Will
Will tenía la sensación de que el verano se le estaba pasando demasiado rápido. Entre trabajar en el taller y pasar casi todo el resto de su tiempo libre con Ronnie, los días parecían esfumarse volando. A medida que se acercaba el mes de agosto, empezó a ponerse más nervioso al pensar que dentro de unas pocas semanas ella regresaría a Nueva York y él empezaría sus estudios en Vanderbilt.
Ronnie se había convertido en parte de su vida —en muchos aspectos, la mejor parte—. A pesar de que no siempre la comprendía, en cierto modo era como si sus diferencias ayudaran a consolidar su relación. Cuando él le pidió que dejara que la acompañara al juzgado, ella se negó rotundamente; sin embargo, Will recordaba su cara de sorpresa cuando lo encontró esperándola fuera del juzgado con un ramo de flores. Sabía que estaba muy angustiada por que no hubieran retirado los cargos —debía comparecer nuevamente ante el juez el 28 de agosto, tres días antes de que él se marchara a la universidad—, pero Will estuvo seguro de que no se había equivocado al presentarse en la puerta del juzgado cuando ella aceptó el ramo con un beso tímido.
Ronnie lo sorprendió cuando le comunicó que la habían contratado en el acuario para un trabajo de media jornada. No le había comentado sus planes previamente, ni tampoco le pidió que diera referencias de ella. Ni siquiera sabía que deseara trabajar. Cuando después le preguntó al respecto, ella le respondió:
—Tú trabajas todo el día, y mi padre y Jonah están ocupados con el vitral. Necesito hacer algo; además, quiero pagarme el abogado. No es que a mi padre le sobre el dinero.
Cuando la recogió después de su primer día de trabajo, sin embargo, se fijó en que su piel tenía un tono cetrino.
—He tenido que dar de comer a las nutrias —le explicó—. ¿Alguna vez has tenido que meter la mano en un cubo lleno de peces muertos y pegajosos? ¡Es asqueroso!
Hablaban largo y tendido. No parecían tener bastante tiempo para compartir todo lo que querían. A veces era una charla distendida, para llenar los momentos de silencio —cuando comentaban sus películas favoritas, por ejemplo, o cuando ella le contaba que, a pesar de ser vegetariana, todavía no había decidido si los huevos o la leche contaban—. Le explicó más anécdotas de la época en que tocaba el piano y de su relación con su padre; Will confesó que a veces le molestaba sentir la responsabilidad de ser la clase de persona que su madre insistía en que fuera. Hablaron de su hermano, Jonah, y de su hermana, Megan, y especularon y soñaron sobre qué les depararía el futuro. Para Will, su futuro parecía estar indiscutiblemente escrito: cuatro años en Vanderbilt; después de graduarse, adquiriría experiencia trabajando en alguna otra empresa antes de volver para dirigir el negocio familiar. Cada vez que recitaba el plan de memoria, podía escuchar la voz de su madre susurrándole que se sentía totalmente satisfecha, y a menudo se preguntaba si eso era lo que él realmente quería. En cuanto a Ronnie, ella admitió que no estaba segura de lo que pensaba hacer al año siguiente. La incertidumbre no parecía asustarla, y eso hacía que Will aún la admirase más. Una noche, mientras él reflexionaba acerca de sus respectivos planes, se quedó sorprendido al constatar que ella tenía más libertad de escoger su destino que él.
A pesar de las jaulas que habían puesto para resguardar todos los nidos de tortugas a lo largo de la playa, los mapaches habían excavados túneles por debajo de los alambres y habían destrozado seis nidos. Tan pronto como Ronnie se enteró de lo que había sucedido, insistió en que hicieran turnos para vigilar el nido detrás de la casa. No existía ninguna razón para que los dos estuvieran de centinelas toda la noche, pero acabaron por pasar casi todos los días allí juntos, tumbados, besándose y hablando en voz baja hasta pasada la medianoche.
Scott, por supuesto, no podía comprenderlo. En más de una ocasión, Will llegaba tarde al entrenamiento; Scott deambulaba entonces arriba y abajo visiblemente nervioso, preguntándose qué mosca le había picado a su amigo. En el taller, cuando Scott le preguntaba qué tal le iba con Ronnie, Will no era muy explícito —sabía que no se lo preguntaba porque realmente le interesara—. De hecho, hizo todo lo que pudo por mantener la atención de Will centrada en el próximo torneo de vóley-playa, comportándose como si no dudara de que su amigo pronto acabaría por poner toda la carne en el asador, o como si su novia no existiera.
Lamentablemente, Ronnie no se había equivocado en cuanto a la madre de Will. A pesar de que no le había dicho nada directamente acerca de su nueva amiga, él podía adivinar su disconformidad en su sonrisa forzada cada vez que mencionaba el nombre de Ronnie y en la actitud desdeñosa que adoptaba cuando traía a Ronnie a casa. Nunca le preguntaba por ella; cuando Will hacía algún comentario sobre su novia —sobre lo bien que se lo habían pasado juntos, o lo ingeniosa que era, o sobre cómo ella parecía comprenderlo mejor que nadie—, su madre solía replicar con algún comentario negativo como: «Pronto irás a Vanderbilt, y una relación a distancia resulta muy dura de mantener». Incluso a veces ella se planteaba en voz alta si no «pasaban demasiado tiempo juntos». Will la detestaba cuando decía esas cosas. Tenía que contenerse para no replicarle con algún comentario desagradable, porque sabía que ella estaba siendo injusta. A diferencia de prácticamente el resto de la gente que Will conocía, Ronnie no bebía alcohol ni decía palabrotas ni chismorreaba, y tampoco habían pasado de darse unos pocos besos, pero él sabía intuitivamente que a su madre no le importaban aquellos detalles. Ella estaba encorsetada en sus prejuicios, por lo que cualquier intento de hacerla cambiar de opinión al respecto era inútil. Frustrado, empezó a poner excusas para estar cada vez más tiempo fuera de casa. No sólo por la incomodidad que su madre sentía ante Ronnie, sino por la incomodidad que él empezaba a sentir ante su madre.
Y por la incomodidad consigo mismo, por supuesto, por fallarle a su madre de nuevo.
Salvo la preocupación de Ronnie a causa del juicio que tenía pendiente, la única mancha en su increíblemente idílico verano era la abominable presencia de Marcus. A pesar de que casi siempre lograban esquivarlo, a veces resultaba del todo imposible. Cuando se topaban con él, Marcus siempre parecía encontrar una forma de provocar a Will, normalmente soltándole algo sobre Scott. Will se quedaba paralizado. Si reaccionaba enfadándose, Marcus podría ir a hablar con la Policía; si no hacía nada, se sentía avergonzado. Allí estaba él, saliendo con una chica que había comparecido ante un juez y que había admitido su culpa abiertamente; que él no pudiera reunir el coraje para hacer lo mismo empezaba a atormentarlo. Había intentado hablar con Scott sobre la posibilidad de aclararlo todo e ir a hablar con la Policía, pero su amigo se había negado en rotundo. Y con sus indirectas, nunca dejaba que Will se olvidara de lo que había hecho por él y por su familia aquel horrible día en que Mike falleció. Will admitía que Scott se había comportado como un verdadero héroe, pero a medida que transcurría el verano, empezó a cuestionarse si una buena acción justificaba hacer la vista gorda ante aquel desatino que había acabado en el incendio; en sus momentos de mayor abatimiento, era consciente del precio que tenía que pagar por la amistad de Scott.
Una noche, a principios de agosto, Will quedó con Ronnie para ir a la playa a coger cangrejos araña.
—¡Te dije que no me gustan los cangrejos! —refunfuñó Ronnie, aferrándose al brazo de Will con los dedos crispados y con la cara aterrada.
Él se echó a reír.
—¡Pero si sólo son cangrejos araña! No te harán nada.
Ronnie arrugó la nariz.
—Parecen unos bichos horripilantes de otro planeta, que se arrastran por el suelo, listos para atacar.
—Olvidas que fue idea tuya salir a coger cangrejos.
—No, fue idea de Jonah. Dijo que era divertido. Pero me lo tengo merecido, por hacer caso de alguien que cree que la vida es como los dibujos animados que ve a todas horas.
—Pensé que una persona que se atreve a dar de comer peces pegajosos a las nutrias no se asustaría por unos poquitos cangrejos inofensivos.
Will barrió la arena con la luz de su linterna, iluminando a las criaturas que se movían sigilosamente.
Ella examinó el terreno con cara de angustia, temiendo que algún cangrejo se le acercara.
—En primer lugar, no son unos poquitos cangrejos inofensivos. ¡Hay cientos de ellos! Y en segundo lugar, si hubiera sabido que esto es lo que pasa en la playa por la noche, te habría hecho dormir al lado del nido de las tortugas cada día. Así que, para que lo sepas, estoy un poco enojada contigo por haberme ocultado este detalle. Y en tercer lugar, que trabaje en el acuario no significa que me guste que los cangrejos se paseen por encima de mis pies.
Will se esforzó por mantener el semblante serio, pero le costaba demasiado. Cuando ella alzó la cabeza, lo pilló sonriendo.
—Deja de burlarte de mí. No es divertido.
—Sí que lo es…, quiero decir, debe de haber unos veinte niños pequeños por aquí con sus padres haciendo lo mismo que nosotros.
—No es culpa mía que sus padres no tengan ni una pizca de sentido común.
—¿Quieres que regresemos a tu casa?
—No. Puesto que has conseguido meterme en medio de este enjambre de bichos, intentaré aguantarme.
—¿Sabes que en otras ocasiones hemos estado paseando por la playa incluso más tarde?
—Lo sé. Pero de nuevo te doy las gracias por traer la linterna y echar a perder los buenos recuerdos que tenía respecto a esos momentos.
—Muy bien —dijo él, y apagó la linterna.
Ronnie le clavó las uñas en el brazo.
—¿Qué haces? ¡Enciéndela enseguida!
—Acabas de decir que no quieres la linterna.
—¡Pero si no la enciendes, no puedo ver los cangrejos!
—Bueno, no pasa nada.
—¡Sí que pasa! ¡Eso significa que puedo estar rodeada de esos bichos horripilantes justo en este preciso instante! ¡Haz el favor de encender la linterna! —le suplicó.
Él obedeció. Mientras reanudaban el paseo por la playa, se echó a reír.
—Espero que un día pueda comprenderte.
—No lo creo. Si no lo has conseguido todavía, quizá no seas capaz de hacerlo nunca.
—A lo mejor tienes razón —admitió él, rodeándola con un brazo—. Todavía no me has dicho si piensas venir a la boda de mi hermana.
—Es que todavía no lo he decidido.
—Quiero que conozcas a Megan. Es fantástica.
—No es tu hermana la que me preocupa. La verdad es que creo que a tu madre no le hará gracia que vaya.
—¿Y qué? No es su boda. Mi hermana sí que quiere que vayas.
—¿Le has hablado de mí?
—Por supuesto.
—¿Y qué le has dicho?
—La verdad.
—¿Que crees que soy paliducha?
Él la miró a los ojos.
—¿Todavía piensas en eso?
—No. Lo tengo absolutamente superado.
Will resopló, divertido.
—Muy bien, contestando a tu pregunta, no. No le he dicho que eres paliducha. Le he dicho que «eras» paliducha.
Ella le propinó un codazo en las costillas, y él fingió implorar clemencia.
—Era broma, era broma… Nunca diría una cosa así.
—Entonces, ¿qué le has contado?
Will se detuvo y se giró para mirarla.
—Ya te lo he dicho: la verdad. Que eres ingeniosa y divertida, y que es muy fácil estar contigo y que eres preciosa.
—Ah, vale.
—¿No piensas decirme que me quieres?
—No estoy segura de si puedo querer a una persona tan perversa —bromeó ella, al tiempo que lo rodeaba con ambos brazos—. Esta es mi forma de pagarte por haber permitido que los cangrejos se paseen por encima de mis pies. Por supuesto que te quiero.
Se besaron antes de reanudar la marcha. Ya casi habían llegado al muelle y estaban a punto de dar la vuelta cuando divisaron a Scott, junto a Ashley y Cassie; se acercaban en dirección contraria. Ronnie se puso tensa bajo el brazo de Will al ver que Scott se desviaba para ir a su encuentro.
—¡Por fin te encuentro! —exclamó Scott cuando estuvo más cerca. Se detuvo delante de ellos—. Llevo toda la noche enviándote mensajes al móvil.
Will estrechó a Ronnie con más fuerza.
—Lo siento. Me he dejado el móvil en casa de Ronnie. ¿Qué pasa?
Mientras Scott contestaba, Will podía notar cómo Ashley fulminaba a Ronnie con una mirada asesina.
—He recibido llamadas de cinco de los equipos que participarán en el torneo, y nos han propuesto unos encuentros amistosos previos, a modo de entrenamiento. Todos ellos son muy buenos, y quieren jugar unos partidos para prepararnos para ganar a Landry y a Tyson. O sea, mucha práctica, muchos partidos, muchas horas de entrenamiento. Incluso estamos pensando en hacer intercambios de parejas de vez en cuando para mejorar nuestros tiempos de reacción, puesto que todos tenemos estilos diferentes.
—¿Y cuándo vendrán?
—Cuando les confirmemos que estamos listos, pero estábamos pensando en esta misma semana.
—¿Y cuánto tiempo se quedarán?
—No lo sé. ¿Tres o cuatro días? Supongo que apurarán hasta el torneo. Sé que tienes la boda de tu hermana y los ensayos, pero podrías encontrar unas horas para entrenar.
Will pensó de nuevo en los pocos días que le quedaban para estar con Ronnie.
—¿Tres o cuatro días?
Scott frunció el ceño.
—¡Vamos, hombre! Es justo lo que necesitamos para poder ganar.
—¿No crees que estamos listos?
—Pero ¿se puede saber qué diantre te pasa? ¿Sabes cuántos entrenadores de la costa oeste vendrán a ver el torneo? —Con un dedo acusador, señaló a Will—. Probablemente tú no necesites una beca de vóley-playa para que te acepten en la universidad, pero yo sí. Y ésta es la única oportunidad que tengo de que me vean jugar.
Will titubeó.
—Deja que lo piense, ¿vale?
—¿Quieres «pensártelo»?
—Primero tengo que hablar con mi padre. No puedo decidir saltarme cuatro días de trabajo sin pedirle permiso. Y de todos modos, no creo que pueda.
Scott miró a Ronnie con cara de pocos amigos.
—¿Estás seguro de que es el trabajo lo único que se interpone?
Will reconoció el tono provocador, pero no quería pelearse con Scott, que también pareció pensárselo mejor, y antes de continuar por esa vía, retrocedió un paso.
—Muy bien, de acuerdo. Habla con tu padre. Me da igual —dijo—. Quizá puedas encontrar, en tu apretada agenda, «un poco de tiempo» para entrenar.
Con ese alegato, se dio la vuelta y se alejó sin mirar hacia atrás ni una sola vez. Will, sin estar seguro de qué más podía hacer, decidió reanudar la marcha con Ronnie hacia su casa.
Cuando estuvieron lo bastante lejos de Scott como para que éste no pudiera oírlos, Ronnie lo rodeó por la espalda con el brazo y le preguntó:
—¿Se refiere al torneo del que me habías hablado?
Will asintió.
—El próximo fin de semana. El día después de la boda de mi hermana.
—¿En un domingo?
Él asintió.
—El torneo dura dos días, pero las mujeres juegan el sábado.
Ronnie se quedó pensativa.
—¿Y Scott necesita una beca de vóley-playa para ir a la universidad?
—Le sería de gran ayuda.
Ronnie lo obligó a detenerse.
—Entonces saca tiempo para entrenar. Practicad todo lo que haga falta. Haced lo que sea necesario para estar listos. Es tu amigo, ¿no? Ya nos apañaremos para encontrar momentos para estar juntos. Aunque eso implique que tengamos que pasarnos las horas sentados junto al nido de tortugas. No me importa ir a trabajar cansada.
Mientras ella hablaba, Will sólo podía pensar en lo bonita que era y en lo mucho que la iba a echar de menos.
—¿Qué pasará con nuestra relación, Ronnie? ¿Al final del verano? —le preguntó al tiempo que escrutaba su cara.
—Tú irás a la universidad —contestó Ronnie, desviando la vista—. Y yo regresaré a Nueva York.
Will la cogió por la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Sí, sé perfectamente a qué te refieres. Pero no sé qué es lo que quieres que te diga. No sé qué es lo que podemos decir.
—¿Qué tal un… «no quiero que lo nuestro se acabe»?
Los ojos de Ronnie adoptaron un tono verde oscuro y se llenaron de ternura, como si le pidieran disculpas.
—No quiero que lo nuestro se acabe —repitió suavemente.
A pesar de que eso era lo que él deseaba oír y de que obviamente ella lo decía de corazón, Will se dio cuenta de que ella sabía que las palabras, aunque fueran ciertas, no podían cambiar lo inevitable, podían lograr que él se sintiera mejor.
—Iré a Nueva York a visitarte —le prometió Will.
—Eso espero.
—Y quiero que tú vengas a Tennessee.
—Supongo que podré soportar otro viajecito al sur, si tengo un buen motivo para hacerlo.
Él sonrió mientras retomaban el paseo por la playa.
—¿Sabes qué? Haré todo lo que Scott me pida que hagamos para prepararnos para el torneo si me prometes que vendrás a la boda de mi hermana.
—En otras palabras, harás lo que se suponía que tenías que hacer, y a cambio, obtendrás lo que quieres.
Will no lo habría expresado en esos términos. Pero, pensándolo detenidamente, Ronnie tenía razón.
—Sí. Supongo que sí —admitió.
—¿Alguna cosa más, puesto que estás de ese talante negociador agresivo?
—Ahora que lo dices, sí, hay otra cosa. Quiero que intentes hablar con Blaze.
—Pero ¿qué dices? Ya lo he intentado.
—Lo sé, pero ¿cuándo? ¿Hace seis semanas? Nos ha visto juntos, así que sabe que no estás interesada en Marcus. Y ya ha tenido tiempo para que se le pase el enfado.
—No funcionará. No confesará la verdad —se rindió Ronnie—. Eso significaría que se metería en un buen lío.
—¿Cómo? ¿Qué cargos le imputarían? La cuestión es que no quiero que tengas que pagar por algo que no has hecho. La propietaria y el fiscal del distrito se niegan a escucharte; no digo que Blaze vaya a hacerte caso, pero no veo qué otra alternativa te queda si quieres salir bien parada de este problema.
—No funcionará —insistió Ronnie.
—Quizá no. Pero creo que vale la pena probarlo. Conozco a Blaze desde que éramos niños, y no siempre ha sido así. A lo mejor todavía le queda un poco de sentido común, y en el fondo sabe que está haciendo algo malo y lo único que necesita es una buena razón para intentar reparar el daño que ha hecho.
Ronnie no parecía estar del todo de acuerdo, pero tampoco se negó en redondo. Regresaron a casa inmersos cada uno en su propio silencio. Cuando estuvieron cerca, Will vio la luz encendida y la puerta del taller entreabierta.
—¿Tu padre todavía está trabajando en el vitral, a estas horas?
—Eso parece.
—¿Puedo verlo?
—¿Por qué no?
Juntos, se encaminaron hacia el edificio destartalado. Una vez dentro, Will vio una simple bombilla, sin pantalla, que colgaba de un cable eléctrico, encima de una gran mesa de trabajo que ocupaba el centro de la sala.
—Vaya, no está —dijo Ronnie, mirando a su alrededor.
—¿Es el vitral? —preguntó Will, que se acercó a la mesa de trabajo—. Es enorme.
Ronnie se colocó a su lado.
—Es sorprendente, ¿no te parece? Es para la iglesia que están reconstruyendo un poco más abajo, en esta misma calle.
—No me lo habías dicho. —Su voz parecía tensa, incluso Will fue consciente de ello.
—No pensé que fuera importante —contraatacó ella automáticamente—. ¿Por qué? ¿Acaso es importante?
Will intentó apartar de su mente las imágenes de Scott y del incendio.
—No, la verdad es que no —se apresuró a responder, fingiendo inspeccionar el cristal—. Simplemente es que no sabía que tu padre tuviera la habilidad de montar algo tan complejo.
—Yo tampoco lo sabía. Ni él tampoco, hasta que empezó. Pero me dijo que era muy importante para él, así que puede que eso tenga algo que ver.
—¿Por qué es tan importante para él?
Mientras Ronnie relataba la historia que su padre le había contado, Will permanecía con los ojos fijos en la vidriera, recordando lo que Scott había hecho. Y, por supuesto, lo que «él» no había hecho. Ronnie debió de detectar algo en su cara porque, cuando acabó, lo escrutó con curiosidad.
—¿En qué estás pensando?
Will pasó la mano por encima del vitral antes de contestar.
—¿Alguna vez te has preguntado qué significa la amistad?
—¿A qué te refieres?
Él giró la cara para mirarla a los ojos.
—¿Hasta dónde serías capaz de llegar para proteger a un amigo?
Ella reflexionó.
—Supongo que eso dependería de lo que hubiera hecho mi amigo. Y de la gravedad del delito. —Apoyó la mano en la espalda de Will—. ¿Qué intentas decirme?
Cuando él no contestó, Ronnie lo miró sin pestañear.
—Tarde o temprano, tendrás que hacer lo que es correcto, aunque te cueste. Sé que mi consejo quizá no te sirva de ayuda, y también sé que no siempre es fácil decidir qué es lo correcto. Por lo menos, de entrada. Pero incluso cuando me estaba justificando a mí misma que robar no era un delito tan grave, sabía que me estaba engañando. Y eso hacía que me sintiera… mal, muy mal conmigo misma. —Se acercó más a Will hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la de él. Will notó el aroma a arena y a mar en su piel—. Acepté los cargos sin rechistar porque algo en mi interior me decía que lo que había hecho estaba mal. Algunas personas pueden vivir con esa carga, si son capaces de escapar airosas del castigo. Allí donde yo veo blanco y negro, ellas ven matices grises. Pero yo no soy así… Y tampoco creo que tú seas así.
Will apartó la mirada. Quería contárselo, se moría de ganas de confesarlo todo, ya que sabía que ella tenía razón, pero no parecía capaz de encontrar las palabras apropiadas. Ronnie lo comprendía como nadie. Pensó que tenía mucho que aprender de esa chica. Con ella a su lado, lograría ser una persona mejor. En muchos sentidos, la necesitaba. Se obligó a sí mismo a asentir, y Ronnie apoyó la cabeza en su hombro.
Cuando finalmente salieron del cobertizo, Will la detuvo antes de que ella se encaminara a la casa. La atrajo hacia sí y empezó a besarla. Primero en los labios, luego en la mejilla, y por último en el cuello. La piel de Ronnie era como fuego, como si se hubiera pasado horas tumbada bajo el sol; cuando volvió a besarla en los labios, notó que ella arqueaba la espalda para pegarse más a su cuerpo. Will hundió los dedos en su melena y continuó besándola al tiempo que la iba acorralando contra la pared del taller. La quería, la deseaba. Mientras seguían besándose, podía notar los brazos de ella recorriéndole la espalda y los hombros. Aquel tacto era una descarga eléctrica en su piel, aquel aliento cálido contra el suyo… Will sintió cómo lentamente se dejaba arrastrar hasta un lugar gobernado sólo por los sentidos.
Will empezó a acariciarle la espalda y el vientre hasta que al final notó que Ronnie ponía las manos en su pecho para apartarlo.
—Por favor —suspiró ella—. Será mejor que no sigamos.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que nos pille mi padre. Podría estar viéndonos ahora mismo, a través de la ventana.
—Sólo nos estamos besando.
—Ya. Y es evidente que nos sentimos atraídos el uno por el otro. —Rió ella.
Una lánguida sonrisa se perfiló en los labios de Will.
—¿Cómo? ¿No nos estábamos besando únicamente?
—Sólo digo que parecía que… lo que hacíamos conducía inevitablemente hacia algo más —explicó ella, alisándose la camiseta.
—¿Y dónde está el problema?
Con su expresión, Ronnie le estaba implorando que se dejara de juegos. Sabía que ella se estaba mostrando sensata, a pesar de que el resultado no fuera el que él deseaba.
—Tienes razón —resopló, deslizando la mano hasta colocarla sobre el hueco de la cintura de Ronnie—. Intentaré controlarme.
Ella lo besó en la mejilla.
—Confío plenamente en ti.
—¡Vaya! Gracias —le replicó, con un tono disconforme.
—Iré a ver cómo está mi padre, ¿vale? —dijo ella, y le guiñó el ojo.
—Vale. De todos modos, mañana he de estar temprano en el trabajo.
Ronnie sonrió.
—Qué pena. Yo mañana no empiezo hasta las diez.
—¿Todavía tienes que dar de comer a las nutrias?
—Se morirían de hambre sin mí. Diría que ahora me he vuelto indispensable.
Will soltó una carcajada.
—¿Te había dicho que creo que eres una buena guardiana?
—No creo que nadie me lo haya dicho antes. Y para que lo sepas, no me molesta tenerte cerca.