14

Ronnie

Si no fuera tan odiosamente mono, nada de eso habría sucedido.

Mientras observaba a Will y a Scott intercambiando posiciones en la pista, recordó la extraña serie de sucesos que la habían llevado inevitablemente hasta allí. ¿De verdad había ido a pescar aquella misma mañana? ¿Y había visto a una tortuga herida nadando en círculos en un tanque a las ocho de la mañana?

Ronnie sacudió la cabeza, intentando no reparar en el magnífico torso de Will, con cada músculo cincelado a la perfección, mientras él se lanzaba sobre la arena persiguiendo el balón. Le costaba desviar la atención, ya que él no llevaba camiseta.

Quizás el resto del verano no sería tan terrible, después de todo.

Por supuesto, también había pensado lo mismo cuando conoció a Blaze, y en cambio esa amistad había acabado en un verdadero desastre.

Realmente él no era su tipo, pero mientras lo veía jugar, empezó a preguntarse si eso era tan importante, después de todo. Tampoco había tenido mucha suerte en el pasado con los novios que había elegido, y Rick era el ejemplo más claro. No le cabía la menor duda de que Will era mucho más inteligente que cualquiera de los otros chicos con los que había salido, y lo más destacable era que hacía algo provechoso con su vida. Trabajaba, era voluntario, hacía deporte…, incluso se llevaba bien con su familia. Y a pesar de que no era vanidoso, tenía las ideas claras y no se dejaba convencer fácilmente. Cuando ella lo había puesto a prueba, él le había mantenido el pulso; de hecho, en más de una ocasión. Tenía que admitir que le gustaba su reacción.

No obstante, había una cosa que la tenía perpleja: no entendía cómo era posible que él se sintiese atraído por una chica como ella. Ronnie no se parecía en absoluto a las chicas que había visto la noche de la feria; ni siquiera estaba segura de si él querría volver a verla después de aquel día que estaban pasando juntos. Lo observó mientras corría hacia atrás hasta la línea de saque. Una vez allí, Will desvió la vista hacia ella para mirarla, con una expresión que denotaba que estaba contento de que finalmente hubiera accedido a ir a verlo jugar. Se movía por la arena sin ninguna dificultad, y cuando se preparó para sacar, le señaló algo a Scott, quien parecía tomarse el partido tan en serio como si le fuera la vida en ello. Tan pronto como Scott se giró para mirar hacia la red, Will esbozó una mueca de fastidio, dejando claro que le molestaba aquella intensidad desmesurada con que su amigo se aplicaba en el juego. «Sólo es un juego», parecía decirle, y Ronnie encontró ese juicio totalmente alentador. Después, tras lanzar el balón al aire y sacar con fuerza, corrió hacia el lado de la pista para prepararse para el contraataque. Cuando se lanzó sobre el suelo y levantó una gran polvareda de arena en el aire, ella se preguntó si lo que había visto escasos segundos antes había sido sólo una ilusión: después de que el balón saliera fuera de la pista del equipo adversario y de que Scott alzara los brazos en señal de frustración y lo mirase con reprobación, Will simplemente lo ignoró. Tras guiñarle el ojo a Ronnie, se preparó para la siguiente jugada.

—Así que tú y Will, ¿eh?

Ronnie estaba tan hipnotizada que no se había dado cuenta de que alguien se había sentado a su lado. Al darse la vuelta, reconoció a la rubia que acompañaba a Will y a Scott el día de la feria.

—¿Cómo dices?

La rubia se pasó una mano por la melena y le mostró sus dientes perfectos.

—Tú y Will. Os he visto que llegabais juntos.

—Ah —dijo Ronnie. Su instinto le decía que era mejor no hablar demasiado.

Si la rubia se dio por enterada de la reacción recelosa de Ronnie, no lo demostró. Echándose el pelo hacia atrás con una gracia manifiestamente estudiada, volvió a mostrarle los dientes perfectos.

«Sin lugar a dudas, va teñida», decidió Ronnie.

—Soy Ashley. Y tú eres…

—Ronnie.

Ashley continuaba mirándola fijamente.

—¿Y estás aquí de vacaciones? —cuando Ronnie la miró con el ceño fruncido, ella volvió a sonreír—. Si fueras de aquí, lo sabría. Conozco a Will desde que éramos niños.

—Ah —volvió a decir Ronnie, procurando mostrarse evasiva.

—Supongo que os conocisteis la otra noche, cuando él te tiró la limonada por encima, ¿no? Conociéndolo, estoy segura de que lo hizo a propósito.

Ronnie pestañeó.

—¿Qué?

—No es la primera vez que lo he visto recurrir a esa táctica. Y a ver si lo adivino… También te ha llevado a pescar, ¿no? A ese muelle apartado, al otro lado de la isla.

Esta vez, Ronnie no pudo ocultar su sorpresa.

—Siempre hace lo mismo cuando conoce a una chica. Bueno, o eso o la lleva al acuario.

Mientras Ashley seguía delatando las técnicas que utilizaba Will para ligar, Ronnie la miraba fijamente con desconfianza, sintiendo como si súbitamente el mundo a su alrededor se estuviera encogiendo.

—¿Se puede saber de qué estás hablando? —Con un gran esfuerzo, consiguió articular las palabras. Le parecía que iba a perder la voz de un momento a otro.

Ashley se arropó las piernas con sus propios brazos.

—Nueva chica, nueva conquista. No te enfades con él —apuntó con un tono cordial—. Will es así. No puede remediarlo.

Ronnie notó un leve mareo. Se dijo a sí misma que era mejor no escucharla, no creerla, que Will no era así. Pero las palabras retumbaban en su cabeza…

«A ver si lo adivino. Te ha llevado a pescar, ¿no?».

«Bueno, o eso o la lleva al acuario…»

¿Se había equivocado al juzgarlo? Por lo visto, se estaba equivocando con todo el mundo que conocía en aquella localidad, lo cual no carecía de sentido, teniendo en cuenta que desde el primer momento no había querido ir a ese pueblo. Cuando lanzó un largo suspiro, cayó en la cuenta de que Ashley la estaba estudiando.

—¿Estás bien? —le preguntó, con sus cejas intachablemente perfiladas formando una fina línea en señal de preocupación—. ¿He dicho algo que te haya molestado?

—Estoy bien.

—Porque te has puesto lívida.

—Te digo que estoy bien —espetó Ronnie.

Ashley abrió la boca y volvió a cerrarla antes de suavizar su expresión.

—¡Oh, no! ¿No me digas que realmente te habías hecho ilusiones con Will?

«Nueva chica, nueva conquista. Will es así…»

Las palabras seguían resonando en su cabeza, y Ronnie aún no había contestado. Ni podía contestar. En el incómodo silencio, Ashley continuó con una vocecita afligida, como si sintiera pena por ella.

—Bueno, tampoco es tan extraño lo que te pasa, porque cuando se lo propone, puede ser el chico más encantador del mundo. No te miento. Lo sé porque yo también me dejé embaucar por él. —Ashley señaló hacia el público—. Igual que la mitad de las chicas que ves aquí.

Instintivamente, Ronnie echó un vistazo hacia la multitud y no pudo evitar fijarse en la media docena de chicas monas en bikini, todas ellas con los ojos puestos en Will. Se sentía incapaz de articular ninguna palabra. Mientras tanto, Ashley seguía con su monólogo.

—Supuse que serías capaz de darte cuenta… Quiero decir, que pareces un poco más sofisticada que el resto de las chicas de por aquí. Supongo que pensé…

—Tengo que irme —anunció Ronnie, con un tono más reposado que sus nervios.

Cuando se levantó, notó que le flaqueaban las piernas. En la pista, Will debió de darse cuenta de que ella se ponía de pie porque se giró hacia ella, sonriendo, fingiendo…

«Como el chico más encantador del mundo…»

Se dio la vuelta, enfadada con él, pero aún más enfadada consigo misma por haber sido tan mema. Lo que más deseaba en aquellos momentos era que se la tragara la tierra.

En su habitación, lanzó la maleta sobre la cama. Se disponía a empezar a guardar la ropa dentro cuando se abrió la puerta a sus espaldas. Por encima del hombro, vio a su padre de pie, en el umbral. Ella sólo vaciló unos instantes antes de dirigirse hacia el armario y recoger más ropa.

—¿Un día duro? —se interesó su padre. Su voz era suave, pero Steve no esperó a recibir una respuesta—. Estaba en el taller con Jonah cuando te vi subir por la playa. Parecías muy enojada.

—No quiero hablar de ello.

Su padre no se movió de su sitio, manteniendo la distancia.

—¿Vas a alguna parte?

Ronnie soltó un bufido de exasperación mientras seguía haciendo la maleta.

—Me largo de aquí, ¿vale? Llamaré a mamá para decirle que regreso a casa.

—¿Tan malo ha sido el día?

Ella se giró hacia él.

—Por favor, no me pidas que me quede. No me gusta estar aquí. No me gusta la gente de aquí. No encajo. No pinto nada en este sitio. Quiero irme a casa.

Su padre no dijo nada, pero ella detectó la decepción en su rostro.

—Lo siento —añadió Ronnie—. Y no es por ti, ¿de acuerdo? Si me llamas, te aseguro que me pondré al teléfono. Y puedes venir a visitarme a Nueva York, ¿vale?

Su padre continuaba observándola en silencio, lo cual sólo consiguió que ella se sintiera peor. Ronnie revisó el contenido de la maleta antes de meter el resto de sus pertenencias.

—No estoy seguro de que pueda dejarte marchar.

Ronnie se lo esperaba, y notó una fuerte tensión en el pecho.

—Papá…

Él alzó la mano.

—No es por lo que crees. Te dejaría marchar, si pudiera. Llamaría a tu madre ahora mismo. Pero teniendo en cuenta lo que pasó el otro día en la tienda de discos…

Ronnie se oyó a sí misma contestar: «Con Blaze. Y el arresto…».

Su padre dejó caer los hombros en señal de abatimiento. En su estado de exasperación, Ronnie se había olvidado del asunto del robo.

¡Por supuesto que se había olvidado! ¡Porque ella no había robado nada! Su energía se evaporó súbitamente y se dio la vuelta; a continuación, se derrumbó sobre la cama. No era justo. Nada de lo que le pasaba era justo.

Su padre seguía sin apartarse de la puerta.

—Puedo ir a buscar a Pete, el agente Johnson, y averiguar si puedes abandonar el pueblo. Pero quizá no lo encuentre hasta mañana, y no quiero que te metas en más problemas. Pero si él dice que te puedes marchar y todavía quieres hacerlo, no te obligaré a quedarte.

—¿Lo prometes?

—Sí —asintió él—. Aunque preferiría que te quedaras, lo prometo.

Ronnie asintió con tristeza, apretando los labios.

—¿Irás a verme a Nueva York?

—Si puedo…

—¿Cómo que si puedes?

Antes de que su padre pudiera contestar, oyeron unos golpes en la puerta, fuertes e insistentes. Su padre miró por encima del hombro.

—Me parece que es ese chico con el que estabas hoy. —Ronnie se preguntó cómo podía saberlo, y al leer su expresión, él agregó—: He visto que venía hacia aquí cuando he entrado en casa. ¿Quieres que le diga que se marche?

«No te enfades con él. Will es así. No puede remediarlo».

—No —dijo ella—. Ya me encargo yo.

Su padre sonrió y, por un instante, ella pensó que parecía más viejo que hacía un día. Como si su clara intención de marcharse de allí lo hubiera hecho envejecer de repente.

A pesar de todo, Ronnie no se sentía cómoda en aquel lugar. Era el pueblo de su padre, no el suyo.

Nuevamente oyó la batería de golpes en la puerta.

—Papá…

—¿Sí?

—Gracias. Sé que realmente quieres que me quede, pero, de verdad, no puedo.

—No pasa nada, cielo. —Aunque él sonrió, las palabras emergieron en un tono herido—: Lo comprendo.

Ronnie se agarró los pantalones por la cinturilla para ponérselos en su sitio antes de incorporarse de la cama. Al llegar a la puerta, se llevó una mano al pecho e inspiró. A continuación, y procurando mantener la calma, asió el pomo y abrió la puerta. Lo primero que vio fue la mano de Will alzada, como si se dispusiera a volver a llamar. Él se mostró sorprendido al ver que finalmente ella había abierto.

Ronnie lo miró sin parpadear, preguntándose cómo había podido ser tan mema como para confiar en él. Tendría que haber hecho caso a sus instintos.

—Ah, hola… —dijo él al tiempo que bajaba la mano—. Estás aquí. Por un segundo creí que…

Ronnie cerró la puerta de golpe, sólo para oír que inmediatamente él se ponía a llamar de nuevo.

—¡Vamos, Ronnie! ¡Sólo quiero saber qué ha pasado! ¿Por qué te has ido? —masculló, con voz suplicante.

—¡Márchate! —le gritó ella sulfurada.

—Pero ¿qué he hecho?

Ella volvió a abrir la puerta con ímpetu.

—¡No soy tan mema como para seguirte el juego!

—¿Qué juego? ¿De qué estás hablando?

—¡Te repito que no soy tan mema! ¡Y no tengo nada más que decir!

Nuevamente, volvió a cerrarle la puerta en las narices. Will contraatacó aporreando la puerta.

—¡No pienso irme hasta que hables conmigo!

Su padre señaló hacia la puerta.

—¿Problemas en el paraíso?

—Esto no es el paraíso.

—Pues lo parece. ¿Quieres que me ocupe de él? —volvió a ofrecerle.

Will seguía aporreando la puerta.

—Ya se cansará. Lo mejor que podemos hacer es no prestarle atención.

Tras unos momentos, su padre pareció acatar su decisión y señaló hacia la cocina.

—¿Tienes hambre?

—No —dijo ella. Acto seguido, llevándose las manos al vientre, cambió de opinión—. Bueno, quizás un poco.

—He encontrado otra receta interesante por Internet. Pasta con un sofrito de cebolla, champiñones y tomates, y queso parmesano. ¿Te apetece?

—No creo que a Jonah le guste.

—No, me ha dicho que prefería un perrito caliente.

—Ya decía yo…

Steve sonrió justo cuando volvieron a sonar más golpes en la puerta. Cuando éstos no cesaron, él debió de interpretar algo en la expresión del rostro de su hija, porque abrió los brazos.

Sin pensarlo dos veces, Ronnie avanzó hacia él y se dejó abrazar. Había algo… tierno e indulgente en su abrazo, algo que ella había echado de menos durante años. Apenas podía contener las lágrimas cuando finalmente se separó de él.

—¿Me dejas que le ayude a preparar la cena?

Ronnie intentó asimilar de nuevo el contenido de la página que acababa de leer. Hacía una hora que se había puesto el sol, y después de zapear por los canales de la televisión de su padre, la apagó y se cobijó en su libro. Pero por más que lo intentaba, no conseguía acabar ni un solo capítulo, porque Jonah llevaba casi una hora de pie frente a la ventana…, lo cual le hacía pensar en lo que había allí fuera, o mejor dicho, en «quién» estaba allí fuera.

Will. Habían transcurrido cuatro horas, y todavía no se había marchado. Hacía mucho rato que había parado de aporrear la puerta. En vez de eso, había decidido quedarse plantado como un centinela justo unos pasos más allá de la duna, de espaldas a su casa. Técnicamente, se hallaba en una playa pública, por lo que no podían hacer nada más que simplemente ignorarlo. Y eso era precisamente lo que ella y su padre —que, aunque pareciera extraño, estaba de nuevo leyendo la Biblia— intentaban hacer.

Jonah, por otro lado, no podía no hacerle caso. Por lo visto, estaba alucinado con la tenacidad de aquel chico. Era como contemplar algo imposible, como un platillo volante que acabara de aterrizar cerca del muelle, o a Bigfoot trotando por la playa. A pesar de que llevaba puesto el pijama de los Transformers y que hacía media hora que debería estar en la cama, le había suplicado a su padre que lo dejara quedarse despierto un rato más, porque, según sus palabras textuales: «Si me voy a dormir, es posible que me haga pis en la cama».

¡Ja!

No se había orinado en la cama desde que era un bebé, y Ronnie sabía que su padre no se había tragado la excusa. Sin embargo, su actitud condescendiente probablemente tenía más que ver con el hecho de que era el primer atardecer que habían pasado los tres juntos desde que habían llegado y —en función de lo que el agente Johnson dijera a la mañana siguiente— quizá fuera el último. Ronnie supuso que su padre simplemente quería prolongar aquella sensación de estar juntos en familia.

Era algo absolutamente comprensible, por supuesto, y en cierto modo consiguió que ella se sintiera un poco culpable con toda esa obcecación de querer marcharse de allí. Preparar la cena con él había resultado más divertido de lo que había supuesto, ya que no la había acribillado a preguntas ni con insinuaciones, como su madre solía hacer últimamente. Sin embargo, aunque no tenía intención de quedarse más tiempo que el necesario, por más que eso le resultara duro a su padre, lo mínimo que podía hacer era contribuir a que la noche fuera amena.

Pero eso resultaba del todo imposible, claro.

—¿Cuánto rato creéis que se quedará ahí fuera? —murmuró Jonah.

Ronnie contó mentalmente las veces que su hermano había formulado la misma pregunta en los últimos veinte minutos: cinco. Pero ni ella ni su padre habían contestado. Esta vez, sin embargo, su padre apartó la Biblia.

—¿Por qué no sales y se lo preguntas? —sugirió él.

—¡Anda ya! —replicó Jonah—. No es mi novio.

—Tampoco es mi novio —terció Ronnie.

—Pues se comporta como si lo fuera.

—No lo es, ¿vale? —Ronnie pasó otra página del libro.

—Entonces, ¿por qué está ahí fuera sentado? —Jonah ladeó la cabeza, intentando resolver el enigma—. Quiero decir, es muy raro, ¿no os parece? Lleva horas allí sentado, esperando hablar contigo. Quiero decir, nos estamos refiriendo a mi hermana. ¡Mi hermana!

—Vaya, muchas gracias —le recriminó Ronnie. En los últimos veinte minutos, había leído el mismo párrafo seis veces.

—Sólo digo que me parece raro —musitó Jonah, que adoptó una expresión propia de un científico desconcertado—. No entiendo cómo puede estar allí fuera esperando hablar con mi hermana.

Ronnie alzó la vista y vio que su padre intentaba sin éxito contenerse para no sonreír.

Ella volvió a centrar la vista en el libro, leyendo por séptima vez el mismo párrafo con una renovada concentración; durante los siguientes dos minutos, la estancia quedó sumida en un absoluto silencio…, salvo por los ruiditos que hacía Jonah, que se agitaba nerviosamente y murmuraba sin parar, pegado a la ventana.

Ronnie intentó no prestarle atención. Se arrellanó en el sofá, apoyó los pies en el borde de la mesa y se obligó a sí misma a concentrarse en las palabras. Durante uno o dos minutos, fue capaz de aislarse de todo lo que la rodeaba, y estaba a punto de concentrarse por fin en la historia cuando volvió a oír la vocecita de Jonah.

—¿Cuánto rato creéis que se quedará ahí fuera sentado? —murmuró Jonah.

Ella cerró el libro abruptamente.

—¡Qué pesado! —gritó, pensando nuevamente que su hermano sabía precisamente qué teclas tocar para sacarla de quicio—. ¡Vale! ¡Tú ganas!

Afuera soplaba una fuerte brisa, que transportaba el aroma de la sal marina y de los pinos. Ronnie salió al porche y se encaminó hacia Will. Él ni se inmutó al oír el ruido de la puerta al cerrarse; permaneció sentado, con porte ensimismado, lanzando conchas a los cangrejos araña que buscaban cobijo apresuradamente en sus madrigueras.

Una fina capa de bruma encuadraba las estrellas, lo cual le confería a la noche un aire más frío y más oscuro que unas horas antes. Ronnie cruzó los brazos, intentando zafarse de la sensación de frío. Entonces se dio cuenta de que Will todavía iba vestido con el mismo par de pantalones cortos y la camiseta que había llevado durante todo el día. Se preguntó si no tendría frío, pero rápidamente apartó la cuestión de su mente.

«Eso no importa», se recordó a sí misma cuando él se giró hacia ella. En la oscuridad, Ronnie no podía ver su expresión, pero al mirarlo fijamente sin apartar la vista, se dio cuenta de que ya no estaba tan enojada con él, sino más bien exasperada por su insistencia.

—Tienes a mi hermano completamente revolucionado —proclamó Ronnie en un tono que esperaba que sonara imperativo—. Deberías irte.

—¿Qué hora es?

—Más de las diez.

—Pues sí que has tardado en salir.

—Mira, no debería haber salido. Ya te dije antes que te marcharas. —Ronnie echaba fuego por los ojos.

Los labios de Will se tensaron en una fina línea.

—Quiero saber qué ha pasado.

—No ha pasado nada.

—Entonces dime qué te ha dicho Ashley.

—No me ha dicho nada.

—Os he visto hablando —la acusó él.

Por eso precisamente no quería salir a hablar con él; eso era lo que quería evitar.

—Will…

—¿Por qué te has marchado deprisa y corriendo después de hablar con Ashley? ¿Y por qué has tardado cuatro horas en salir a hablar conmigo?

Ronnie sacudió la cabeza, negándose a aceptar su torpeza.

—No importa.

—O sea, que sí que te ha dicho algo, ¿no es cierto? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué todavía salimos juntos? Pues no es verdad. Lo nuestro se acabó.

Ronnie necesitó un momento para asimilar lo que él le acababa de decir.

—¿Ella era tu novia?

—Sí —contestó Will—. Durante los dos últimos años.

Cuando Ronnie no dijo nada, él se levantó y avanzó un paso hacia ella.

—¿Qué es lo que te ha dicho exactamente?

Pero Ronnie apenas oía su voz. En vez de eso, pensó en la primera vez que había visto a Ashley, en la primera vez que lo había visto a él. Aquella chica, con su cuerpo espectacular, embutido en aquel bikini, sin apartar la vista de su ex novio…

Apenas oyó a Will, que seguía interrogándola:

—¿Qué? ¿No piensas hablarme? ¿Me has tenido aquí sentado cuatro horas y ni tan sólo te dignas a contestar mi pregunta?

Pero Ronnie seguía sin oírlo. En vez de eso, recordó la actitud de Ashley aquel día, al lado de la pista. Moviéndose con gracia, aplaudiendo…, ¿como si pretendiera captar la atención de Will?

¿Por qué? ¿Porque Ashley pretendía recuperarlo? ¿Temía que Ronnie se interpusiera en su camino?

Con esa reflexión, las piezas empezaron a encajar en el rompecabezas. Pero antes de que pudiera pensar en lo que quería decir, Will sacudió la cabeza.

—Pensé que eras diferente. Simplemente pensé que… —La miró fijamente. Su cara mostraba una mezcla de enojo y decepción. Súbitamente, se dio la vuelta y emprendió la marcha, alejándose por la playa—. Por Dios. No sé en qué estaba pensando —lanzó por encima del hombro.

Ronnie dio un paso adelante y estaba a punto de llamarlo cuando se fijó en un punto de luz un poco más abajo en la playa, cerca de la orilla. La luz subía y bajaba, como si alguien estuviera lanzando…

Una bola en llamas. Ronnie se quedó paralizada.

Se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de que Marcus estaba allí, e instintivamente retrocedió un paso. Cerró los ojos y se imagino cómo él caminaba sigilosamente hacia el nido mientras ella dormía fuera. Se preguntó si realmente se atrevería a acercarse hasta ella. ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿La estaba acechando?

Ronnie había visto casos espeluznantes en la tele. A pesar de que le gustaba creer que sabría cómo reaccionar en prácticamente cualquier situación, ésta era diferente. Porque Marcus era diferente.

Porque aquel chico le daba miedo.

Will se hallaba ya a un par de casas más abajo en la playa, y su perfil se desvanecía entre las sombras de la noche. Pensó en llamarlo en voz alta y contárselo todo, pero lo último que quería hacer era quedarse ahí fuera más rato del necesario. Y tampoco quería que Marcus estableciera una conexión entre ella y Will. En cualquier caso, no existía ninguna relación entre ellos dos. Ya no. Ahora volvía a estar sola.

Sola con Marcus.

Presa del pánico, retrocedió otro paso. Entonces se dijo a sí misma que no podía perder el control. Si él se daba cuenta de que ella estaba asustada, aún sería peor. Por eso procuró avanzar con paso sereno hasta el porche, y cuando se halló bajo la luz de la lámpara del techo, se giró deliberadamente en dirección a Marcus.

No podía verlo; sólo percibía el punto de luz que subía y bajaba. Sabía que quería asustarla, y por ese motivo intentó sacar fuerzas de su interior. Siguió con la vista fija en aquel punto, colocó los brazos en jarras y alzó la barbilla con actitud desafiante. Notaba que el corazón desbocado le iba a estallar de un momento a otro, pero mantuvo el porte desafiante hasta que la bola en llamas quedó apresada en la mano de Marcus. Un momento más tarde, la luz se apagó y supo que Marcus la había extinguido con su propio puño, anunciándole que se acercaba a ella.

Sin embargo, ella se negó a moverse. No estaba segura de lo que haría si él aparecía súbitamente a escasos metros de ella, pero mientras los segundos daban paso a un minuto y luego a otro, ella adivinó que él había decidido que era mejor mantenerse alejado. Cansada de esperar y satisfecha de haber sabido transmitir el mensaje, se dio la vuelta y enfiló hacia el interior de la casa.

Sólo después de apoyarse en la puerta tras cerrarla, se dio cuenta de que le temblaban las manos.