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ESCUELA DE BRIBONES

El Stalag Luft I era una designación engañosa. «Stalag» es una contracción de la palabra Stammlager, que literalmente significa «prisión para la tropa», es decir militares por debajo del grado de oficial. Habría sido mucho más exacto denominarlo «Oflag». Pero por razones desconocidas, la Luftwaffe se empeñó en denominar «Stalag» a todos los campos de prisioneros de las Fuerzas Aéreas. Este Stalag en concreto era un lugar deprimente, lóbrego y descorazonado, normalmente conocido por «Barth» por el nombre de la ciudad que se encontraba más próxima. Se encontraba situado a 25 km al noroeste del puerto de Stralsund, en un estrecho y desprotegido istmo de la costa báltica sumido en un paisaje de dunas bajas, calas e inhóspitos pinares. Fue el primer campo permanente para prisioneros de las Fuerzas Aéreas. Jimmy James había llegado poco después de su inauguración, tras una auténtica odisea. Había pasado por un sombrío campo en Limburgo, de ahí fue trasladado a Berlín, donde hicieron desfilar al grupo de prisioneros de guerra por toda la ciudad seguidos de una multitud de curiosos, y después a los barracones del Ejército alemán a 80 km al norte de Berlín que se utilizaban para albergar prisioneros de guerra polacos. En el camino, James conoció a Paul Royle, teniente del Escuadrón 53 de las Fuerzas Aéreas australianas cuyo Blenheim había sido abatido en su primera misión operacional sobre Francia. Cuando conoció a James, Royle estaba absorto en un manoseado ejemplar, con las esquinas dobladas por el uso, de la novela de Stella Gibbons Cold Comfort Farm, que había conseguido de alguna manera. Royle se convertiría en uno de los más destacados hombres de la Gran Evasión.

James formaba parte del primer grupo de 20 prisioneros que llegó a Barth el 5 de julio de 1940 y a los que pronto se les unirían otros 60 procedentes de Spangenberg. Los prisioneros se alojaban en dos barracones de madera dentro de un estrecho y grisáceo recinto de unos 114 x 64 metros. Era un lúgubre recinto, rodeado de una doble hilera de alambradas de espino y controlado en todo momento por guardias apostados en torres de vigilancia equipadas con reflectores y ametralladoras. El perímetro era patrullado constantemente por centinelas y perros. A estas alturas, prácticamente todo el mundo se refería a los guardias con el mote de goons («animales», «idiotas») y a las torres de vigilancia con el de «garitas de los animales». Una de las puertas conducía al Vorlager, donde se encontraban el barracón de castigo, compuesto por solitarias celdas de aislamiento conocidas en todas partes como coolers («neveras»), la enfermería y las oficinas administrativas. Lindando con él se encontraba el recinto de los suboficiales, compuesto por seis barracones. Al sur del recinto principal de los oficiales había un campo de recreo. El campo de concentración se encontraba situado en el lado occidental de una pequeña península que se proyectaba hacia el norte en la bahía. Hacia el sur, se podía apenas vislumbrar Barth, pero una espesa hilera de pinos ocultaba a los prisioneros la visión de la zona norte y del mar Báltico, a lo lejos. La provincia báltica de Pomerania, en la que se encontraba Barth, era un lugar desolado que quizá tenía algo que ofrecer durante el verano, pero con un paisaje gélido y sombrío en invierno.

Cuando Jimmy James llegó, había otras razones aún más importantes para verlo todo negro. Llegaban noticias con todo tipo de detalles sobre los victoriosos ejércitos de Hitler que arrasaban toda Europa, y James y sus compañeros sabían que Gran Bretaña era el siguiente trofeo al que aspiraba el Führer. Francia había caído y el Ejército británico no le llevaba demasiada ventaja. Churchill acababa de pronunciar su célebre discurso en el que sólo auguraba «sangre, sudor y lágrimas». Dos de las frases más escuchadas por los prisioneros de la RAF en labios de sus captores alemanes eran «England in sechs Wochen» («Inglaterra en seis semanas») y «England kaputt», que no precisa traducción.

James recordaría en su libro de memorias Moonless Night («Noche sin luna»), un memorable relato de su vida en cautividad durante la guerra: «Al contemplar aquella lóbrega y oscura prisión parecía que no podíamos caer más bajo en nuestra desgracia. Éste podría ser nuestro hogar mientras durara la guerra, lo que, en aquel entonces, podía significar mucho tiempo, con un incierto final».

En tales circunstancias, no es de extrañar que los prisioneros empezaran a pensar enseguida y de manera obsesiva en cómo escapar. Al igual que en el Dulag Luft, se empezó a formar en Barth un grupo de reincidentes del arte de la fuga, a cuya cabeza se pondría un joven oficial de la fuerza aérea de la Marina Real, la Fleet Air Arm (FAA).

El capitán de corbeta Peter Fanshawe había sido navegante del avión Skua (del portaaviones Ark Royal) que fuera pilotado por John Casson en el famoso ataque sobre el acorazado alemán Schamhorst. Había ingresado en la Escuela Naval de Darmouth en 1925, a la edad de 13 años. Llevaba el mar en la sangre y se distinguía por la meticulosidad de los oficiales de la Marina, que contrastaba enormemente con la fama de insolentes de los oficiales de la RAF. Éstos enseguida le adjudicaron el cariñoso sobrenombre de Hornblower[3] En agosto de 1940, Fanshawe presidió la primera asamblea seria de planes de fuga.

Otro gran experto en fugas que llegó a Barth en aquel momento fue el teniente de la RAF Wally Valenta, de origen checo, que había sido navegante de un bombardero Wellington del Escuadrón 311 (el escuadrón checo de la RAF). Como muchos otros patriotas de la Europa ocupada, Arnost Valenta, que había crecido en una de las regiones «alemanas» de Checoslovaquia, se había encontrado en una situación embarazosa con el avance del nazismo. Optó por apoyar la causa checa y se vio involucrado en el mundo del espionaje clandestino entre los partisanos y las fuerzas alemanas en ascenso. Acabó por huir de Checoslovaquia. En julio de 1940 se encontró en Inglaterra en el Escuadrón 311. En febrero de 1941 se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia a causa del mal tiempo y poco después llegó a Barth.

Sería en Barth donde los oficiales de la RAF se encontrarían por vez primera con los miembros del cuerpo de seguridad alemán, algunos de los cuales se convertirían en enemigos declarados, otros en «animales dóciles» y otros casi en buenos amigos. El Hauptmann Hans Pieber había sido ingeniero en la vida civil y llegó a ser un maestro en escudriñar y descubrir las muchas actividades de excavación de túneles llevadas a cabo por los prisioneros. Se trataba de un austriaco amable y concienzudo que alardeaba de tener el carné número 49 del Partido Nazi y de haber sido galardonado con la Blutorden, condecoración que se reservó a los pocos que tomaron parte en el fallido golpe de Estado de Munich de 1923 conocido como «Putsch de la Cervecería» y que, sin embargo, se había negado a llevar puesta tras la Anschluss, que le había producido una profunda indignación. Pieber solía caer bien a los prisioneros, en buena parte debido a su costumbre de arrimarse al sol que más calienta cuando lo pedía la ocasión. Se dieron cuenta de ello cuando los fríos vientos de la guerra cambiaron de rumbo para volverse contra Alemania y Pieber se convirtió en un excelente amigo.

El Feldwebel Hermann Glemnitz había trabajado en Yorkshire antes de la guerra y en consecuencia, no sólo hablaba bien inglés sino que además comprendía la mentalidad británica, lo que quizá suponía incluso una mayor y más valiosa ventaja. También él había sido ingeniero y se acabaría ganando el respeto de los prisioneros en los años siguientes por su habilidad para descubrir sus túneles. Era un hombre astuto y sagaz, por lo que los Kriegies le apodaron irónicamente con el sobrenombre de Dimwits («el Tarado»).

El capitán Gustav Simoleit, jefe de la Lagerführung (la oficina de «control» del recinto formada por cuatro oficiales del servicio de inteligencia encargados de vigilar los posibles preparativos de fuga de los prisioneros), había sido antes profesor de geografía, historia y etnología y también hablaba bien el inglés. Al principio le produjo cierta preocupación verse apartado de su batería antiaérea para convertirse en un mero carcelero, pero al poco tiempo empezó a disfrutar de la compañía de los «razonables y bien educados» hombres que tenía bajo su custodia. Más tarde comentaría «que el campo de concentración de prisioneros de guerra de Barth era uno de los pocos sitios del mundo en que, en medio de una guerra despiadada, los soldados de ambos ejércitos combatientes podían conocerse y llegar incluso a intimar».

El cabo Karl Griese no llegó a entablar tan buenas relaciones con los prisioneros. Griese llegaría a ser jefe de los «hurones», como se conocería al equipo de guardias especialmente creado en Barth para rastrear y descubrir posibles intentos de fuga. Con el tiempo, dado que su papel fue cobrando importancia, irían equipados con unas varas muy largas de hierro para sondear el suelo y con perros de rastreo. A diferencia de los guardias habituales, los «hurones» llevaban mono de trabajo para poder rebuscar bajo los barracones y en los altillos de los tejados sin mancharse el uniforme. Griese se apodaba Rubberneck («Cuello de goma») porque tenía un cuello tan largo que parecía que podía asomar por cualquier esquina en cualquier momento. Rubberneck se entregó a sus obligaciones con una pasión psicopática. Despreciaba profundamente a los aviadores aliados y a su vez no caía bien ni a los prisioneros ni a sus colegas alemanes. Había otro «hurón» al que llamaban simplemente Keen Type («el Entusiasta»), por razones obvias, y otro apodado Adolf por su asombroso parecido con el Führer.

En general, los alemanes se portaban bastante bien con los prisioneros que estaban bajo su custodia. Uno de los oficiales de la Luftwaffe se ofreció a enseñar alemán a los prisioneros. Sin duda alguna, su intención era en cierta medida descubrir qué prisioneros dominaban bien el idioma, pero también se trataba de un gesto amistoso del que sacaron buen provecho algunos prisioneros que no sabían alemán, como fue el caso de Jimmy James (que también empezó a aprender ruso). En el calor del verano, los alemanes permitían a los prisioneros que prometían firmar la libertad bajo palabra apuntarse a darse un chapuzón en el riachuelo de la localidad y una vez por semana se podía salir de paseo fuera del campamento (también sólo para aquellos que estuvieran dispuestos a respetar la libertad condicional). Las relaciones mejoraron más todavía cuando los alemanes introdujeron un tipo de moneda de cambio para el campo (Lagergeld) que se deducía de su paga y que se podía utilizar para comprar tabaco o un vino bastante malo que los presos denominaban «Red Biddy» («tinto para viejas»). A pesar de todo, los prisioneros seguían llamando «animales» a los guardias alemanes y algunos, los más jóvenes y quizá más inmaduros oficiales de la RAF, no podían resistir la tentación de «fastidiar a los animales» para sobrellevar mejor el aburrimiento de la cautividad.

En esta primera fase, también, empezaba a aflorar la distinción entre la Luftwaffe y los altos cargos nazis. Un Kommandant fue inmediatamente destituido de su cargo tras enviar una noche varias cajas de cerveza al recinto de la RAF con una nota de cortesía. Sin embargo, no se puede culpar a los nazis de todos los resentimientos. Las relaciones se deterioraron cuando dos prisioneros escaparon del campo después de incluirse entre un grupo de presos que habían firmado el registro de libertad bajo palabra para ir a nadar al río. Ambos fueron atrapados tres días más tarde y nadie culpó especialmente a los alemanes cuando se restringieron los privilegios como consecuencia de ello.

En Barth había varios factores que jugaban a favor de la evasión de los prisioneros y otros tantos que jugaban en contra. En primer lugar, las técnicas de seguridad y vigilancia alemanas eran bastante rudimentarias en aquella época. La detección de las fugas dependía de la mera observación, poco sistemática, de dos intérpretes del campo. No existía un sistema de permisos para los alemanes que entraban y salían de los distintos recintos del campo. Los barracones estaban recubiertos de madera que llegaba hasta el suelo, de forma que dejaban fuera de la vista cualquier excavación que se estuviera llevando a cabo bajo los edificios. El recinto había sido construido, además, en una zona muy estrecha por lo que había que excavar un túnel relativamente corto para llegar al otro lado de las alambradas.

En cuanto a los factores en contra, el nivel hidrostático rara vez estaba a más de dos metros de la superficie. En consecuencia, los túneles tenían que excavarse a muy poca profundidad y se podían detectar fácilmente (a pesar de que los micrófonos subterráneos no se introdujeron hasta el verano de 1941). Además, a pesar de las muchas oportunidades que se les presentaban para escapar, los prisioneros no habían organizado un comité de fugas. En consecuencia, los intentos de fuga que se llevaron a cabo se fueron al traste por falta de planificación.

A pesar de las dificultades, los prisioneros de la RAF de Barth podían presumir de una enorme proliferación de operaciones subterráneas. Se construyeron al menos 43 túneles desde el recinto de oficiales y de los suboficiales en menos de dos años desde la inauguración de Barth. Un prisionero logró llegar a casa tras escapar por un túnel. Fueron muchos los intentos de fuga, algunos cómicos por su simplicidad, otros francamente descarados por su audacia. Otro prisionero (como se verá más adelante) se las ingenió para volver a Inglaterra mediante un método diferente al de escapar por un túnel. El índice de éxitos puede parecer poco halagüeño, pero de todos modos pocos de los que intentaban fugarse creían realmente que podrían regresar a casa.

Las fugas cumplían varias funciones. En primer lugar, minaban los recursos del enemigo, que tenía que gastar un tiempo y unos efectivos valiosísimos vigilando los campos de prisioneros de guerra y persiguiendo a los evadidos. También servía de distracción para los propios prisioneros, que de otro modo se hubieran vuelto locos en su deprimente confinamiento. Y, en menor medida, la evasión era una forma de espionaje. La información recogida por los evadidos acerca de los emplazamientos del enemigo, la moral de los civiles, etcétera, era útil para las autoridades militares de Whitehall, a quienes llegaba a través del movimiento de resistencia clandestino. Era una forma rudimentaria de recopilación de información, especialmente al principio. Pero, como se verá más adelante, los oficiales aliados convertirían pronto sus actividades de fuga en un formidable ejercicio de recogida de datos estratégicos que resultaría extremadamente útil para los gobiernos de Londres y Washington y fue en Barth donde estas actividades atrajeron la atención de la Gestapo por primera vez, y el primer sitio en el que se imputó seriamente a un oficial la inquietante acusación de «espionaje». Desde el punto de vista técnico se trataba de espionaje, por supuesto, y todo el mundo lo sabía.

Cuando Jimmy James llegó a Barth se encontró con que ya estaban construyendo un túnel desde su barracón, que era el más occidental de los dos bloques y por aquel entonces se denominaba el Barracón Oeste. Los excavadores habían abierto un pozo de acceso de unos dos metros de profundidad que debía recorrer unos 140 metros bajo la alambrada en dirección norte. Al principio, los hombres excavaban en la oscuridad, lo que era una experiencia amedrentadora en sí misma. Pero a un oficial de Rhodesia se le ocurrió la ingeniosa idea de derretir la mantequilla de las latas que los prisioneros recibían en los paquetes de la Cruz Roja y usar los cordones de los pijamas como mecha. Las «lámparas de aceite» resultantes se convertirían en un elemento esencial para la construcción de túneles, incluso cuando los excavadores tenían la suerte de conseguir cable que conectaban al suministro eléctrico del campo.

Mientras se excavaba este túnel, los alemanes estaban construyendo un tercer barracón al oeste del Barracón Oeste (lo que consecuentemente derivó en que el de Jimmy James pasara a ser el Barracón Central). Contrariamente a sus deseos, Jimmy James no pudo tomar parte en este intento de fuga porque cuando llegó los planes estaban ya en una fase muy avanzada. Se vio en la extraña e inusual situación (para él) de tener que esperar sentado y observar sin poder hacer nada.

Cuando el verano dio paso al otoño, muchos de los nuevos prisioneros que ingresaban en el Stalag Luft I habían sido abatidos sobrevolando Francia mientras perseguían a bombarderos y cazas alemanes que habían participado en ataques aéreos sobre Gran Bretaña. Los presos tuvieron noticias a través de ellos de lo que Churchill denominaría más tarde la «Batalla de Inglaterra», aunque por aquel entonces los combatientes lo consideraban simplemente un prolongado y casi incesante asedio. Los prisioneros recuperaron en cierta medida la moral con la llegada de un paquete de ropa que venía envuelto en un ejemplar del Daily Express fechado el 15 de septiembre de 1940. El titular decía: «184 aviones alemanes derribados».

Entre los recién llegados ese verano se encontraba Lawrence Reavell-Carter, que fue abatido en un bombardero Hampden mientras participaba en una misión de sembrado de minas. Ravell-Carter era un distinguido deportista olímpico. Poco después llegó a Barth Dick Churchill. El teniente de aviación Sidney Albion Churchill (que no estaba emparentado con el primer ministro británico) sólo tenía 20 años cuando su bombardero Hampden del Escuadrón 144 fue abatido sobre Ludwigshafen en septiembre de 1940. Le faltó tiempo para unirse al núcleo de los fugitivos reincidentes.

Lamentablemente, en noviembre los alemanes descubrieron el primer túnel (que partía del que ahora era el Barracón Central) justo cuando acababa de pasar por debajo de la alambrada. Los prisioneros fueron castigados a tres semanas de aislamiento en las diminutas y abarrotadas celdas del Vorlager, de donde les permitían salir solamente una hora al día. Cuando pudieron volver al recinto descubrieron que los alemanes habían puesto en práctica algunas innovaciones que se extenderían a todos los campos para prisioneros de guerra. Habían quitado las tablillas que cubrían la parte inferior de los barracones y habían introducido un nuevo tipo de guardias que iban vestidos con un mono azul oscuro, adornado con un simple cinturón de cuero y la gorra de las Fuerzas de Campaña de la Luftwaffe. Por su aspecto, más que soldados parecían conserjes. No iban armados pero llevaban unas varillas metálicas muy largas que hincaban en el suelo en busca de túneles. Este nuevo tipo de personal se convirtió pronto en un elemento omnipresente en el campo, siempre arrastrándose bajo los barracones o por los falsos techos a la búsqueda de arena procedente de una excavación. Los prisioneros les pusieron inmediatamente el mote de «hurones». Uno de los requisitos para el puesto era hablar perfectamente inglés, por lo que muy pronto los prisioneros tuvieron que acostumbrarse a toparse con un «hurón» tratando de escuchar a escondidas sus conversaciones. Los «hurones» tenían permiso para entrar en cualquier barracón siempre que quisieran, por lo que podían irrumpir sin avisar en cualquier momento.

Aquélla fue una Navidad deprimente. El horrible clima del Báltico no hacía sino empeorar aún más las cosas. Los prisioneros apreciaron los esfuerzos de los alemanes por infundirles un poco de espíritu festivo por medio de una sustancia empalagosa que ellos llamaban «pudin de Navidad», aunque no sirviera para levantarles la moral. A pesar de todo, la situación en el campo no hacía sino mejorar. Los prisioneros recibieron papel pintado para alegrar un poco sus sombríos barracones. Los alemanes les proporcionaron juegos de mesa, mesas de ping-pong y una biblioteca bastante bien surtida. En el recinto de los suboficiales se representaban ocasionalmente obras de teatro y conciertos. Al acercarse el invierno, los alemanes recibieron algunos abrigos que repartieron entre los prisioneros. Los oficiales construyeron una pista de hockey sobre hielo entre dos de los barracones y pronto empezaron a llegar paquetes de la Cruz Roja, a razón de uno por hombre cada semana. Resultaba un progreso muy satisfactorio. Jimmy James rememora las reacciones ante la llegada de estos lujosos regalos:

Comimos sin parar durante lo que nos parecieron horas, conforme iban surgiendo delicias de las latas: queso, carne en conserva, estofado, pastas secas, ciruelas pasas, incluso cacao, pero lo mejor de todo: un té exquisito. Teníamos la precaución de comer despacio; un hombre de otro campo murió después de engullir demasiado deprisa todo el contenido de su primer paquete de la Cruz Roja.

Por aquel entonces, ya había empezado a tomar forma lo que se convertiría en otro de los pasatiempos habituales de la vida de los prisioneros de guerra. En el comedor se representaban regularmente obras de teatro y, a la vez que se empezaba a formar el núcleo de los fugitivos persistentes, también se desarrollaba un grupo de actores que trataba de aliviar las penas de la cautividad con esta inocente, y a veces instructiva, forma de evasión.

Algunos prisioneros trataban de superar el problema del aburrimiento destilando su propio aguardiente casero bajo los auspicios de uno de los prisioneros que en sus tiempos había sido empleado de la destilería de whisky Johnnie Walker. Al principio los prisioneros recurrieron a las peladuras de patata, pero el resultado no acababa de convencerles. Cuando empezaron a llegar los paquetes de la Cruz Roja aprendieron a utilizar ciruelas pasas que, mezcladas con la levadura que les proporcionaba un amistoso guardia y calentadas a 98 grados, producían un brebaje que era auténticamente alcohólico y de sabor bastante agradable. Grupos diferentes de prisioneros producían sus propias «etiquetas» y competían entre sí para ver quién conseguía destilar la mejor.

A principios de 1941 llegaron a Barth cuatro personajes relevantes, dos de los cuales pertenecían al Escuadrón 9 de Jimmy James. El teniente de aviación Johnny Marshall era piloto de Spitfire de la 3a Unidad de Reconocimiento Fotográfico (Photo-Reconnaissance Unit, PRU) y fue abatido sobre Francia en enero. Ya había tratado de fugarse del tren que le llevaba a Barth desde el Dulag Luft y consiguió disfrutar de dos días de libertad antes de caer exhausto en manos de la Policía. Cuando le apresaron se enteró de que Tim Newman, un oficial de la RAF de origen neozelandés, también había conseguido escapar de ese mismo tren junto con un camarada australiano. También a ellos les habían atrapado después de haber permanecido evadidos durante algo más de un día.

John Shore y Cookie Long, pertenecientes también al Escuadrón 9, llegaron a Barth después de Newman y Marshall. Habían caído en manos del enemigo tras tirarse en paracaídas a consecuencia de un fallo del motor de su Wellington después de un bombardeo aéreo sobre Colonia. A Long le llamaban en Honington por su verdadero nombre, James, pero pronto adquiriría el sobrenombre de «Cookie» («Cocinillas») por su legendaria habilidad para preparar alcohol ilegal. De igual modo, John Shore empezó a ser conocido como Death Shore («Costa de la Muerte») porque los demás prisioneros pensaban que su entusiasmo por todo tipo de espeluznantes planes de fuga le acabaría llevando a la muerte de una forma u otra.

A principios de 1941, poco después del fracaso del primer túnel, se empezó a trabajar en otro. Éste partía del Barracón Este. Esta vez Jimmy James tomó parte en las excavaciones. El problema era encontrar la forma de dispersar la arena. Los prisioneros cavaron zanjas debajo de los barracones que fueron descubiertas enseguida por los alemanes, con lo que el túnel quedó clausurado. Algo más tarde, Jimmy James fue transferido al nuevo Bloque Oeste y empezó a trabajar en otro túnel desde allí. Sería el precursor de los futuros túneles. Llegaría a tener unos 30 metros de largo y salvaba una distancia de 10 metros al otro lado de la alambrada. Contaba con una bomba de aire y una rudimentaria tubería de ventilación hecha de papel pintado. No hacía falta apuntalarlo y la arena la dispersaban bajo el Barracón Este para distraer la atención del Oeste.

Entretanto, al teniente Harry Burton se le ocurrió otra forma de evasión más fácil y original. Burton era un adusto escocés que había sido instructor de la Unidad de Instrucción Operacional (Operational Training Unit, OTU) de Jimmy James, y ambos habían acabado compartiendo habitación en Barth. Burton estaba pasando una temporada a la sombra en la «nevera» por alguna falta leve cuando descubrió una nueva manera de fugarse. En mayo de 1941, se las ingenió para que le volvieran a encerrar en el calabozo y esta vez pasó a escondidas una pequeña sierra de arco. Durante las cinco noches siguientes fue serrando los barrotes de la ventana de su celda. A las 23.00 horas del quinto día retiró los barrotes y saltó por la ventana. Se arrastró en la oscuridad hasta la Kommandantur. Una vez allí, trató de hacer un hoyo bajo la puerta con una pieza de metal que había encontrado en el camino. Sus esfuerzos se vieron interrumpidos por el cambio de guardia y la llegada de otro alemán que simplemente quería fumarse un pitillo y charlar con el centinela de guardia. Burton aguardó el momento oportuno entre las sombras del calabozo durante varios inquietantes minutos. El siguiente obstáculo resultó ser un perro guardián alsaciano al que dejaban campar a sus anchas al otro lado de la cerca exterior. Finalmente, consiguió escarbar un hoyo bajo la puerta, atravesar rápida y silenciosamente la zona de oficinas administrativas alemanas y saltar la cerca, que estaba patrullada pero sin iluminar. A las 02.30 horas era un hombre libre.

Iba vestido con un pantalón de uniforme que había teñido de negro y llevaba consigo una manta, los enseres para el afeitado, una toalla y dos tabletas de chocolate. Equipado con tan escasas provisiones, Burton emprendió la marcha rumbo a Stralsund. En la medida de lo posible, caminaba de noche siguiendo las vías del tren y atravesando bosques y de día se escondía. El 28 de mayo por la mañana temprano llegó a Stralsund, donde se encontró con un puente de medio kilómetro de longitud que comunicaba con la gran isla de Rugen. En cuanto empezó a andar por el puente se dio cuenta de que estaba vigilado por cinco centinelas, apostados a intervalos regulares a lo largo del recorrido. Consciente de que era demasiado tarde para dar la vuelta siguió andando despacio, como si tal cosa, y al pasar delante de ellos les saludó con un «Guten Morgen!».

Burton anduvo otros 80 kilómetros a través de la isla hasta llegar a Sassnitz, desde donde salían transbordadores a Trelleborg, en Suecia. Eran las 03.00 horas de la madrugada del 30 de mayo. Burton vio un transbordador en el que ondeaba la bandera sueca y se enteró de que partía a las 16.30 horas del día siguiente. Descansó aquella noche. Al día siguiente, cuando llegó al punto de embarque, vio que todos los posibles accesos al barco estaban cercados con alambre de púas y vigilados por centinelas. Sólo había dos alternativas: tratar de entrar como un pasajero más o colarse por la entrada reservada para camiones. Burton iba indocumentado, por lo que no tenía elección. Encontró un camión que podía servir y se escondió debajo, colgándose del eje. Lo subieron a cubierta a las 16.15 horas y Burton permaneció oculto en los bajos hasta que desembarcaron. Cuando el transbordador llegó a Trelleborg, el fugitivo siguió el mismo procedimiento y, una vez a salvo en tierra firme, se entregó a la policía sueca. Era la tarde del 31 de mayo y Burton estaba en territorio neutral. Poco después, fue enviado a la Legación Británica y repatriado a Gran Bretaña. Ésta fue la primera evasión de la RAF que salió bien y cuando la noticia del éxito de Burton llegó hasta Barth, contribuyó a subir la moral considerablemente.

Al mismo tiempo, en el campamento se estaba tramando un ingenioso plan que contemplaba cavar un túnel bajo una estructura compacta que había en la parte sur del recinto. Lo llamaban el «incinerador» pero, aunque arrojaban allí las basuras, nadie había visto que las incineraran nunca. Su principal función hasta la fecha había sido la de servir de tribuna improvisada para los prisioneros que seguían los partidos de fútbol que se jugaban en el campo de recreo adyacente. Sin embargo, una mente inspirada sugirió al Comité de Fugas que si se pudiera excavar un túnel desde debajo del incinerador, sólo tendría que tener unos 7 metros de largo para llegar hasta el campo de recreo. Desde allí sería mucho más fácil escapar porque, al igual que en Dulag Luft, el campo estaba rodeado solamente por una alambrada baja. Dos oficiales empezaron a excavar un túnel, pero al poco tiempo se desechó la idea por considerarse demasiado arriesgada.

Jimmy James encontró un alma gemela con la llegada a Barth de un piloto escocés de Hampden llamado Ian Muckle Muir. El capitán Muir tenía un formidable bigote a lo «P/0 Prune» (el subteniente Prune, un popular personaje de tiras cómicas que aparecía en los manuales de capacitación de la RAF) y un espíritu indómito acorde con el mismo. Entre los dos formaron un equipo de excavación y empezaron a abrir un pozo desde el Barracón Este. Lamentablemente, éste fue descubierto pronto por los «hurones» y los dos se unieron entonces a los que cavaban un túnel desde el Barracón Oeste. Dicho túnel estaría listo seguramente para facilitar una fuga a finales de verano de 1941. Estaba planeado que escaparan por él 30 hombres en total. Habían modificado sus uniformes para que parecieran lo más posible ropa de paisano, pero nadie disponía de ningún tipo de documentación falsa. Jimmy James hacía el número 13, que resultaría ser un número de mal agüero. La noche del 20 de agosto, la primera noche sin luna, se respiraba entusiasmo en el ambiente. Los 30 fugitivos se introdujeron incómodamente apretujados en el túnel y se tendieron de la cabeza a los pies, uno tras otro, en espera de recibir la orden de avanzar. Cuando llegó el momento de hacerlo, los hombres que estaban tumbados bajo tierra empezaron a inquietarse por el sonido amortiguado de disparos de fusil que venía de arriba. Los primeros tres hombres en salir por la desembocadura del túnel habían sido descubiertos por los «animales» en cuanto se asomaron al exterior. A uno de ellos se le habían caído los pantalones al arrastrarse para salir, lo que resultó bastante cómico. Se puso a correr medio desnudo a través del recinto con los pantalones en la mano, mientras lo perseguían los guardias alemanes y los perros. Los tres hombres consiguieron alejarse de las inmediaciones de Barth pero los acabaron pillando a los pocos días.

Este intento de fuga llevó a pensar a los alemanes, una vez más, en la conveniencia de su aparato de seguridad. Una de las innovaciones del túnel del Barracón Oeste había sido la utilización de latas de leche Klim de los paquetes de la Cruz Roja para construir un canal de ventilación. Habían cortado la base y la parte superior de cada lata y después la habían unido entre sí y la habían dispuesto en fila a lo largo del túnel, de forma que el aire pudiera llegar hasta el final. Los prisioneros aún no habían inventado más que un rudimentario método de bombear el aire a través de las latas, pero la ventilación con la que contaban suponía un buen complemento a la práctica de abrir orificios de ventilación en el techo del túnel. En cualquier caso, al descubrir el ingenioso uso que los prisioneros habían hecho de las latas de Klim, los alemanes decidieron asegurarse a partir de entonces de que todas las latas fueran desechadas inmediatamente una vez usadas. Colocaron un gran contenedor en el recinto y los guardias recogían todos las latas de Klim que encontraban y las tiraban al contenedor. Pero no se dieron ni cuenta de que algunos oficiales de la RAF habían recortado una trampilla en la base del contenedor ni de que uno de ellos se había escondido bajo la pila cada vez mayor de latas. Cuando sacaron el contenedor del campo, el prisionero se dio a la fuga. Todos se partían de risa. Después de todo, la fuga se había llevado a cabo con el espíritu de una travesura colegial. Lamentablemente, el fugitivo fue apresado poco después. Esta experiencia hizo que Peter Fanshawe empezara a pensar que ya iba siendo hora de que los planes de fuga adquirieran un aire algo más profesional.

Durante aquel verano llegó una nueva partida de oficiales procedentes del Dulag Luft: el grupo de los «primeros grandes evasores», liderado por Wings Day y Johnny Dodge, que fueron enviados allí después de ser capturados. Era la primera vez que Jimmy James veía a Day desde su breve encuentro en el campo provisional el año anterior, y estaba encantado de poder volver a saludarle. Day y sus camaradas se vieron sorprendidos y ligeramente irritados por la hostilidad con que les recibieron algunos de los oficiales cuando llegaron a Barth. Varios les abuchearon y silbaron cuando entraron al recinto, mientras otros proferían insultos, y otros tantos se limitaron a mirarles fijamente con una hostilidad mal disimulada. Day estaba muy enfadado al principio por el recibimiento al que les habían sometido, pero cuando supo la razón, simpatizó con los hombres de Barth. La mayoría de ellos había pasado por el Dulag Luft y por consiguiente comparaban el refinado ambiente del campo temporal de Frankfurt con las atroces condiciones que ellos habían tenido que soportar. Se difundían rumores poco halagüeños por toda la red de prisioneros de guerra acerca de cómo los prisioneros del Dulag disfrutaban de paseos regulares por el bosque, incluso visitas a Frankfurt, por no hablar de las cordiales cenas con los oficiales alemanes y las generosas provisiones de vino y tabaco. Sin embargo, cuando los hombres de Barth se enteraron de por qué sus colegas de Frankfurt habían sido enviados allí, de repente cesaron todas las hostilidades en su contra.

Roger Bushell no se encontraba entre ellos. Quizá porque los alemanes le habían identificado ya como un peligroso alborotador en potencia. Bushell había sido enviado a un campo que se encontraba más al norte, cerca de Lübeck, en un entorno aún más desagradable si cabe. Pasarían varios meses antes de que Wings y Bushell volvieran a encontrarse en el campo aún por construir del Stalag Luft III, y para entonces ambos hombres habrían aprendido lecciones de vital importancia en el arte de la fuga. En el Stalag Luft I, a Wings Day se le volvió a asignar el puesto de oficial superior de los oficiales británicos.

La llegada del grupo del Dulag Luft supuso el inicio de una organización debidamente instituida y controlada para la planificación de fugas. Hasta entonces, se habían dejado llevar por el entusiasmo. Tras realizar algunas investigaciones sobre el sistema de fugas, Day estableció un sistema semejante al modelo del Dulag Luft, en el que se basaría la organización de todas las fugas futuras en los campos de concentración de la RAF. Se ordenó a Jimmy Buckley que se dedicara a tiempo completo a la organización de los planes de evasión y que fundara un Comité de Fugas.

Tras la llegada de los fugitivos del Dulag Luft llegaría a Barth otra figura clave: el teniente de aviación Sydney Dowse, otro piloto de la PRU, abatido cerca de las costas francesas en su Spitfire el 20 de agosto de 1941. Había estado fotografiando el Gneisenau y el Scharnhorst, los dos imponentes cruceros de combate que habían causado tantos estragos entre los convoyes atlánticos y en las rutas de abastecimiento del Ártico de los Aliados. Tras ser derribado, había intentado entrar en contacto con la Resistencia, pero fue capturado al poco tiempo. En cualquier caso, debido a que había resultado herido en una pierna, fue enviado en un principio a un campo de concentración cerca de Leipzig, desde el que consiguió escapar. Le volvieron a apresar y le enviaron a Barth.

El potencial del «incinerador» como base para un intento de fuga había sido sometido a debate. De hecho, se había iniciado ya un pequeño túnel de metro y medio aproximadamente, pero los trabajos fueron pospuestos debido a que los oficiales pensaban que el riesgo de que lo descubrieran era demasiado elevado. El incinerador era una pequeña construcción cuadrada situada dentro del recinto, cerca de la alambrada que lo rodeaba, que se utilizaba para depositar la basura. Si se pudiera abrir un túnel desde el incinerador, los excavadores sólo tendrían que avanzar unos 7 metros para llegar al exterior. Tenía un tejadillo que se inclinaba ligeramente hacia el campo de recreo que había al otro lado de la alambrada, lo que hacía de él una «tribuna» ideal para ver los dos partidos de fútbol que se disputaban a diario. En el lado de la alambrada había un pequeño boquete a través del cual se echaba la basura. Por dentro, era una estructura sombría de un metro de altura, dividida en dos partes, de unos dos metros cuadrados cada una. La que daba al lado de los barracones tenía una puerta por la que se recogía la basura y era un contenedor de desperdicios bastante sucio. El otro compartimiento, que estaba separado por un pequeño tabique de escasa altura, era el que podía resultar útil para una fuga. Los prisioneros habían cavado un pequeño túnel debajo, oculto por una trampilla.

Los trabajos se habían realizado varios meses antes y luego se había desechado la idea. Pero en este momento, Death Shore sugirió a su antiguo camarada del Escuadrón 9, Jimmy James, que volvieran a reconsiderar el plan. A falta de algo mejor que hacer, James accedió. El plan era que ambos hombres se metieran a escondidas en el incinerador durante el partido de fútbol matutino, protegidos por la muchedumbre de espectadores que se congregaban alrededor y encima del edificio. Dick Churchill, Lawrence Reavell-Carter y Paul Royle estarían entre los espectadores. Shore y James cavarían durante todo el día. Y durante el partido de la tarde volverían de nuevo al barracón, arropados por la masa de espectadores para ocultar su aspecto sucio y desaliñado. Los dos excavadores avanzaron bastante. Se encontraron con que no hacía falta apuntalar el túnel siempre que el techo formara un resistente arco. Avanzaban a una media de casi 30 cm por hora. La tierra extraída se disimulaba entre la basura del incinerador. Disponían de unas siete horas de trabajo al día. En cuatro días consiguieron recorrer bajo tierra los 7 metros requeridos, y la trampilla de salida del túnel estaba a 15 cm de la superficie.

El plan era repetir el exitoso viaje de Burton: llegar a pie hasta Sassnitz, cruzar a Rugen y embarcarse en un transbordador hacia Suecia. Otros cuatro prisioneros, entre los que estaban Muckle Muir y Tim Newman, les habían preguntado si podían seguirles. Shore y James accedieron pero a condición de que les dejaran una ventaja de al menos cuatro horas. La conspiración casi se fue al traste cuando un día los hombres vieron a un guardia alemán vaciar la basura del incinerador y subirla a un carro tirado por un caballo. Por suerte, el alemán no pareció darse cuenta de que gran parte de la carga era arena procedente de la excavación.

En esta ocasión, los fugitivos desecharon la idea habitual de esperar a la primera noche sin luna y decidieron probar suerte en cuanto se produjera la primera señal de incursión aérea. En cuanto comenzaba un ataque aéreo, Barth se quedaba totalmente a oscuras, se desconectaba la electricidad y los «animales» no estaban tan pendientes de ellos. El único problema era que no era posible predecir cuándo se produciría el siguiente ataque aéreo, de manera que los seis hombres tenían que estar preparados para entrar en acción en cualquier momento. Por lo tanto, más de una noche se fueron a la cama con el disfraz puesto y con todo el equipo necesario para la fuga encima, en espera de que sonara la primera señal de alarma de la sirena.

El 19 de octubre llegó por fin el momento esperado y todas las luces del recinto cercado se apagaron de pronto. Shore y James agarraron a toda prisa las mochilas con sus bártulos y unas raciones de emergencia que tenían preparadas para la fuga. El plan era deslizarse por una trampilla que había debajo de su barracón y atravesar a toda prisa el recinto a oscuras hasta el incinerador. Pero cuando los dos hombres salieron de debajo del barracón, el recinto estaba plagado de sombras borrosas de guardias alemanes y perros. James dudó sin saber qué hacer por unos segundos que resultaron vitales, lo que lamentaría más tarde. En vez de seguir corriendo decidió tirarse al suelo. Pero poco después se inquietó al ver a uno de los guardias venir directamente hacia donde él se encontraba, linterna en mano. James ya no tenía ninguna posibilidad de llegar hasta el incinerador sin ser visto, por lo que comenzó a avanzar serpenteando por el suelo de vuelta al barracón. Lamentablemente, al llegar allí no pudo encontrar la trampilla, por lo que no le quedó otra alternativa que permanecer tendido en silencio con la esperanza de que no se percataran de su presencia. De hecho, los «animales» no le habían visto, pero los perros empezarían pronto a husmear su rastro. El juego había terminado. Tras unos desconcertantes segundos, James decidió salir de su escondite en vez de esperar a que los sabuesos le hincaran el diente. Los guardias le condujeron al recinto, que ahora estaba totalmente iluminado por una deslumbrante luz. Su único consuelo era que los alemanes no tenían forma de saber por dónde había planeado escapar.

La captura de James sirvió de gran ayuda a Death Shore porque la aparición del amedrentado oficial de la RAF había distraído la atención de los «animales». Shore había aprovechado la vorágine para salir del túnel y atravesar el campo de recreo, donde esperó ansioso durante algunos minutos en el punto de encuentro acordado. Al ver que su compañero no daba señales de vida, partió en dirección a Barth y desde allí a Stralsund. Shore repitió, poco más o menos, la misma epopeya que Harry Burton, con algunas variaciones en cuanto a los medios de transporte y sin utilizar exactamente el itinerario. Tuvo sólo un encuentro especialmente espeluznante con la Gestapo, pero Shore acabó navegando por el Báltico en un transbordador rumbo a Suecia y poco después se encontraba sentado, con cara de satisfacción, en las dependencias de la Legación Británica. Llegó a Gran Bretaña el 29 de octubre y posteriormente fue condecorado con la Cruz al Mérito Militar. Durante el resto del tiempo que duró la guerra, Jimmy James tuvo que vivir con la frustración de pensar que, de no ser por su indecisión inicial, también podía haber sido uno de los pocos en escapar de Alemania. Por el contrario, tuvo que soportar otros cuatro años más de cautividad.

Pero, admirablemente, se mantuvo impertérrito y en cuanto salió de la «nevera» volvió a excavar otro túnel por debajo de su barracón. «Herr James», como le llamaban afectuosamente los «animales», empezaba a tener cierta fama de ser uno de los fugitivos más recalcitrantes. Una vez más, fue enviado al calabozo. En noviembre de 1941 se encontraba allí cumpliendo su condena cuando llegó a Barth otro piloto de su Escuadrón 9: Lester Johnny Bull. Faltaban sólo un par de días para su vigésimo cuarto cumpleaños, cuando al Wellington que pilotaba le fallaron los motores mientras sobrevolaba Francia. El Wimpy había salido de Honington en una misión de recogida de datos estratégicos sobre la red de radares alemana que se extendía a lo largo de la costa francesa. Todos los miembros de la tripulación se tiraron en paracaídas y acabaron siendo capturados. Para Bull supuso una funesta forma de celebrar su cumpleaños pero su reticencia a dejar que decayeran los ánimos queda patente en el hecho de que, a los pocos días de llegar, ya estaba cavando un túnel con otro miembro de la tripulación del Wimpy, Jack Crisman, que era hijo de un cartero y había sido en sus tiempos chófer del embajador británico en Bagdad. Ambos hombres se dedicaron resueltamente a abrirse paso a través de un suelo duro como una piedra durante todo el invierno.

La Navidad de 1941 fue más deprimente aún que la anterior para el resto de los presos de Barth. Los rusos se derrumbaban ante la arremetida de la Operación Barbarroja de Hitler, y el Prince of Wales y el Repulse, dos de los buques más imponentes de la Marina Real, habían sido hundidos. Sin embargo, siguiendo una tradición británica, los prisioneros montaron una pantomima navideña e invitaron a asistir a la representación a los oficiales alemanes de mayor graduación. La obra se titulaba Alice and her Candle («Alicia y su candela») y Wings se sintió absolutamente abochornado desde el mismísimo instante en que se levantó el telón. «Las primeras cuatro frases del diálogo disipaban toda esperanza de que se tratara de un entretenimiento inocente», recordaría él más tarde, al constatar que la obra se volvía más lasciva y vulgar con cada frase. Es imposible saber si los alemanes sintonizaron o no con el peculiar género teatral que era la pantomima inglesa, ya que ellos permanecieron sentados con expresión imperturbable hasta el final. Pero al acabar, el Kommandant felicitó a Wings por «el magnífico nivel de inglés shakesperiano».

Aquella Navidad hubo otras dos llegadas significativas. El jefe de escuadrón Tom Kirby-Green se había criado en Nyasalandia (actualmente Malawi). Hijo de un gobernador colonial, sus padres eran la viva personificación del tipo de aristocracia excéntrica inglesa que solía dar el continente negro. Kirby-Green se había educado en Inglaterra y su sueño de llegar a ser piloto de la RAF se vio cumplido en 1937, antes de que fuera trasladado al Escuadrón 9 de Jimmy James, en Honington. Después, pasó a prestar servicio como instructor de vuelo para el Escuadrón 311 de los pilotos checos de la RAF y finalmente en el Escuadrón 40, al que pertenecía cuando fue abatido mientras sobrevolaba Alemania en un Wellington, en octubre de 1941. En Barth se convirtió en un tipo popular, con sus coloridos caftanes a rayas, sus pantuflas de andar por casa, sus discos de música latina y los paquetes de comida exótica que le llegaban de casa. Tenía un par de bongos con los que deleitaba a sus compañeros de barracón. Uno de ellos, a quien tenía subyugado, era el capitán Roy Langlois, un joven nativo de las islas del Canal, cuyo Wellington tuvo que realizar un aterrizaje forzoso tras un ataque aéreo sobre Aquisgrán. Al menos, los dos nuevos prisioneros tenían un motivo para mantener la moral alta: la declaración de guerra de Estados Unidos a Japón y Alemania.

A lo largo de los meses invernales se llevaron a cabo cada vez más tentativas de fuga por medio de túneles, lo que no fue óbice para que otros prisioneros adoptaran otras tácticas de evasión.

Algunos trataron de salir del campo vestidos como los guardias alemanes. Un fugitivo, que tenía un parecido asombroso con uno de los «hurones» alemanes, Karl Pfelz (a quien los prisioneros llamaban Charlie), casi lo consiguió. Jimmy James tuvo la original idea de esperar a que se produjera un ataque aéreo que hiciera que se apagaran las luces, dirigirse con paso firme hacia los guardias ataviado con un uniforme alemán, y exigir que le dejaran salir. Estaba a punto de conseguirlo cuando se volvieron a encender las luces y, en el último minuto, tuvo que regresar a toda prisa a su barracón. Ninguno de los intentos de fuga llegó a buen fin y uno de ellos acabó en tragedia cuando un suboficial fue abatido a tiros por los guardias.

De hecho, los prisioneros tenían de qué preocuparse, como descubrirían al poco tiempo. Durante los últimos meses de 1941, los alemanes habían estado construyendo un campo más grande y complejo en el corazón de Silesia. Su construcción se realizó bajo las órdenes directas de Hermann Göring y de acuerdo con la consigna específica de que resultara «a prueba de fugas». La mayoría de los presos de Barth serían trasladados allí enseguida. Pero, como muy pronto descubrirían los alemanes, el término «a prueba de fugas» no existía en el vocabulario inglés.