Una mujer corpulenta y con los antebrazos de un fogonero despertó al doctor Fellowes cuando dejó con estrépito una taza con su platillo sobre la mesita junto a la cama y descorrió las cortinas, aunque fuera todavía estaba oscuro. El doctor tardó unos instantes en recordar que estaba en la gélida habitación de invitados de la Guarida del Zorro y que la intimidante mujer de la taza y el platillo era la cocinera de los Todd. Indagó en el polvoriento archivo de su memoria en busca de un nombre que unas horas antes era capaz de recordar con facilidad.
—Soy la señora Glover —dijo ella, como si le hubiese leído el pensamiento.
—Sí, claro. La mujer de los excelentes encurtidos.
Sentía la cabeza llena de paja. Lo incomodaba saber que bajo la liviana colcha solo llevaba la ropa interior. Advirtió que la chimenea de la habitación estaba fría y vacía.
—Se necesitan sus servicios —dijo la señora Glover—. Se ha producido un accidente.
—¿Un accidente? ¿Le ha pasado algo al bebé?
—Un toro ha pisoteado a un granjero.