Will
La playa se extendía muchos kilómetros, separada de Wilmington por el puente que cruzaba el canal intracostero. Había cambiado bastante desde que Will era un chiquillo —ahora, en verano, estaba abarrotada de gente, y los pequeños bungalos como en el que vivía Ronnie habían sido reemplazados por unas impresionantes mansiones que ocupaban la primera línea de la costa—, pero todavía le gustaba el océano por la noche. Cuando era pequeño, solía ir en bicicleta por la playa, con la esperanza de ver algo interesante, y normalmente no se marchaba decepcionado. Había visto enormes tiburones arrastrados hasta la playa, castillos de arena tan intricados que podrían haber ganado cualquier concurso nacional, y una vez incluso llegó a distinguir una ballena, a unos cuarenta y cinco metros de la orilla, dando vueltas en el agua justo antes del punto donde rompían las olas.
Aquella noche, el lugar estaba desierto, y mientras él y Ronnie caminaban descalzos por la orilla, lo asaltó el sorprendente pensamiento de que ella era la chica con la que le gustaría compartir su futuro.
Sabía que era demasiado joven para tales consideraciones, y estaba seguro de que ni siquiera pensaba en planes de boda, pero, aun así, tenía la impresión de que si hubiera conocido a Ronnie diez años más tarde, ella habría sido la elegida. Will sabía que Scott no lo comprendería —su amigo parecía incapaz de imaginar un futuro que abarcara más allá del siguiente fin de semana—, pero, claro, Scott no era tan diferente a la mayoría de sus amigos. Era como si sus pensamientos discurrieran por vías separadas: a él no le atraían los ligues de una noche, no le interesaba ponerse a prueba para ver si lo conseguía, no le gustaba la idea de mostrar su lado más encantador para obtener lo que quería, siempre dispuesto a abandonar a una chica a favor de un nuevo ligue. Simplemente no era así. Nunca sería así. Cuando conocía a una chica, la primera pregunta que se formulaba a sí mismo no era si le parecía apropiada para salir unas cuantas veces, sino si era la clase de chica con la que podría imaginarse toda la vida.
Suponía que eso tenía que ver en parte con sus padres. Llevaban treinta años casados, habían empezado con los típicos altibajos, como casi todas las parejas, y a lo largo de aquellos años se habían dedicado a erigir un negocio y a fundar una familia. En todos sus proyectos, se habían respetado devotamente, celebrando sus éxitos y apoyándose mutuamente en las desventuras. Ninguno de los dos era perfecto, pero Will se había criado con la certeza de que formaban un equipo; al final, había acabado por asumir aquella lección.
Resultaba fácil pensar que había pasado dos años con Ashley porque era rica y guapa, y a pesar de que mentiría si dijera que su belleza no suponía un factor relevante, era menos importante que las cualidades que pensó que había apreciado en ella. Ella lo había escuchado del mismo modo que él la escuchaba; había creído que se lo podía contar todo, y viceversa. Pero a medida que pasaban los meses, cada vez se había sentido más defraudado, especialmente cuando una vez ella admitió entre lágrimas que había flirteado con un chico universitario. Después de aquella confesión, las cosas ya nunca volvieron a ser iguales. Y no porque a él le preocupara que Ashley volviera a cometer algún error parecido otra vez —todo el mundo cometía errores, y sólo había sido un beso—, pero, de algún modo, el incidente le había servido para cristalizar sus pensamientos sobre qué era lo que buscaba en la gente que tenía más cerca. Empezó a fijarse en la forma en que ella trataba a los demás, y no estuvo seguro de si le gustó lo que vio. Su incesante chismorrería —algo que antes le parecía inofensivo— empezó a molestarlo, igual que las largas esperas a las que ella lo sometía mientras se arreglaba para salir con él por la noche. Cuando finalmente decidió romper con ella, se sintió mal, pero se consoló pensando que sólo tenía quince años cuando había empezado a salir con ella, y que ella era la primera novia que había tenido. Al final, supuso que no le quedaba otra alternativa. Se conocía bien a sí mismo y sabía lo que era importante para él, y no veía nada de eso reflejado en Ashley. Acabó por aceptar que era mejor acabar con esa relación antes de que las cosas decayeran aún más.
Su hermana, Megan, también se parecía a él en aquel sentido. Guapa y lista, había acabado por intimidar a la mayoría de los chicos con los que había salido. Durante mucho tiempo, se había dedicado a saltar de un chico a otro, pero no por vanidad ni por capricho. Cuando le preguntó una vez por qué era incapaz de mantener una relación estable con un chico, su respuesta fue directa: «Existen chicos que crecen pensando que algún día lejano sentarán cabeza, y hay chicos que están listos para casarse tan pronto como conocen a la persona adecuada. Los primeros me aburren, básicamente porque los encuentro patéticos; y los segundos, con toda franqueza, no son tan fáciles de encontrar. Pero sé que me interesan los serios, y se necesita tiempo para encontrar a un chico por el que me sienta interesada por igual. Quiero decir, si la relación no puede sobrevivir a largo plazo, ¿vale la pena malgastar mi tiempo y mi energía a corto plazo?».
Megan. Al pensar en ella, sonrió. Vivía fiel a sus principios. Había vuelto loca a su madre durante los últimos seis años con su actitud, por supuesto, ya que se había cargado sin remordimiento alguno a casi todos los chicos de la localidad que encajaban en la clase de familia que su madre habría aprobado. Pero Will tenía que admitir que Megan no se había equivocado; finalmente había conseguido encontrar a un chico en Nueva York que era perfecto para ella.
En cierta manera, Ronnie le recordaba a Megan. Ella también era una chica con una fuerte personalidad y con las ideas claras, y también empecinadamente independiente. A simple vista, no se parecía a la clase de chica que él pudiera definir como atractiva, pero… su padre era fantástico, su hermano era muy divertido, y ella era más sagaz, atrevida y tierna que cualquier otra chica que Will había conocido. ¿Quién se atrevería a pasar la noche a la intemperie para proteger un nido de tortugas? ¿Quién pondría coto a una pelea para ayudar a un niño pequeño? ¿Quién más leía a Tolstoi en su tiempo libre?
¿Y quién, por lo menos en aquella localidad, se enamoraría de Will antes de saber nada acerca de su familia?
Tenía que admitir que ese detalle era relevante para él —y mucho—, a pesar de que le gustaría que no fuera así. Quería a su padre y defendía su apellido, y se sentía orgulloso del imperio que había levantado. Apreciaba las ventajas que aquella vida le había ofrecido, pero… también ansiaba ser él mismo. Quería que la gente lo conociera primero como «Will», no como «Will Blakelee». Sólo podía compartir ese sentimiento con su hermana. No se había criado en Los Angeles, donde en cualquier escuela uno podía toparse con el hijo de una celebridad, ni tampoco estaba en un lugar como Andover, donde prácticamente todo el mundo conocía a alguien emparentado con una familia famosa. En un lugar como aquella localidad, la vida no resultaba tan fácil. Allí todo el mundo se conocía, y a medida que se hacía mayor, se iba volviendo más cauto con las amistades. Deseaba hablar con casi todo el mundo, pero había aprendido a erigir un muro invisible, por lo menos hasta que tenía la certeza de que su familia no tenía nada que ver con el nuevo conocido ni que era la razón por la que una chica parecía tan interesada en él. Y a pesar de que al principio no tenía la absoluta certeza de que Ronnie no supiera nada de su familia, lo tuvo claro en cuanto ella le cerró la puerta en las narices.
—¿En qué piensas? —le preguntó Ronnie. Una ligera brisa parecía enredarse en su pelo, y ella intentó en vano apresar los mechones rebeldes en una holgada coleta—. Estás más callado que de costumbre.
—Estaba pensando en lo bien que lo he pasado esta noche en tu casa.
—¿En mi pequeña casa? Me parece que es un poco distinta a lo que estás acostumbrado.
—Tu casa es genial —insistió él—. Igual que tu padre y que Jonah. Aunque me haya machacado en el póquer mentiroso.
—Siempre gana, pero no me preguntes cómo lo hace. Quiero decir que gana desde que era muy pequeño. Creo que hace trampas, pero no he descubierto cómo.
—A lo mejor sólo necesitas mentir mejor.
—Ah, ¿te refieres a como lo haces tú, por ejemplo, cuando me dijiste que trabajabas para tu padre?
—Trabajo para mi padre —se defendió Will.
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Como te he dicho antes, no creía que eso te importara. —Will se detuvo y se giró hacia ella—. ¿O acaso te importa?
Ronnie pareció elegir las palabras con sumo cuidado:
—Resulta interesante y también ayuda a explicar algunas cosas sobre ti, pero si te dijera que mi madre trabaja de asistente legal en un bufete de abogados en Wall Street, ¿me mirarías de un modo distinto?
Will sabía que podía contestar a aquella cuestión con absoluta sinceridad:
—No, pero es diferente.
—¿Por qué? —quiso saber ella—. ¿Porque tu familia es rica? Eso sólo tiene sentido para alguien que piensa que lo único que importa es el dinero.
—Yo no he dicho eso.
—Entonces, ¿a qué te referías? —lo pinchó ella, y seguidamente sacudió la cabeza—. Mira, dejemos una cosa clara: no me importa si tu padre es el mismísimo sultán de Brunei. Has tenido la suerte de nacer en el seno de una familia privilegiada. Lo que hagas con eso es cosa tuya. Yo estoy aquí porque quiero estar contigo. Pero si no quisiera, ni todo el dinero del mundo cambiaría mis sentimientos hacia ti.
Mientras hablaba, se dio cuenta de que ella parecía envalentonarse cada vez más.
—¿Por qué tengo la impresión de que ya has soltado el mismo discurso antes?
—Porque ya lo había hecho. —Ronnie se detuvo y se giró hacia él—. Ven a Nueva York y comprenderás por qué he aprendido a decir lo que pienso. En algunas discotecas no es nada difícil conocer a esnobs, y esos idiotas están tan orgullosos de su apellido o de lo rica que es su familia que… me aburren. Estoy delante de ellos, y todo lo que quiero decirles es: «Me parece fantástico que otros miembros de tu familia hayan hecho algo provechoso, pero ¿qué has hecho tú?». Sin embargo, no lo hago, porque no me entienden. Se creen los elegidos. Ni siquiera vale la pena enojarse por ello, porque toda la idea es tan ridícula… Pero si crees que te he invitado a cenar por tu familia…
—No lo creo —la atajó él rápidamente—. Ni por un segundo lo he creído.
En la oscuridad, Will sabía que ella estaba considerando si él decía la verdad o si simplemente decía lo que ella quería escuchar. Con la esperanza de poner punto final a la discusión, se giró y señaló hacia el taller que había cerca de la casa, detrás de ellos.
—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó.
Ronnie no contestó directamente, y él tuvo la impresión de que todavía estaba intentando decidir si lo creía o no.
—Es parte de la casa —dijo al final—. Mi padre y Jonah están montando un vitral.
—¿Tu padre elabora vitrales?
—Ahora sí.
—¿Es eso lo que ha hecho siempre?
—No —contestó Ronnie—. Ya te lo ha dicho durante la cena, era profesor de piano. —Hizo una pausa para sacudirse la arena de los pies, después cambió de tema—. ¿Y qué piensas hacer tú, cuando acabe el verano? ¿Seguirás trabajando con tu padre?
Will tragó saliva, resistiendo la tentación de besarla de nuevo.
—Seguiré en el taller hasta finales de agosto. En otoño empezaré mis estudios en Vanderbilt.
De una de las casas situadas más arriba en la playa, se oyeron unas notas musicales. Will centró su atención en aquel punto distante y vio a un grupo de gente congregada en el porche. La canción era un tema de la década de los ochenta, aunque no podía recordar el nombre.
—Qué suerte.
—Supongo que sí.
—No pareces muy emocionado.
Will le cogió la mano y reanudaron el paseo.
—Es una buena universidad, y tiene un campus muy bonito —recitó él, con un tono cansado.
Ronnie lo estudió.
—Pero ¿no quieres ir?
Ella parecía intuir cada uno de sus sentimientos, de sus pensamientos, lo cual le parecía desconcertante y a la vez le reconfortaba. Por lo menos, podía sincerarse con ella.
—Quería ir a otra universidad, y me aceptaron en una que tiene un ambicioso programa de ciencias ambientales, pero mi madre quiere que vaya a Vanderbilt. —Will podía notar la arena filtrándose entre los dedos de los pies mientras andaba.
—¿Y siempre haces lo que tu madre quiere?
—No lo entiendes —dijo, sacudiendo la cabeza—. Es una tradición familiar. Mis abuelos estudiaron allí, mis padres también, igual que mi hermana. Mi madre forma parte de la junta directiva, y… ella…
El chico intentaba encontrar las palabras correctas. A su lado, podía notar que Ronnie lo miraba con curiosidad, pero no se atrevía a mirarla a la cara.
—Ya sé que mi madre puede parecer un poco… distante cuando la conoces por primera vez. Pero cuando la conoces bien, es la persona más entrañable del mundo. Sería capaz de hacer cualquier cosa, y lo digo en serio, «cualquier» cosa, por mí. Pero estos últimos años han sido muy duros para ella.
Will se detuvo para recoger una concha de la arena. Después de examinarla, la lanzó con fuerza contra las olas.
—¿Te acuerdas cuando me preguntaste por la pulsera?
Ronnie asintió, pero se mantuvo callada para que él pudiera continuar.
—Mi hermana y yo llevamos estas pulseras en honor a mi hermano pequeño. Se llamaba Mike, y era un niño especial…, la clase de niño que siempre se mostraba contento cuando estaba con gente. Tenía una risa contagiosa y era imposible dejar de reír con él cuando pasaba alguna cosa divertida. —Hizo una pausa, con la vista fija en el agua—. Pero hace cuatro años, Scott y yo teníamos un partido de baloncesto y le tocaba a mi madre llevarnos en coche, así que, como siempre, Mike vino con nosotros. No había parado de llover en todo el día; el pavimento de muchas carreteras estaba resbaladizo. Yo debería de haber prestado más atención, pero Scott y yo empezamos a jugar en el asiento trasero, a un juego que consiste en intentar doblar las muñecas del otro en la dirección opuesta hasta que uno de los dos acaba por ceder.
Will titubeó, buscando fuerzas para seguir con el relato.
—Estábamos enfrascados en el juego, sin parar de movernos alborotadamente y de dar patadas al asiento delantero, y mi madre no cesaba de pedirnos que parásemos, pero no le hacíamos caso. Al final, acorralé a Scott tal y como quería, con tanta presión que él se puso a chillar. Mi madre se dio la vuelta para ver qué pasaba, y entonces todo sucedió muy rápidamente. Perdió el control del coche. Y… —Will tragó saliva, notando que las palabras se le atascaban en la garganta—. Bueno… Mike… murió. Por Dios, sin Scott, probablemente mi madre y yo tampoco habríamos salido con vida. Nos estrellamos contra el quitamiedos del arcén y caímos al agua. Afortunadamente, Scott es un magnífico nadador, se ha criado en la playa y prácticamente aprendió a nadar antes que a caminar; consiguió sacarnos a los tres del coche, a pesar de que él sólo tenía doce años. Pero Mikey… —Will se pellizcó la punta de la nariz—. Mikey murió a causa del impacto. Ni siquiera había acabado su primer año en la guardería.
Ronnie le buscó la mano.
—Lo siento muchísimo.
—Yo también. —Pestañeó bruscamente para detener las lágrimas que pujaban por escapar de sus ojos cada vez que recordaba aquel día fatídico.
—Sabes que fue un accidente, ¿no?
—Sí, lo sé. Y mi madre también lo sabe. Pero de todos modos, ella se culpa a sí misma por haber perdido el control del coche, del mismo modo que sé que una parte de ella me culpa a mí. —Sacudió la cabeza—. Bueno, después de eso, siempre ha tenido la necesidad de controlarlo todo, incluyéndome a mí. Sé que sólo intenta alejarme del peligro, alejarme de cualquier riesgo, y creo que en cierta manera yo también lo intento. Quiero decir, fíjate en lo que pasó por mi culpa. Mi madre se desmoronó por completo en el funeral, y yo me odié a mí mismo por haberle hecho aquello. Me sentía responsable. Y me prometí a mí mismo que intentaría recompensarla de alguna manera. A pesar de que sabía que no podría.
Mientras hablaba, empezó a apretar la pulsera de macramé.
—¿Qué significan las letras? ¿SEMP?
—«Siempre en mis pensamientos». Fue idea de mi hermana, como una forma de recordarlo. Me lo propuso justo después del funeral, pero yo apenas la escuchaba. Quiero decir, me sentía tan abatido, aquel día en la iglesia… Con mi madre gritando desconsoladamente y mi hermano en el ataúd, y mi padre y mi hermana llorando… Juré que nunca más iría a ningún funeral.
Por una vez, Ronnie no supo qué decir. Will irguió la espalda, consciente del tremendo peso de su historia y preguntándose por qué se lo había contado.
—Lo siento, no debería habértelo contado.
—No digas eso —se apresuró a decir, apretándole cariñosamente la mano—. Me alegro de que lo hayas hecho.
—No es la vida perfecta que probablemente te habías imaginado, ¿no?
—Nunca di por sentado que tu vida fuera perfecta.
Él no dijo nada, y Ronnie, impulsivamente, se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla.
—Cómo desearía que no tuvieras que pasar por todo esto.
Will soltó un largo suspiro y reanudó la marcha por la playa.
—Bueno, de todos modos, para mi madre es importante que vaya a Vanderbilt. Y eso es lo que pienso hacer.
—Estoy segura de que te lo pasarás muy bien. He oído que es una universidad fantástica.
Will entrelazó sus dedos con los de ella, pensando en lo suaves que parecían, comparados con sus manos callosas.
—Y ahora te toca a ti. ¿Qué es lo que todavía no sé de ti?
—No hay nada como lo que me acabas de contar —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Nada que se pueda comparar.
—No tiene que ser importante. Sólo tiene que explicar quién y cómo eres.
Ronnie echó un vistazo hacia atrás, hacia su casa.
—Bueno…, me he pasado tres años sin dirigirle la palabra a mi padre. Lo cierto es que sólo hace un par de días que he empezado a hablar de nuevo con él. Después de que él y mi madre se separasen, yo… me sentí furiosa con él. No quería volver a verlo, y lo último que deseaba era venir a pasar el verano aquí.
—¿Y qué piensas ahora? —Will se fijó en la luz de la luna, que brillaba en sus ojos—. ¿Te alegras de haber venido?
—En cierta manera —contestó ella.
Él se echó a reír y le propinó un codazo cariñoso.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Aburrida —soltó ella—. Lo único que hacía era tocar el piano a todas horas.
—Me encantaría oírte tocar.
—Ya no toco —se apresuró a contestar con un tono ofuscado.
—¿Nunca?
Ronnie sacudió la cabeza; sabía que había algo más, pero a ella no le apetecía hablar sobre eso. Will la escuchó mientras Ronnie se dedicaba a describir a sus amigos en Nueva York y cómo pasaban los fines de semana, sonriendo con las anécdotas de Jonah. Pasar el rato con ella le parecía tan natural, tan fácil y tan auténtico… Will le contó cosas que jamás había confesado a nadie, ni siquiera a Ashley. Supuso que quería que ella conociera al verdadero Will, y no sabía por qué, pero confiaba en que ella sabría cómo responder.
Ronnie no era como ninguna otra chica que hubiera conocido antes. Estaba seguro de que no quería soltarle la mano; sus dedos parecían encajar a la perfección con los suyos, entrelazados sin ningún esfuerzo, perfectamente complementados.
Aparte de la gente que celebraba aquella fiesta en su casa, se hallaban completamente solos. Las notas de la música sonaban suaves y distantes. Cuando él alzó la cabeza, tuvo la suerte de ver la cola de una estrella fugaz que pasaba sobre sus cabezas. Al volver a fijar la vista en Ronnie, supo por su expresión que la chica también la había visto.
—¿Qué le has pedido? —preguntó ella, con una voz suave como un susurro.
Pero él no pudo contestar. En vez de eso, alzó la mano y deslizó la otra alrededor de su cintura. La miró a los ojos con la certeza de que se estaba enamorando. La atrajo hacia sí y la besó bajo el manto de estrellas, y se sintió afortunado por haberla encontrado.