Marcus
—Quiero ir a comer algo en la cafetería antes de que cierren —suplicó Blaze.
—Pues ve tú sola —espetó Marcus—. Yo no tengo hambre.
Blaze y Marcus se hallaban en el Bower’s Point, con Teddy y Lance, que habían engatusado a dos de las chicas más feas que Marcus había visto en su vida y estaban intentando emborracharlas. Le había molestado encontrarlas allí, y después Blaze lo había estado atosigando sin tregua durante la última media hora, interrogándolo sobre dónde había estado todo el día.
Tenía la impresión de que ella sabía que tenía algo que ver con Ronnie, porque no era estúpida. Blaze había sabido desde el principio que a Marcus le gustaba Ronnie, y por eso había metido esos discos en su bolso. Era la solución perfecta para mantenerla a distancia…, lo cual significaba que Marcus tampoco tendría la oportunidad de volver a verla.
Y eso lo sacaba de sus casillas. No soportaba verla allí, quejándose de que tenía hambre y pegada a él como una lapa y agobiándolo con sus suspiros plañideros y sus pucheros…
—No quiero ir sola —volvió a lamentarse.
—¿No me has oído? —ladró él—. ¡Me pregunto si alguna vez me escuchas cuando hablo! ¡Te he dicho que no tengo hambre!
—No digo que tengas que comer… —balbuceó Blaze, sumisa.
—¿Quieres hacer el favor de callarte de una puñetera vez?
Su tono consiguió amedrentarla, y por unos minutos se quedó callada. Por su cara enfurruñada, Marcus sabía que quería que le pidiera disculpas. ¡Pues iba lista!
Marcus se giró hacia la orilla y encendió la pelota, enfadado al ver que Blaze no se había movido de su lado. Enfadado de que Teddy y Lance estuvieran allí, cuando lo que más deseaba en esos momentos era estar solo y tranquilo. Enfadado de que Blaze hubiera espantado a Ronnie, y especialmente enfadado por sentirse tan enfadado por todo eso. No era propio de él, y detestaba cómo le estaba afectando. Quería desahogarse contra algo o contra alguien, y al posar los ojos en Blaze y verla con aquella expresión ceñuda, pensó que ella tenía todos los números para ser el blanco de su ira. Le dio la espalda, deseando poder beber tranquilamente su cerveza y subir el volumen de la música y quedarse solo con sus pensamientos durante un buen rato. Sin toda aquella gente pululando a su alrededor.
Además, pensándolo bien, tampoco estaba realmente enfadado con Blaze. Cuando se enteró de lo que ella había hecho, en cierto modo se alegró al pensar que quizás eso serviría para allanar el camino entre él y Ronnie. Algo así como: «Tú me rascas la espalda a mí, y yo te la rasco a ti». Pero cuando se lo sugirió a aquella chica venida de Nueva York, ella reaccionó como si él fuera un apestado, como si prefiriera morirse antes que estar cerca de él. Pero Marcus no era de esa clase de chicos que tiran la toalla tan fácilmente, y pensó que tarde o temprano ella se daría cuenta de que era su única salida de aquel atolladero. Así que por eso había decidido acercarse hasta su casa, para charlar un rato con ella. Su intención era bajar el tono ofensivo y escucharla atentamente mientras ella se desahogaba contándole la jugarreta que le había hecho Blaze. Quizás incluso darían un paseo y puede que acabaran bajo el muelle y, una vez allí… que pasara lo que tuviera que pasar.
Pero al llegar a su casa, se había encontrado a Will. De toda la gente de la localidad, precisamente tenía que ser ese tipo quien se hallaba sentado en aquella duna, esperando charlar con ella. Y al final Ronnie había salido a hablar con él. De hecho, le pareció más bien que discutían, pero por el modo en que se comportaban, había algo entre ellos, y eso también lo sacó de sus casillas. Porque eso significaba que se conocían. Porque eso significaba que probablemente salían juntos, lo cual quería decir que se había equivocado al juzgarla.
¿O no? Tenía que averiguarlo. Esperó a que Will se marchara y a que Ronnie cayera en la cuenta de que tenía dos visitantes. Al ver que le observaba, Marcus pensó que ella sólo podría reaccionar de una de las dos maneras: o bien se le acercaría para charlar con la esperanza de conseguir que Blaze confesara la verdad, o bien se mostraría asustada igual que había hecho antes y correría a encerrarse en su casa. Le gustaba la idea de tener el poder de asustarla; podía resultarle útil para sus planes.
Pero ella no había reaccionado de ninguna de las dos formas. En vez de eso, se había quedado mirando fijamente en su dirección como diciéndole: «Ven si te atreves». Se había plantado un buen rato en el porche, con un ademán indiscutiblemente desafiante, antes de entrar en su casa.
Nunca nadie le había plantado cara de ese modo. Especialmente ninguna chica. ¿Quién diantre se creía que era? Aunque tuviera ese cuerpecito tan atractivo, a Marcus no le había hecho nada de gracia. En absoluto.
Blaze interrumpió sus pensamientos.
—¿Estás seguro de que no quieres venir?
Marcus se giró hacia ella, sintiendo unas repentinas ganas de serenarse, de olvidarse del tema. Sabía exactamente lo que necesitaba, y también sabía quién podía dárselo.
—Ven aquí —le ordenó, al tiempo que esbozaba una sonrisa forzada—. Siéntate aquí, a mi lado. No quiero que te vayas todavía.