Febrero de 1947

«¡Maravilloso! Ha sido como un paquete de la Cruz Roja», escribió, y dejó la vieja postal del pabellón de Brighton sobre la repisa de la chimenea junto al reloj de Sylvie y la fotografía de Teddy. Al día siguiente la echaría al correo por la tarde. Tardaría siglos en llegar a la Guarida del Zorro, cómo no.

Una tarjeta de felicitación por su cumpleaños había conseguido llegar hasta ella. El mal tiempo había impedido la celebración habitual en la Guarida del Zorro, y en su lugar, Crighton la había llevó a cenar al Dorchester, a la luz de las velas cuando hubo un corte de electricidad a media comida.

—Qué romántico —comentó él—. Como en los viejos tiempos.

—No recuerdo que lo nuestro fuera especialmente romántico —repuso Ursula.

Su aventura había acabado a la vez que la guerra, pero él se acordó de su cumpleaños, un hecho que la emocionaba más profundamente de lo que Crighton sospechaba. De regalo, le llevó una caja de bombones Milk Tray («No es gran cosa, me temo»).

—¿De las reservas del Almirantazgo? —quiso saber ella, y ambos se echaron a reír.

Cuando llegó a casa, se comió toda la caja de una sentada.

Las cinco en punto. Llevó el plato al fregadero y lo dejó con los otros platos sucios. La nevada cenicienta se había convertido en ventisca contra el cielo oscuro, y fue a correr la fina cortina de algodón en un intento de que desapareciera. Pero se enganchó sin remedio en la guía, y desistió antes de que todo el montaje se viniera abajo. La ventana era vieja y ajustaba mal, y dejaba entrar una corriente lacerante.

Se fue la luz, y tanteó en la repisa de la chimenea en busca de la vela. ¿Podían ir peor las cosas? Se llevó la vela y la botella de whisky a la cama, se acostó bajo las sábanas con el abrigo todavía puesto. Qué cansada estaba. Tener hambre y frío la dejaba a una terriblemente aletargada.

La llama en la pequeña estufa Radiant vaciló de un modo alarmante. ¿Tan mal iban a ponerse las cosas? «Extinguirse sin pena, a medianoche». Había formas mucho peores. Auschwitz, Treblinka. El Halifax de Teddy cayendo del cielo envuelto en llamas. La única manera de impedir las lágrimas era seguir bebiendo whisky. La buena de Pamela. La llama en la Radiant parpadeó y se apagó. Y la luz piloto también. Se preguntó cuándo volvería el gas, y si el olor la despertaría, si se levantaría para volver a encender la estufa. No había esperado morir como un zorro congelado en su guarida. Pammy vería la postal, sabría que le estaba agradecida. Ursula cerró los ojos. Se sentía como si hubiera pasado despierta cien años o más. De verdad que estaba muy cansada, cansadísima.

Empezó a hacerse la oscuridad.

Despertó con un respingo. ¿Ya era de día? La luz estaba encendida pero era de noche. Había soñado que estaba atrapada en un sótano. Se levantó de la cama; aún se sentía un poco borracha, y comprendió que la había despertado la radio. La electricidad había vuelto a tiempo para el pronóstico del tiempo en el mar.

Puso monedas en el contador y la pequeña estufa Radiant volvió a la vida con un pequeño estallido. Pues por lo visto no se había gaseado, después de todo.