—¡Ay! ¿Por qué has hecho eso? —chilló Howie frotándose la mejilla donde Ursula le había propinado un puñetazo nada propio de una señorita. Y, casi con admiración, añadió—: Para ser una cría tienes un gancho impresionante.
Hizo otro intento de agarrarla, que ella evitó con la agilidad de un gato. Y al hacerlo, vio la pelota de Teddy en las profundidades de una mata de durillo. Una patada con muy buena puntería dio en la espinilla de Howie y le proporcionó tiempo suficiente para rescatar la pelota de las protectoras garras del arbusto.
—Solo quería un beso —dijo Howie con tono ridículamente dolido—. Tampoco es que pretendiera violarte o algo así.
Aquella palabra brutal pendió en el aire gélido. Ursula podría haberse ruborizado, debería haberse ruborizado, pero tuvo cierta sensación de posesión sobre esa palabra. Intuyó que eso era lo que los chicos como Howie les hacían a las chicas como ella. Todas las chicas, en especial las que celebraban su decimosexto cumpleaños, tenían que ser cautelosas cuando recorrían bosques oscuros y agrestes. O, en este caso, los arbustos al fondo del jardín en la Guarida del Zorro. Howie la recompensó con una expresión cariacontecida.
—¡Howie! —oyeron gritar a Maurice—. ¡Que nos vamos sin ti, chico!
—Será mejor que vayas —dijo Ursula. Un pequeño triunfo para su feminidad recién estrenada.
—He encontrado tu pelota —le dijo a Teddy.
—Fantástico —dijo él—. Gracias. ¿Tomamos un poco más de tu pastel de cumpleaños?