Ronnie
Cuando Ronnie se despertó, echó un vistazo al despertador, y por primera vez desde que había llegado suspiró aliviada por haber conseguido dormir un poco más.
No era muy tarde, pero al levantarse de la cama se sintió con las energías renovadas. Podía oír la televisión en el comedor y, al salir de la habitación, vio inmediatamente a Jonah. Estaba tumbado en el sofá, en una posición bastante extraña, con los pies alzados y la cabeza colgando en la punta, casi tocando el suelo, y tenía la mirada fija en la pantalla. Su cuello, expuesto como si se preparase para la guillotina, estaba salpicado de migas de su desayuno favorito: bollo dulce y relleno de chocolate. Lo observó mientras él le propinaba otro bocado al bollo, esparciendo más migas sobre sí mismo y sobre la alfombra.
Ronnie no quería preguntar. Sabía que la respuesta carecería de sentido, pero no pudo evitarlo.
—¿Qué haces?
—Estoy viendo la tele al revés —contestó.
Estaba viendo uno de esos irritantes dibujos animados japoneses con aquellas criaturas de ojos desmesuradamente grandes que Ronnie jamás había llegado a comprender.
—¿Por qué?
—Porque quiero.
—Y mi pregunta de nuevo es: ¿por qué?
—No lo sé.
Ella sabía que no debería haber preguntado. Desvió la vista hacia la cocina.
—¿Dónde está papá?
—No lo sé.
—¿No sabes dónde está papá?
—¡Ni que fuera su niñera! —replicó con un tono enojado.
—¿Cuándo se ha marchado?
—No lo sé.
—¿Estaba aquí cuando te has despertado?
—Sí —dijo, sin apartar la vista de la tele—. Hemos hablado a través de la ventana.
—Y después…
—No lo sé.
—¿Me estás diciendo que se ha esfumado?
—No. Lo que digo es que después ha venido el reverendo Harris y se han ido a caminar —contestó con un tono irritado, como si su respuesta fuera más que obvia.
—Entonces, ¿por qué no me lo has dicho al principio? —Ronnie alzó los brazos con exasperación.
—Porque estoy intentando ver una de mis series favoritas boca abajo. Y no es fácil hablar con la sangre en la cabeza.
Jonah se lo acababa de poner en bandeja para que ella contraatacara con algún comentario mordaz, como por ejemplo: «Pues deberías ponerte boca abajo más a menudo», pero Ronnie no cedió a la tentación. Porque estaba de buen humor. Porque había dormido más horas. Y lo mejor de todo, porque había escuchado una vocecita en su interior que le susurraba: «Con un poco de suerte, hoy mismo te irás a casa». No más Blaze, no más Marcus ni Ashley, no más despertares tempranos.
Y no más Will, tampoco…
Se quedó paralizada ante tal pensamiento. Después de todo, él no se había portado tan mal. La verdad era que el día anterior se lo había pasado bien, bueno, casi hasta el final. En realidad debería haberle contado lo que Ashley le había dicho; sí, debería haberlo hecho, pero con Marcus merodeando tan cerca…
Realmente, se moría de ganas de alejarse de aquel lugar tanto como fuera posible.
Apartó las cortinas y echó un vistazo al exterior. Su padre y el reverendo Harris se hallaban de pie en la calle; se dio cuenta de que no veía al reverendo desde que era pequeña. Había cambiado muy poco en todos esos años; a pesar de que ahora se apoyaba en un bastón, la tupida mata de pelo blanco y sus cejas espesas y blancas eran tan memorables como de costumbre. Ella sonrió, recordando su comportamiento afectuoso después del funeral de su abuelo. Sabía por qué a su padre le gustaba tanto ese señor; había algo infinitamente gentil en él. Recordó que después del funeral él le ofreció un vaso de limonada fresca que era más dulce que cualquier limonada envasada. Al parecer, estaban hablando con alguien más en la calle, alguien a quien ella no alcanzaba a ver. Ronnie avanzó hasta la puerta y la abrió para disponer de una mejor visión. Sólo necesitó un instante para reconocer el coche patrulla. El agente Johnson se hallaba de pie junto a la puerta abierta del automóvil; parecía que estaba a punto de marcharse.
Ronnie oyó el ruido del motor. Mientras descendía los peldaños del porche, su padre se despidió de él con un suave movimiento de la mano. Pete cerró la puerta, lo que la dejó con una profunda sensación de angustia en el pecho.
Cuando llegó junto a su padre y el reverendo Harris, el coche patrulla ya se alejaba calle abajo, lo cual le pareció un augurio de las malas noticias que le aguardaban.
—¡Ah! Ya te has despertado —la saludó su padre—. Hace un rato he entrado a verte y estabas profundamente dormida. —Señaló con el dedo pulgar—. ¿Recuerdas al reverendo Harris?
Ronnie le ofreció la mano.
—Por supuesto. Me alegro de volver a verle.
Cuando el reverendo Harris aceptó su mano, ella se fijó en las cicatrices brillantes que le cubrían las manos y los brazos.
—Me cuesta creer que esta jovencita sea la misma señorita que conocí hace unos años. ¡Cómo has crecido! —Le sonrió—. Te pareces mucho a tu madre.
Últimamente se lo decían a menudo, pero todavía no estaba segura de cómo interpretarlo. ¿Significaba que parecía mayor? ¿O que su madre parecía joven? Era difícil de saber, pero estaba segura de que el reverendo se lo había dicho como un cumplido.
—Gracias. ¿Qué tal está la señora Harris?
El reverendo se apoyó en el bastón.
—Muy bien; cuidándome, como de costumbre. Y estoy seguro de que estará más que encantada de volver a verte. Si te apetece pasar un rato por nuestra casa, me aseguraré de que te prepare una jarra de limonada casera.
A Ronnie le sorprendió que se acordara.
—Sólo por eso, ya acepto su invitación.
—Eso espero. —Se giró hacia Steve—. Gracias de nuevo por ofrecerte a montar el vitral. Está quedando precioso.
Su padre sacudió ambas manos y la cabeza.
—Oh, no tienes que agradecérmelo…
—Por supuesto que sí. Y ahora será mejor que me marche. Tengo a las hermanas Towson a cargo de la lectura de la Biblia esta mañana, y si las conocierais, entenderíais por qué es tan importante que no las deje solas con sus métodos particulares. Son unas fundamentalistas de los pies a la cabeza. Les encanta Daniel y las Revelaciones, y parecen olvidarse de que la segunda carta a los corintios es también un capítulo en las Sagradas Escrituras. —Se giró hacia Ronnie—. Me ha encantado volver a verte, jovencita. Espero que tu padre no te agobie demasiado estos días. Ya sabes cómo son los padres.
Ella sonrió.
—No, la verdad es que se porta muy bien.
—Perfecto. Pero si te agobia, dímelo y haré lo que pueda para ponerlo en su sitio. De pequeño a veces era un poco travieso, por eso no me cuesta imaginarme la frustración que debes sentir.
—¡No era travieso! —protestó su padre—. ¡Si me pasaba todo el día tocando el piano!
—Recuérdame que te cuente la vez que puso tinte rojo en la pila bautismal.
Su padre parecía avergonzado.
—¡Yo jamás hice eso!
El reverendo Harris parecía estar divirtiéndose de lo lindo.
—A lo mejor no, pero no retiro lo de que eras un niño travieso. Por más que ahora se muestre indignado, te aseguro que tu padre no era un santo.
Tras aquel alegato, dio media vuelta y enfiló hacia la calle. Ronnie lo observó mientras se alejaba, sorprendida. Cualquier persona que consiguiera avergonzar a su padre —de un modo inofensivo, por supuesto— era alguien a quien definitivamente quería conocer un poco más a fondo. Especialmente si tenía anécdotas que contar sobre su padre. Anécdotas divertidas. Buenas anécdotas.
Steve observó al reverendo con una expresión inescrutable, mientras se alejaba. Cuando se giró hacia ella, sin embargo, parecía haberse transformado de nuevo en el padre que conocía. Ronnie se acordó entonces de que el agente Johnson había estado allí hacía escasos minutos.
—¿De qué hablabais? —le preguntó ella—. Con el agente Johnson…
—¿Qué tal si desayunamos antes? Estoy seguro de que estarás hambrienta. Ayer apenas probaste bocado durante la cena.
Ronnie lo agarró por los brazos.
—Vamos, dímelo, papá.
Su padre titubeó, como si intentara hallar las palabras correctas, pero no había forma de suavizar la verdad. Finalmente suspiró.
—No puedes regresar a Nueva York, por lo menos hasta que el juez te cite la semana que viene. La intención de la propietaria de la tienda es seguir adelante con la denuncia.
Ronnie se sentó en la duna, no tan enfadada como asustada ante la idea de lo que estaba sucediendo dentro de la casa en esos precisos instantes. Había pasado una hora desde que su padre le había dicho lo que el agente Johnson le había comunicado; llevaba allí fuera sentada desde entonces. Sabía que su padre estaba dentro hablando con su madre por teléfono; podía imaginar perfectamente la reacción de su madre. Por lo menos, había una cosa buena de estar en esos momentos en el pueblo, en vez de en Nueva York.
Bueno, eso y Will…
Ronnie sacudió la cabeza, preguntándose cómo podía pensar en esos momentos en él. Lo suyo se había acabado; bueno, eso si alguna vez había existido algo. ¿Por qué se había mostrado tan interesado por ella? Había salido con Ashley mucho tiempo, lo cual quería decir que le gustaban las chicas como Ashley. Si algo había aprendido en la vida era que la gente no cambiaba. Las personas no cambiaban de gustos, aunque no pudieran comprender qué era lo que les gustaba. Y ella no se parecía nada a Ashley.
No había nada más que hablar. Porque si ella se parecía a Ashley, lo mejor que podía hacer era empezar a nadar hacia el horizonte hasta perder cualquier esperanza de ser rescatada. Lo mejor que podía hacer era suicidarse en aquel mismo instante, sin vacilar.
Sin embargo, eso no era lo que más le preocupaba en aquellos momentos. Lo que más le preocupaba era su madre. Sin lugar a dudas se estaba enterando de todos los pormenores del arresto, ya que su padre estaba hablando por teléfono justo en aquel momento. Al pensarlo se le erizó la piel. Debía de estar histérica, sin duda, gritando como un energúmeno. Tan pronto como acabara de hablar por teléfono con su ex marido, probablemente llamaría a su hermana o a su propia madre para contarles la trastada de su hija. Se había convertido en una experta en el arte de criticarla, al que se aplicaba con todas sus fuerzas y recursos, normalmente echando mano de la debida exageración para conseguir que Ronnie pareciera tan culpable como fuera posible. Su madre siempre desatendía los matices. En aquel caso, el matiz más importante era que… ¡ella no lo había hecho!
Pero ¿eso qué importaba? Nada. Podía «notar» la ira de su madre; sólo con pensarlo se le encogió el estómago. Quizás era mejor no volver a Nueva York aquel día.
A su espalda, oyó que su padre se le acercaba. Cuando echó un vistazo por encima del hombro, vio que él vacilaba. Sabía que estaba intentando averiguar si prefería quedarse sola o no, pero finalmente optó por sentarse a su lado con ademán desenfadado. Al principio no dijo nada. En vez de eso, pareció enfocar toda su atención en un pesquero lejano anclado cerca de la línea del horizonte.
—¿Se ha enfadado mucho?
Ronnie ya sabía la respuesta, pero no pudo evitar preguntárselo.
—Un poco —admitió él.
—¿Sólo un poco?
—Bueno, estoy seguro de que ha arrasado toda la cocina mientras hablábamos.
Ronnie cerró los ojos, imaginando la escena.
—¿Le has contado lo que sucedió realmente?
—Por supuesto que sí. Y le he dejado claro que creo que estás diciendo la verdad. —La rodeó por el hombro con un brazo y la estrechó cariñosamente—. Ya se le pasará. Tranquila.
Ronnie asintió. En el silencio, podía notar cómo su padre la estaba estudiando.
—Siento mucho que no puedas regresar a casa hoy —dijo. Su tono era suave y como si le pidiera perdón—. Ya sé que detestas estar aquí.
—No detesto estar aquí —contestó ella automáticamente. Sorprendiéndose a sí misma, se dio cuenta de que, por mucho que había intentado convencerse de lo contrario, estaba diciendo la verdad—. Lo único es que no encajo aquí.
Steve le regaló una sonrisa melancólica.
—Si te sirve de consuelo, de niño tenía la misma impresión: sentía que no encajaba en absoluto en esta localidad. Soñaba con irme a Nueva York. Pero es extraño, porque cuando finalmente huí de este lugar, acabé por echarlo de menos más de lo que habría imaginado. Hay algo en el océano que me atrae irremediablemente.
Ronnie se giró hacia él.
—¿Qué me pasará? ¿Te han dicho algo más?
—No. Únicamente que la dueña considera que su deber es denunciarte, ya que los objetos eran muy valiosos y últimamente ha tenido serios problemas por culpa de esa clase de pequeños hurtos.
—¡Pero yo no lo hice! —se defendió Ronnie, ofuscada.
—Lo sé. Y buscaremos una salida. Contrataremos a un buen abogado que se encargue del caso.
—¿Los abogados son caros?
—Los buenos sí.
—¿Y te lo puedes permitir?
—No te preocupes. Ya se me ocurrirá alguna cosa. —Steve hizo una pausa—. ¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Qué hiciste para que Blaze se enojara tanto contigo? Todavía no me lo has contado.
Si hubiera sido su madre la que se lo hubiera preguntado, probablemente no habría contestado. Tampoco podría haber entestado a su padre un par de días antes. Ahora, sin embargo, no veía la razón para no hacerlo.
—Sale con ese chico tan raro, tan espantoso, y por lo visto cree que yo intentaba robarle el novio, o algo así.
—¿Qué quieres decir con eso de que es raro y espantoso?
Ronnie se quedó callada. En la orilla, las primeras familias empezaban a llegar, cargadas con las toallas y los juguetes de la playa.
—Lo vi anoche —confesó con una voz grave, señalando hacia un punto más abajo en la playa—. Estaba allí, mientras yo hablaba con Will.
Su padre no intentó ocultar su malestar.
—Pero no se te acercó, ¿no?
Ronnie sacudió la cabeza.
—No, pero hay algo… en ese chico… Marcus…
—Quizá lo más conveniente será que te mantengas alejada de esos dos. Me refiero a Marcus y a Blaze.
—No te preocupes. No tengo ninguna intención de volver a hablar con ellos.
—¿Quieres que llame a Pete? Ya sé que hasta ahora tu relación con él no ha sido muy cordial, pero…
Ronnie sacudió la cabeza.
—Todavía no. Y lo creas o no, no estoy enfadada con él. Sé que se limitaba a cumplir con su deber, y la verdad es que se mostró muy comprensivo. Creo que sintió pena por mí.
—Pete me dijo que te creía. Por eso habló con la dueña.
Ronnie sonrió apocadamente, pensando en lo agradable que resultaba hablar con su padre. Por un instante, se preguntó si su vida habría sido muy diferente si él no los hubiera abandonado. Dudó, mientras cogía un puñado de tierra y la filtraba lentamente a través de los dedos.
—¿Por qué te marchaste, papá? —le preguntó—. Ya soy bastante mayor como para saber la verdad.
Steve estiró las piernas, obviamente intentando ganar tiempo. Parecía debatirse con algo, como si intentara decidir basta qué punto de la verdad podía contarle y por dónde empezar, hasta que finalmente optó por empezar por la parte más obvia.
—Después de abandonar las clases en Juilliard, di tantos conciertos como pude. Era mi sueño, ¿sabes? Convertirme en un pianista famoso. Pero, bueno, supongo que debería de haber enfocado la situación de una forma más realista antes de tomar la decisión. Pero no lo hice. No pensé en lo duro que resultaría para tu madre. —Steve miró a su hija con el semblante muy serio—. Al final, ella y yo acabamos por… vivir realidades distintas.
Ronnie miró a su padre mientras éste contestaba, intentando leer entre líneas.
—Había alguien más, ¿verdad? —apuntó ella, con una voz que no mostraba ninguna clase de emoción.
Su padre no contestó y desvió la vista. Ronnie sintió un gran peso en el pecho.
Cuando él finalmente contestó, parecía cansado.
—Sé que debería haber hecho un mayor esfuerzo por salvar nuestro matrimonio, y siento no haber estado a la altura. Lo siento más de lo que te puedes imaginar. Pero quiero que sepas una cosa: nunca dejé de confiar en tu madre, nunca jamás dudé de la fuerza de nuestro amor. A pesar de que al final no salió del modo que a ti y a mí nos hubiera gustado, os veo a vosotros y pienso en lo afortunado que soy de que seáis mis hijos. En una existencia plagada de errores, vosotros dos sois lo más grande que me ha pasado en la vida.
Cuando acabó, Ronnie cogió otro puñado de arena y la dejó escurrir entre los dedos, sintiéndose nuevamente abatida.
—¿Qué voy a hacer?
—¿Te refieres a hoy?
—Me refiero a todo en general.
Ella sintió la mano gentil de su padre en la espalda.
—Creo que quizá lo primero que deberías hacer es ir a hablar con él.
—¿Con quién?
—Con Will. ¿Recuerdas cuando regresaste a casa ayer? ¿Cuándo yo estaba de pie en el porche? Os estaba observando, pensando que parecíais estar muy a gusto, los dos juntos.
—Ni siquiera lo conoces —se sorprendió Ronnie.
—No —dijo él. Luego sonrió, con una expresión muy tierna—. Pero te conozco. Y ayer te sentías feliz.
—¿Y si se niega a hablar conmigo? —comentó, inquieta.
—No lo hará.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque también lo observé a él, y estoy seguro de que también se sentía feliz.
De pie, fuera del vestíbulo del taller Blakelee Brakes, Ronnie sólo podía pensar: «No quiero hacer esto».
No quería enfrentarse a él, aunque en cierto modo sí que quería y sabía que no tenía otra opción. Ronnie sabía que no había sido justa con él y, como mínimo, ese chico merecía saber lo que Ashley le había dicho. Había estado esperando fuera de su casa durante muchas horas, ¿no?
Además, tenía que admitir que su padre tenía razón. Se lo había pasado muy bien con Will, o por lo menos se había divertido tanto como era posible en un sitio como aquél. Y tenía algo que lo hacía distinto al resto de los chicos que había conocido. No tanto el hecho de que jugara a vóley playa y de que tuviera el cuerpo de un atleta, ni tampoco que fuera más listo de lo que realmente aparentaba. Will no se dejaba amedrentar por ella. Últimamente, había conocido a bastantes chicos que creían que lo más importante era mostrar siempre su lado simpático. Y por supuesto que eso era importante, pero no si el chico fingía ser simpático por obligación, para ligar con ella. A Ronnie le gustaba que Will la hubiera llevado a pescar, a pesar de que a ella no le había entusiasmado la idea. Era la forma que él tenía de decirle: «Así soy yo, y esto es lo que me gusta, y de toda la gente que conozco, deseo compartir esta experiencia contigo». A menudo, cuando un chico le invitaba a salir, la recogía en su casa sin tener la menor idea de adonde ir o de qué hacer, por lo que ella se sentía irremediablemente compelida a sugerir un plan. Había algo desalentador y absurdo en esa clase de actitud. Will no dudaba, y por eso precisamente le gustaba.
Le tocaba arreglar aquello. Aspiró hondo intentando calmarse, preparándose por si él todavía seguía enfadado, y a continuación entró en el vestíbulo. En el foso, Will y Scott estaban trabajando debajo de un coche. Scott le comentó algo a Will, quien se dio la vuelta y la miró, aunque sin sonreír. Se secó las manos con un trapo y se encaminó hacia ella.
Se detuvo a escasos pasos. Así tan cerca, su expresión era ilegible.
—¿Qué quieres?
No era exactamente el recibimiento que había esperado, aunque tampoco le sorprendió.
—Tenías razón —dijo Ronnie—. Ayer me marché del partido porque Ashley me dijo que yo era tu último ligue. También me dio a entender que no era la primera, que nuestra primera salida juntos, en fin, todas las cosas que habíamos hecho y los lugares a los que me habías llevado…, bueno, eran estratagemas que usabas con cada chica.
Will continuaba mirándola sin parpadear.
—Pues te mintió.
—Lo sé.
—Entonces, ¿por qué me dejaste ahí fuera plantado tantas horas? ¿Y por qué no me lo contaste ayer?
Ronnie se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja, sintiendo una desapacible sensación de vergüenza, pero intentando no mostrar su estado de ánimo.
—Estaba enfadada y molesta. Y te lo iba a decir, pero entonces te marchaste antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
—¿Me estás diciendo que fue culpa mía?
—No, desde luego que no. Estoy metida en un montón de líos, que no tienen nada que ver contigo. Estos últimos días han sido… extremamente difíciles para mí. —Se pasó una mano nerviosa por el pelo. Hacía mucho calor en aquel taller.
Will necesitó un momento para asimilar lo que ella le acababa de confesar.
—¿Y por qué la creíste? Ni siquiera la conoces.
Ronnie cerró los ojos. «¿Por qué? —se preguntó—. Porque soy una idiota. Porque debería haberme fiado de mis instintos acerca de ella». Sin embargo, ésa no fue su respuesta. Simplemente sacudió la cabeza y dijo:
—No lo sé.
Al ver que Ronnie no parecía tener ganas de agregar nada más, Will hundió los pulgares en los bolsillos.
—¿Es eso todo lo que tienes que decirme? Porque he de volver a mi trabajo.
—También quería pedirte perdón —añadió, con voz sumisa—. Lo siento. Reaccioné de un modo indebido.
—Es cierto —soltó él—. Te comportaste de un modo absolutamente irracional. ¿Algo más?
—Y también quiero que sepas que ayer me lo pasé estupendamente. Bueno, por lo menos, hasta casi el final.
—Perfecto.
Ronnie no estaba segura de qué significaba aquella respuesta, pero cuando él esbozó una leve sonrisa, ella notó que se empezaba a relajar.
—¿Perfecto? ¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que piensas decir, después de que haya venido hasta aquí para disculparme? ¿Sólo «perfecto»?
En vez de contestar, Will avanzó hacia ella y, de repente, todo sucedió tan rápido que Ronnie ni tan siquiera tuvo tiempo para prepararse. Un segundo antes, él se hallaba varios pasos alejado de ella; al segundo siguiente, había puesto una mano en su cadera y la estaba atrayendo hacia él. Acto seguido, se inclinó hacia delante y la besó.
Sus labios eran suaves, y él se comportó de un modo sorprendentemente delicado. Quizá sólo fuera que la había pillado por sorpresa, pero, de todos modos, Ronnie no pudo evitar el impulso de besarlo a continuación. El beso no duró demasiado, ni tampoco fue esa clase de besos que lo dejan a uno sin aliento, el típico beso apasionado de las películas de cine; no obstante, Ronnie se sintió complacida, y por una razón que no alcanzaba a comprender, se dio cuenta de que eso era precisamente lo que había querido que él hiciera.
Cuando Will se apartó hacia atrás, Ronnie notó un intenso ardor en las mejillas. El chico mantenía una expresión afable pero seria y, desde luego, no había ningún asomo de duda en su actitud.
—La próxima vez que te enfades conmigo, dímelo —le dijo él—. No me cierres la puerta en las narices. No me gustan los juegos estúpidos. Por cierto, yo también me lo pasé muy bien ayer.
Ronnie todavía se sentía un poco aturdida cuando regresó a su casa. Tras recordar el beso un millón de veces, todavía no estaba segura de cómo había sucedido.
Pero le había gustado. Mucho. Y por eso precisamente se preguntaba por qué se había marchado del taller. Le parecía que lo más lógico habría sido quedar para volver a verse, pero con Scott como testigo, mirándolos sin pestañear y con la mandíbula desencajada, le pareció que lo mejor era volver a besarlo rápidamente y marcharse para que él volviera a centrarse en su trabajo. Aunque el instinto le decía que volverían a verse, y probablemente muy pronto.
Will se sentía atraído por ella. No estaba segura de por qué ni de cómo había sucedido, pero era más que evidente. La idea la sorprendía, y deseó que Kayla estuviera allí para poder hablar de ello. Supuso que podría llamarla, pero no sería lo mismo; además, ni siquiera estaba segura de lo que le diría. Pensó que lo que le pasaba era que quería que alguien la escuchara.
Mientras se acercaba a su casa, la puerta del taller se abrió de par en par. Jonah salió disparado y se dirigió hacia la casa.
—¡Eh, Jonah! —lo llamó ella.
—¡Ah! ¡Hola, Ronnie! —Jonah se dio la vuelta y empezó a correr hacia ella. Cuando estuvo más cerca, se detuvo para estudiarla—. ¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—¿Quieres una galleta?
—¿Qué?
—Una galleta. Una Oreo, por ejemplo. ¿Quieres una?
Ronnie no tenía ni idea de adonde quería ir a parar su hermano; la mente de aquel niño discurría por vías perpendiculares, no paralelas, a las suyas. Contestó con precaución:
—No.
—¿Cómo es posible que no quieras una galleta?
—Pues porque no me apetece.
—Vale, muy bien —aceptó él, ondeando la mano con nerviosismo—. Digamos que sí que te apetece una galleta. Digamos que te mueres de ganas por comerte una galleta, y que sabes que hay galletas en el armario. ¿Qué harías?
—¿Comerme una galleta? —sugirió ella.
Jonah hizo chascar los dedos.
—¡Exacto! ¡A eso me refería!
—¿A qué te referías?
—A que si alguien quiere una galleta, debería comérsela. Eso es lo que todo el mundo hace.
«Aja —pensó Ronnie—. Ahora sí que le veo el sentido».
—A ver si lo adivino: papá no te deja comer galletas.
—No. A pesar de que me estoy muriendo de hambre, no me deja. Dice que primero he de comerme un bocadillo.
—Y no crees que eso sea justo.
—Acabas de decir que te comerías una galleta si quisieras una. Entonces, ¿por qué no puedo hacer lo mismo? No soy tan pequeño. Puedo tomar mis propias decisiones. —La miró con ojos solemnes.
Ronnie se llevó un dedo a la barbilla.
—Veamos, entiendo que esta cuestión te moleste tanto.
—¡Es que no es justo! Si él quiere una galleta, puede comérsela, si tú quieres una galleta, puedes comértela. Pero si yo quiero una galleta…, la norma no sirve para mí. ¿Lo ves? ¡No es justo!
—¿Y qué piensas hacer?
—Me comeré el bocadillo. Porque tengo que hacerlo. Porque el mundo no es justo con los niños de diez años.
Jonah se alejó trotando sin esperar una respuesta. Ella no pudo evitar sonreír mientras lo miraba alejarse. Pensó que quizá más tarde lo llevaría a comer un helado. Por un momento, se debatió entre seguirlo y entrar en la casa o no, entonces cambió de parecer y se encaminó hacia el taller. Supuso que ya era hora de ver el vitral del que tanto había oído hablar.
Desde la puerta, podía escuchar los ruidos que hacía su padre mientras soldaba unas piezas de plomo.
—Ah, hola, cielo. Pasa.
Era la primera vez que pisaba el taller. Arrugó la nariz al posar la vista en los animales tan estrafalarios que ocupaban las estanterías, antes de finalmente dirigirse hacia la mesa, donde vio la vidriera. Al parecer, a su padre todavía le faltaba mucho por hacer; ni siquiera había completado un cuarto del vitral, y si la pauta servía de indicador, aún faltaban cientos de trozos por colocar.
Tras poner una pieza, su padre irguió la espalda y relajó los hombros.
—Esta mesa es un poco baja para mí. Después de estar un rato inclinado hacia delante, se me carga la espalda.
—¿Necesitas un calmante para el dolor?
—No, sólo son los achaques propios de la edad. Un calmante para el dolor no me serviría de nada.
Ella sonrió antes de separarse de la mesa. Pegado en la pared, cerca de un artículo de prensa en el que se describía el incendio, había una foto del vitral. Se inclinó hacia delante para verla mejor antes de volver a girarse hacia su padre.
—He hablado con él. He ido a verlo al taller donde trabaja.
—Le gusto.
Su padre se encogió de hombros.
—Es normal. Eres especial.
Ronnie sonrió, sintiendo una agradable sensación de gratitud. A pesar de que no conseguía recordarlo, se preguntó si su padre siempre había sido tan encantador.
—¿Por qué estás montando esta vidriera para la iglesia? ¿Porque el reverendo Harris te deja vivir aquí?
—No. La habría hecho de todos modos… —Se quedó callado. En el silencio, Ronnie seguía mirándolo con atención—. Es una larga historia. ¿Estás segura de que quieres oírla?
Ella asintió.
—Debía de tener seis o siete años la primera vez que entré en la iglesia del reverendo Harris. Entré para refugiarme de la lluvia; fuera diluviaba y yo estaba empapado. Cuando lo oí tocar el piano, recuerdo que pensé que me diría que no podía quedarme. Pero no lo hizo. En vez de eso, me dio una manta y un tazón con sopa, y llamó a mi madre para que viniera a recogerme. Pero antes de que ella llegara, me dejó tocar el piano. Yo era sólo un niño pequeño, aporreando las teclas, pero…, de todos modos, acabé por regresar al día siguiente; al final él acabó por convertirse en mi primer profesor de piano. Sentía pasión por la música. Solía decirme que una música melodiosa era lo mismo que escuchar a un coro de ángeles cantar. Me fascinó su pasión. Empecé a ir a la iglesia cada día, y me pasaba horas tocando debajo de la vidriera original, con aquella luz celestial que caía en cascada a mi alrededor. Esa es la imagen que recuerdo cada vez que pienso en las horas que pasé allí. Aún puedo ver aquellos bellos rayos de luz. Y hace unos meses, cuando la iglesia se quemó…
Steve señaló hacia el artículo clavado en la pared.
—Aquella noche, el reverendo Harris estuvo a punto de morir. Estaba dentro, revisando por última vez su sermón, cuando el edificio entero fue pasto de las llamas. Estuvo un mes ingresado en el hospital, y desde entonces ha continuado oficiando misa en un viejo almacén que alguien le ha cedido. Es un sitio triste y oscuro; pensé que sólo sería una medida temporal hasta que me confesó que el seguro sólo cubría la mitad de los desperfectos y que de ninguna manera podía costearse el elevado precio de un vitral. No podía ni imaginármelo. La iglesia no sería el mismo lugar que yo recordaba, estaría incompleta. Así que decidí encargarme del vitral. —Se aclaró la garganta—. Necesito hacerlo.
Mientras hablaba, Ronnie intentó imaginarse a su padre de pequeño delante del piano de la iglesia. Lo miraba a él y después desviaba la vista hacia la fotografía de la vidriera parcialmente construida sobre la mesa.
—Lo que haces es… simplemente maravilloso.
—Sí, bueno… Ya veremos cómo queda al final. Pero Jonah parece disfrutar mucho ayudándome.
—Ah, y hablando de Jonah: creo que está un poco enojado porque no le dejas comer galletas.
—Primero ha de comerse un bocadillo.
Ronnie sonrió.
—Tranquilo, no pretendo discutir contigo. Simplemente es que me ha hecho gracia.
—¿Te ha dicho que ya se ha comido dos galletas en lo que va de día?
—Me temo que ha olvidado mencionar ese detalle.
—Me lo figuraba. —Se quitó los guantes y los depositó en la mesa—. ¿Quieres comer con nosotros?
Ella asintió.
—Sí, creo que sí.
Se dirigieron hacia la puerta.
—Por cierto —dijo él, intentando usar un tono distendido—, ¿tendré la oportunidad de conocer al apuesto joven que está enamorado de mi hija?
Ronnie lo adelantó y se plantó Inora, bajo la luz del sol.
—Probablemente.
—¿Qué te parece si lo invitas a cenar? Y quizá después podríamos…, ya sabes, hacer lo que solíamos hacer —dijo su padre, tentativamente.
Ronnie consideró la propuesta.
—No sé…, papá. Me pongo muy nerviosa.
—Hagamos una cosa: ya decidirás después si quieres hacerlo o no. ¿De acuerdo, cielo?