24

Ronnie

Ronnie se quedó contemplando a Will mientras éste se alejaba. Reflexionaba sobre las cosas que él le había dicho y se preguntaba si tenía razón respecto a Blaze. Su próxima cita en el juzgado había sido una angustiosa carga mental durante todo el verano: a veces se preguntaba si pensar en el posible castigo era peor que el castigo en sí. A medida que pasaban las semanas, había empezado a despertarse por la noche y a no conseguir conciliar el sueño después. No es que la aterrorizara la idea de ir a la cárcel —dudaba mucho de que fueran a encerrarla—, pero tenía miedo de que esos delitos la marcaran y persiguieran durante toda su vida. ¿Tendría que exponer otra vez la historia antes de acceder a la universidad? ¿Se lo tendría que contar a sus futuros jefes? ¿Le darían un trabajo como maestra? Todavía no había decidido si quería ir a la universidad o ser maestra, pero el temor siempre estaba presente. ¿Sería una lacra para toda la vida?

Su abogada opinaba que no, pero tampoco podía prometerle nada.

Y la boda. Para Will era fácil pedirle que asistiera, asumir que no había para tanto. Pero Ronnie sabía que Susan no quería que fuera, y lo último que deseaba era convertirse en un incordio. Se suponía que tenía que ser el día más feliz de Megan.

Al llegar al porche posterior, estaba a punto de entrar en casa cuando oyó el chirrido de la mecedora. Sobresaltada, dio un brinco hacia atrás, y entonces vio a Jonah, que la estaba mirando.

—¡Puaj! ¡Qué asco!

—¿Qué haces aquí? —lo regañó, con el corazón todavía desbocado.

—Mirándoos a ti y a Will. Y tal y como te he dicho: ¡qué asco! —Sacudió los hombros y la cabeza con un escalofrío.

—¿Nos estabas espiando?

—Era imposible no hacerlo. Tú y Will estabais ahí, junto al taller. Parecía que él iba a estrujarte hasta matarte.

—No me estaba haciendo daño —le aseguró Ronnie.

—Sólo digo que lo parecía.

Ella sonrió.

—Ya lo comprenderás cuando seas más mayor.

Jonah sacudió la cabeza.

—Entiendo perfectamente lo que estabais haciendo. Lo he visto en las películas. Pero creo que era asqueroso.

—Eso ya lo habías dicho —señaló ella.

Su comentario pareció frenar a Jonah por un segundo.

—¿Y adonde va ahora?

—A su casa. Mañana tiene que trabajar.

—¿Vas a quedarte aquí fuera vigilando el nido de tortugas esta noche? Porque no hará falta que lo hagas. Papá ha dicho que lo podemos vigilar nosotros dos, esta noche.

—¿Has convencido a papá para que durmáis fuera?

—Él también quiere. Cree que será divertido.

«Lo dudo», pensó Ronnie, pero en cambio dijo:

—Vale. Por mí no hay ningún problema.

—Ya he preparado todas las cosas. El saco de dormir, la linterna, zumos, bocadillos, una caja de galletitas saladas, golosinas, patatas fritas, galletas y una raqueta de tenis.

—¿Piensas jugar al tenis?

—No, es por si viene el mapache. Ya me comprendes, por si intenta atacarnos.

—No os atacará.

—¿De veras? —Jonah parecía decepcionado.

—Bueno, de todos modos, quizá sea una buena idea —convino Ronnie—. Sólo por si acaso. Nunca se sabe.

Su hermano se rascó la cabeza.

—Sí, eso mismo pensaba yo.

Ronnie señaló hacia el taller.

—Por cierto, el vitral está quedando muy bonito.

—Gracias —dijo Jonah—. Papá quiere que cada pieza quede perfecta. Me hace repetir las piezas dos o tres veces. Pero le estoy cogiendo el tranquillo.

—Eso parece.

—Pero allí dentro hace mucho calor. Especialmente cuando enciende el horno. Es como estar dentro de un horno.

«Claro, es un horno», pensó Ronnie, pero en cambio dijo:

—¡Vaya! ¡Cuánto lo siento! ¿Y cómo va el asunto de las galletas?

—Bien. He de comérmelas mientras papá duerme la siesta.

—Papá no duerme la siesta.

—Ahora sí. Cada tarde, durante un par de horas. A veces, para despertarlo, he de zarandearlo con fuerza.

Ella se quedó mirando a su hermano fijamente antes de echar un vistazo al interior de la casa a través de la ventana.

—¿Y dónde está papá ahora?

—En la iglesia. El reverendo Harris pasó por aquí hace un rato. Últimamente viene mucho. Se ve que le gusta hablar con papá.

—Son amigos.

—Lo sé. Pero creo que papá utiliza eso como escusa. Me padece que ha ido a tocar el piano.

—¿De veras?

—Espera, espera… Ahora que recuerdo, no estoy seguro de si debía contártelo. Quizá será mejor que lo olvides.

—¿Y por qué no debías contármelo?

—Porque igual te enfadas otra vez con él, como aquel día.

—No voy a enfadarme con él —protestó Ronnie—. ¿Cuándo me has visto enfadarme con papá?

—La última vez que tocó el piano, ¿no te acuerdas?

«Ah, sí», pensó Ronnie. Ese niño tenía una memoria portentosa.

—No te preocupes. No pienso enfadarme de nuevo.

—Me alegro. Porque no quiero que le chilles. Mañana tenemos que ir a Fort Fisher a pescar, y quiero que papá esté de buen humor.

—¿Cuánto rato hace que se ha marchado a la iglesia?

—No lo sé. Diría que un par de horas. Por eso estaba aquí fuera, esperándolo. Y entonces apareciste tú con Will y empezasteis a daros el lote.

—¡Oye! ¡Sólo nos estábamos besando!

—No, no me convences. Definitivamente, os estabais dando el lote —alegó Jonah, con absoluta convicción.

—¿Has cenado? —le preguntó ella, intentando cambiar de tema.

—Estaba esperando a papá.

—¿Quieres que te prepare un par de perritos calientes?

—¿Sólo con ketchup? —le pidió él, con carita de circunstancias.

Ronnie suspiró.

—Vaaaaale.

—Pensaba que ni siquiera te atrevías a tocar la carne.

—Aunque te parezca increíble, últimamente he tenido que tocar un montón de peces muertos, así que un perrito caliente ya no me parece algo tan repugnante.

Él sonrió.

—¿Me llevarás al acuario un día, para que vea cómo das de comer a las nutrias?

—Si quieres, incluso podría conseguir que les dieras de comer tú.

—¿De verdad? —Jonah alzó la voz, emocionado.

—Supongo que sí. Tendré que pedir permiso, claro, pero a veces dejan que lo hagan los grupos de estudiantes que vienen de visita, así que no creo que haya ningún inconveniente.

Su pequeña cara se iluminó.

—¡Caramba! ¡Gracias! —Acto seguido, se levantó de la mecedora y agregó—: Ah, por cierto, me debes diez pavos.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? Para que no le cuente a papá lo que estabais haciendo tú y Will.

—¿Hablas en serio? ¿A pesar de que he ofrecido prepararte la cena?

—Vamos, tú trabajas y yo soy pobre.

—Por lo visto crees que gano más de lo que realmente me pagan. No tengo diez dólares. Todo lo que he ganado lo he invertido en ayudar a pagar a la abogada.

Jonah consideró la explicación.

—¿Qué tal cinco?

—¿Aceptarías que te diera cinco dólares incluso cuando te he dicho que no dispongo ni de diez dólares para mí? —Ronnie puso cara de ofendida.

Jonah volvió a pensárselo unos segundos.

—¿Y qué tal dos?

—¿Qué tal uno?

—Trato hecho. —Sonrió él.

Después de prepararle la cena a su hermano —quería los perritos calientes hervidos, y no hechos en el microondas—, Ronnie se marchó a la iglesia, por la playa. No quedaba muy lejos, pero estaba en la dirección opuesta a la ruta que solía tomar, y ni siquiera se había fijado en el edificio las pocas veces que había pasado por allí.

Mientras se acercaba, vio la silueta del capitel, que sobresalía en el cielo nocturno. De no ser por aquel detalle, la iglesia se hubiera fundido por completo con el entorno, básicamente porque era mucho más pequeña que cualquiera de las casas que la flanqueaban y porque en ella no destacaba ningún ornamento lujoso. Las paredes estaban hechas de tablas horizontales, y a pesar de que se trataba de una nueva edificación, la construcción ya mostraba un aspecto deteriorado.

Ronnie tuvo que pasar por encima de la duna para llegar al aparcamiento situado a un lado del edificio, y desde allí sí que detectó más pruebas de la reciente actividad: un contenedor lleno de escombros, una pila de planchas de madera contrachapada apoyadas al lado de la puerta y una camioneta cargada con materiales de construcción aparcada cerca de la entrada. La puerta principal estaba entreabierta, iluminada por un suave hilillo de luz, a pesar de que el resto del edificio parecía hallarse completamente a oscuras.

Se dirigió hacia la puerta y entró. Al echar un vistazo a su alrededor, constató que todavía faltaba mucho trabajo por hacer. El suelo era de cemento, la pared enyesada no parecía completamente acabada y tampoco había ni sillas ni bancos para que los feligreses pudieran sentarse. Una capa de polvo cubría básicamente todos los tablones apilados en el suelo; sin embargo, allí delante, donde Ronnie podía imaginarse al reverendo Harris dando el sermón los domingos, vio a su padre sentado detrás de un piano nuevo que parecía absolutamente fuera de lugar. Una vieja lámpara de aluminio, enchufada a un cable eléctrico que se extendía por el suelo, dispensaba la única iluminación.

Steve no la había oído entrar, y continuó tocando. Ronnie no reconoció la canción. Parecía contemporánea, a diferencia de la música que solía tocar, pero tuvo la impresión de que estaba como… inacabada. Su padre pareció pensar lo mismo, porque se detuvo un momento, por lo visto había decidido añadir unas nuevas notas, y volvió a empezar desde el principio.

Esta vez, Ronnie escuchó los cambios sutiles que él acababa de aplicar. Sin lugar a dudas, enriquecían la canción, pero la melodía seguía sin sonar del todo perfecta. Ronnie sintió una enorme alegría al constatar que todavía tenía la habilidad no sólo de interpretar música, sino de imaginar posibles variaciones. Cuando era más pequeña, ése era el talento que más había sorprendido a su padre, por encima de los demás.

Steve volvió a empezar, aplicando más cambios; mientras ella lo miraba, supo que él se sentía feliz. A pesar de que la música ya no formaba parte de la vida de Ronnie, siempre había formado parte de la vida de su padre, y de repente se sintió culpable por habérsela arrancado. Recordó que se había enfadado porque había pensado que él trataba de convencerla para que volviera a tocar, pero ¿ésa había sido su intención, en realidad? ¿Lo hacía por ella? ¿O en cambio tocaba porque era una parte esencial de su personalidad?

No estaba segura, pero al observarlo, se sintió conmovida por el sacrificio que su padre había hecho. La seriedad con que él analizaba cada nota y la facilidad con que aplicaba cambios a la canción le hizo comprender todo lo que él había tenido que renunciar para satisfacer su exigencia infantil.

Mientras tocaba, tosió una vez, y después otra, antes de dejar de tocar. Siguió tosiendo, cada vez más violentamente, y al ver que el ataque de tos no mermaba, Ronnie echó a correr hacia él.

—¡Papá! —gritó—. ¿Estás bien?

Steve levantó la cabeza y, sin saber cómo, la tos empezó a calmarse. Cuando ella finalmente se inclinó a su lado, él volvía a respirar casi con normalidad, únicamente soltando un ligero silbido imposible de controlar.

—Estoy bien —le aseguró, con la voz debilitada—. Aquí dentro hay demasiado polvo. Me molestaba en la garganta y tengo estos ataques de tos. Siempre me pasa lo mismo.

Ella lo miró sin pestañear, y pensó que estaba un poco pálido.

—¿Seguro que sólo se trata de eso?

—Sí, seguro. —Le propinó una palmadita en la mano—. ¿Qué haces aquí?

—Jonah me dijo dónde estabas.

—Me temo que me has pillado con las manos en la masa, ¿eh?

Ronnie sacudió la cabeza lentamente.

—No pasa nada, papá. Es una necesidad, ¿no?

Cuando él no contestó, ella señaló hacia el teclado, recordando todas las canciones que habían escrito juntos.

—¿Qué melodía estabas tocando? ¿Estás practicando una nueva canción?

—Ah, eso… Más bien diría que lo que intento es escribirla. Sólo es una música que tengo en la cabeza. Nada importante.

—Pues parecía buena…

—No. No sé qué es lo que falla. Quizá tú sí que lo sepas, siempre habías sido mejor compositora que yo, pero no sé por qué no consigo que suene completamente bien. Es como si lo estuviera haciendo todo al revés.

—Era buena —insistió ella—. Y era… más moderna que lo que sueles tocar.

Steve sonrió.

—Te has fijado, ¿eh? No la empecé así, pero la verdad es que no sé qué me pasa.

—Quizás has estado escuchando mi iPod.

Él sonrió.

—No, te aseguro que no.

Ronnie miró a su alrededor.

—¿Cuándo estará acabada la iglesia?

—No lo sé. La compañía de seguros no puede cubrir todos los desperfectos. De momento, las obras están paradas.

—¿Y el vitral?

—Todavía tengo la intención de acabarlo. —Steve señaló hacia una apertura tapada con una plancha de madera en la pared detrás de él—. Lo colocarán ahí, aunque tenga que hacerlo yo mismo.

—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó Ronnie, con un manifiesto escepticismo.

—Todavía no.

Ella sonrió.

—¿Por qué hay un piano aquí, si la iglesia no está acabada? ¿No tienen miedo de que venga alguien y se lo lleve?

—En teoría no debían haberlo traído hasta que la iglesia hubiera estado acabada, y técnicamente se supone que no debería estar aquí. El reverendo Harris espera encontrar a alguien que acepte guardarlo, pero puesto que todavía no hay fecha de finalización de las obras, no es tan fácil como parece. —Se dio la vuelta para mirar hacia la puerta principal y se mostró sorprendido al ver que ya era de noche—. ¿Qué hora es?

—Un poco más de las nueve.

—¡Cielos! —exclamó, al tiempo que se levantaba precipitadamente—. ¡No me había dado cuenta de la hora! Le he dicho a Jonah que acamparíamos esta noche al lado del nido de tortugas. Y, además, he de prepararle la cena.

—De eso ya me he encargado yo.

Él sonrió, pero mientras recogía la partitura y apagaba la luz de la iglesia, Ronnie se quedó sobrecogida al ver su aspecto, tan cansado y frágil.