Según las leyendas, existen muchos lugares en los que hay oro enterrado o escondido. También es de oro el peine de las lamias, la rueca de Mari, el tesoro que guarda el Behigorri o el candelabro del Basajaun.
Los tesoros siempre han tenido mucho atractivo para los seres humanos, que ven en ellos la posibilidad de mejorar sus vidas. Durante siglos, han buscado oro afanosamente, y es lógico que ello haya quedado reflejado en la mente popular.
La siguiente leyenda es una de las muchas recogidas por J. M. de Barandiaran, y en ella encontramos la búsqueda del tesoro unida al toque misterioso de un espíritu errante, que da cuerpo a la narración.
Un antiguo dicho vasco dice que “todo lo que tiene nombre existe” o, dicho de otra forma, “sólo existe lo que tiene nombre”.
Hace mucho, vivía en un pueblo navarro un mozalbete de nombre Juan, que se reía de sus vecinos y de sus creencias en las almas en pena, los aparecidos, espíritus, diablos y demás elementos fantásticos. El joven aseguraba que no existían, aunque tuviesen nombre. Tanto enfadó a sus vecinos que, al final, lo echaron del pueblo.
Decidido a hacer fortuna, Juan se fue en busca de aventuras, y llegó a Elkorri, un lugar solitario entre el puerto de Lizarrusti y Etxarri Aranatz. Había allí una casa abandonada en la que nadie se atrevía a entrar, por creer que en ella moraba un alma en pena. El joven decidió pasar allí una temporada y, a tal efecto, limpió un poco el local, encendió la chimenea y se dispuso a preparar una buena sopa.
En eso, oyó una voz procedente del tubo de la chimenea.
—¿Caeré o no caeré? —dijo la voz.
—Si quieres, sí; si no quieres, no —respondió el muchacho, como si fuera lo más natural del mundo.
Entonces, una cabeza humana cayó rodando fuera de la chimenea, y Juan, cogiéndola con el asador, la lanzó a un rincón de la cocina.
Al poco tiempo volvió a oír la misma voz, y respondió de idéntica manera. Inmediatamente cayó un tronco humano, que el joven también lanzó al rincón.
Una y otra vez continuó el diálogo, hasta que cayeron todos los miembros de un cuerpo humano, que entonces se juntaron, formando un hombre.
—Dices que no soy, pero sí soy —dijo el espíritu.
—Sí, ya lo veo —le contestó Juan—; pero mantente lejos de mí.
Y el joven siguió preparándose la cena. El hombre señaló una azada que se encontraba cerca de la puerta.
—Toma esa azada —le dijo a Juan.
—Tómala tú, si quieres —le contestó éste.
El aparecido tomó la azada y salió de la cocina. Curioso por ver lo que hacía, el muchacho le siguió a otro cuarto de la casa.
—Cava aquí con esta azada —le ordenó el aparecido.
—Cava tú, si quieres —dijo de nuevo Juan.
El hombre comenzó a cavar, hasta que apareció un montón de oro.
—Este oro es para ti —le dijo al joven—, te nombro su dueño. Sin nombre no valdría nada. Gracias a ti, ahora puedo descansar en paz.
Diciendo esto, el espectro desapareció.
Juan cogió el oro y regresó a su pueblo. Nunca más volvió a reírse de las creencias ajenas, y vivió tranquilo y respetado el resto de su vida.
* * *