La recibió una bocanada de humo de tabaco y aire bochornoso cuando entró en el café. Fuera llovía, en los abrigos de pieles de algunas mujeres del local aún temblaban gotitas cual delicado rocío. Un regimiento de camareros con delantales blancos se movía rítmicamente de un lado a otro satisfaciendo las necesidades de los ociosos Münchner: café, pasteles y cotilleos.
Estaba en una mesa al fondo, rodeado por sus seguidores y aduladores habituales. Había una mujer que ella nunca había visto, una rubia platino con permanente y muy maquillada; una actriz, por la pinta que tenía. La rubia encendió un cigarrillo convirtiendo el gesto en un acto fálico. Todo el mundo sabía que a él le gustaban las mujeres recatadas y de aspecto saludable, preferiblemente bávaras. Con aquellos vestiditos tiroleses y calcetines hasta la rodilla, santo Dios.
La mesa estaba a rebosar. Bienenstich, Gugelhupf, Käsekuchen. Él tomaba una porción de Kirschtorte. Le encantaban los pasteles. No era de extrañar que estuviera tan pálido y demacrado, le sorprendía que no fuera diabético. El cuerpo blando y repelente bajo la ropa (ella lo imaginaba como masa de repostería) nunca se exhibía en público. No era un hombre varonil. Sonrió al verla y se incorporó un poco.
—Guten Tag, gnädiges Fräulein —dijo, e indicó la silla a su lado.
El lameculos que la ocupaba se levantó de un salto para cederle el sitio.
—Unsere Englische Freundin —le dijo él a la rubia, que soltó una lenta bocanada de humo y la observó sin interés.
—Guten Tag —saludó por fin. Era berlinesa.
Ella dejó el bolso, con su pesada carga, en el suelo junto a la silla y pidió Schokolade. Él insistió en que probara el Pflaumen Streusel.
—Es regnet —repuso ella por todo comentario—. Llueve.
—Sí, llueve —contestó él en inglés con mucho acento. Y rió, satisfecho con su intento.
Todos los que estaban sentados a la mesa rieron también.
—Bravo —exclamó alguien—. Sehr gutes Englisch.
De aparente buen humor, él se dio golpecitos en los labios con el índice y esbozando una sonrisita, como si oyera mentalmente una melodía.
El Streusel estaba delicioso.
—Entschuldigung —murmuró ella, y hurgó en el bolso para sacar un pañuelo con las esquinas bordadas y sus iniciales, «UBT»; un regalo de cumpleaños de Pammy.
Se dio educados toquecitos en los labios para limpiarse las migajas de Streusel y volvió a inclinarse para dejar el pañuelo en el bolso y sacar el pesado objeto que anidaba en él: el viejo revólver de servicio de su padre en la Gran Guerra, un Webley Mark V.
Un movimiento ensayado cien veces. Un solo disparo. La rapidez lo era todo, y sin embargo hubo un instante, una burbuja suspendida en el tiempo cuando ya empuñaba el arma apuntándole al corazón, en el que todo pareció detenerse.
—Führer —dijo, rompiendo el hechizo—. Für Sie.
Por toda la mesa se desenfundaron pistolas para apuntarla a ella. Un aliento. Un disparo.
Ursula apretó el gatillo.
Se hizo la oscuridad.