21

Ronnie

De acuerdo, tenía que admitir que no le costaría nada acostumbrarse a vivir de aquella manera: tumbada todo el día, apalancada en el trampolín junto a la piscina del jardín, con un vaso de té dulce helado a su lado y una bandeja de fruta que le serviría el chef con unos cubiertos de plata, en un plato adornado con menta fresca.

Sin embargo, no alcanzaba a imaginar lo que debía de haber sido para Will crecer en un mundo como aquél. Pero claro, ya que él no había conocido otra forma de vivir diferente, probablemente no era capaz de apreciar las ventajas. Mientras tomaba el sol tumbada en el trampolín, miró de reojo a Will, que estaba de pie en el tejado de la choza, preparándose para saltar. Había trepado como un gimnasta; incluso desde aquella distancia, ella podía apreciar los músculos flexionándose en sus brazos y en su vientre.

—¡Eh! —gritó él—. ¿Quieres ver cómo hago una voltereta?

—¿Una voltereta? ¿Eso es todo? ¿Te subes hasta ahí arriba para ofrecerme sólo una voltereta?

—¿Y qué hay de malo en una voltereta? —quiso saber él.

—Sólo digo que todo el mundo puede hacer una voltereta. Incluso yo.

—¡Ja! ¡Ya me gustaría verlo! —la retó él, con escepticismo.

—Ahora no me apetece bañarme.

—¡Pero si te he invitado para que te bañaras en la piscina!

—Así es como nos bañamos las chicas como yo. También se llama «tomar baños de sol».

Will se echó a reír.

—La verdad es que no es una mala idea que tomes un poco el sol. Supongo que no veis demasiado el sol en Nueva York, ¿no?

—¿Me estás diciendo que estoy blanca? —Ronnie frunció el ceño.

—No —contestó él, sacudiendo la cabeza—. No estaba pensando en esa palabra. Creo que «paliducha» es algo más acertado.

—¡Caramba! ¡Qué adulador! A menudo me pregunto qué es lo que he visto en ti.

—¿Ah, sí? ¿Te lo preguntas a menudo?

—Sí, y he de admitir que si continúas usando palabras como «paliducha» para describirme, no creo que podamos soñar con un futuro esperanzador entre nosotros.

Él pareció evaluarla.

—¿Y si hago dos volteretas? ¿Me perdonarás?

—Sólo si acabas las volteretas con una perfecta inmersión de cabeza. Pero si dos volteretas acabadas en plancha es lo único que puedes hacer, fingiré estar impresionada, siempre y cuando no me salpiques.

Will enarcó una ceja antes de retroceder unos pocos pasos y después, tras tomar impulso, se lanzó al aire. Se encogió de rodillas, dio un par de volteretas rápidas y precisas, y se sumergió, tocando el agua primero con los brazos y luego con el resto del cuerpo, casi perfectamente recto.

«Eso sí que ha sido impresionante», pensó Ronnie, aunque no completamente sorprendida, dada la soltura con que ya lo había visto moverse en la pista de vóley playa. Cuando Will asomó la cabeza por la punta del trampolín, chorreando agua, ella sabía que él estaba satisfecho con su actuación.

—No está mal —sentenció ella.

—¿Cómo que no está mal?

—Te doy un 4,6.

—¿De cinco en total?

—De diez.

—¡Pero qué dices! ¡Por lo menos me merezco un ocho!

—Eso es lo que tú crees. Pero claro, aquí yo soy la que puntúa.

—¿Qué he de hacer para apelar? —protestó él, apoyando los codos en el extremo del trampolín.

—No puedes apelar. Es una decisión final.

—¿Y si no estoy de acuerdo?

—Entonces, quizás en la próxima ocasión te lo pensarás dos veces antes de utilizar la palabra «paliducha».

Will se echó a reír y empezó a mover el trampolín con brío. Ronnie se agarró a ambos lados de la tabla.

—¡Eh… para! ¡No hagas eso! —lo avisó.

—¿Te refieres a… esto? —dijo él, moviendo el trampolín hacia arriba y hacia abajo con más fuerza.

—¡Ya te he dicho que no me apetece bañarme! —chilló ella.

—Ya, pero en cambio yo sí que quiero que te bañes conmigo.

Sin previo aviso, la agarró por el brazo y tiró de ella. Ronnie perdió el equilibrio y cayó al agua. Tan pronto como sacó la cabeza para tomar aire, él intentó besarla, pero ella lo apartó con un empujón.

—¡No! —gritó, riendo, saboreando la agradable temperatura del agua y la sedosa sensación de la piel de Will contra la suya—. ¡No te perdono!

Mientras forcejeaba juguetonamente con él, Ronnie se dio cuenta de que Susan los observaba desde el porche. Por la expresión de su cara, era obvio que no estaba contenta. Nada contenta.

Más tarde, mientras regresaban a la playa para examinar el nido de las tortugas, se pararon a comprar un helado. Ronnie caminaba al lado de Will, lamiendo el cucurucho de nata que se derretía rápidamente, pensando que era sorprendente que sólo hiciera un día desde que se habían besado por primera vez. Si la noche anterior había sido casi perfecta, hoy todavía había sido mejor. Le encantaba la forma en que pasaban de la seriedad a la broma, y que él fuera tan ingenioso tomándole el pelo y que aceptara tan bien cuando ella se burlaba de él.

Pero no le perdonaba que la hubiera tirado a la piscina. Ronnie necesitaba controlar más su capacidad de reacción. No le resultó tan difícil vengarse: tan pronto como Will se llevó el cucurucho de nata a la boca, ella le propinó un manotazo y se lo estampó en la cara. Sin parar de reír burlonamente, huyó corriendo hacia la siguiente esquina, para caer directamente en… los brazos de Marcus.

Blaze estaba con él, y también Teddy y Lance.

—¡Vaya, vaya! ¡Menuda sorpresa! —pronunció Marcus, arrastrando las sílabas, al tiempo que agarraba a Ronnie con fuerza.

—¡Suéltame! —gritó ella, odiando el repentino pánico en su voz.

—Suéltala —añadió Will detrás de ella. Su voz era firme, seria—. Ahora.

Marcus parecía sorprendido.

—Deberías tener más cuidado por dónde andas, Ronnie.

—¡Ahora! —le exigió Will, con un tono imperativo.

—Tranquilo, niño rico. Ha sido ella la que se me ha echado encima; yo sólo me he limitado a evitar que se dé de bruces contra el suelo. Y por cierto, ¿cómo le va a Scott? ¿Ha estado jugando últimamente con más cohetes de botella?

Ante la sorpresa de Ronnie, Will se quedó paralizado. Con una risita desdeñosa, Marcus volvió a fijar toda su atención en ella. Le apretó el brazo con más fuerza antes de soltarla. Mientras Ronnie retrocedía, Blaze encendió una bola de fuego, con una expresión de absoluta impasibilidad.

—Me alegro de haber evitado que te dieras un batacazo —dijo Marcus—. No te ayudaría en absoluto presentarte llena de moratones ante el juez, el próximo martes, ¿no crees? No querrás que el juez crea que eres una chica violenta, además de una ladrona.

Ronnie se lo quedó mirando con la mandíbula desencajada, sin poder articular ni una palabra, hasta que Marcus se dio la vuelta. Mientras se alejaban, vio que Blaze le lanzaba la pelota encendida, que él cazó al vuelo con una increíble agilidad, y acto seguido volvió a lanzársela a Blaze.

Sentado en la duna al lado de su casa, Will permanecía callado mientras ella le contaba todo lo que le había sucedido desde que había llegado, incluido el incidente en la tienda de música. Cuando acabó, retorció las manos sobre el regazo, visiblemente nerviosa.

—Y eso es todo. En cuanto a lo que robé en aquella tienda en Nueva York, ni siquiera sé por qué lo hice. No es que me hiciera falta. Simplemente lo cogí porque mis amigos también lo estaban haciendo. Cuando fui a juicio, lo admití todo porque sabía que había obrado mal y que no lo volvería a hacer nunca más. Y no lo he hecho, ni aquí ni allí. Pero a menos que la propietaria de la tienda retire los cargos o que Blaze admita que fue ella, no sólo tendré graves problemas aquí, sino también cuando regrese a Nueva York. Sé que parece surrealista y estoy segura de que no me crees, pero te juro que no te estoy mintiendo.

Will cubrió sus manos crispadas con la suya.

—Te creo —admitió—. Y te aseguro que no hay nada que me sorprenda tratándose de Marcus. No está bien de la cabeza, y eso lo he tenido claro desde que éramos niños. Mi hermana iba con él a la misma clase y me dijo que una vez la profesora encontró una rata muerta en el cajón de su mesa. Todo el mundo sabía quién lo había hecho, incluso el director, pero no pudieron probarlo, ¿sabes? Y sigue igual, con sus típicas bravuconadas, pero ahora tiene a Teddy y a Lance que le hacen el trabajo sucio. Últimamente he oído cosas bastante desagradables sobre él. Pero Galadriel… era la chica más simpática de la escuela. La conozco desde que éramos niños, y no sé qué es lo que le pasa últimamente. Sé que su madre y su padre se divorciaron, y he oído que se lo tomó muy mal. No sé qué ve en Marcus, pero lo que te está haciendo no está bien.

Ronnie se sintió súbitamente abatida.

—La semana que viene tendré que presentarme ante el juez.

—No importa…

—Sí que importa. Si tu madre lo descubre… Estoy totalmente segura de que no le gusto.

—¿Por qué dices eso?

«Porque he visto cómo me miraba antes», podría haber contestado.

—Sólo es un presentimiento —contestó.

—Todo el mundo se siente igual al principio, cuando la conoce —le aseguró él—. Pero ya te lo dije ayer: a medida que la conozcas más, todo irá mejor.

Ronnie no estaba tan segura. A su espalda, el sol iniciaba su lento descenso, llenando el cielo de un intenso color naranja.

—¿Qué pasa entre Scott y Marcus? —quiso saber.

Will se puso rígido.

—¿A qué te refieres?

—¿Recuerdas aquella noche en la feria? Después de acabar su numerito con las bolas de fuego, Marcus parecía tener unas intensas ganas de bronca o de juerga, así que intenté mantenerme a distancia de él. Tuve la impresión de que empezaba a sondear detenidamente a todos los que pasaban, y cuando vio a Scott, puso esa… cara tan extraña que suele poner, como si acabara de encontrar lo que necesitaba. Lo siguiente que recuerdo es que Marcus agarró su cajita de patatas fritas vacía y que se dirigió directamente hacia él.

—Yo también estaba allí, ¿recuerdas?

—Pero ¿recuerdas lo que dijo? Fue muy raro. Pinchó a Scott preguntándole si pensaba lanzarle un cohete de botella. Y cuando Marcus te ha dicho más o menos lo mismo hace un rato, te has quedado paralizado.

Will apartó la vista.

—No es nada —insistió, apretándole ambas manos—. Y no habría permitido que te hiciera daño, te lo aseguro. —Se echó hacia atrás, apoyándose en los codos—. ¿Puedo hacerte una pregunta que no tiene nada que ver con este tema?

Ronnie enarcó una ceja, descontenta con su respuesta.

—¿Por qué hay un piano escondido detrás de unos paneles de madera en tu casa? —Cuando ella pareció sorprendida, él se encogió de hombros—. Se ve desde la ventana, y el tabique no hace juego con el resto del interior.

Ahora fue Ronnie la que apartó la vista. Separó las manos y las hundió en la arena.

—Le dije a mi padre que no quería volver a ver el piano, así que él construyó esa pared.

Will pestañeó.

—¿Tanto odias el piano?

—Sí —contestó ella, con soberbia.

—¿Porque tu padre era tu profesor? —Ella giró la vista hacia él rápidamente, sorprendida, mientras Will continuaba—: Era profesor en Juilliard, ¿no? Tiene sentido que te enseñara a tocar el piano. Y apuesto lo que quieras a que eras muy buena, porque antes de odiar algo, realmente tienes que haberlo querido mucho.

Para ser un mono grasiento barra jugador de vóley playa, era ciertamente intuitivo. Ronnie hundió todavía más los dedos en la arena, hasta alcanzar una capa más fría y más tupida.

—Me enseñó prácticamente antes de que empezara a dar mis primeros pasos. Tocaba durante horas, siete días a la semana, durante muchos años. Incluso llegamos a componer algunas canciones juntos. Es por lo que compartíamos, ¿comprendes? Era algo exclusivo entre nosotros dos. Y cuando se marchó de casa…, me sentí como si él hubiera traicionado a la familia. Sentí que me había traicionado personalmente, y me enfadé tanto que juré que nunca más volvería a tocar ni a escribir otra canción. Así que cuando llegué aquí y vi el piano y oí que lo tocaba cada vez que yo estaba cerca, no pude evitar pensar que él intentaba fingir que lo que me había hecho no tenía importancia. Como si pensara que podíamos empezar de nuevo; borrón y cuenta nueva. Pero no podíamos. No se puede cambiar el pasado.

—Pues la otra noche parecías estar muy a gusto con él —observó Will.

Ronnie sacó lentamente las manos de la arena.

—Sí, la verdad es que estos últimos días hemos estado muy bien juntos. Pero eso no significa que quiera volver a tocar el piano —insistió.

—Ya sé que no es asunto mío, pero si eras tan buena, entonces lo único que estás consiguiendo es hacerte daño a ti misma. Es un don, ¿no? ¿Y quién sabe? Quizá podrías estudiar en Juilliard.

—Sé que podría. Todavía me escriben. Me han prometido que me guardarán una plaza si cambio de opinión. —Ella se sintió repentinamente irritada.

—¿Y por qué no aceptas?

—¿Acaso te importa tanto que no sea tal y como pensabas que era? —Lo miró con el ceño fruncido—. ¿Te importa tanto que tenga un talento especial y no quiera explotarlo? ¿Crees que así sería más digna de ti?

—Por supuesto que no —respondió él con suavidad—. Sigues siendo la persona que creía que eras. Desde el primer momento en que nos conocimos. Y no hay forma alguna de que puedas adaptarte mejor a mí.

Tan pronto como lo dijo, Ronnie se sintió avergonzada de su arranque de rabia. Había percibido la sinceridad en su tono y sabía que él sentía lo que decía.

Se recordó a sí misma que sólo hacía unos pocos días que se conocían, y sin embargo…, él era agradable y gentil, y sabía que la quería. Como si intuyera sus pensamientos, Will se sentó y se acercó más. Después, se inclinó hacia ella y la besó suavemente en los labios. De repente, Ronnie tuvo la certeza de que lo único que deseaba era pasar todas las horas del día con él, arropada entre sus brazos, como en aquel momento.