Will
—¡Vamos, hombre! Tienes que concentrarte. Si lo haces, machacaremos a Landry y a Tyson en el torneo.
Will se pasaba la pelota de una mano a la otra mientras él y Scott permanecían de pie en la arena, todavía sudando. Ya era la última hora de la tarde. Habían acabado de trabajar en el taller a las tres y se habían marchado corriendo a la playa para participar en unos partidos amistosos contra un par de equipos de Georgia que estaban pasando la semana por aquella zona. Todos se estaban preparando para el torneo estatal que se celebraría más adelante, en agosto, en Wrightsville Beach.
—Hace muchos años que no pierden. Y acaban de ganar un torneo nacional en la categoría júnior —señaló Will.
—¿Y? Nosotros no participamos. Ganaron porque el resto de los jugadores eran pésimos.
En la humilde opinión de Will, los que se presentaban al torneo nacional en la categoría júnior no podían ser unos jugadores pésimos. En el mundo de Scott, sin embargo, todo aquel que perdía era un jugador pésimo.
—Nos ganaron el año pasado.
—Ya, pero el año pasado tú jugabas incluso peor que ahora. Yo tenía que soportar toda la carga durante los partidos.
—Gracias.
—Mira, sólo digo que eres débil. Como ayer. Después de que la chica de Los niños perdidos saliera disparada del taller, jugaste el partido como si estuvieras ciego.
—Ella no es la chica de Los niños perdidos. Se llama Ronnie.
—Me da igual. ¿Sabes cuál es tu problema?
«Sí, Scott, por favor, dime cuál es mi problema. Me muero de ganas de saber tu opinión», pensó Will.
Scott continuó con la misma actitud de absoluta seguridad, ajeno a los pensamientos de Will.
—Tu problema es que no te «centras». Te pasa una cosa insignificante, y ya estás en Babia. ¡Oh! ¡Cuánto lo siento! ¡Le he tirado la limonada por encima a Elvira, así que fallo los siguientes cinco puntos! ¡Oh! ¡Vampira se ha enfadado con Ashley, así que será mejor que falle los próximos dos saques…!
—¿Quieres parar? —lo interrumpió Will.
Scott parecía confundido.
—¿Parar de qué?
—Parar de ponerle nombres.
—¿Lo ves? ¡A eso me refiero precisamente! ¡No estoy hablando de ella! ¡Estoy hablando de ti y de tu imposibilidad de centrarte en lo importante! ¡De tu incapacidad para concentrarte en el partido!
—¡Acabamos de ganar dos partidos seguidos, y ellos sólo han conseguido siete puntos en total! ¡Los hemos machacado! —protestó Will.
—¡Pero ese par no deberían haber marcado ni siquiera cinco puntos! ¡Deberíamos haberles humillado!
—¿Hablas en serio?
—Sí, hablo en serio. Son muy malos.
—¡Pero hemos ganado! ¿No te parece suficiente?
—No si se puede ganar por más. Podríamos haberles dejado en ridículo. De esa forma, cuando nos tocara jugar contra ellos en el torneo, se acordarían de nosotros y tirarían la toalla incluso antes de empezar el partido. A eso se le llama psicología.
—Creo que a eso se le llama ganarse enemigos innecesariamente.
—Bueno, eso sólo es porque tú nunca piensas antes de actuar. De haberlo hecho, no habrías acabado midiendo las fuerzas con Cruella de Vil.
Elvira, Vampira y Cruella. Will pensó que, por lo menos, no estaba reciclando ningún material.
—Creo que estás celoso —concluyó Will.
—No. Personalmente, creo que deberías salir con Ashley, porque así yo podría salir con Cassie.
—¿Todavía sigues con esa historia?
—A ver, ¿en quién habría de estar pensando? Deberías de haberla visto ayer, en bikini.
—Pues pídele que salga contigo.
—No quiere. —Scott frunció el ceño con cara de consternación—. Se ve que es como un paquete de vacaciones o algo parecido. O van las dos juntas o nada. No lo entiendo.
—Quizá le pareces feo.
Scott lo fulminó con la mirada antes de dibujar una sonrisa compelida en sus labios.
—Ja, ja, ja. Qué gracioso. ¿Has pensado en pedirle trabajo a David Letterman? —Scott seguía mirando a Will, malhumorado.
—Sólo digo que…
—¡Pues calla! ¿Vale? ¿Y qué hay entre tú y…?
—¿Ronnie?
—Sí. ¿De qué va la historia? Ayer te pasaste todo el día con ella, y esta mañana, aparece por el taller y le das un beso. ¿Acaso… vas en serio con ella?
Will permaneció en silencio.
Scott sacudió la cabeza al mismo tiempo que levantaba un dedo, para enfatizar su comentario:
—¿Lo ves? Ya estamos otra vez. Lo último que necesitas precisamente ahora es salir en serio con una chica. Lo que necesitas es concentrarte en lo que realmente es importante. Tienes un trabajo que te ocupa todo el día, además haces de voluntario para intentar salvar delfines o ballenas o tortugas o qué sé yo, y sabes que tenemos que entrenar muchas horas para estar listos para el torneo. ¡No tienes tiempo para esas tonterías!
Will no dijo nada, pero podía ver que la expresión de pánico en la cara de Scott se acrecentaba con cada segundo que pasaba.
—¡Vamos, hombre! ¡No me hagas esto! Pero ¿se puede saber qué diantre has visto en ella?
Will no dijo nada.
—No, no, no —repitió Scott, como si se tratara de un mantea—. Sabía que esto pasaría. ¡Por eso te dije que salieras con Ashley, porque sabía que no te lo volverías a tomar en serio con ella! ¿Sabes cómo acabarás? ¡Convertido en un ermitaño! Acabarás sin amigos, si te empeñas en salir con esa chica. De verdad, Will, lo último que necesitas es liarte con…
—Ronnie. —Will acabó la frase.
—Me da igual —espetó Scott—. Me parece que no me estás escuchando.
Will sonrió.
—¿Te has fijado alguna vez en que tienes más opiniones sobre mi vida que sobre la tuya?
—Eso es porque yo no mezclo las cosas, como tú.
Will torció el gesto involuntariamente, al recordar la noche del incendio y preguntarse cómo era posible que Scott no se diera cuenta de nada.
—Mira, no quiero hablar más de ello —resopló, pero entonces se dio cuenta de que Scott no le estaba prestando atención. En vez de eso, tenía la vista clavada en un punto en la playa, por encima del hombro de Will.
—No me lo puedo creer —murmuró Scott.
Will se giró y vio a Ronnie. Vestía con unos pantalones vaqueros y una camiseta oscura —¡cómo no!— y tenía toda la pinta de estar tan fuera de lugar como un cocodrilo en el Polo Antártico. Sin poderlo remediar, sonrió.
Se dirigió hacia ella, sin poder apartar los ojos de su rostro, preguntándose de nuevo en qué debía de estar pensando. Le encantaba no llegar a estar completamente seguro.
—Hola —la saludó, con la intención de abrazarla.
Ronnie se detuvo, procurando mantener la distancia. Su expresión era sería.
—No me beses. Sólo escúchame, ¿vale?
Sentada a su lado en la furgoneta, Ronnie permanecía tan enigmática como de costumbre. Tenía la vista fija en la ventana y sonreía levemente, como si se sintiera cómoda contemplando el paisaje. Pero después de unos minutos, entrelazó las manos sobre su regazo y se giró para mirarlo.
—Quiero que sepas que a mi padre no le importará que vayas con pantalones cortos y una camiseta deportiva sin mangas.
—Sólo tardaré unos minutos en cambiarme.
—Pero si se trata de una cena informal.
—Estoy sudado y me siento sucio. No pienso entrar en tu casa para cenar con tu padre con esta pinta.
—Te acabo de decir que no le importará, en absoluto.
—Pues a mí sí que me importa, ¿vale? A diferencia de algunas personas, a mí sí que me importa dar una buena impresión.
Ronnie lo miró con recelo.
—Oye, ¿insinúas que a mí no me importa?
—Es evidente que no. Por ejemplo, que yo sepa, a todo el mundo le encanta conocer a alguien con un mechón lila.
A pesar de que Ronnie sabía que le estaba tomando el pelo, sus ojos se agrandaron y después se achicaron súbitamente.
—Pues a ti no parece importarte.
—Ya, pero eso es porque yo soy especial.
Ella cruzó los brazos y se lo quedó mirando sin pestañear.
—¿Piensas ir de ese rollo toda la noche?
—¿De qué rollo?
—El de alguien que nunca más tendrá la oportunidad de besarme.
Will se echó a reír y luego se giró hacia ella.
—Lo siento. No hablaba en serio. Y que conste que me gusta tu mechón lila. Forma… parte de ti.
—Ya, bueno, de ahora en adelante te sugiero que controles más tus opiniones, ¿vale? —Mientras lo amonestaba, abrió la guantera y empezó a hurgar distraídamente.
—¿Qué haces?
—Echar un vistazo. ¿Por qué? ¿Acaso ocultas algo aquí dentro?
—Tranquila, puedes mirar lodo lo que quieras. Y de paso, quizá podrías ordenarlo un poco.
Ronnie sacó una pequeña bala de plomo y la alzó para examinarla.
—Supongo que esto es lo que utilizas para matar patos, ¿no?
—No, ésta es para ciervos. Es demasiado grande para un pato. El pato se desharía en pedazos si le disparara con esto.
—De verdad, tienes serios problemas, ¿lo sabías?
—Eso he oído.
Ella soltó una risita antes de quedarse en silencio. Se hallaban en la zona intracostera de la isla. El sol se reflejaba en el agua entre la urbanización caótica de casas. Cerró la guantera y bajó la visera. Al descubrir una fotografía de una chica rubia muy mona, la cogió y la examinó.
—Es guapa —comentó Ronnie.
—Sí que lo es.
—Me juego diez pavos a que has colgado esta foto en tu página de Facebook.
—Pues has perdido la apuesta. Es mi hermana.
Will observó a Ronnie mientras ella estudiaba la foto y luego desviaba la vista hacia su muñeca, fijándose en la pulsera de macramé.
—¿Por qué lleváis la misma pulsera? —quiso saber.
—Las hicimos mi hermana y yo.
—Para apoyar una buena causa, supongo.
—No —contestó él, y cuando no dijo nada más, se quedó impresionado al ver que ella parecía haber intuido que él no quería hablar del tema. En vez de insistir, Ronnie volvió a guardar la foto con delicadeza en su sitio y subió la visera.
—¿Vives muy lejos? —le preguntó.
—Ya casi hemos llegado —le aseguró Will.
—Si hubiera sabido que vivías tan lejos, me habría ido andando a casa. Lo digo porque cada vez nos alejamos más y más de mi casa.
—Pero te habrías perdido mi conversación ingeniosa.
—¿Así es como la describes?
—¿Piensas seguir insultándome sin parar? —Will la miró con el ceño fruncido—. Es para saber si he de subir el volumen de la música para no tener que escucharte.
—Sabes que no deberías haberme besado antes. No fue exactamente romántico —soltó Ronnie.
—Pues a mí me pareció muy romántico.
—Estábamos en un taller, tú tenías las manos grasientas, y tu colega no nos quitaba la vista de encima.
—El escenario perfecto —replicó él.
Mientras aminoraba la marcha del coche, Will bajó la visera del conductor. Después, tras torcer por la siguiente esquina, se detuvo y pulsó el control remoto. Dos impresionantes puertas de hierro forjado empezaron a abrirse lentamente; la furgoneta volvió a ponerse en marcha. Will estaba tan nervioso ante la idea de cenar con la familia de Ronnie que no se fijó en que ella se había quedado muda.