TOM, DICK Y HARRY
Por aquel entonces, la Luftwaffe ya había decidido que el Stalag Luft III sería un campo de prisioneros sólo para oficiales. En consecuencia, los suboficiales fueron trasladados aquella primavera al campo que se había reservado para ellos. El coronel Von Lindeiner creía que, si procuraba que el nuevo Recinto Norte fuera lo más cómodo posible, los prisioneros se conformarían y aguardarían a que acabara la guerra sin meterse en líos. Por consiguiente, les consentía hasta un punto que sus superiores en Berlín llegaron a considerar irritante pero que muchos de los aliados agradecieron. En efecto, muchos se referirían posteriormente a la apertura del Recinto Norte como el principio de «la era dorada» en la historia del Stalag Luft III. Había más espacio, más comida y más actividades recreativas y atléticas que nunca. Contraviniendo el consejo de los cuerpos de seguridad, Von Lindeiner permitió que se conservaran unos árboles en el espacio que separaba el recinto y la Kommandantur y dio permiso a los prisioneros para que construyeran un teatro. Para hacerlo, emplearon madera sobrante donada por los alemanes y cajas viejas de la Cruz Roja. Durante el año siguiente, en aquel teatro se escenificarían todo tipo de obras: desde Hamlet y El sueño de una noche de verano hasta La importancia de llamarse Ernesto y El hombre que vino a cenar.
Además de por la benevolencia natural de Von Lindeiner, su generosidad venía motivada también porque le habían inducido a creer que los prisioneros habían decidido abandonar sus planes de fuga. Esta impresión se había creado en parte gracias a que Roger Bushell, siguiendo el consejo de Wings Day, había limitado las actividades evasoras durante los últimos meses de 1942 y los primeros de 1943. El Kommandant estaba tan convencido de la buena voluntad de los prisioneros que permitió que los trasladaran al nuevo campamento meses antes de que terminara de construirse. El resultado fue que los prisioneros dispusieron de tiempo de sobra para asegurarse de que el material de fuga más diverso pudiera trasladarse al nuevo recinto. También tuvieron tiempo para planificar y llevar a cabo el desmontaje de la radio que habían fabricado a partir de válvulas, cable y baterías robadas, y para planear su siguiente fuga. Los prisioneros empezaron a llegar poco a poco al nuevo recinto a finales de marzo. Posiblemente, Von Lindeiner no se dio cuenta de que había elegido para el traslado principal de prisioneros al Recinto Norte una fecha que no presagiaba nada bueno: el 1 de abril (el Día de los Inocentes, que se celebra en países de habla inglesa con el nombre de April Fool’s Day).
Antes incluso de instalarse, los prisioneros ya estaban elaborando planes para una evasión en masa del Recinto Norte. Antes de que Jimmy Buckley hubiera sido transferido a Szubin junto con Wings Day, el oficial superior británico de aquel entonces nombró a Roger Bushell «Gran X» o presidente del Comité de Fugas. No es del todo cierto, aunque muchos lo hayan afirmado, que las amenazas de la Gestapo dejaran completamente indiferente a Roger Bushell. «Reflexionó detenidamente sobre ello —recuerda Bub Clark, que trató con Bushell durante un tiempo—. Sólo después de muchas cavilaciones accedió a asumir de nuevo sus funciones de coordinación de fugas». No obstante, se puede decir sin temor a exagerar que Bushell estaba empeñado en causar a los alemanes la mayor cantidad posible de problemas. «Tenía ideas muy radicales sobre las fugas. Su sueño era llevar a cabo una evasión en masa. Le daba lo mismo si llegaban todos a casa o no. Lo principal era desbaratar al máximo el esfuerzo bélico de los alemanes».
El nombramiento de Bushell marcó un nuevo principio para la Organización X. Atrás habían quedado los intentos de aficionado del pasado y los riesgos insensatos de los fugitivos románticos; a partir de entonces, la cuestión de las fugas sería tratada de forma profesional, de manera que cada plan sería evaluado con detenimiento y se ejecutaría minuciosamente, prestando atención al más mínimo detalle. Desde aquel momento, el Comité de Fugas pasaría a estar dominado por los llamados «Cuatro Grandes», que supervisarían los aspectos principales de las fugas. Bushell estaba al mando general de la planificación y la estrategia. Peter Fanshawe era responsable de la pesada tarea de dispersar los cientos de toneladas de arena. Wally Floody estaba a cargo de las excavaciones. Por último, Bub Clark era el «Gran S», encargado de crear un sistema de seguridad infalible, capaz de mantener todas estas actividades en secreto.
Bajo la dirección de Bushell, el Comité de Fugas pronto tomó tres decisiones importantes que regirían las futuras escapadas. En primer lugar, toda fuga se sometería a la supervisión del comité. Anteriormente, el comité se había limitado a consentir y autorizar los distintos planes de fuga para que no coincidieran unos con otros y a ofrecer a los implicados cualquier tipo de ayuda y asesoramiento posibles. A partir de entonces nadie podría hacer planes por su cuenta; el comité daría el visto bueno, autorizaría y controlaría todas las fugas.
En segundo lugar, se decidió que la actividad evasora se centraría principalmente en los túneles, y que éstos serían tan largos y complejos como fuera posible. En el pasado muchos túneles se habían visto comprometidos por la mala calidad del trabajo o se habían abandonado por falta de seguridad. De hecho, un barracón llegó a hundirse sobre sus cimientos porque había demasiados túneles pasando por debajo de él. En adelante, el sistema de seguridad sería infalible y la Organización X sería dirigida con eficacia militar. La dispersión de arena, que anteriormente había delatado a menudo la actividad excavadora y había provocado que los «animales» realizaran registros exhaustivos, sería ahora una operación controlada meticulosamente.
La organización de fugas se estrenaría construyendo tres túneles que constituirían en sí pequeñas obras maestras de ingeniería. Según el plan, los túneles tendrían 7,5 metros de profundidad para eludir el anillo de sismógrafos que los «hurones» habían instalado alrededor del recinto. Se excavarían siguiendo el modelo de los pozos de minas industriales, con tuberías de ventilación, bombas de aire, vagonetas y electricidad desviada de la red eléctrica del recinto. A Bushell no le preocupaba que los alemanes llegaran a descubrir alguno de los túneles. Quedarían tan impresionados por el hallazgo que no se les pasaría por la cabeza que pudieran existir otras estructuras similares al mismo tiempo.
En tercer lugar, se decidiría a priori la dirección que tomaría cada túnel. Los prisioneros no tenían muchas opciones respecto a esto. La Kommandantur estaba situada directamente al este del Recinto Norte (detrás de la tupida masa de árboles que Von Lindeiner había accedido amablemente a conservar) y más allá se encontraban el Recinto Central y el Recinto Este. Pasar por debajo de los alemanes sería demasiado peligroso, además de que la distancia que tendría que recorrer un túnel antes de llegar al abrigo del bosque era demasiado grande. Ir hacia el sur planteaba un problema similar. El Recinto Sur todavía estaba por construir, pero allí ya había un campo de deporte y el bosque estaba también varios cientos de metros más allá. Los túneles deberían orientarse al oeste y al norte. El Comité de Fugas optó por tomar ambas direcciones. Dos túneles irían al oeste, la vía de salida del campo más directa. Uno partiría del Barracón 123, cerca de la alambrada, y el otro del Barracón 122, contiguo al 123 y un poco más cerca del centro del Recinto Norte. El tercer túnel saldría del Barracón 104 para ir directamente al norte, pasando bajo el almacén de paquetes y la «nevera». Para que ninguna mención a la palabra «túnel» alertara a los alemanes, se dio un nombre a cada uno: Tom, Dick y Harry respectivamente. Si el coronel Von Lindeiner no estaba al corriente de que el 1 de abril era el Día de los Inocentes en Gran Bretaña, era poco probable que comprendiera el carácter sarcástico de «Tom, Dick y Harry» (los tres nombres juntos equivalen a decir «cualquier hijo de vecino»).
Se dio la paradoja de que la preocupación de Von Lindeiner por la comodidad de sus custodiados creó las circunstancias que permitieron a los prisioneros ocultar las entradas de los túneles. El nuevo campamento era verdaderamente de lujo en comparación con el anterior. En el Recinto Este, los prisioneros tenían que ir caminando a las duchas comunes y a los barracones de letrinas, hiciera frío o calor. En el Recinto Norte, cada barracón estaba dotado con sus propias instalaciones de letrinas, aseos y una cocina básica. Al igual que en el recinto anterior, cada barracón se erigía por encima del suelo sobre pilares. Sin embargo, los nuevos barracones contaban al menos con una pequeña sección de albañilería de ladrillo macizo y hormigón debajo de las nuevas instalaciones de uso doméstico. Por mucho que los «hurones» y sus perros husmearan a su antojo por debajo de los barracones, nunca podrían ver lo que ocurría detrás del hormigón y el cemento. Probablemente los alemanes pensaran que sería imposible ocultar la entrada de un túnel en el suelo liso de cemento de las duchas o bajo las estufas. Estaban muy equivocados.
Las trampillas de entrada de los túneles estaban dispuestas de forma muy ingeniosa. Y no podía ser de otra forma, dado que, en cierto modo, los alemanes tenían razón: no era fácil disimular un agujero en una superficie lisa de hormigón. La tarea de camuflar los accesos se encomendó a un grupo de oficiales polacos de la RAF, que eran expertos ingenieros y además contaban con las mejores herramientas que se habían ido hurtando o consiguiendo de cualquier parte durante los meses anteriores. Por otro lado, tuvieron la suerte de poder disponer fácilmente de cemento, que había en grandes cantidades gracias a las numerosas obras y arreglos que debían llevarse a cabo casi a diario. No se debe subestimar la aportación de estos oficiales polacos a la creación de los túneles. Sin sus aptitudes e ingenio es difícil que los túneles hubieran pasado de la fase de planificación.
La entrada del túnel Tom estaba situada en un pasadizo que había en los barracones de los oficiales polacos, cerca de la estufa. Probablemente era el más audaz de todos los accesos, puesto que se hallaba en un área por donde los alemanes pasaban asiduamente. Así pues, debía construirse con tal precisión que ningún sonido hueco ni resquicio pudiera delatar su existencia ante quien se tomara la molestia de mirar. Se trataba de un hueco cuadrado de 45 x 45 cm excavado en el suelo de hormigón, con la anchura justa para que un hombre pudiera pasar por él. El hueco estaba oculto por una losa cuadrada de hormigón con un marco de madera, cuyas medidas se correspondían al milímetro con las del hueco. El marco de madera permitía la colocación de dos asas de alambre a ambos lados. Las asas quedaban por debajo de la superficie, pero podían subirse insertando un cuchillo creado a propósito en la diminuta rendija que rodeaba la losa de hormigón. Para que la rendija quedara bien disimulada, se cubría con cemento y se rociaba por encima con polvo del suelo. Los oficiales polacos habían llevado a cabo su tarea con tal precisión que incluso a ellos les resultaba difícil a veces encontrar el borde de la trampilla.
La entrada de Dick, en el Barracón 122, también atravesaba una base de hormigón, pero se había ideado de forma completamente distinta a la de Tom. Se había construido en las duchas, donde había dos lavamanos a cada lado. El agua usada de los lavamanos caía por dos caras de un sumidero de desagüe que había en medio de la sala. Este sumidero tenía 45 x 45 cm de ancho y unos 60 cm de profundidad. Por la tercera cara pasaba el conducto de las aguas residuales. El sumidero solía estar medio lleno de aguas residuales, lo que ofrecía un perfecto disfraz. Los prisioneros vaciaron el sumidero y separaron la cuarta cara, que no tenía ningún conducto de agua. En su lugar pusieron una losa de cemento que podía subirse y bajarse y que era la entrada del túnel. Cuando estaba en su sitio, quedaba herméticamente cerrada gracias a una mezcla de barro y cemento. Las aguas residuales que volvían a verterse en el sumidero hacían que la entrada quedara prácticamente invisible para cualquiera que la inspeccionara.
La trampilla de Harry estaba debajo de una de las estufas que había en una esquina de todas las habitaciones. Estas estufas de hierro fundido se mantenían sobre una superficie embaldosada de unos 120 x 120 cm. Las baldosas cubrían una capa de cemento que formaba parte de un pilar macizo de ladrillo y hormigón que se hundía en el suelo arenoso de debajo del Barracón 104. Los ingenieros construyeron la trampilla despegando una por una las baldosas y colocándolas sobre una plancha de hormigón que habían construido con idénticas medidas. Esta losa de hormigón tenía el mismo diseño que la de Tom: estaba rodeada por un sólido marco de madera con asas de alambre que podían sacarse de las rendijas con un cuchillo y que servían para abrir la trampilla. Esta estaba unida al suelo con bisagras y al abrirse quedaba en posición vertical. Antes, por supuesto, había que separar la estufa de hierro fundido del suelo embaldosado, lo que se hacía con láminas extraídas de las camas y transformadas en palancas. La última precaución que debían tener en cuenta los prisioneros concernía al tubo de salida de humos, que partía de la estufa y desembocaba en una chimenea de ladrillo de la pared. Al separar la estufa, los excavadores interrumpirían obligatoriamente la salida de humos. Por ello, se fabricó una extensión del tubo, de quita y pon, que se colocaba formando un ángulo con la pared para que el humo siguiera saliendo por la chimenea.
Uno de los principales problemas que había que salvar al crear los accesos era el de disimular el ruido del cemento al quebrarse. La solución la aportó Johnny Dodge, que dirigía ensayos de canto coral cada vez que debían realizarse trabajos ruidosos (este ardid fue inmortalizado en la película de La gran evasión por el personaje ficticio de Cavendish).
El diseño de estas tres trampillas de entrada constituía todo un hito de la ingeniería. No menos impresionante fue la forma en que los ingenieros polacos superaron las limitaciones en las que debían trabajar. Además, durante la creación de las tres trampillas era cuando los planes de los prisioneros corrían mayor riesgo de ser descubiertos. Así, una vez acabadas las trampillas, quedó superado uno de los principales obstáculos.
El siguiente reto fue cavar tres pozos de 7,5 metros de profundidad en el suelo arenoso en el que se asentaba cada barracón, teniendo que atravesar, en primer lugar, la capa sólida de hasta 60 cm de hormigón y ladrillo. Había tres equipos de construcción de túneles. Wally Floody, como ingeniero jefe de excavación, era el responsable de Harry; Ker-Ramsay y Harry Marshall estaban a cargo de Dick y Tom respectivamente.
La prioridad principal consistía en crear un pozo en cada túnel que tuviera en la base tres cámaras diferenciadas: una para la bomba de ventilación, otra para la zona de trabajo y otra que almacenara temporalmente la arena extraída. Este último factor era importante porque si se sacaba la arena de los túneles a la vez que se efectuaba la excavación, los accesos tenían que mantenerse abiertos, lo que aumentaría el riesgo de que los detectaran. Los excavadores perforaban a un ritmo de metro y medio cada vez. Los túneles tenían una anchura uniforme de 60 x 60 cm, con una cavidad a un lado con espacio suficiente para alojar el tubo de ventilación. Cada metro y medio excavado, se apuntalaban firmemente las paredes con cuatro pilares de madera arrancados de cada esquina de las literas, unidos entre sí por travesaños. Una vez afirmadas, las paredes se revestían con láminas de madera de las camas, añadiendo el tubo de ventilación antes de terminar con la última pared. Este tubo se construía pegando entre sí latas de comida vacías a las que se había cortado la tapa y el fondo. También se construyó una escalera a un lado de cada uno de los pozos. Cada pozo llegó a tener cinco de estos tramos de metro y medio hasta llegar a los 7,5 metros de profundidad.
Las tres cámaras ubicadas en la base de los pozos evidenciaban la seriedad con la que Bushell asumía la construcción de estos túneles. La cámara de ventilación constaba de dos compartimientos de distinto tamaño. Uno de ellos, de 60 x 60 cm, alojaba la bomba, una de las innovaciones más importantes del Stalag Luft III. Los hombres que diseñaron las bombas eran Bob Nelson, natural de Yorkshire, que había sido capturado en el norte de África en 1942, y el piloto noruego de la RAF Jens Muller. Su invento consistía en una simple estructura rectangular elaborada con cajas de la Cruz Roja. En ellas se encajaban los fuelles tubulares fabricados con petates cosidos entre sí y reforzados con alambre. Los fuelles podían meterse y sacarse mediante un asa grande.
Unas tapas de cuero servían de válvulas que aspiraban aire por un extremo y lo expulsaban por el otro. La tubería de admisión de aire (hecha con latas de leche Klim) ascendía por el pozo de entrada hasta el suelo, donde quedaba camuflada detrás de un ladrillo de ventilación. La tubería de escape de aire estaba conectada a lo largo del túnel a los conductos de ventilación hechos con latas de Klim. Los prisioneros habían experimentado anteriormente con formas rudimentarias de bombas de ventilación, pero el invento de Nelson y Muller suponía un gran paso adelante en cuanto a fiabilidad y capacidad. Estos dispositivos eran fáciles de instalar, utilizar y reparar. Gracias a ellos, los excavadores podían disponer de más horas de trabajo en el túnel en condiciones mucho más agradables.
Adyacente al compartimiento principal que ocupaba la bomba de ventilación había otro de unos 120 x 120 cm que dejaba al operador de la bomba espacio suficiente para moverse adelante y atrás cuando manejaba la máquina. Los tamaños de las otras dos cámaras se ajustaban a las dimensiones de las literas dobles de las que dependía el armazón. Ambas tenían 171 cm de altura y 88 cm de ancho. La longitud de la cámara de almacenamiento era de 183 cm y la de la zona de trabajo de 91 cm. Las dimensiones del almacén permitían guardar la arena excavada de unos 6 metros de túnel.
Mientras proseguía la perforación bajo tierra, en la superficie se llevaba a cabo una operación de mayor envergadura todavía. La construcción y la excavación a una escala tan descomunal originaban todo tipo de problemas de abastecimiento. La madera procedía de cajas de la Cruz Roja y del hurto de todo el material que pudieran acaparar los prisioneros en el recinto. No obstante, el suministro más constante procedía de las láminas donde se apoyaban las literas. Así pues, se impuso una «colecta» de madera de las 2000 camas del recinto, que aumentó gradualmente a medida que avanzaban las excavaciones.
Peter Fanshawe dio pronto con la solución al problema que planteaba la eliminación de las ingentes cantidades de tierra arenosa. Fanshawe ideó un ingenioso sistema basado en lo que se vendría en denominar «pingüinos»: personas que llevaban en el interior de los pantalones unas bolsas confeccionadas con perneras de pantalones cosidas, que se llenaban con pequeñas cantidades de arena. Un cordel que iba de los bolsillos a las bolsas tiraba de un gancho que dejaba caer la arena. Así, los pingüinos no tenían que hacer más que pasearse tranquilamente por el recinto repartiendo la arena por el suelo.
Simultáneamente, cientos de prisioneros trabajaban en «fábricas» por todo el campo para producir el heterogéneo material de fuga que necesitarían los hombres cuando escaparan. Había un departamento de confección organizado por Tommy Guest e Ivo Tonder, en el que trabajaban principalmente oficiales polacos y checos. Los sastres producían trajes de paisano y uniformes alemanes a partir de los propios uniformes de los oficiales, pero también a partir de material adquirido de manos de «animales» dóciles o simplemente robado.
Tim Walenn se hizo cargo del departamento de falsificación. El teniente de aviación Gilbert William Tim Walenn era un joven de carácter tranquilo pero bromista, con un bigote estilo Dalí, largo y pelirrojo, tras el que se ocultaba una mente aguda y un talante inflexible. Apenas contaba 26 años cuando se encontró en Sagan tras haber caído en manos alemanas tras estrellarse con su avión cerca de Rotterdam, la madrugada del 10 de septiembre de 1941. En su vida civil, Walenn había sido banquero pero, por suerte para los que planeaban escapar del Stalag Luft III, había empezado a trabajar como artista gráfico diseñando papeles pintados y telas para el estudio de decoración de su tío en Londres. Hasta aquel momento, pocos aviadores fugados se habían lanzado a la aventura provistos de algo que se pareciera remotamente a falsificaciones de calidad de cartillas, billetes de tren y documentos similares. A partir de entonces, en cambio, la Organización X decidió que una documentación fielmente falsificada debía ser una parte esencial del equipo de supervivencia de todo fugitivo. Las aptitudes gráficas de Walenn resultaron ser extraordinariamente útiles para reproducir la gran variedad de documentos falsos que serían necesarios para adentrarse en la zona nazi. Se llamó «Dean & Dawson» al departamento de falsificación, en honor a una conocida agencia de viajes londinense. Así, durante los meses que siguieron, Dean & Dawson emplearía a decenas de prisioneros para que copiaran salvoconductos oficiales y documentos mecanografiados con tal precisión que no pudieran distinguirse de los originales.
Esta tarea era importante debido a la obsesión de los alemanes por la documentación de todo tipo. Los omnipresentes Ausweise y vorláufiger Ausweise eran salvoconductos o permisos temporales respectivamente que todo civil debía llevar consigo, y era imposible circular por Alemania sin uno u otro. El Kennkarte, de color gris claro, era otro tipo de carné de identidad. Una carte d’identité bastaba para Francia. Un Soldbuch era el talonario sin el cual ningún soldado alemán podía sobrevivir. Un polizeiliche Bescheinigung era un permiso policial para trabajadores extranjeros, de los que había unos 6 000 000 en el Reich en el punto álgido de la guerra. Un Urlaubsschein era también un permiso para trabajadores extranjeros, un permiso temporal que permitía salir del país. El Rückkehrschein era el permiso que necesitaba un trabajador extranjero para que se le permitiera volver a su país y un Dienstausweis era un carné marrón que permitía a un trabajador extranjero estar en propiedades de la Wehrmacht. Éste es sólo un puñado de ejemplos de las docenas de salvoconductos y carnés de identidad necesarios en la vida cotidiana de la Alemania de Hitler.
Algunos de estos documentos conllevaban una gran complejidad, pues a menudo tenían intrincados dibujos entramados en el papel, a veces recargados con letra gótica. Otros eran más rudimentarios pero imitar la mayoría de ellos requería grandes dosis de paciencia y diligencia, y la elaboración de cada artículo llevaba casi un mes de trabajo. Estos documentos estaban reservados únicamente para los prisioneros que tenían posibilidades reales de escapar, pero Dean & Dawson también creaba otros tipos de documentos. Algunos eran salvoconductos, cartas e impresos totalmente falsos, que de todos modos podían ser suficientemente creíbles como para convencer a algunos de los oficiales del Reich menos avispados. Los documentos mecanografiados sencillos eran poco más que eso. Normalmente eran cartas en papel con el membrete de empresas importantes, como por ejemplo Siemens, que solicitaban que le fuera concedido el permiso de circulación a un trabajador mientras se le preparaba una documentación más definitiva. También podían ser cartas de novias, esposas o padres con las que el portador pretendería convencer a cualquiera que le diera el alto de que era quien decía ser.
Dean & Dawson también había reunido un auténtico tesoro en documentos reales en los que basar sus labores de falsificación, adquiridos mediante hurto, soborno o chantaje por los prisioneros en el propio campo o en el transcurso de una fuga.
«Siempre había soldados alemanes que, a cambio de algunos cigarrillos americanos o de jabón en condiciones estaban dispuestos a correr riesgos considerables para ayudarnos —recuerda Bub Clark—. En la Organización X teníamos a gente cuyo único cometido era obtener este tipo de material y de información. Algunos de ellos se convirtieron en auténticos expertos. ¡Muchas veces me he preguntado a qué tipo de trabajo se dedicaron después de la guerra!». Un oficial comentó que la extorsión en el Stalag Luft III superaba a la de cualquier ciudad estadounidense pequeña.
Sydney Dowse tenía un contacto que trabajaba en el departamento de censura del Vorlager. El cabo Hesse era un verdadero manantial de documentos auténticos, al igual que el Hundführer, el alemán a cargo de los perros guardianes del campo. Uno de los oficiales aliados más eficaces era Marcel Zillessen, apodado Scrounger («el Sablista»), que tenía totalmente dominado a Keen Type y a quien se consideraba perfectamente capaz de apoderarse de cualquier cosa que se le pidiera. La materia prima con la que confeccionaban las falsificaciones procedía también a veces de guardias amistosos que estaban dispuestos a proporcionar papel, cartón, tinta, puntas de pluma y otros materiales de dibujo. Bob van der Stok logró crear una tinta negra indeleble a base de glicerina, éter y aceite mezclados con hollín, que le había conseguido un trabajador polaco del hospital. Además, las materias primas se sacaban también de los cientos de libros y paquetes de la Cruz Roja que recibían los prisioneros. La encuadernación de un libro podía transformarse a veces en las tapas duras de un permiso. Si eran suficientemente gruesas, las guardas podían constituir las páginas de una cartilla. Las hojas siempre podían teñirse del color adecuado mediante la técnica utilizada desde tiempos inmemoriales consistente en mojarlas en té o café. Por otro lado, a los prisioneros se les dotaba de bastante material de dibujo, como pinceles, para que se dedicaran a lo que Lindeiner suponía que eran actividades artísticas legítimas.
Los falsificadores no eran muchos, en parte porque la tarea era tan difícil que pocos podían llevarla a cabo adecuadamente y en parte por motivos de seguridad: todos los falsificadores debían tener pleno acceso a la luz del día, lo que implicaba trabajar junto a las ventanas y a veces cerca de las miradas indiscretas de los «hurones». El departamento de falsificación aprovechaba cualquier material imaginable que pudiera encontrarse en el campo. Se confeccionaron sellos oficiales con la goma de las suelas de las botas. Se utilizaba papel higiénico y las finas páginas de cortesía de los libros como papel vegetal para calcar. También había un departamento dedicado a hacer copias de mapas que empleaba la gelatina de los paquetes de comida.
Bub Clark recuerda que el departamento de falsificación despertó en los prisioneros talentos insospechados hasta entonces. «Mi historia favorita es la de uno de los falsificadores más fabulosos que teníamos en el campo. Podía echar una ojeada rápida a un pasaporte y luego imitarlo de maravilla. Cuando se jubiló, era presidente de un banco de Blacksburg, Virginia. ¡Un tipo estupendo!».
Las actividades de producción no se limitaban ni mucho menos al departamento de confección de Tommy Guest y a los falsificadores de Tim Walenn. Un prisionero australiano, Al Hake, estaba a cargo de la fábrica de brújulas. El caso de Hake era poco común: se trataba de un suboficial que se había unido en 1941 a la Reserva de la Real Fuerza Aérea australiana. Sobrevolaba Francia con un Spitfire en una misión de escolta, cuando fue derribado por un grupo de aviones Focke-Wulf 190. Hake se lanzó en paracaídas y fue enviado al hospital para que le trataran unas quemaduras leves. Como se le había quemado la insignia del uniforme, los alemanes no tenían forma de averiguar su graduación, pero supusieron que era un oficial dado que volaba en un Spitfire. Hake no hizo nada para sacarles del error y poco después fue llevado al Stalag Luft III. Cuando llegó al campo de prisioneros, el Comité de Fugas pudo sacar partido del talento natural de Hake para el dibujo técnico y la metalurgia, fomentado desde sus años de colegio. Le gustaba inventar artefactos desde que era niño y, para fabricar las brújulas, Hake se había hecho con un gran imán gracias a uno de sus contactos alemanes e hizo acopio de tantas hojas de afeitar de los prisioneros como éstos accedieron a proporcionarle. Después, un equipo de prisioneros se dedicó a imantar las cuchillas pasándolas concienzudamente sobre el imán en la misma dirección. Este sistema requería casi un día entero de trabajo, pero al final se obtenía una cuchilla perfectamente imantada.
Seguidamente, se depositaba la cuchilla en una prensa (de hecho, una bisagra sacada de los postigos que cubrían las ventanas de los barracones) y se partía en estrechas esquirlas de metal con las que se podían producir perfectas agujas magnéticas. La cubierta de la brújula se hacía a partir de discos fonográficos de plástico de baquelita fundidos. La rosa de los vientos se confeccionaba con discos de cartón fino. Hake creó un pincel fino con su propio pelo y dibujó con esmero los puntos cardinales con pintura blanca sobre el cartón. Los puntos luminosos se sacaron de las manecillas del despertador del Kommandant, que le habían robado de su despacho. La esquirla de cuchilla imantada se mantenía en equilibrio sobre un pivote creado con la aguja del fonógrafo. Como broche de oro, Hake grababa en cada brújula la inscripción «Hecho en el Stalag Luft III. Patente en trámite». Para marzo de 1944 se habían fabricado más de 500 brújulas.
Mantener toda esta actividad oculta a la mirada inquisidora de los «animales» era el trabajo de Bub Clark. Para ello, Clark ideó un sistema de seguridad que dependía de una compleja cadena de vigilantes (denominados «comparsas»), un intrincado código de señales, unos responsables de seguridad para cada barracón (denominados «pequeños S») y, por último, unos oficiales encargados de controlar cada trampilla de entrada de los túneles (que recibían el jocoso mote de Trapführer, o «jefe de las trampillas»). Además, cada barracón tenía su propio «pequeño X», cuya función equivalía a la del Gran X, Roger Bushell, a nivel inferior. El recinto estaba dividido por la mitad, de norte a sur. La sección oriental de esta partición era conocida como la zona segura, o «Zona S» (del inglés safe), porque era la que estaba más lejos de los túneles. La sección occidental era la zona peligrosa, o «Zona D» (del inglés danger). La norma era que podían llevarse a cabo los trabajos de excavación y otras actividades secretas siempre que no hubiera «hurones» en la Zona D, pero en cuanto un «hurón» traspasaba la división, toda actividad debía interrumpirse.
Había decenas de prisioneros apostados por todo el recinto para vigilar a los «hurones». Todos los «comparsas» se dedicaban a actividades inocentes (leer, hacer deporte, tomar el sol o cultivar huertos), pero sus ojos seguían todos los movimientos de los «hurones», tanto dentro como fuera del recinto. Además, en las puertas del recinto hacía la guardia un «comparsa» al que se llamaba «piloto de guardia». Su trabajo consistía en contar los «hurones» y los guardias que entraban y salían del recinto de forma que en todo momento sabían cuántos alemanes estaban en el recinto y quiénes eran.
La función de los pequeños S era encargarse de que nunca hubiera «hurones» en sus barracones, ni escondidos en los altillos ni debajo del barracón. Por último, el piloto de guardia, los «comparsas», los pequeños S y los Trapführer se comunicaban entre sí, ya fuera de palabra o mediante el código de señales visuales desarrollado por George Harsh y George McMill, los ayudantes de Clark. Este sistema consistía a veces en signos manuales convencionales pero también en señales subrepticias, como por ejemplo las que emitía un hombre leyendo un libro. Abrirlo o cerrarlo, y la forma de hacerlo, eran formas de transmitir mensajes distintos.
El sistema no era perfecto, ni mucho menos. Debido a su posición destacada, el piloto de guardia no siempre lograba pasar inadvertido. Glemnitz y Rubberneck («Cuello de goma») se divertían a menudo recordando a los oficiales aliados que anotaran sus nombres cuando entraban o salían del recinto. Los alemanes no eran tan ingenuos como para pensar que no vigilaban sus movimientos. Muchas veces, los «animales» engañaban a los «comparsas» y conseguían eludirlos. En ocasiones, los alemanes se lanzaban a la carrera para coger desprevenidos a los «comparsas». A menudo, lo único que los prisioneros podían improvisar entonces era un «accidental» encontronazo con ellos o iniciar una pelea falsa que les cortara el paso. Estaban jugando al gato y al ratón, y con frecuencia se producían incidentes cuando un «animal» estaba a punto de descubrir alguna de las actividades de excavación, falsificación o confección.
Gran parte del material de fuga de la Organización X se obtenía de los alemanes mediante soborno o coacción. Gracias a los paquetes de la Cruz Roja, los prisioneros se hallaban en posesión de productos de gran valor para sus desventurados guardias. Tras años de subsistir a base de los omnipresentes sucedáneos de los servicios de comedor alemanes, el chocolate, los cigarrillos y el café auténticos eran lujos tentadores para ellos. Algunos de ellos incluso llegaron a apreciar la carne de vaca enlatada británica. Gran parte de los sobornos, no obstante, consistían en dinero en metálico, y no costaba mucho esfuerzo convencer a los alemanes de que se desprendieran de artículos valiosos como cortadores de alambre, alicates o lupas, o de información igualmente valiosa, como por ejemplo los horarios de trenes.
No se tenían en cuenta los perjuicios que tales prácticas pudieran ocasionar a los alemanes. Los oficiales eran perfectamente conscientes del hecho de que estaban sirviéndose de una posición «privilegiada» para manipular a soldados alemanes corrientes que trabajaban sometidos a un régimen brutal y que se arriesgaban a penas terribles si eran descubiertos, pero muchos militares alemanes del Stalag Luft III no tenían reparos en ayudar a los prisioneros a pesar de los riesgos, especialmente cuando el curso de la guerra empezó a cambiar. Muchos prestaban una ayuda que iba mucho más allá de la asistencia ocasional. Avisaban a los Kriegies (prisioneros) cuando los barracones iban a ser sometidos a un registro. Proporcionaban a los aviadores copias de firmas que figuraban en diversos documentos. Hauptmann Pieber prestaba a los oficiales su cámara Leica y les revelaba e imprimía las fotografías que hacían. En teoría eran para mandarlas a sus familias, pero en realidad se utilizaban para los documentos falsos, y Pieber estaba perfectamente al corriente. El Comité de Fugas llegó a regalar un viaje a París con todos los gastos pagados a uno de los alemanes, que a cambio proporcionó información detallada sobre los documentos que necesitarían los fugados en la capital francesa y métodos para entrar en contacto con el movimiento de resistencia. Este tipo de tratos ilícitos entre prisioneros y sus guardianes se dan en todas las situaciones, y no hay forma de evitarlos. En Alemania aumentaron de manera exponencial en cuanto el curso de la guerra se volvió contra los alemanes.
Los prisioneros eran reacios a sobornar a los «animales» con dinero porque preferían guardarlo para su propio uso en cuanto se llevara a cabo la evasión. No obstante, parte del dinero que se empleaba para sobornar a los alemanes procedía de un «fondo común de fugas» gestionado por algunos de los oficiales canadienses del campo. El dinero del fondo se recaudaba mediante un sistema denominado Foodacco (del inglés food, «comida», y tobácco, «tabaco») que habían introducido los oficiales de la RAF procedentes de Warburg. Era una especie de sistema de trueque en el que se intercambiaba comida y tabaco mediante un sistema de puntos cuya unidad era el cigarrillo. Todos los beneficios, que con los meses llegaron a ser considerables, se destinaban al fondo de fugas.
Por último estaba la no menos importante sección de inteligencia del Comité de Fugas, que se confió a Wally Valenta. La utilidad de esta sección a la hora de trazar rutas de escapada para los fugitivos y de proporcionar a las diversas unidades de producción (el departamento de falsificación de Tim Walenn, el departamento de cartografía de Des Plunkett, los sastres de Tommy Guest) la información exacta que necesitaban para producir réplicas convincentes era incalculable. El departamento de inteligencia se dividía en distintas zonas geográficas. Wally era el experto en Checoslovaquia, por razones obvias; Van der Stok estaba encargado de recopilar información sobre los Países Bajos; Bushell sobre Alemania, y Tom Kirby-Green sobre España. Arnold Christensen y Halldor Espelid se ocupaban de Escandinavia. Rene Marcinkus, un miembro lituano de la RAF, se dedicaba a la información sobre los territorios ocupados en general, pero era especialmente responsable de la referente a los puertos bálticos, que sería esencial para los planes de muchos de los que proyectaban fugarse.
La vertiente informadora de la Organización X pone en evidencia una cuestión espinosa para los prisioneros de guerra, ya que, pese a sus posteriores desmentidos, no hay duda de que llevaron a cabo actividades de espionaje, lo que contraviene frontalmente el Convenio de Ginebra. Las secciones de inteligencia no sólo recogían datos que facilitarían los planes de fuga, sino que también registraban cualquier información que pudiera resultar remotamente útil para sus gobiernos de Londres y Washington. El tipo de información que eran capaces de ofrecer abarcaba desde descripciones de la circulación aérea de la Luftwaffe, que podían observar desde tierra firme, hasta datos sobre las maniobras y emplazamientos militares fuera del campo que observaban cuando paseaban en libertad bajo palabra o cuando un prisionero escapaba. Tener una idea general de cómo andaba la moral alemana a partir de la información obtenida de los «animales» dóciles ya era importante, pero los prisioneros incluso obtuvieron de sus contactos información militar secreta, como la que proporcionaba el cabo Hesse a Sydney Dowse, a veces deliberadamente y a veces no.
Los oficiales transmitían esta información a sus países sirviéndose de diversos métodos clandestinos. En ocasiones mediante cartas que mandaban a casa con un sencillo código que un piloto de bombardero británico había creado para comunicarse con su mujer en caso de ser abatido. El código resultó ser tan fácil de utilizar que fue adoptado por las secciones de inteligencia. Así, se confiaba a grupos de oficiales la responsabilidad de mandar información estratégica en cartas dirigidas a sus familias, que seguidamente la transmitían a los servicios de inteligencia de sus países. Pero también se producía una transmisión verbal de la información utilizando los vínculos de los prisioneros con el movimiento clandestino, con los que se contactaba mediante «animales» dóciles o cada vez que alguien escapaba. El movimiento clandestino de toda la Europa ocupada estaba en comunicación constante con el MI9 británico, el servicio secreto de fuga y evasión que se creó al inicio de la guerra para facilitar el regreso de los pilotos. Tras la caída de Francia y el desmoronamiento total de la red de espionaje europea MI6, el MI9 asumió gran parte de sus funciones de recopilación de información estratégica.
Es importante hacer constar la amplia participación de los prisioneros en actividades de espionaje, ya que todos y cada uno de ellos eran conscientes de que lo que estaban haciendo violaba el Convenio de Ginebra y de que, en calidad de espías, podían ser fusilados.
El 11 de abril se inician los trabajos de las trampillas y la mayor parte de las seis semanas siguientes se emplearon en construir los tres pozos verticales. Esta tarea no estuvo exenta de incidentes, muchas veces aterradores. Los excavadores estuvieron a punto de ser víctimas de desprendimientos en diversas ocasiones. Tener que volver a perforar en las secciones dañadas era desalentador, pero nadie resultó lesionado. Los gases producidos por las lámparas de grasa planteaban un problema importante. Causaban todo tipo de afecciones respiratorias y en algunos casos conjuntivitis. No obstante, gracias a una de las más recientes incorporaciones al campo, los excavadores pudieron contar con un trabajador infatigable que parecía ser inmune a todo tipo de enfermedades. Porokoru Patapu Pohe era un maorí de la RNZAF más conocido como «Johnny». Pohe volaba en un bombardero Halifax del Escuadrón 51 sobre Alemania en septiembre de 1943, cuando su avión resultó siniestrado por el fuego antiaéreo. Pohe era un piloto muy diestro y casi consiguió llevar el aparato hasta Gran Bretaña, pero su hazaña se limitó finalmente a efectuar con éxito un aterrizaje forzoso en el canal de la Mancha. Los tres miembros de la tripulación que quedaron flotando en el mar, se pasaron dos días en un bote a la deriva hasta que los alemanes los capturaron. Tras pasar por el Stalag Luft, Pohe fue enviado al Stalag Luft IV antes de ir a parar a Sagan. Nacido en Wanganui, Nueva Zelanda, Pohe pertenecía a una familia numerosa y creció en la granja de su padre. Siendo estudiante se interesó más por los deportes, sobre todo por el rugby, el tenis, el criquet y el golf, que por las cuestiones académicas. Antes de unirse a la Real Fuerza Aérea neozelandesa sirvió durante dos años en los Fusileros Montados de Manawatu. Cuando Pohe, que contaba 26 años de edad, viajó a Inglaterra vía Canadá, tenía siempre en mente a sus hermanas y a su hermano Kawana, un niño casi 20 años menor que él. Cuando escribía a su familia les contaba que el recuerdo del pequeño Kawana a menudo hacía que se le saltaran las lágrimas por la noche. Desde Inglaterra llevó a cabo 22 misiones aéreas operacionales sobre territorio enemigo con el Escuadrón 51, entre ellas el lanzamiento de paracaidistas llevado a cabo en el legendario asalto a la estación de radares alemana de Bruneval. Fue en el curso de un bombardeo aéreo sobre Hannover cuando Pohe fue abatido. No obstante, aunque los alemanes consideraron que la guerra había terminado para él, Pohe nunca se daba por vencido y sumó su alegre e indómita personalidad al equipo de excavadores de Sagan.
A finales de mayo habían terminado de construirse los tres pozos y sus respectivas cámaras en la base, y se había excavado gran parte de los túneles horizontales de Tom y Dick. Los equipos de excavación empezaron a un ritmo constante, apuntalando el techo a medida que avanzaban e instalando un tramo más de vía cada 6 metros. La línea férrea para las vagonetas era una de las innovaciones que hicieron de cada túnel una obra maestra de ingeniería. Los túneles tenían sólo 60 cm de ancho, por lo que el trabajo de arrastrarse por ellos resultaba agotador y a menudo doloroso para el excavador. La incorporación de las vagonetas permitía transportar a los hombres hasta el frente de excavación y traerlos de vuelta, junto con cerca de 90 kg de arena. Las vagonetas, que tenían 75 cm de largo y 30 cm de ancho, se habían fabricado con taburetes y bancos de los barracones. Las ruedas seguían el típico modelo ferroviario y eran de madera dura con una chapa de estaño. Los ejes estaban hechos con las barras de protección de las estufas que había en todas las habitaciones. Sobre las vagonetas había un cajón extraíble que se empleaba para transportar la arena.
La excavación no resultó ser un trabajo tan peligroso como podía haberse imaginado. Había un peligro real de desmoronamiento, pero una vez quedaba bien apuntalado cada tramo, los excavadores sólo corrían riesgos en las zonas que estaban perforando. Dado que dichas zonas no solían llegar al metro y medio, incluso en el peor de los casos se tardaban sólo unos segundos en salvarlos del peligro tirando de ellos. Se trataba sin duda de una experiencia aterradora, pero nadie llegó a perder la vida en los túneles. No obstante, la excavación no dejaba de ser una ardua tarea. Los hombres solían excavar desnudos, aunque los más recatados llevaban calzoncillos largos. Sin embargo, la ropa que llevaran puesta no haría más que aumentar el trabajo posterior de lavado. Además, la ropa arrastraba la arena.
Era un laborioso proceso. El que estaba en el frente de excavación trabajaba tumbado con una palita y pasaba la arena a lo largo de su cuerpo a otro hombre que había tras él, que cargaba la arena en la vagoneta. Cuando ésta se llenaba, el segundo hombre daba un tirón a la cuerda y el que estaba tras él, en el punto de arrastre, tiraba de la vagoneta para llevarla a la cámara de almacenamiento donde se guardaba la arena. Después se mandaba la vagoneta de vuelta cargada con nuevos suministros, como paneles de apuntalamiento o latas de leche para la tubería de ventilación. Al terminar la jornada, la arena se vertía concienzudamente en unas grandes jarras de agua metálicas que se llevaban a la entrada del pozo. Allí pasaban a ser responsabilidad de los pingüinos de Fanshawe.
Entretanto, no habían dejado de realizarse preparativos para otras fugas. A principios de junio, los prisioneros iban a llevar a cabo su primera tentativa de evasión en masa. Sería el tercer intento de Bob van der Stok y estuvo increíblemente cerca de tener éxito. La estratagema era mucho más sofisticada y arriesgada que los anteriores intentos. De vez en cuando se organizaban campañas para erradicar piojos, actividad que formaba parte de la vida cotidiana del campamento. Los alemanes temían, con razón, la aparición de piojos, ya que tales brotes podían originar una epidemia de tifus. Los prisioneros casi se alegraban cuando había un brote de piojos, especialmente si hacía buen tiempo, ya que permitía disfrutar de valiosos momentos de libertad durante el breve trecho que había que recorrer fuera de la alambrada para visitar el barracón del recinto hospitalario donde se les despiojaba. Según el procedimiento habitual, se escoltaba a grupos de prisioneros al exterior del Recinto Norte bajo vigilancia estricta. Tras cruzar las puertas del recinto, giraban a la derecha y caminaban algunos cientos de metros siguiendo la carretera hasta el Recinto Este, donde estaba situado el barracón hospitalario. La alambrada quedaba a la derecha; a la izquierda estaba el claro que precedía a la franja de bosque y más allá quedaba la tentadora posibilidad de libertad que ofrecía la línea de ferrocarril que llevaba a la estación de trenes de Sagan.
Cuando se descubrió un brote de piojos a principios de junio de 1943, los alemanes ordenaron que se llevara a los prisioneros por grupos al Vorlager del Recinto Este para que les despiojaran. El Comité de Fugas había fraguado previamente un plan para aprovechar la ocasión. Enviarían a un falso grupo que seguiría a los grupos que iban realmente a despiojarse. Este grupo estaría formado por 24 prisioneros escoltados por dos falsos guardias que se harían pasar por Unteroffiziere (suboficiales) alemanes. Estos «guardias» eran en realidad oficiales belgas que dominaban el alemán y que llevaban imitaciones bastante pasables de uniformes alemanes creadas por Tommy Guest. Bob van der Stok había chantajeado a un guardia llenándole los bolsillos de productos de la Cruz Roja y amenazándole con denunciarle por ladrón a menos que accediera a colaborar. El guardia proporcionó a Stok botones de la Luftwaffe, una gorra de campaña y algunos distintivos bordados para los hombros. Los demás distintivos y hebillas de cinturón fueron confeccionados por Jens Muller, que hizo las águilas de las solapas con papel de aluminio fundido, empleando jabón para los moldes. Las armas fueron esculpidas a partir de bloques de madera por otro oficial belga, Henri Picard, que midió las carabinas de los «animales» para reproducirlas al milímetro. Muller y otro oficial tardaron una semana en fabricar rifles falsos, los elementos más difíciles de crear de toda la utillería. Uno de los «guardias» llevaba un permiso auténtico para atravesar las puertas que había proporcionado Hesse, el contacto de Sydney Dowse (y que Tim Walenn aprovechó además para hacer varias copias más).
Se pretendía que, después de que uno de los auténticos grupos hubiera atravesado las puertas a las 12.30 horas, los oficiales aliados acordaron verbalmente con los ayudantes alemanes que no salieran más partidas hasta las 14.30 horas. Llegando a un acuerdo verbal se pretendía no dejar ninguna nota escrita en el cuarto de guardia. El Comité de Fugas planeaba hacer salir a la partida falsa poco después del cambio de guardia, que se efectuaría a las 14.00 horas. Los integrantes del grupo llevarían ropa de paisano bajo los uniformes y llevarían consigo mapas, algunos Reichsmarks y paquetes de comida concentrada. La mayor parte posible de ellos contarían con salvoconductos y documentos de viaje proporcionados por el departamento de falsificación. Cuando salieran por las puertas, caminarían durante una distancia prudencial y luego saldrían corriendo de la carretera para adentrarse en el bosque.
Había otro elemento de gran importancia para el plan. Para que la partida falsa tuviera ocasión de escapar sin ser vista, había que distraer a la torre de vigilancia y a los guardias perimétricos. Para ello, Bushell organizó otro grupo falso que siguiese a la primera partida. Este grupo lo integrarían seis oficiales superiores, entre ellos los estadounidenses Bub Clark y el coronel Goodrich, y el teniente coronel Bob Tuck. Además, el grupo estaría escoltado por un «animal» falso, en este caso Bob van der Stok, que contaría también con el disfraz completo y los papeles de un cabo alemán. El grupo informaría al guardia de la entrada de que tenían una reunión de emergencia con el Kommandant del campo, Von Lindeiner. Enseguida se descubriría la falsedad de esta información, pero se calculó que la atención de los guardias estaría desviada el tiempo suficiente como para que el grupo pudiera huir.
El plan de fuga se topó con un obstáculo de última hora cuando se supo que los guardias alemanas que iban a escoltar a los prisioneros al exterior del campo ya no portarían rifles, sino pistolas con fundas. Al departamento de Tommy Guest le tomó cierto tiempo crear unas imitaciones pasables de piel pero, aparte de este contratiempo, el plan salió bastante bien. El primer grupo, el que llevaba el permiso auténtico, no tuvo problemas para que se le dejara pasar por las dos verjas. Nada más salir, el grupo giró a la derecha y empezó su recorrido junto a la alambrada hacia el Recinto Este. Mientras tanto, toda la atención se desvió hacia el siguiente grupo de oficiales superiores aliados. El guardia de la primera verja inspeccionó el permiso falso de Van der Stok y le hizo una señal para que pasara. Luego le tocó el turno a los guardias de la segunda verja. Esta vez, la documentación se sometió a un escrutinio más detenido. Bushell, que observaba la escena desde el interior del recinto, vio que algo iba mal: el «animal» se había olido algo. El grupo quedó retenido mientras el guardia telefoneaba al comedor de los oficiales para comprobar si realmente estaba prevista la salida de aquel grupo de oficiales superiores. Bushell supo que les habían pillado cuando vio que Van der Stok levantaba las manos para rendirse pero, para entonces, los 26 prisioneros del primer grupo ya corrían como alma que lleva el diablo por el bosque. ¿Cuántos de ellos llegarían a coger el tren antes de que los alemanes se dieran cuenta de lo ocurrido?
De hecho, los alemanes todavía no se habían percatado de lo que estaba pasando. Durante algunos minutos, hubo un intercambio de comentarios desenfadados entre los prisioneros retenidos en la salida y los alemanes, que creían haber demostrado que sus medidas de seguridad eran infalibles. El comandante Broili, que era el jefe de seguridad, estaba entusiasmado. «No pueden engañar a nuestros guardias, ¿se dan cuenta?», se burlaba. Sólo cuando un guardia llamó al Recinto Este y descubrió que el primer grupo todavía no había llegado, Broili tomó plena conciencia de la horrible situación. Inmediatamente sonó la alarma: se enviaron guardias a los bosques entre estridentes pitidos de silbatos y feroces ladridos de perros, y se avisó a la estación de Sagan para que estuviera alerta por si aparecían los fugitivos. Aquella tarde se hizo formar a los prisioneros durante horas mientras los alemanes llevaban a cabo un recuento fotográfico para averiguar la identidad de los que faltaban.
Como era de esperar, ninguno de los fugitivos logró llegar a casa. La mayoría de ellos fueron detenidos en cuestión de horas en la estación o en el bosque, y el resto sólo siguieron libres durante un par de días. Dos de ellos eran oficiales británicos que habían llegado a un aeródromo cercano e intentaron hacer arrancar un pequeño avión de instrucción para pilotarlo hasta Suecia. No cabe duda de que esta audaz tentativa inspiró el episodio de La gran evasión en el que dos oficiales logran huir con un avión pero terminan haciendo un aterrizaje forzoso cuando se quedan sin combustible. Los dos oficiales de la vida real no llegaron a despegar, sino que fueron detenidos por la Luftwaffe y llevados al castillo de Colditz. Uno de los fugitivos, Ian McIntosh, incluso llegó hasta Suiza tras pasar dos semanas haciendo autostop y se puso en contacto con el movimiento clandestino checo. Su único error fue no darse cuenta de que había cruzado la frontera suiza, que estaba señalada por el cauce de un río seco. McIntosh atravesó el río por un meandro y volvió al territorio enemigo sin darse cuenta. No tardó en toparse con una patrulla alemana de fronteras.
Hubo muchos intentos de fuga consistentes en hacerse pasar por soldados alemanes. El Offizier Karl Pfelz, conocido como Charlie por los prisioneros, era un «hurón» muy alto y de porte altivo. Un aviador británico que había pasado un tiempo observándole modificó su uniforme de la RAF y se fue derecho a las puertas para salir del campo. No obstante, su osado intento de fuga fracasó cuando tuvo la mala suerte de toparse con Charlie en persona al dirigirse a la salida. Un truco similar estuvo a punto de surtir efecto cuando un prisionero que imitaba a un oficial llamado Hohendole y que incluso llevaba un carné de identidad falso logró pasar por delante del guardia de la salida sin ser descubierto. Nadie se dio cuenta de la artimaña hasta que el auténtico Offizier Hohendole se presentó en las puertas del campo unos minutos más tarde. El fugitivo fue capturado poco después. Estas tentativas indujeron a Von Lindeiner a advertir a los oficiales aliados de que, a partir de entonces, quienes intentaran fugarse disfrazados de oficiales alemanes podían ser ejecutados. Sea como fuere, Per Bergsland no se dejó amedrentar por la severidad de Von Lindeiner y en 1943 salió por las puertas del campo tras haber alterado su uniforme de la RAF para que pareciera uno de la Luftwaffe. En sus papeles falsos ni siquiera figuraba una fotografía. Por suerte, hablaba perfectamente alemán y consiguió convencer al guardia de que estaba esperando una fotografía para ponerla. Su intento de fuga fue desbaratado al cabo de pocos minutos, cuando se cruzó con Glemnitz y éste le reconoció.