relación.

—Sí —contestó en un susurro.

Will le apretó la mano cariñosamente. Mientras la guiaba hacia el barco, a Ronnie le pareció que él estaba tan nervioso como ella. Sabía que todavía podía cambiar de opinión, pero no quería hacerlo. Deseaba que la primera vez fuera algo especial, que fuera con alguien por quien sintiera algo profundo. Mientras se acercaban al barco, Ronnie apenas se fijó en su entorno; había empezado a refrescar; con el rabillo del ojo, podía ver cómo los invitados se movían en la pista de baile. A un lado, vio a Susan, que hablaba con el hombre mayor que la había estado observando previamente; se sintió incómoda ante la impresión de haber visto antes a ese hombre.

—Qué declaración más bonita. Qué lástima que no haya podido grabarla. —Ronnie oyó una voz que arrastraba cada una de las sílabas.

Will dio un respingo. La voz provenía de la otra punta del muelle. A pesar de que permanecía oculto en la oscuridad, Ronnie sabía exactamente quién era. Blaze la había avisado de que estuviera alerta. Marcus apareció por detrás de un poste y encendió una bola.

—Lo digo en serio, niño rico. Realmente sabes cómo seducir a una tía. —Rió desdeñosamente—. Bueno, «casi» lo habías conseguido.

Will dio un paso hacia delante.

—Lárgate ahora mismo.

Marcus jugó con la bola de fuego, pasándosela entre los dedos.

—¿O qué? ¿Llamarás a la poli? Sé que no lo harás.

Will se puso tenso. Marcus había conseguido amedrentarlo de nuevo, aunque Ronnie desconocía por qué.

—Estás en una propiedad privada —dijo Will, pero su tono no parecía tan seguro como debería haber sido.

—Me encanta esta zona. ¿A ti no? Por aquí todos son tan… amantes de la buena vida… Incluso han abierto este agradable caminito de tierra que sigue el curso del agua desde una casa a la siguiente… Sí, me encanta venir aquí, ¿sabes? Para disfrutar de la vista, me refiero.

—Es la boda de mi hermana —bramó Will, apretando los dientes.

—Siempre pensé que tu hermana era muy guapa —comentó Marcus—. Incluso le pedí que saliera conmigo una vez. Pero la desgraciada me rechazó. ¿Podéis creerlo? —Marcus no le concedió a Will la posibilidad de responder, sino que, señalando hacia la multitud dijo—: Antes he visto a Scott, por ahí, actuando como si nada le importara en el mundo. A veces me pregunto si ese chico sabe lo que es la conciencia, ¿eh? Pero claro, tu conciencia tampoco está limpia, ¿no? Me apuesto lo que quieras a que ni siquiera le has dicho a tu madre que la pequeña furcia de tu novia probablemente irá a la cárcel.

El cuerpo de Will se tensó como la cuerda de un arco.

—Pero, bueno, me temo que el juez está exponiéndole los hechos justo en este momento.

«El juez».

Súbitamente, Ronnie supo por qué aquel hombre mayor le había parecido tan familiar… Y ahora el juez estaba hablando con Susan…

Un ligero mareo la hizo tambalearse.

«¡Por Dios, no!».

La cruda realidad le estalló en la cara en el mismo instante en que Will le soltó la mano. Mientras corría hacia Marcus, éste le lanzó la bola de fuego y saltó desde el muelle al camino de tierra. Desde allí emprendió la carrera hacia el jardín, dirigiéndose hacia una de las esquinas de la pérgola, pero Will acortó la distancia con una pasmosa agilidad. Sin embargo, cuando Marcus miró por encima del hombro, Ronnie vio algo en su cara que le dijo que eso era exactamente lo que quería que Will hiciera.

Apenas tuvo un segundo para preguntarse por qué. Marcus se coló por debajo de las cuerdas que soportaban la pérgola…

—¡No! ¡Will! ¡Para! —gritó, precipitándose hacia delante, pero ya era demasiado tarde.

Will chocó contra Marcus. Los dos quedaron apresados entre las cuerdas mientras las clavijas del suelo se soltaban. Ronnie vio con horror cómo una de las esquinas de la pérgola empezaba a desmoronarse.

La gente se puso a chillar, y tras escuchar un horroroso estruendo, vio que una de las esculturas de hielo se estrellaba contra el suelo, lo cual provocó que los invitados se desperdigaran y chocaran entre sí, asustados. Will y Marcus estaban forcejeando en el suelo, pero Marcus consiguió escurrir el bulto. En vez de continuar peleando, se zafó de la conmoción y de un salto volvió a meterse en el camino de tierra, para acto seguido desaparecer corriendo detrás de la casa del vecino.

En medio del caos general, Ronnie se preguntó si alguien había llegado a ver a Marcus.

Indudablemente, se acordaron de ella. Sentada en la biblioteca, Ronnie se sentía como una niña de doce años. Lo único que deseaba era alejarse de aquella casa tan pronto como fuera posible y esconderse debajo de las sábanas en su casa.

Mientras oía a Susan gritar en la habitación contigua, no podía parar de reproducir en su mente la imagen de la pérgola desmoronándose.

—¡Ha echado a perder la boda de tu hermana!

—¡No es verdad! —Will replicó, también gritando—. ¡Ya te he dicho lo que pasó!

—¿Esperas que crea que un desconocido se coló en la fiesta y que tú intentaste detenerlo?

—¡Eso es lo que pasó!

Ronnie no sabía por qué Will evitaba a toda costa mencionar a Marcus por su nombre, pero no había manera de averiguarlo en aquel momento. Esperaba en cualquier instante oír el estallido de una silla atravesando el cristal de la ventana. O que los dos entraran en la biblioteca hechos una furia, para que de ese modo Susan tuviera la oportunidad de regañarla.

—Will, por favor…, aunque acepte que lo que me cuentas es verdad, dime, ¿por qué estaba ese desconocido aquí? ¡Todo el mundo sabe el dispositivo de seguridad que hemos montado! Todos los jueces de la localidad estaban en la boda. El sheriff estaba patrullando delante de nuestra casa, por el amor de Dios. ¡Estoy segura de que tiene algo que ver con esa chica! Y no lo niegues…, lo puedo leer en tu cara… Y de todos modos, ¿qué estabas haciendo con esa chica en el barco de tu padre?

La forma en que pronunció «esa chica» daba a entender que Ronnie era como algo repugnante que Susan había pisado sin querer y que no podía quitarse de la suela de su zapato.

—Mamá…

—¡Calla! ¡No intentes buscar excusas! ¡Era la boda de Megan, Will! ¿No lo entiendes? ¡Su boda! Sabías lo importante que este día era para todos nosotros. ¡Sabías el enorme esfuerzo que tu padre y yo habíamos hecho para que todo saliera perfecto!

—No quería que sucediera…

—No importa, Will. —Ronnie oyó que Susan lanzaba un bufido de exasperación—. Sabías lo que iba a suceder si la invitabas. Sabes que no es como nosotros…

—Ni siquiera le has dado una oportunidad…

—¡El juez Chambers la reconoció! Me contó que tiene un juicio pendiente por hurto en una tienda. Así que, o bien tú no lo sabías y ella te ha estado engañando, o bien sí que lo sabías y me has estado engañando a mí.

Se produjo un tenso silencio; a pesar de la angustia del momento, Ronnie se inclinó instintivamente hacia la puerta para escuchar la respuesta de Will. Cuando él habló, lo hizo con un tono subyugado.

—No te lo conté porque sabía que no lo comprenderías.

—Will, cariño…, ¿no entiendes que ella no es lo bastante buena para ti? Tienes un gran futuro por delante, y lo último que necesitas en la vida es a alguien como ella. He estado esperando que te dieras cuenta por ti mismo, pero es obvio que emocionalmente estás demasiado involucrado para ver lo que es evidente. Ella no es lo bastante buena para ti. Es de baja extracción social. ¿No lo entiendes? ¡No pertenece a nuestra clase!

Mientras las voces subían de tono, a Ronnie le empezó a dar vueltas la cabeza. Tuvo que contenerse para no vomitar allí mismo. Susan no tenía razón en todo, pero había dado en el blanco en una cuestión: ella era el motivo por el que Marcus había venido. ¿Por qué no se había fiado de sus instintos y se había quedado en casa? No encajaba en aquel lugar. En absoluto.

—¿Estás bien? —le preguntó Tom, de pie, desde el umbral de la puerta, con las llaves del coche en la mano.

—Lo siento muchísimo, señor Blakelee —balbuceó ella—. Yo no quería ocasionar ningún problema.

—Lo sé —dijo él.

A pesar de su respuesta afable, sabía que él también estaba enojado. ¿Cómo no iba a estarlo? A pesar de que nadie había salido seriamente herido, dos invitados habían sido derribados durante el alboroto y los habían tenido que llevar al hospital. Controlaba sus emociones, cosa que era de agradecer. Si le hubiera alzado la voz, Ronnie se habría puesto a llorar.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? Me parece que la carretera está bloqueada. Tu padre tendrá problemas si quiere llegar hasta aquí.

Ronnie asintió.

—Sí, por favor. —Se alisó el vestido mientras se ponía de pie, esperando poder llegar a su casa sin vomitar por el camino—. Por favor, ¿se despedirá de Will de mi parte? ¿Y le dirá que creo que lo mejor será que no nos volvamos a ver?

Tom asintió.

—No te preocupes. Se lo diré.

A pesar de las ganas, Ronnie no vomitó ni lloró, pero no abrió la boca durante lo que le pareció el trayecto más largo de su vida. Tom tampoco dijo nada, aunque eso no era sorprendente.

La casa estaba en silencio cuando llegó; las luces, apagadas; tanto Jonah como su padre estaban dormidos. Desde el recibidor, oyó la respiración de su padre; era profunda y pesada, como si hubiera tenido un día muy largo y duro. Pero lo único que ella podía pensar mientras se arrastraba hasta la cama y empezaba a llorar era que ningún día podía ser más largo ni más duro que el que ella acababa de soportar.

Notó que tenía los ojos hinchados y que le escocían. Alguien la zarandeó para despertarla. Pestañeando con dificultad, vio a Jonah, sentado en la cama a su lado.

—Levántate.

Las imágenes de la noche anterior y las cosas que Susan había dicho la abordaron nuevamente sin piedad, y otra vez volvió a sentir arcadas.

—No quiero levantarme.

—No te queda más remedio. Hay alguien que quiere verte.

—¿Will?

—No —contestó—. Otra persona.

—Pregúntale a papá si puede encargarse del asunto —le pidió, cubriéndose hasta la cabeza con el edredón.

—Lo haría, pero todavía está durmiendo. Y además, ella pregunta por ti.

—¿Quién?

—No lo sé, pero te está esperando fuera. Y está buenísima.

Después de ponerse unos pantalones vaqueros y una camiseta, Ronnie salió al porche con cautela. No sabía quién podía ser, pero no le daba buena espina.

—Tienes un aspecto terrible —le dijo Megan, sin ningún preámbulo.

Iba vestida con unos pantalones cortos y un top en forma de tubo, pero Jonah tenía razón: así de cerca, era incluso más guapa de lo que le había parecido en la boda. También irradiaba una confianza en sí misma que hizo que Ronnie se reanimara.

—Siento muchísimo haber echado a perder vuestra boda… —empezó a decir Ronnie.

Megan alzó una mano.

—No echaste a perder la boda —dijo con una sonrisa socarrona—. Conseguiste que la recepción fuera… memorable…

Ante aquel comentario, Ronnie notó que las lágrimas pujaban por escapársele de los ojos.

—No llores —la reconfortó Megan con dulzura—. No te culpo de nada. Tú no hiciste nada. Fue Marcus.

Ronnie pestañeó.

—Sí, sé lo que sucedió. Will y yo hablamos después de que mi madre acabara con él. Creo que entiendo perfectamente lo que sucedió. Así que, tal y como te he dicho, no te culpo de nada. Marcus no está bien de la cabeza. Siempre le ha faltado un tornillo.

Ronnie tragó saliva. A pesar de que Megan se estaba mostrando tan compasiva —o quizá precisamente porque se mostraba tan comprensiva—, la sensación de humillación se le intensificó aún más.

—Ya… Si no has venido a echarme la bronca, entonces, ¿por qué has venido? —preguntó Ronnie sumisamente.

—En parte porque hablé con Will. Pero el motivo principal es porque quiero saber una cosa. Y quiero que me digas la verdad.

Ronnie notó que se le encogía el estómago.

—¿Qué quieres saber?

—Quiero saber si amas a mi hermano.

Ronnie no estaba segura de si había oído bien la pregunta, pero Megan la miraba con resolución. De todos modos, ya no tenía nada que perder. Su relación con Will se había acabado. La distancia se encargaría del resto, si Susan no lo hacía primero.

Megan le había pedido la verdad; así pues, tenía que ser sincera con ella, no le quedaba otra opción.

—Sí, lo quiero.

—¿No es un amor de verano?

Ronnie sacudió la cabeza enérgicamente.

—Will y yo… —No se atrevió a continuar, por miedo a hablar más de la cuenta. Además, sabía que sus sentimientos no se podían describir con palabras.

Estudiando su cara, Megan empezó a sonreír lentamente.

—De acuerdo, te creo.

Ronnie frunció el ceño con consternación. Megan se echó a reír.

—No nací ayer. Ya he visto esa mirada antes. Como esta mañana, cuando me he mirado al espejo. Siento lo mismo por Daniel, pero he de admitir que me sorprende ver esa mirada en tus ojos. No creo que yo supiera lo que era el amor a los diecisiete años. Pero cuando es la persona correcta, lo es; simplemente lo sabes.

Mientras Ronnie asimilaba las palabras, decidió que Will no había sido justo cuando había descrito a su hermana. Megan no era fantástica, era…, era… mucho más que eso. Era la clase de persona que Ronnie quería ser dentro de unos años, prácticamente en todo. En cuestión de minutos, Megan se había convertido en su heroína.

—Gracias —murmuró, incapaz de pensar en otra respuesta mejor.

—No me lo agradezcas. No se trata de ti. Se trata de mi hermano, y él sigue locamente enamorado de ti —dijo, con una sonrisa de complicidad—. De todos modos, lo que te estoy diciendo es que si de verdad lo quieres, no deberías preocuparte por lo que pasó en la recepción. Lo único que hiciste fue proporcionarle una historia a mi madre para que la cuente sin parar el resto de sus días. Créeme, le sacará mucho jugo a la anécdota. Con el tiempo, lo superará. Siempre lo hace.

—No sé…

—Eso es porque no la conoces. Oh, es muy dura, no me malinterpretes. Y protectora. Pero cuando la conoces bien, no hay nadie mejor que ella en el mundo. Haría cualquier cosa por aquellos a los que ama.

Sus palabras sonaban como el eco de la descripción que le había dado Will, aunque, hasta ese momento, no había visto esa cara de Susan.

—Deberías hablar con Will —apuntó Megan con el aspecto serio, bajándose las gafas de sol hasta colocárselas adecuadamente mientras se preparaba para marcharse—. No te preocupes. No estoy sugiriendo que te pases por casa de mis padres. Y además, no está allí.

—¿Dónde está?

Megan hizo una seña con la cabeza por encima del hombro, hacia el muelle.

—Está en el torneo. Su primer partido empezará dentro de cuarenta minutos.

El torneo. Con la locura de los últimos acontecimientos, Ronnie se había olvidado por completo del torneo.

—Yo estaba allí, con él, hace un rato, pero cuando me marché, era evidente que Will no tenía la cabeza en el campeonato. Se agobió tanto con todo lo que pasó que no creo que haya pegado ojo en toda la noche. Especialmente después de lo que le dijiste a mi padre. No puedes desaparecer de su vida así, sin más. —Su voz era firme.

Megan se disponía a bajar los peldaños del porche cuando se giró para mirar a Ronnie otra vez.

—¿Y sabes una cosa? Daniel y yo hemos aplazado nuestra luna de miel por un día para poder ver a mi hermanito jugar en el torneo. Sería fantástico si lograra concentrarse en el partido. Seguro que le quitará importancia al asunto, pero sé que para él es importante hacerlo bien.

Tras ducharse y vestirse precipitadamente, Ronnie salió disparada hacia la playa. El área alrededor del muelle estaba atestada de gente, tanta como la que vio en su primera noche en aquella localidad.

En uno de los extremos del muelle habían erigido unas gradas provisionales alrededor de dos pistas, también montadas para la ocasión. Por lo menos debía de haber unos mil espectadores en las gradas. Y además había mucha más gente congregada a lo largo del muelle, desde donde también podían disfrutar del partido, aunque más alejados. En la playa no cabía ni un alfiler. Le costó mucho abrirse paso entre el hervidero de gente. Por un momento temió no ser capaz de encontrar a Will a tiempo.

Ahora comprendía por qué era tan importante para él ganar el torneo.

Buscó entre la concurrencia, y avistó a algunos jugadores de otros equipos, lo cual sólo sirvió para ponerla más nerviosa. Por lo visto, no había un área especial reservada para los jugadores; se desesperó al pensar que no conseguiría encontrarlo entre aquella multitud.

Hacía diez minutos que el partido había empezado y Ronnie ya estaba a punto de tirar la toalla cuando súbitamente lo vio caminando con Scott cerca de la ambulancia y del equipo de urgencias médicas. Will se quitó la camiseta y desapareció detrás de la ambulancia.

Ella empezó a avanzar dando codazos a la gente al tiempo que se disculpaba por empujarlos. Necesitó menos de un minuto para llegar al lugar donde lo había visto por última vez, pero Will no estaba a la vista. Siguió avanzando, y esta vez le pareció ver a Scott —costaba distinguirlo entre el montón de chicos rubios—. Justo cuando resoplaba con frustración, vio a Will de pie, solo, a la sombra de las gradas, tomando un largo trago de una botella de Gatorade.

Megan no había exagerado. Por el gesto desmayado de sus hombros podía adivinar que estaba completamente desfallecido, y no podía ver ni gota de la adrenalina normal previa a los partidos.

Sorteó a varios espectadores. Cuando estuvo más cerca, se puso a correr. Por un instante, pensó que él la miraba con cara de sorpresa, pero rápidamente le dio la espalda y Ronnie supo que su padre le había transmitido el mensaje.

Interpretó el dolor y la confusión en su reacción. Le habría gustado hablar largo y tendido con él para dejar las cosas claras, pero sabía que sólo faltaban unos minutos para que empezara el partido, así que no tenía tiempo. Tan pronto como estuvo a su lado, lo abrazó y lo besó con toda la pasión que pudo. Probablemente Will se quedó sorprendido, pero se recuperó rápidamente y se puso a besarla.

Ella se apartó y él empezó a decir:

—Lo que pasó ayer…

Ronnie sacudió la cabeza y puso un dedo delante de los labios de Will.

—Ya hablaremos más tarde, pero sólo para que lo sepas, retiro lo que le dije a tu padre. Te quiero. Y necesito que me hagas un favor.

Cuando él ladeó la cabeza, desconcertado, ella prosiguió:

—Que pongas toda la carne en el asador en el torneo.