Will
Hacía sólo diez minutos que habían abierto las puertas del taller Blakelee Brakes cuando la vio entrar en el vestíbulo y encaminarse directamente hacia la sección de reparación.
Secándose las manos en una toalla, se dirigió hacia ella.
—¡Hola! —la saludó, sonriendo—. No esperaba verte por aquí.
—¡Gracias por hacer lo que te había pedido! —espetó Ronnie.
—¿De qué estás hablando?
—¡Te pedí un favor la mar de sencillo! ¡Sólo tenías que llamar para que pusieran la jaula! ¡Pero claro, ni siquiera eres capaz de hacer eso!
—Un momento… ¿De qué estás hablando? —parpadeó él.
—¡Te dije que había visto un mapache! ¡Te dije que había un mapache rondando cerca del nido!
—¿Ha pasado algo con el nido?
—¡Ya! ¡Ahora finge que te importa! ¿Qué pasa? ¿Los partidos de vóley-playa te importan más que tu trabajo?
—Sólo quiero saber si ha pasado algo con el nido.
Ella continuó mirándolo con inquina.
—No, el nido está bien. Pero no gracias a ti. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida, furiosa.
—¡Espera! —gritó él—. ¡Un momento!
Ronnie no le prestó atención. Will se quedó aturdido y clavado en su sitio mientras ella avanzaba a grandes zancadas hacia el pequeño vestíbulo para después desaparecer por la puerta principal.
¿Qué diantre había sucedido?
Por encima del hombro, Will se dio cuenta de que Scott lo estaba observando desde detrás del ascensor.
—¡Hazme un favor! —le gritó Will.
—¿Qué quieres?
Buscó las llaves del coche en su bolsillo y se encaminó corriendo hacia la furgoneta que estaba aparcada en el patio trasero.
—¡Ocupa mi puesto! ¡Tengo que encargarme de un asunto!
Scott dio un paso hacia delante rápidamente.
—¡Espera! ¿De qué estás hablando?
—¡Volveré tan pronto como pueda! ¡Si viene mi padre, dile que vuelvo enseguida! ¡Empieza tú mientras estoy fuera! ¿De acuerdo?
—¿Adonde vas? —lo llamó Scott.
Esta vez Will no contestó, pero Scott avanzó otro paso hacia él.
—¡Vamos, hombre! ¡No quiero hacer esto solo! ¡Tenemos un montón de coches que revisar!
Will no pareció inmutarse. Una vez fuera de la nave, corrió hacia la furgoneta. Sabía lo que tenía que hacer.
La encontró en la duna una hora más tarde, junto al nido. Seguía tan furiosa como cuando había aparecido por el taller. Al ver que él se acercaba, puso los brazos en jarras.
—¿Qué quieres?
—No me dejaste acabar. Claro que los llamé.
—¡Ja!
Will inspeccionó el nido.
—No le pasa nada al nido. ¿Por qué tanto escándalo?
—Sí, claro que está bien. Pero no gracias a ti.
Él notó una irritación incontenible.
—¿Qué diantre te pasa?
—¡Lo que me pasa es que he tenido que volver a dormir aquí fuera esta noche porque el mapache regresó! ¡El mismo mapache del que te hablé!
—¿Has dormido aquí fuera?
—¿Es que no me escuchas cuando hablo? ¡Sí! ¡He tenido que dormir aquí! ¡Dos noches seguidas, porque tú te niegas a hacer «tu» trabajo! Si no hubiera mirado por la ventana en el momento preciso, el mapache habría llegado hasta los huevos. ¡Estaba a menos de un metro del nido cuando conseguí espantarlo! Y después tuve que quedarme aquí porque sabía que ese bicho volvería. ¡Por eso te pedí que llamaras a los del acuario! ¡Pensé que incluso un pelele como tú podría hacer bien su trabajo!
Lo miró con ojos desafiantes, con los brazos en jarras, como si intentara aniquilarlo con su mirada fulminante.
A Will le costaba contenerse.
—Veamos si te he entendido bien, ¿vale? Viste un mapache, entonces me pediste que llamara a los del acuario, entonces viste otra vez al mapache. Y has acabado durmiendo aquí fuera. ¿No es así?
Ronnie abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Acto seguido, se dio la vuelta airadamente y empezó a caminar hacia su casa.
—¡Vendrán mañana a primera hora! —gritó él—. ¡Y para que te enteres, sí que los llamé! ¡Dos veces, de hecho! Una justo después de poner la cinta, y luego otra vez cuando salí del taller. ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo?
A pesar de que Ronnie se detuvo en seco, no se giró para mirarlo. Él continuó:
—Y luego, esta mañana, después de que te marcharas del taller, he ido a ver al director del acuario y he hablado con él en persona. Me ha prometido que se ocupará del asunto mañana por la mañana. Habrían venido hoy, pero hay ocho nidos en Holden Beach.
Ronnie se dio lentamente la vuelta y lo estudió, intentando decidir si le estaba diciendo la verdad.
—Pero eso no ayudará a salvar mis tortugas esta noche, ¿no?
—¿Tus tortugas?
—Sí —aseveró, con un tono enfático—. Mi casa. Mis tortugas.
Después dio media vuelta y se fue a su casa, esta vez sin importarle si él todavía estaba allí plantado como un pasmarote.
Le gustaba esa chica; así de sencillo.
De vuelta al taller, todavía no estaba seguro de qué era lo que le atraía de ella, pero ni una sola vez había abandonado su puesto de trabajo para ir tras Ashley. En cada encuentro con aquella desconocida, ella había conseguido sorprenderlo. Le gustaba la forma que tenía de decir lo que pensaba, y le gustaba que no se mostrase turbada ante su presencia. Irónicamente, todavía tenía que conseguir crearle una buena impresión. Primero le había tirado la bebida por encima, después ella lo había visto a punto de enzarzarse en una pelea, y luego, aquella mañana, ella lo había tratado de vago y de idiota.
Pero no pasaba nada. Ella no era su amiga, no la conocía… Sin embargo, le importaba lo que ella pudiera pensar de él. Quería que se llevara una buena impresión. Deseaba gustarle a esa chica.
Era una experiencia rarísima, completamente novedosa para Will. El resto del día, en el taller —trabajando durante la hora de comer para recuperar el rato que había perdido por la mañana—, no pudo dejar de pensar en ella. Sentía que había algo genuino en su forma de hablar y de comportarse. Detrás de aquella fachada frágil, creía haber detectado a una persona dulce y cariñosa, y esa impresión le daba a entender que, a pesar de que la hubiera defraudado constantemente hasta aquel momento, con ella siempre existía una posibilidad de redención.
Más tarde, aquella noche, la encontró sentada exactamente donde suponía que la encontraría, en una silla de playa con un libro abierto en su regazo, leyendo a la luz de una pequeña linterna.
Ella alzó la vista cuando él se acercó, y después volvió a centrar la atención en el libro, sin mostrarse ni sorprendida ni complacida.
—Supuse que te encontraría aquí —dijo él—. Tu casa, tus tortugas… Ya sabes.
Cuando ella no contestó, Will desvió la vista hacia el nido. Todavía no era muy tarde, y las sombras se movían detrás de las cortinas de la pequeña casa en la que ella vivía.
—¿Alguna señal del mapache?
En vez de contestar, ella pasó una página del libro.
—Espera. A ver si lo adivino. Piensas pasar olímpicamente de mí, ¿verdad?
Ronnie suspiró con cara de fastidio antes de refunfuñar:
—¿Cómo es que no estás con tus amigos, admirándoos mutuamente en el espejo?
Will se echó a reír.
—Qué graciosa. Intentaré no olvidar tu ocurrencia.
—No intento ser graciosa. Hablo en serio.
—Ah, claro, es que somos tan guapos…
Ronnie centró nuevamente la atención en el libro, a modo de respuesta, pero era más que evidente que no estaba leyendo. Él se sentó a su lado.
—Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera —recitó Will, señalando el libro—. Es la primera línea de tu libro. Siempre he creído que esa frase encierra una gran verdad. O quizás eso fue lo que mi profesora de literatura dijo, ahora no estoy seguro. Lo leí el semestre pasado.
—Tus padres deben de estar muy orgullosos de que sepas leer.
—Así es. Me compraron un poni y un montón de regalos cuando presenté la sinopsis del libro El gato garabato, del Dr. Seuss.
—¿Eso fue antes o después de que te jactaras de haber leído a Tolstoi?
—Vaya, veo que me estás escuchando. Sólo quería confirmarlo. —Abrió los brazos hacia el horizonte—. ¡Qué noche tan perfecta! ¿Verdad? Me encantan las noches como ésta. Hay algo mágico, algo relajante, en el sonido de las olas en la oscuridad, ¿no te parece? —Hizo una pausa.
Ronnie cerró el libro.
—¿Qué haces aquí?
—Me gusta la gente a la que le gustan las tortugas.
—Por eso sales con tus amigos del acuario, ¿no? ¡Huy, no! Claro, no puedes ir con ellos porque están salvando otras tortugas, y tus otros amigos se están pintando las uñas y rizándose el pelo, ¿no?
—Probablemente. Pero la verdad es que estoy aquí porque pensé que agradecerías un poco de compañía.
—Estoy bien —espetó ella—. Ahora vete.
—Es una playa pública. Me gusta estar aquí.
—¿Así que piensas quedarte?
—Sí, creo que sí.
—Entonces espero que no te importe que me vaya a casa.
Will irguió la espalda y se llevó una mano a la barbilla.
—No sé si es una buena idea… Quiero decir, ¿cómo vas a fiarte de que un pelele como yo se quede aquí toda la noche? Y con ese maldito mapache merodeando cerca del nido…
—¿Qué quieres de mí? —lo atajó Ronnie.
—Para empezar, ¿qué tal si me dices cómo te llamas?
Ella agarró una toalla y se la echó por encima de las piernas.
—Ronnie —dijo—. Es una abreviación de Verónica.
Will se reclinó hacia atrás, apoyándose en los codos.
—Muy bien, Ronnie. Háblame de ti.
—No me da la gana.
—Mira, no te pases, ¿vale? Estoy intentando ser cortés.
Will no estaba seguro de cómo se tomaría ella su abrupta respuesta, pero mientras se recogía el pelo en una cola de caballo holgada, pareció aceptar la idea de que no se iba a desembarazar de él tan fácilmente.
—De acuerdo. Mi historia: vivo en Nueva York con mi madre y mi hermano pequeño, pero ella nos ha facturado hasta este lugar para que pasemos el verano con nuestro padre. Y ahora estoy aquí recluida, vigilando un nido con huevos de tortuga, mientras un jugador de vóley-playa barra mono grasiento barra voluntario del acuario está intentando ligar conmigo.
—No estoy intentando ligar contigo —protestó él.
—¿Ah, no?
—Créeme, si intentara ligar contigo, lo sabrías. No serías capaz de resistirte a mis encantos.
Por primera vez desde que él había llegado, la oyó reír, cosa que interpretó como una buena señal.
—La verdad es que he venido porque me sentía fatal por lo de la jaula, y no quería que estuvieras sola. Tal y como he dicho antes, es una playa pública, y nunca se sabe quién puede aparecer por aquí.
—¿Te refieres a alguien como tú?
—No es necesario que receles de mí. Pero en todas partes hay gente mala. Incluso aquí.
—Y déjame que lo adivine. Tú me protegerías, ¿no?
—Si fuera necesario, no lo dudaría ni un instante.
Ronnie no contestó, pero Will tuvo la impresión de que la había sorprendido. La marea estaba subiendo, y juntos contemplaron cómo las olas plateadas se estrellaban y bañaban la costa. A través de las ventanas, las cortinas se movieron levemente, como si alguien los estuviera observando.
—Muy bien —dijo ella finalmente, rompiendo el silencio—. Es tu turno. Háblame de ti.
—Soy un jugador de vóley-playa barra mono grasiento barra voluntario del acuario.
Will la oyó reír; le gustó la energía que desprendía. Era contagiosa.
—¿Te importa si me quedo un rato?
—Es una playa pública.
Él hizo un gesto con la cabeza hacia la casa.
—¿Necesitas decirle a tu padre que estoy aquí?
—Estoy segura de que ya lo sabe —respondió ella—. Me parece que anoche se pasó todo el rato entrando y saliendo para ver cómo estaba.
—Muy propio de un buen padre.
Ronnie pareció considerar el comentario antes de sacudir la cabeza.
—Así que te gusta el vóley-playa, ¿eh?
—Me mantiene en forma.
—No has contestado a mi pregunta.
—Me divierte. Aunque no sé si me gusta.
—Pero en cambio sí que te gusta chocar con la gente, ¿no?
—Eso depende de con quién choque. Pero tengo la impresión de que hace unos días no me salió nada mal.
—¿Me estás diciendo que te alegras de haberme tirado la limonada por encima?
—Si no te la hubiera tirado, a lo mejor ahora no estaría aquí.
—Y yo podría estar disfrutando de una noche plácida y tranquila en la playa.
—No lo sé. —Sonrió Will—. Las noches plácidas y tranquilas están sobrevaloradas.
—Supongo que esta noche no podré averiguarlo, ¿no?
Él se puso a reír.
—¿A qué instituto vas?
—No voy al instituto —contestó Ronnie—. Acabé hace un par de semanas. ¿Y tú?
—Acabo de graduarme del instituto Laney, el mismo donde estudió Michael Jordán.
—Me apuesto lo que quieras a que todo el mundo que va a ese instituto se jacta de lo mismo.
—No —la corrigió él—. No todo el mundo. Sólo los que nos acabamos de graduar.
Ella esbozó una mueca de fastidio.
—Muy bien. ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿Continuarás trabajando con tu padre?
—Sólo durante el verano. —Will apresó un puñado de arena y lo filtró lentamente entre los dedos.
—¿Y después?
—Me temo que no puedo decírtelo.
—¿No?
—Acabo de conocerle, y no sé si puedo confiarte esa información vital.
—¿Y si me das una pista? —lo alentó ella.
—¿Y si eres tú la que me dices tus planes primero? ¿Qué piensas hacer cuando acabe el verano?
Ronnie se quedó pensativa.
—Estoy francamente interesada en dedicarme a la vigilancia de nidos de tortuga. Creo que se me da muy bien. Quiero decir, deberías haber visto cómo huyó despavorido el mapache. Fue como si ese bicho pensara que yo era Terminator.
—Hablas como Scott —dijo él. Al ver su expresión desconcertada, le explicó—: Es mi compañero de vóley-playa, y es una fiera en referencias de películas. No puede acabar una frase sin mencionar una. Por supuesto, siempre las lanza como indirectas para ligar.
—¡Vaya! Parece que tu amigo tiene un talento especial.
—Ya lo creo. Podría pedirle que te haga una demostración personal, si quieres.
—No, gracias. No necesito que me tiren los tejos.
—Puede que te gustara.
—No lo creo.
Will le mantuvo la mirada mientras bromeaban, y se fijó en que era más guapa de lo que recordaba. Y también divertida y lista, lo cual aún era mejor.
Cerca del nido, la hierba se mecía al son de la brisa. El sonido constante de las olas los envolvía. Will se sintió como si estuvieran aislados dentro de un cascarón. A lo largo de la playa, las luces brillaban en las casas a primera línea de la orilla.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—No creo que pueda detenerte.
Will hundió los pies en la arena, sin dejar de moverlos hacia delante y hacia atrás.
—¿Qué relación tienes con Blaze?
En el silencio, ella se puso visiblemente tensa.
—¿A qué te refieres?
—Sólo me preguntaba qué hacías la otra noche con ella.
—¡Ah! —exclamó Ronnie. A pesar de que no sabía por qué, se sintió aliviada—. La verdad es que nos conocimos cuando ella me tiró la limonada por encima. Justo después de que acabara de limpiar la camiseta de la limonada que tú me acababas de tirar por encima.
—¡No me digas!
—Sí que te digo. Por lo visto, en esta parte del mundo, tirar limonada equivale a: «Hola, ¿qué tal?». Con franqueza, prefiero más las clásicas presentaciones de toda la vida, pero, claro, ¿qué sabré yo? —Soltó un largo suspiro—. La cuestión es que me cayó simpática y puesto que no conocía a nadie más… nos hicimos amigas.
—¿Se quedó contigo aquí, anoche?
Ronnie sacudió la cabeza.
—No.
—¿Qué? ¿No quería salvar las tortugas? ¿O por lo menos quedarse para hacerte compañía?
—No le conté lo del nido.
Will podía ver que la chica no quería seguir hablando del tema, así que no insistió. Señaló hacia la playa antes de preguntar:
—¿Te apetece dar un paseo?
—¿Te refieres a un paseo romántico, o sólo a un paseo?
—Me refiero a… sólo un paseo.
—Buena elección. —Ronnie dio una palmada y se quedó con las manos entrelazadas—. Pero que quede claro, no quiero ir muy lejos. Puesto que los voluntarios del acuario no se han ocupado del mapache, los huevos aún están en peligro.
—Por supuesto que se han preocupado. Sé de buena tinta que en estos mismos instantes hay un voluntario del acuario vigilando el nido.
—Sí —dijo ella—. La cuestión es: ¿por qué?
Caminaron por la playa en dirección al muelle y pasaron por delante de una docena de mansiones situadas en la primera línea de la costa. Todas ellas disponían de unas magníficas terrazas, con unas escaleras que conducían directamente a la playa. Por lo visto, unas pocas casas más abajo, uno de los propietarios había organizado una pequeña fiesta; todas las luces de la tercera planta estaban encendidas, y tres o cuatro parejas se apoyaban en la barandilla, contemplando las olas bañadas por la luz de la luna.
No hablaron demasiado, pero el silencio no resultaba incómodo. Ronnie mantenía la debida distancia para no chocar accidentalmente con él; se limitaba a estudiar la arena o a mantener la vista fija al frente. En alguna ocasión, a Will le pareció distinguir una sonrisa que cruzaba fugazmente sus facciones, como si ella se acordara de un chiste que todavía no le había contado. De vez en cuando, Ronnie se detenía y se inclinaba hacia delante para recoger conchas parcialmente enterradas en la arena, y él se fijó en su cara de concentración mientras las examinaba bajo la luz de la luna antes de lanzar la mayoría de ellas de nuevo a la arena. Las otras se las guardaba en el bolsillo.
¡Había tantas cosas que desconocía de ella! En muchos sentidos, era un enigma para él. Todo lo contrario de Ashley que era totalmente transparente y predecible; por eso Will sabía en todo momento lo que ella pensaba y quería, aunque no coincidiera con lo que él quería. Pero Ronnie era diferente, de eso no le cabía la menor duda, y cuando ella le regaló una sonrisa inesperada y franca, tuvo la sensación de que había intuido sus pensamientos. Esa idea lo animó. Cuando finalmente dieron la vuelta para regresar al nido, Will se imaginó por un instante a sí mismo paseando con ella por la playa cada noche en un futuro lejano.
Cuando llegaron a la casa, Ronnie entró para hablar con su padre mientras Will descargaba la furgoneta. Desplegó el saco de dormir y colocó las provisiones al lado del nido de las tortugas, deseando que la chica se hubiera podido quedar con él. Pero ya le había dicho que su padre se negaría rotundamente. Por lo menos, tenía la satisfacción de saber que aquella noche ella dormiría cómodamente en su cama.
Se tumbó, se puso cómodo, y pensó que, como mínimo, aquel día había sido el principio de algo. A partir de allí, cualquier cosa podría suceder. Cuando Ronnie se giró sonriendo para despedirse agitando la mano desde el porche, Will sintió una emoción irrefrenable al pensar que quizás ella también estaba pensando que aquello era el principio de algo.
—¿Quién es este fiambre?
—Nadie. Sólo un amigo. Lárgate.
Mientras las palabras se filtraban a través de los caliginosos pasadizos de su mente, Will hizo un sobreesfuerzo para recordar dónde estaba. Pestañeó varias veces seguidas para adaptarse a la luz del sol, y entonces se fijó en el chiquillo que lo miraba fijamente.
—Ah, hola —balbuceó Will.
El niño arrugó la nariz.
—¿Qué haces aquí?
—Despertarme.
—Eso ya lo veo. Pero ¿por qué has pasado la noche aquí?
Will sonrió. El chiquillo se comportaba con la seriedad de un coronel, lo cual le parecía divertido, dada su corta edad y su corta estatura.
—Para dormir.
—Ya.
Will se retiró un poco hacia atrás, para disponer de más espacio para sentarse, y se dio cuenta de que Ronnie se hallaba de pie, a un lado. Llevaba una camiseta negra y unos pantalones vaqueros rotos, y lucía la misma expresión de sorpresa que él había visto la noche anterior.
—Me llamo Will —se presentó—. ¿Y tú quién eres?
El chiquillo señaló con la cabeza a Ronnie.
—Soy su compañero de habitación —proclamó—. La conozco desde que nací.
Will se rascó la cabeza, sonriendo.
—Entiendo.
Ronnie dio un paso hacia delante. Todavía tenía el pelo húmedo de la ducha.
—Éste es Jonah, mi hermano metomentodo.
—¿De veras? —se interesó Will.
—Sí —contestó Jonah—. Excepto por lo de metomentodo.
—Entiendo —concluyó Will.
Jonah continuaba mirándolo fijamente.
—Me parece que te conozco.
—No lo creo. Tengo la impresión de que me acordaría de ti, si nos hubiéramos conocido antes.
—No, no, de verdad… ¡Ya me acuerdo! —exclamó Jonah, empezando a sonreír—. ¡Fuiste tú quien le contó al policía que Ronnie había ido al Bower’s Point!
Will recordó lo que había pasado esa noche. Lamentó ver que la expresión de Ronnie pasaba de la curiosidad al desconcierto, para finalmente transformarse en una mueca de incredulidad al comprender lo que Jonah estaba intentando decir.
«Oh, no».
Jonah seguía hablando.
—Sí, Pete, el agente de Policía, la trajo a casa. ¡No veas cómo se puso ella con papá a la mañana siguiente! ¡Hecha una fiera!
Will vio que a Ronnie se le tensaba la mandíbula. Murmurando algo inaudible, se dio media vuelta y enfiló hacia la casa con paso furioso.
Jonah se detuvo a media frase, preguntándose si había dicho algo que pudiera haber molestado a su hermana.
—Gracias por tu ayuda —refunfuñó Will.
De un salto se puso de pie y corrió tras ella.
—¡Ronnie! ¡Espera! ¡Vamos! ¡Lo siento! ¡No quería causarte problemas!
La alcanzó y la obligó a detenerse agarrándola por el brazo. Cuando sus dedos rozaron su camiseta, Ronnie se giró furibunda para mirarlo a la cara.
—¡Márchate!
—Sólo escúchame un momento…
—¡Tú y yo no tenemos nada en común! —espetó ella—. ¿Lo entiendes?
—¿Estás segura? Entonces, ¿qué es lo que sentiste anoche?
A Ronnie se le sonrojaron las mejillas.
—Dé-ja-me-en-paz.
—¿Quieres dejar de comportarte como un perrito rabioso? —contraatacó él. Por alguna razón, su reproche consiguió que ella se quedara quieta y callada durante unos instantes que él aprovechó para decirle—: Mira, te interpusiste en la pelea para detenerla, a pesar de que el resto de los implicados quería sangre. Fuiste la única que se fijó en el pobre niño que lloraba, y vi cómo le sonreías mientras él se alejaba con su madre. Lees a Tolstoi en tu tiempo libre. Y te gustan las tortugas marinas.
A pesar de que ella alzó la barbilla con porte desafiante, Will percibió que le había tocado la fibra sensible.
—¿Y qué?
—Que quiero enseñarte algo, hoy.
Will hizo una pausa, aliviado al ver que Ronnie no había reaccionado inmediatamente diciendo que no. Pero tampoco había dicho que sí; antes de que pudiera decidirse por una respuesta u otra, avanzó un paso hacia ella.
—Te gustará —le dijo—. Te lo prometo.
Will entró en el aparcamiento vacío del acuario y condujo por un estrecho carril que rodeaba el edificio hasta la parte trasera. Ronnie estaba sentada a su lado en la furgoneta, pero apenas había hablado durante el trayecto. Mientras él avanzaba hasta la entrada de los empleados, podía adivinar que, aunque ella hubiera accedido a ir, todavía no había acabado de decidir si seguía enojada o no con él.
Abrió la puerta y la invitó a pasar, notando al instante la corriente fría que se mezclaba con el aire cálido y húmedo del exterior. La guió a lo largo de un interminable pasillo, luego atravesó otra puerta que comunicaba con el acuario.
En las oficinas había un puñado de personas trabajando, aunque todavía faltaba una hora para que abrieran las puertas al público. A Will le encantaba ir antes de que la multitud invadiera el espacio; las tenues luces de los tanques y la ausencia de sonido conferían al acuario un aspecto similar al de un impresionante escondite secreto. A menudo se quedaba hipnotizado contemplando las púas venenosas de los peces león mientras éstos se movían en aquel circuito cerrado de agua salada y miraban hacia el cristal, y se preguntaba si se daban cuenta de que su habitat se había reducido de tamaño o si eran incluso conscientes de su presencia.
Ronnie caminaba a su lado, observando la actividad. Parecía cómoda con la idea de permanecer callada mientras atravesaron un gigantesco tanque oceánico, en cuyo fondo había una réplica más pequeña de un submarino alemán hundido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegaron al tanque de las medusas que se movían lentamente y que desprendían una intensa luz fluorescente bajo una luz negra, ella se detuvo y tocó el cristal con expresión fascinada.
—Aurelia aurita —dijo Will—. También conocidas como medusas luna.
Ronnie asintió, con la mirada fija en el tanque, ensimismada ante su movimiento a cámara lenta.
—¡Qué delicadas! —comentó—. Cuesta creer que su picadura pueda ser tan dolorosa.
Su pelo se había secado completamente y sus rizos parecían más pronunciados que el día anterior. Tenía el aspecto de una niña traviesa.
—Háblame de ellas. Creo que me han picado por lo menos una vez cada año, desde que era pequeña.
—Deberías intentar evitarlas.
—Y eso hago. Pero de todos modos me encuentran. Creo que las atraigo.
Ronnie sonrió, luego se dio la vuelta y lo miró a los ojos.
—¿Qué hacemos aquí?
—Te dije que te quería enseñar una cosa.
—No es la primera vez que veo peces. Y también había estado en un acuario antes.
—Lo sé. Pero esto es especial.
—¿Porque ahora no hay nadie?
—No —contestó él—. Porque estás a punto de ver algo que el público no ve.
—¿El qué? ¿Tú y yo cerca de un tanque lleno de peces?
Will sonrió burlonamente.
—Algo aún mejor. Ven.
En una situación como aquélla, él no habría dudado en coger la mano de la chica, pero con ella no se atrevía a intentarlo. Señaló con el dedo pulgar hacia un pasadizo en un rincón, tan oscuro que pasaba prácticamente desapercibido. Al final del pasadizo, se detuvo delante de una puerta.
—¡No me digas que te han dado un despacho! —bromeó ella.
—No —dijo Will, al tiempo que empujaba la puerta—. No trabajo aquí, ¿recuerdas? Sólo soy voluntario.
Entraron en una amplia estancia de ladrillo oscuro surcada de conductos de aire y docenas de cañerías. Las luces fluorescentes con su suave y constante rugido los iluminaban desde el techo, pero el sonido quedaba amortiguado por el de los enormes filtros de agua alineados en la pared del fondo. Un gigantesco tanque abierto, lleno hasta casi los bordes con agua del océano, saturaba el aire con un fuerte olor a sal marina.
Will la guió hasta una plataforma de acero con la superficie emparrillada que rodeaba el tanque, y por la que se ascendía a través de unas escaleras del mismo material. Las luces en el techo conferían la iluminación necesaria para poder distinguir a la criatura que se movía lentamente dentro del tanque acristalado.
Él observó a Ronnie mientras ella reconocía por fin lo que veía.
—¿Es una tortuga marina?
—Una tortuga boba. Se llama Mabel.
Cuando la tortuga pasó por delante de ellos, las cicatrices en su caparazón se hicieron visibles, al igual que la aleta que le faltaba.
—¿Qué le ha pasado?
—Fue arrollada por la hélice de un barco. La rescataron hace más o menos un mes, moribunda. Un especialista tuvo que amputarle parte de la aleta frontal.
En el tanque, incapaz de mantener un perfecto equilibrio, Mabel nadaba con el cuerpo torcido hasta que chocó con la pared del fondo, entonces empezó de nuevo su circuito.
—¿Se pondrá bien?
—Es un milagro que haya sobrevivido hasta ahora, y espero que lo logre. Ahora está más fuerte. Pero nadie sabe si será capaz de sobrevivir en el océano.
Ronnie la contempló mientras la tortuga volvía a chocar contra la pared antes de corregir su trayectoria, luego se giró para mirar a Will.
—¿Por qué querías que la viera?
—Porque creo que te pareces mucho a ella, igual que yo —comentó—. Con cicatrices incluidas.
Aquellas palabras la sorprendieron, pero no dijo nada. En vez de eso, se giró para observar a Mabel en silencio durante un rato. Mientras ella desaparecía entre las sombras del fondo, Ronnie suspiró.
—¿No tendrías que estar trabajando? —preguntó.
—Es mi día libre.
—Trabajar para papá tiene sus ventajas, ¿eh?
—Si tú lo dices…
Ronnie dio unos golpecitos con la yema de los dedos en el cristal del tanque, intentando captar la atención de Mabel. Tras un momento, volvió a girarse hacia él.
—¿Y qué sueles hacer en tu día libre?
—¡Vaya con el chico bonachón y de provincias! Así que te gusta ir a pescar y de paso contemplar las nubes, ¿eh? Lo único que te falta es la gorra de las carreras de coches NASCAR y mascar tabaco.
Se pasaron media hora más en el acuario —Ronnie se mostró especialmente entusiasmada con las nutrias— antes de que Will la llevara a una tienda de artículos de pesca para recoger unos camarones congelados. De allí, fueron a un lugar solitario en el canal intracostero de la isla, y después sacó todo el material de pesca del maletero de la furgoneta. Entonces se dirigieron a la punta de un pequeño muelle y se sentaron, con los pies colgando sólo medio metro por encima el agua.
—No seas tan esnob —le recriminó él—. Lo creas o no, la vida en el sur es fantástica. ¡Incluso tenemos lavabos dentro de las casas y todas las comodidades que puedas imaginar! Y los fines de semana solemos ir a enlodarnos.
—¿A enlodaros?
—Nos divertimos enlodando nuestras furgonetas.
Ronnie fingió una expresión risueña.
—Todo esto suena tan… intelectual.
Él le propinó un codazo cariñoso.
—Sí, claro, ríete de mí todo lo que quieras. Pero es divertido. Con el parabrisas enfangado, o cuando te quedas atascado en medio del lodo, o cuando haces girar las ruedas traseras a toda velocidad para que el que va detrás de ti quede anegado de barro…
—Créeme, me emociono sólo con imaginármelo —suspiró Ronnie, con cara de aburrimiento.
—Por tu expresión, deduzco que no pasas así los fines de semana en Nueva York.
Ella sacudió la cabeza.
—Pues… no. No exactamente.
—Me apuesto lo que quieras a que jamás sales de la ciudad, ¿eh?
—¡Por supuesto que lo hago! Estoy aquí, ¿no?
—Ya sabes a qué me refiero. Los fines de semana, digo.
—¿Y por qué habría de hacerlo?
—¿Quizá para estar sola de vez en cuando?
—Puedo estar sola en mi habitación.
—¿Adonde irías si quisieras sentarte un rato bajo un árbol y leer tranquilamente?
—A Central Park —contestó ella sin pensarlo dos veces—. Allí hay un magnífico otero detrás del Tavern on the Green, ya sabes, el famoso restaurante. Y puedo tomarme un café con leche justo en la esquina.
Will sacudió la cabeza con el semblante abrumado.
—Me parece que eres una urbanita de los pies a la cabeza. Seguro que no sabes ni pescar.
—No creo que sea muy difícil, ¿no? Sólo hay que poner el cebo, lanzar la caña y esperar a que piquen.
—No está mal, si el proceso fuera tan simple. Pero si quieres pescar exactamente lo que deseas, has de saber dónde lanzar la caña y tener mucha intuición. Tienes que saber qué cebo y qué señuelo has de utilizar, y eso depende tanto del tipo de caña como del tiempo o incluso de la transparencia del agua. Y después, por supuesto, tienes que saber cuándo has de lanzar el sedal. Si esperas demasiado o si lo lanzas demasiado pronto, se te puede escapar la pieza.
Ronnie parecía prestar atención a sus comentarios.
—Entonces, ¿por qué has elegido camarones?
—Porque estaban de oferta —contestó Will.
Ella rió divertida y lo rozó levemente.
—Qué ingenioso. Aunque supongo que me lo merezco.
Will todavía podía notar la calidez de su tacto en el hombro.
—Te mereces algo peor —la amonestó—. Créeme, para mucha gente, pescar es como una religión, algo sagrado.
—¿Y para ti también?
—No. Para mí pescar es… una actividad contemplativa. Me brinda tiempo para pensar sin interrupciones. Y además, disfruto contemplando las nubes mientras llevo mi gorra NASCAR y masco tabaco.
Ronnie arrugó la nariz.
—En realidad no mascas tabaco, ¿no?
—No. Creo que prefiero la idea de no perder los labios por culpa de un cáncer de boca.
—Bien —murmuró ella. Balanceó las piernas hacia delante y hacia atrás—. Nunca he salido con un chico que mascara tabaco.
—¿Me estás diciendo que esto es una cita?
—No, por supuesto que esto no es una cita. Sólo estamos pescando.
—Tienes tanto que aprender… Quiero decir, esto es la vida misma.
Ronnie recogió una astilla de madera del suelo.
—Pareces un anuncio de cerveza de la tele.
Un águila pescadora planeó por encima de sus cabezas justo en el instante en que el sedal se hundió dos veces seguidas.
Will alzó la caña mientras el sedal se tensaba. De un brinco se puso de pie, mientras empezaba a recoger el carrete, con la caña arqueada. Todo sucedió tan rápido que Ronnie apenas tuvo tiempo de darse cuenta de lo que pasaba.
—¿Han picado? —quiso saber, y se puso rápidamente de pie.
—¡Eso parece! —exclamó él, sin dejar de recoger el carrete. Puso la caña delante de ella—. ¡Vamos! ¡Cógela!
—¿Qué? ¿Te has vuelto loco? —balbuceó Ronnie, retrocediendo asustada.
—¡Vamos! ¡No es tan difícil! ¡Sólo tienes que agarrar la caña y continuar recogiendo el carrete!
—¡No sé qué tengo que hacer!
—¡Te lo acabo de decir! —la animó él. Ronnie se acercó a Will con paso indeciso, y él prácticamente le puso la caña en las manos—. ¡Ahora sigue recogiendo el carrete!
Vio que el sedal se hundía más en el agua y empezó a girar el carrete.
—¡Mantén la caña alzada! ¡Mantén el sedal tenso!
—¡Eso es lo que intento! —gritó.
—¡Lo estás haciendo muy bien!
El pez chapoteó cerca de la superficie. Ronnie se fijó en que era un pececito orondo de color rojo; sin poder evitarlo, se puso a chillar, histérica. Cuando él rompió a reír, ella lo imitó, saltando a la pata coja. El pez volvió a chapotear, ella chilló por segunda vez, saltando incluso más alto, pero esta vez con una fiera expresión de determinación.
Will pensó que hacía mucho tiempo que no se divertía tanto ante una escena cómica como aquélla.
—¡Sigue así! —la alentó él—. Acércalo más a la pared y yo me encargaré del resto.
Sosteniendo la red, Will se tumbó sobre su estómago, alargando el brazo por encima del agua mientras Ronnie continuaba recogiendo el carrete. Con un movimiento rápido, consiguió rodear al pez con la red, después se puso de pie. Mientras invertía la red, el pez cayó al suelo del muelle, y empezó a dar coletazos cuando chocó contra la superficie. Ronnie continuaba sosteniendo la caña, bailando alrededor del pez mientras Will agarraba el sedal.
—¿Qué haces? —gritó ella, asustada—. ¡Tienes que volver a ponerlo en el agua!
—No le pasará nada…
—¡Que se muere!
Él se agachó y agarró el pez, intentando sujetarlo fuerte contra el suelo.
—Tranquila. No se muere.
—¡Sácale el anzuelo ahora mismo! —Volvió a chillar ella, angustiada—. ¡Está sangrando! ¡Está sufriendo! —Ronnie danzaba alrededor de él frenéticamente.
Sin prestarle atención, Will empezó a quitarle el anzuelo. Podía notar los coletazos contra la palma de la mano. Era un pez pequeño, de menos de dos kilos, pero sorprendentemente fuerte.
—¡Tardas demasiado! —sollozó Ronnie, angustiadísima.
Con mucho cuidado, Will le quitó el anzuelo, pero mantuvo el pez apresado contra el suelo.
—¿Estás segura de que no quieres llevártelo a casa para cenar? Sacarías un par de filetes de esta pieza.
Ella abrió la boca y la cerró con incredulidad, pero antes de que pudiera decir nada, Will lanzó de nuevo el pez al agua. Tras un salpicón, éste se hundió y desapareció. Will cogió una toalla pequeña y se secó la sangre de los dedos.
Ronnie continuaba mirándolo sin pestañear, con ojos acusadores y las mejillas encendidas por el nerviosismo.
—No te lo habrías comido, ¿verdad? Quiero decir, si yo no hubiera estado aquí…
—Lo habría lanzado de nuevo al agua.
—¿Por qué será que no te creo?
—Porque probablemente tengas razón. —Will sonrió socarronamente antes de coger la caña—. Veamos, ¿quieres poner el cebo en el anzuelo o lo hago yo?
—Así que mi madre se está volviendo loca intentando organizar la boda de mi hermana para que todo salga perfecto —se lamentó Will—. En estos momentos, la situación en casa es un poco… tensa.
—¿Cuándo es la boda?
—El 9 de agosto. Y para acabar de rematar la situación, mi hermana quiere celebrarla en casa, lo cual, por supuesto, sólo sirve para que mi madre se estrese más.
Ronnie sonrió.
—¿Cómo es tu hermana?
—Inteligente. Vive en Nueva York. Es un espíritu libre. Bastante parecida a otra hermana mayor que conozco.
Su comentario pareció agradarle. El sol se ponía mientras deambulaban por la playa. Will tenía la impresión de que Ronnie se sentía más relajada. Acabaron pescando y soltando tres peces más antes de regresar en coche al centro de Wilmington, donde saborearon una deliciosa comida en la terraza de un restaurante con unas excepcionales vistas al río Cape Fear. Will achicó los ojos, fijó la atención en un punto situado al otro lado de la orilla y señaló hacia el USS North Carolina, un buque de guerra decomisado de la Segunda Guerra Mundial. Al observar cómo Ronnie lo inspeccionaba, Will se sorprendió pensando en lo fácil que resultaba pasar el rato con ella. A diferencia de otras chicas que conocía, decía lo que pensaba y no se hacía la tonta. Tenía un sentido del humor chocante que a él le gustaba, incluso cuando él era el objetivo de la burla. De hecho, le gustaba todo de ella.
Mientras se acercaban a su casa, Ronnie se adelantó para echar un vistazo al nido enterrado en la base de la duna. Se detuvo delante de la jaula, que estaba construida con una malla de alambre, y fijada a la duna con unas estacas muy largas. Cuando Will llegó a su lado, ella se giró y lo miró con el semblante intranquilo.
—¿Y esto mantendrá al mapache alejado?
—Eso es lo que dicen.
Ella examinó el dispositivo.
—¿Y cómo saldrán las tortugas? No pueden colarse por los agujeros, ¿no?
Will sacudió la cabeza.
—Los voluntarios del acuario quitarán la jaula de protección antes de que nazcan las tortugas.
—¿Y cómo sabrán cuándo ha llegado el momento?
—El periodo de incubación de los huevos es de unos sesenta días, y después nacen las tortugas, pero esa referencia puede variar sutilmente según el clima. Cuanto más calurosa es la temperatura durante todo el verano, más rápido nacen. Y no olvides que éste no es el único nido en la playa, y que tampoco ha sido el primero. Cuando las tortugas nacen en el primer nido, el resto normalmente nace en el plazo de una semana, más o menos.
—¿Has visto alguna vez cómo nacen las tortugas?
Will asintió con la cabeza.
—Cuatro veces.
—¿Y qué tal?
—Es una verdadera locura. Cuando se acerca el momento, quitamos las jaulas de protección, y después cavamos una zanja poco profunda desde el nido a la orilla, haciéndola tan fina como podemos, pero lo bastante alta por ambos lados como para que las tortugas sólo puedan ir en una única dirección. Y es extraño, porque al principio sólo se mueven un par de huevos, pero es como si su movimiento bastara para desencadenar el nacimiento del resto de las tortugas; antes de que te des cuenta, el nido es como una colmena de abejas bajo los efectos de setas alucinógenas. Las tortugas intentan trepar unas por encima de las otras para salir del hoyo, y entonces emprenden la carrera hacia la orilla organizando un desfile a cámara rápida. Son como cangrejitos atolondrados. Es sorprendente.
Mientras describía el proceso, Will tuvo la impresión de que Ronnie intentaba visualizar la escena. Entonces ella vio a su padre, que bajaba del porche, y lo saludó con la mano.
Will señaló con la cabeza hacia la casa.
—Supongo que es tu padre, ¿no? —se interesó.
—Así es.
—¿No piensas presentármelo?
—No.
—Te prometo que me portaré bien.
—De todos modos, no.
—¿Por qué no quieres presentármelo?
—Porque tú todavía no me has llevado a conocer a tus padres.
—¿Y por qué has de conocer a mis padres?
—Ésa es la cuestión.
—Me parece que no te entiendo.
—Entonces dime, ¿cómo conseguiste acabar el libro de Tolstoi?
Por si Will aún no estaba bastante confundido con el comportamiento de Ronnie, aquello le desorientó por completo. Ella se puso a andar por la playa, y él dio varias zancadas para alcanzarla.
—¿Sabes? No resulta fácil comprenderte.
—¿Y?
—Nada. Sólo quería decírtelo.
Ella sonrió para sí, con la mirada fija en el horizonte. A lo lejos, un barco pesquero se dirigía hacia el puerto.
—No quiero perdérmelo —anunció ella.
—¿El qué?
—El nacimiento de las tortugas. ¿A qué creías que me refería?
Will sacudió la cabeza.
—Ah, de nuevo estamos hablando de las tortugas, vale. Veamos, ¿cuándo regresas a Nueva York?
—A finales de agosto.
—Es un poco justo. Aunque no pierdas la esperanza. El verano está siendo muy caluroso, así que…
—De eso ya me había dado cuenta. Me abraso de calor.
—Claro, porque vas vestida de negro, y además, con pantalones vaqueros.
—Esta mañana no pensaba que iba a pasar casi todo el día fuera de casa.
—Porque entonces te habrías puesto el bikini, ¿no?
—Creo que no.
—¿No te gustan los bikinis?
—Claro que sí.
—Pero ¿no quieres ponerte bikini cuando estás conmigo?
Ronnie sacudió la cabeza.
—Hoy no.
—¿Y si te prometo que te llevaré de nuevo a pescar?
—No me convences.
—¿A cazar patos?
La propuesta consiguió que Ronnie se detuviera en seco. Cuando finalmente se recuperó del impacto y pudo hablar de nuevo, su tono era innegablemente de desaprobación:
—No me dirás que cazas patos…
Cuando Will no dijo nada, Ronnie continuó:
—Unas criaturitas tan monas, con unas plumas tan suaves, volando hacia el pequeño lago donde viven, sin meterse con nadie… ¿Y tú vas y los matas sin compasión?
Will consideró la pregunta.
—Sólo en invierno.
—De pequeña, mi peluche favorito era un pato. Tenía la pared empapelada con una cenefa de patos. Tenía un hámster que se llamaba Lucas, como el Pato Lucas. Me encantan los patos.
—A mí también —convino él.
Ella no se molestó en ocultar su escepticismo. Will respondió contando con la punta de los dedos mientras continuaba:
—Me encantan fritos, asados, a la parrilla, con salsa agridulce…
Ronnie le propinó un puñetazo en el brazo, haciéndole perder el equilibrio momentáneamente.
—¡No tiene gracia!
—¡Sí que la tiene!
—¡Eres malo!
—A veces —admitió él. Acto seguido, señaló hacia la casa—. Así que… si todavía no quieres ir a tu casa… ¿Te apetece venir conmigo?
—¿Por qué? ¿Acaso estás planeando mostrarme o contarme otras formas de aniquilar animalitos adorables?
—Tengo un partido de vóley-playa, y me gustaría que vinieras. Será divertido.
—¿Piensas echarme otra vez limonada por encima?
—Sólo si llevas un vaso de limonada.
Ella se debatió un instante, entonces le sonrió. Él le dio un puñetazo amistoso en el hombro y ella se lo devolvió.
—Me parece que tienes problemas —le dijo ella.
—¿Qué problemas?
—Bueno, para empezar, eres un malvado asesino de patos.
Will rió a carcajadas antes de mirarla a los ojos. Ella apartó la vista y la fijó rápidamente en la arena, luego volvió a alzarla y lo miró antes de sacudir la cabeza, incapaz de contener la sonrisa, como si se maravillara de lo que estaba sucediendo entre ellos y disfrutando de cada momento.